Carlos Peña: “La lección de Notre Dame”

El autor reflexiona -a la luz de la muy diferente preocupación por recuperar la catedral incendiada en Francia en contraste con la escasa preocupación por los cientos de iglesias quemadas en Chile- en la línea demarcatoria que prevalece en la cultura entre las cosas simplemente profanas y las sagradas.

Hace cinco años, Notre Dame estaba casi convertida en cenizas, y según se supo esta semana, y a juzgar por las imágenes que transmitió la televisión, está hoy resplandeciente. El contraste con las iglesias quemadas en Santiago y en regiones salta a la vista. Muchas de estas últimas fueron quemadas, pintarrajeadas y zaheridas (si es que algo así puede hacerse con algo físico) en los días de octubre del año 2019, y muchas, como a todos consta, siguen igual.

¿A qué se debe la prontitud con que Francia reparó esa Iglesia? ¿Qué enseña eso para lo que ocurrió en Chile?

Desde luego, puede decirse, como se oyó en la descripción del hecho que hacían los noticieros, que Francia llevó a cabo esa tarea para salvar lo que se considera una joya de la arquitectura gótica, y atribuir entonces a la agilidad con que se llevaron a cabo esas refacciones un interés puramente utilitario. Pero decir eso no es comprender del todo el asunto, porque la Catedral de Notre Dame no es solo un edificio —si lo fuera, si se tratara de una estructura material, sería indiscernible de cualquier otra estructura también material—, sino que ella es un trozo de cultura inseparable del sentido que se le asigna, la dirección hacia la que, existente o no, ella apunta, la forma en que derredor suyo se organiza el espacio y el horizonte.

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