Carlos Peña: “El peligro de moralizar”

El académico de número reflexiona sobre el debate público en Chile en su columna de El Mercurio.

Uno de los rasgos de la democracia moderna (la democracia que convive con el capitalismo, un mercado de medios y una amplia pluralidad cultural) lo constituye el hecho de que, para funcionar, requiere altos grados de racionalidad procedimental. Ello exige separar casi del todo lo que podríamos llamar la subjetividad a la hora de evaluar el comportamiento ajeno o decidir el propio, de la objetividad requerida por las normas legales.

Si cada partícipe del debate atiende ante todo a lo que bulle dentro de sí (a las cuentas que tiene pendientes con este o aquel o al remordimiento que tal o cual conducta le causó) a la hora de tomar decisiones o interactuar con sus rivales, el debate público se avinagra, la domesticidad lo invade, se contamina con pura emocionalidad (o con emocionalidad disfrazada de estrategia), y el diálogo y también la evaluación legal de la conducta ajena se hacen difíciles o imposibles.

Desgraciadamente es eso lo que parece estar ocurriendo hoy en el debate público en Chile.

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