Juan Ignacio González Errázuriz: “Septiembre, un mes para volver”

Editorial del Obispo de San Bernado publicada en la revista Iglesia de San Bernardo.  

Vuelve septiembre con sus acentos primaverales, sus cantos y fiestas y el recuerdo de la Patria y sus próceres, que son motivo de acciones de gracias al Creador. La costumbre de los Te Deum es una expresión del agradecimiento a Dios por la tierra en que vivimos y los valores y principios con los que nos hemos desarrollado. Pero todo este ánimo festivo y alegre no puede hacernos olvidar que hay muchos nubarrones que amenazan a Chile. Sigue existiendo, en una parte muy extendida de sus habitantes, un ambiente tenso y temeroso del futuro.

En efecto, pese a los esfuerzos que se despliegan, la violencia toma cada día mayor fuerza, no solo en lugares que por años han sido azotados por ella, como la llamada macro zona sur, sino en todo el país, incluso en las localidades distantes, en las ciudades y en los campos. El tema de la delincuencia –asociada cada día más a los carteles extranjeros–, se ha tomado las agendas, y hechos sangrientos nos golpean todos los días, de maneras y en cantidades nunca vistas. Las expectativas económicas son muy mediocres y en el mundo popular se expresa, entre otras cosas, en la falta de empleo. En la salud, las deficiencias del sistema para asistir a quienes enferman es muy evidente, contándose por cientos de miles quienes esperan en la cola. En la educación se ha hecho cada vez más evidente la conflictividad que se vive en las aulas y la mala calidad de la enseñanza, que tiene atrapadas a muchas familias en un sistema donde no hay solución. Seguimos entrampados en una eterna discusión sobre cómo mejorar las pensiones, mientras miles de adultos mayores reciben mensualidades miserables jubilaciones. La corrupción en los diversos niveles, tanto públicos como privados, está a la orden del día y resulta bastante evidente que los sistemas de fiscalización y judiciales no son capaces de perseguir y condenar con efectividad. Frente a estas y otras dificultades, la guinda de la torta, patente a todo el país, viene a ser la incapacidad de sus políticos y sus representantes, para conducir estos procesos a mejores puertos. Las expectativas de otrora se han ido esfumando y la capacidad para reaccionar acabándose, hasta llegar a un cierto quietismo, que afecta a todas las clases sociales e impone en la mayoría de las personas un compás de espera. Como si aquel dicho antiguo de que los problemas o no tienen solución o se solucionan solos, tuviera algo de verdad.

Una de las más grandes cosas que recibimos de los Padres Fundadores, especialmente del Libertador Bernardo O’Higgins fue el sentido de pertenencia a una nación. Dispuso que todos los habitantes de la Patria debían ser llamados chilenos, por decreto de 4 de marzo de 1819, dejando de lado odiosas distinciones anteriores. Esa realidad esencial, en la que hemos vivido desde tiempos inmemoriales, desde la que ahora se está corroyendo. Contribuyen a ello muchos elementos, pero entre los más importantes está el extendido sentimiento de culpa que nos han impuesto algunos sectores, con el cual se arrebata a la nación su ser, su realidad y su sentido comunitario, en el cual siempre fue común el fundado patriotismo. Todo esto se diluye en la llamada desaparición de la historia, la memoria social y la solidaridad.

Pero más allá todavía, el proceso que vivimos tiene raíces muy profundas. La principal de ellas es la paulatina pérdida de Dios en nuestras vidas personales y en la vida cívica, en las leyes y en la ética colectiva y personal. Al amparo de teorías antiguas –que vienen desde la Ilustración– hemos ido construyendo una sociedad donde cada uno hace lo que le viene en gana, donde no se enseña el que uno no es un dios mismo, donde la vida es un misterio, donde nada es sagrado y donde, si fuese posible –cambiar nuestra propia naturaleza y elegir ser lo que cada uno quiera ser. Es el resultado de la soberbia humana queriendo gobernar la historia, incluido también su Autor. Y los frutos son amargos aquí y en todo el mundo. ¿Qué es la guerra, la violencia, la inmigración y la injusticia sino el resultado del rechazo de Dios y su ley? Nuestra respuesta se halla en las enseñanzas de Jesucristo y del Hijo de Dios. Volver a Dios es la única consigna que puede darnos una salida honrosa a las dificultades evidentes de nuestra sociedad. Y volver a Dios supone que la humildad del hombre y la mujer vuelvan a estar presentes. Y con ello tendremos que sobreañadir una conciencia y una soberanía sobre nuestra historia. Septiembre es un mes para volver a Dios.