Carlos Peña: “Adiós a Ricardo Lagos”

El académico de número medita sobre la figura del expresidente de Chile ante su retiro de la vida pública en una carta al director de El Mercurio.

Más que un político, Ricardo Lagos —quien, con la sobriedad que acostumbra, anunció su retiro ayer— fue el arquetipo del político democrático. En él se resumen, como en un ejemplo o antología, las virtudes que hacen al gran político, entre las que se cuentan en porciones equivalentes la pasión y la mesura.

En efecto, durante su vida pública a la que puso término ayer, mostró estar encendido de ideales, y nunca renunció a ellos; pero los acompañó de mesura, de la inteligencia para saber que en este mundo no basta empuñar ideales, sino que es necesario mirar, al mismo tiempo, el rostro frecuentemente adusto de la realidad y ajustar a ella la prosecución de lo que se cree. Esa mezcla de pasión y mesura (que en opinión de Max Weber configura el ideal del político) se ejemplifica en casi todo su quehacer: en la oposición pacífica, pero firme e inclaudicable, a la dictadura; su papel en la transición, donde fue capaz de resignar su ambición de manejar el Estado y sublimarla en el inicio de una reforma educacional que cambió el rostro y las expectativas de las nuevas generaciones; en la presidencia, donde venció gracias al talento y la voluntad todas las desconfianzas simplemente con el recurso de su inteligencia; en su retiro, luego del maltrato a que fue sometido, sin nunca abandonar esa tranquila dignidad; y ahora en el silencio que anuncia con sobriedad y sin sentimentalismos ni tontos arrestos poéticos.

Cuando se mira el panorama del último siglo en Chile la figura de Ricardo Lagos destaca por sobre todas las demás. Es el más intelectual de los políticos que ha habido en Chile (y en eso solo se le asemeja Eduardo Frei Montalva) y si careció de carisma le sobró inteligencia. No la inteligencia vana que (según San Agustín) suelen poseer los académicos, sino la inteligencia práctica e imaginativa del político que no solo proclama su interés de transformar la realidad, sino que es capaz sin alardes y con responsabilidad por las consecuencias, de hacerlo.

El prestigio de Ricardo Lagos se ha ido acrecentando, y seguirá sin duda creciendo, a medida que sus competidores se sigan emporcando, o sus sucesores, que alguna vez fueron sus críticos feroces, mostrando sus limitaciones.