El académico de número analiza el problema de la violencia en instituciones educativas chilenas en una columna de El Mercurio.
¿Qué explica que una institución escolar, en este caso el INBA, acopie bombas molotov hasta provocar la tragedia que se acaba de conocer?
El fenómeno pone de manifiesto, de manera dramática, lo que ha venido ocurriendo desde hace casi dos décadas en la sociedad chilena sin que hayamos sido capaces de ponerle atajo o siquiera morigerarlo. Lo que ha ocurrido es solo la manifestación más dramática de un fenómeno que se vive en el sistema educativo. ¿De qué se trata? Identificar las dimensiones del fenómeno puede ayudar a hacerle frente.
Desde luego, y como consecuencia de múltiples factores, la escuela o el liceo se ha transformado de pronto en una extensión de la comunidad política. Pero ello ha ocurrido no en el sentido de que en la escuela se hable de política o se la promueva (lo que no está mal), sino que sus miembros comenzaron a relacionarse entre sí como miembros de una comunidad política, es decir, como iguales, como sujetos autónomos cuya voluntad individual es el árbitro final de la conducta. De pronto, entonces, el papel del profesor o profesora se transformó en un simple rol carente de autoridad. La autoridad, enseña Hanna Arendt, es la capacidad de imponerse ante otros sin coacción y sin persuasión. Pero allí donde hay que coaccionar o persuadir, la autoridad espontánea sobre que descansa la enseñanza desaparece y se esfuma. Y eso es lo que ha ocurrido con la escuela y el liceo: de pronto los profesores han de convencer a los estudiantes que han de comportarse como tales (y ellos mismos recordarse a sí mismos que son profesores). Esta pérdida del orden espontáneo —racionalizada como una expansión de la autonomía— es contraria al ethos de la escuela como institución.