El académico de número reflexiona sobre la ausencia de los profesores normalistas como una de las causas importantes de la decadencia de la educación en su columna del diario Estrategia.
Durante su gestión como Ministro de Justicia, Culto e Instrucción don Manuel Montt, más tarde Presidente de la República, dio lugar a iniciativas educacionales que contenían una profunda visión de país. En efecto, se crearon allí tres instituciones clave para el desarrollo y consolidación de la República: la Universidad de Chile, la Escuela de Artes y Oficios y la Escuela Normal de Preceptores. Con ello, el país daba lugar a una nueva era en materia formativa y en cuanto a la maduración de la institucionalidad republicana. Demás está decir el aporte que se asoció a la Universidad de Chile que, en manos de la genialidad de Andrés Bello, se sobrepuso a muchos cuestionamientos y dio paso a una gran institución académica contribuyente al conocimiento y la maduración de la república. La Escuela de Artes y oficios, por su parte, se consolidó como una institución de enorme trascendencia en el desarrollo de la educación técnica y las manualidades, factor vital para el desarrollo integral del país. La creación de la Escuelas Normales, por su parte, obedeció a la necesidad de proveer educación integrada a la realidad nacional, formando a la niñez en un concepto de República y de ciudadanía que fue ingrediente fundamental para el Chile de la segunda mitad del siglo XIX y la consolidación definitiva nacional y los valores democráticos. Montt tenía una visión amplia sobre el tema educativo, especialmente en cuanto a diversidad institucional y profundidad formativa. Se preocupó de la educación de las niñas de manera preferencial y estableció un sistema de subvenciones para particulares y congregaciones religiosas, al darse cuenta que el sólo esfuerzo del Estado no bastaba para acometer la obra educacional de magnitud que se proyectaba.
Una de las grandes dificultades del plan educacional de Montt era la carencia de buenos y suficientes profesores. De allí que estimuló con particular compromiso las Escuelas Normales, que se desarrollaron como un proyecto de Estado, con una visión trascendente sobre la formación de un ciudadano capacitado para ejercer plenamente sus derechos y contribuir de modo significativo al progreso material del país. Se pensaba en lo que sería una realidad ya hacia fines del siglo: la ampliación y consolidación de la enseñanza secundaria y del Liceo Fiscal, otra pieza vital para la constitución de la república. Alimentado por los estudiantes egresados de la primaria, el Liceo se convertiría, además, en la fuente proveedora de los recursos humanos que debía entrenar la universidad. Era todo un esquema integrado, cuya base fundamental radicaba en el aporte de las Escuelas Normales a la profundización y extensión de la educación chilena. La Ley de educación primaria obligatoria de 1920, pondría de relieve el compromiso de país con la idea de fomentar la buena educación y con un rol destacado del Estado en materia de provisión directa pero, además, en cuanto a la instauración de buenas reglas en aspectos tan significativos como el modelo formativo y la necesidad de fomentar la buena ciudadanía. Ese fue el aporte indesmentible de los profesores normalistas: acoger al niño en el sistema, proveerle buena educación y, por sobre todo, formarlo como buen ciudadano, parte de una sociedad en la que debían todos cumplir un rol de país.