El académico de número critica la falta de coherencia entre el discurso político del gobierno y la reacción del mandatario frente a una acusación de abuso en su contra en su columna de El Mercurio.
No hay peor trampa para un político que sus propias palabras, las expectativas que desata el discurso con el que solicita la adhesión de los ciudadanos. Es como si al esforzarse por alcanzar el poder, y sin que lo advierta, el político fuera tejiendo mediante su discurso una red invisible de reglas, normas, estándares y criterios con los que, inevitablemente, alguna vez será juzgado.
Es lo que está ocurriendo hoy al Gobierno.
Con un cierto simplismo propio de la época o de la edad que tenían, que es casi lo mismo, el Presidente y las fuerzas que lo apoyan divulgaron un feminismo más o menos simplista para el que el hombre era siempre ex ante el villano y la mujer la víctima. Y todo ello, continuaba este discurso, con prescindencia de la individualidad, puesto que los papeles de víctima o de villano no dependían de la agencia personal o de la voluntad individual, sino de la estructura, de la definición de los roles, de factores impersonales que decidían en base al sexo envuelto en el género quién era víctima y quién victimario, como se repetía una y otra vez en ese himno, ¿cómo se llamaba? Un violador en tu camino.