Columna del escritor y analista político publicada en el medio digital Ex-Ante.
En su primera visita a La Araucanía, Boric confirmó su tendencia a realizar gestos que parecen representar más de lo que son, en muchos casos para disimular las indefiniciones. Es la consecuencia de los desajustes producidos entre la visión con la que llegó a La Moneda y la inconfortable realidad de cada día. Las cosas estaban lejos de ser cómo él creía, y ha tenido que lidiar con sus prejuicios y los de sus camaradas. Además, desde el 4 de septiembre, todo se ha vuelto más difícil.
La noticia del jueves 10 fue su reconocimiento de que hay acciones terroristas en La Araucanía. O sea, aquello que negaba hace un año como diputado del Frente Amplio, cuando estaba presto a condenar a las fuerzas policiales y militares que enfrentan cotidianamente todos los riesgos. Como sea, era positivo su cambio. Además, la CAM y los otros grupos armados habían “saludado” su visita de un modo inequívoco. Hizo bien al escuchar el testimonio de algunas víctimas del terrorismo. Era un paso adelante.
Sin embargo, retrocedió rápidamente. Dijo que no era partidario de aplicar la Ley Antiterrorista, que sí fue aplicada por Bachelet y Piñera. ¿Qué valor tenía entonces su condena a “los cobardes”, como los llamó, si no estaba dispuesto a respaldar una acción coherente del Estado? Si la ley requiere cambios, está en su mano promoverlos, pero no puede vacilar en un terreno tan decisivo. Y mucho menos, enredarlo todo al decir que está planteado “un conflicto entre el Estado chileno y el pueblo mapuche”, que ha sido la ficción usada por las izquierdas para dar apariencia noble a las fechorías de quienes demuestran, una y otra vez, no tener Dios ni ley.