Columna del escritor y analista político publicada en El Mercurio.
Avanzamos hacia la definición de quién estará a la cabeza del Estado en los próximos cuatro años, tal como lo hemos hecho ininterrumpidamente desde 1989. Las elecciones libres y competitivas han constituido hasta hoy el sólido soporte del régimen de libertades y del progreso del país. Sin embargo, no podemos olvidar que el orden constitucional que lo ha hecho posible estuvo a punto de hundirse hace poco tiempo, cuando la violencia irrumpió en la vida nacional y hubo quienes se propusieron derrocar al gobierno legítimo. Luego, vino el experimento constituyente que pudo haber conducido a un dislocamiento económico, social e institucional del que Chile se habría demorado muchos años en recuperarse.
Es una ironía de la historia que el actual gobierno, que buscó llevar al país hacia una suerte de tierra prometida, se haya salvado de su propia desmesura. Si Boric está concluyendo normalmente su mandato es porque fracasó el plan de desmantelar la Constitución reformada, y cuyas disposiciones lo protegieron en el momento de la derrota del 4 de septiembre de 2022 y le permitieron gobernar hasta hoy.
Le han quedado duras lecciones al país. La primera es que la democracia nunca está completamente a salvo, y que las propias libertades pueden ser usadas para socavarla. En estos días, la experiencia de otras naciones nos muestra que ciertos gobernantes, que fueron elegidos de acuerdo a las normas democráticas, se las arreglaron después para desconocerlas, acumular poder y establecer un gobierno autoritario. Y sobran las evidencias de que las amenazas “iliberales” pueden provenir de la izquierda y de la derecha.