Reseña al libro “Ocurrió en octubre” de Sergio Micco Aguayo

El académico de número, Ernesto Ottone Fernández, comenta el nuevo libro del exdirector del Instituto Nacional de Derechos Humanos de Chile.

“Ocurrió en octubre” es un libro de muchas facetas, relato personal de un momento intenso en la vida nacional donde todo lo construido en años parecía evaporarse en días, reflexiones políticas y conceptuales de sus causas y de sus lógicas, crónica de los hechos ocurridos escrito por un protagonista central cuando la violencia surgió generando destrozos humanos y materiales, cuando el miedo y la inseguridad comenzó a reinar, cuando el estupor abrió paso a una posible tragedia; una nueva tragedia que se pensaba parte del pasado.

Sergio Micco puesto en esa situación debió asegurar junto a su equipo, una función principal a cargo del INDH,   la institución del Estado que se ocupa de los derechos humanos y que frente a los eventuales abusos de los representantes del Estado debe alzar la voz y denunciar ante los organismos correspondientes de acuerdo a las reglas de la democracia y lo hace con corrección y oportunidad pero al mismo tiempo señala la acción de los violentistas y los ataques de ellos a quienes deben proteger el orden público desbordado, y no acepta definir los abusos como una política sistemática.

Noble, pero muy difícil tarea, que requirió convicciones profundas y coraje moral y físico para atravesar la tormenta en defensa de la democracia y los derechos humanos.

Ha hecho bien Sergio Micco al esperar que el tiempo transcurra para escribir este libro con honestidad y comprensión del momento histórico vivido y si bien los impulsos y secuela de esos tiempos difíciles todavía están presente en nuestro país y marcarán nuestro futuro, la tragedia posible de aquel oscuro ayer hoy se ha alejado, no para siempre porque eso no existe, como bien sabemos, en la historia humana, pero ya estamos avisados del peligro y la inocencia se ha perdido.

Es un libro necesario y bien logrado, bien escrito, creíble en los avatares del autor y justo en la anatomía del instante político y social que describe.

En el libro hay dos interrogantes que el autor nos plantea con insistencia. La primera ¿Cómo entender el papel del INDH?, nacido como respuesta a una dictadura para evitar que sus horribles violaciones a los derechos humanos se repitieran. Es el historiador y politólogo francés Pierre Rosanvallon en quien yo he encontrado la respuesta más clarificadora, la democracia moderna- dice él- requiere de instituciones “de nadie” que estén sobre la lógica de las mayorías y minorías producto de una particular correlación de fuerzas en la opinión pública y por tanto capaz de proteger el bien público y los derechos de los ciudadanos, más allá de cómo sopla el viento político momentáneo, que en una democracia es siempre variable, alguna de estas instituciones tiene relación con la marcha de la economía es el caso de los bancos centrales, pero aún más esencial es el INDH, no puede haber en este terreno, que es la espina dorsal de la libertad del sujeto político, posiciones de parte y visiones ideologizadas, de doble estándar.

El espíritu de estas instituciones debe estar por sobre las partes, es indispensable asegurar que esta institución no pertenezca a nadie porque es la única forma de que pertenezca a todos.

Ese fue el compromiso de Sergio Micco a la cabeza de esa institución y por serlo fue atacado con rudeza por quienes protagonizaron el estallido y por una atmósfera, un ambiente, que llegó a considerar necesaria la violencia en momentos de extravío.

¿Qué hubiera ocurrido con un INDH complaciente a una opinión pública extraviada y a un gobierno estupefacto y en ocasiones sin conducta, pero dirigido por un presidente legítimo que dijo en un momento palabras erradas, pero respetó las reglas democráticas siempre?

El liderazgo que tuvo fue parte importante de la capacidad de la democracia chilena para sobrevivir contra viento y marea.

La otra interrogante pertenece a la reflexión, ¿Por qué existió el estallido social? También aquí la respuesta del libro no toma el camino de la tosquedad en el análisis, sino que abraza un pensamiento complejo.

Son muy pocas las experiencias de transiciones democráticas tan exitosas como la chilena con tanta visión de futuro, de equilibrio y estoicismo en su orientación. Fueron 20 años que son los más eficientes de la historia de Chile en todos los aspectos, en todas las mediciones, caracterizados por un impulso propulsivo sin precedentes que cambió el rostro del país después de una penosa dictadura.

Fueron muchos los factores que concurrieron a ello, en primer lugar la forma como se puso fin a la dictadura, el camino armado de la violencia afortunadamente no prevaleció y se abrió paso una camino basado en la decisión ciudadana que debió llegar a acuerdos no siempre óptimos pero sí pacificadores que permitieron un camino reformador y gradualista dirigido por una centro izquierda en la cual si bien, como veremos, nunca dejó de existir un alma re fundacional y nostálgica, quien ejerció la dirección fue un grupo dirigente transversal con convicciones democráticas profundas, con lecciones aprendidas de la historia, carente de revanchismos pero no pusilánime ante los cambios necesarios y ante la búsqueda de la verdad y la justicia.

Lo hizo con responsabilidad de Estado, combinando la ética de la convicción con la ética de la responsabilidad siguiendo el ideal de Max Weber.

Ayudó a su éxito una situación internacional esperanzadora, el miedo a un pasado terrible y los buenos resultados que permitieron conjugar crecimiento económico y avances sociales hacia una mayor igualdad y una disminución histórica de la pobreza al mismo tiempo.

Cuando ello se debilitó, al igual que en el mundo entero la democracia se volvió más frágil, se profundizó el desfase entre la modernidad instrumental y la modernidad normativa. La revolución de las comunicaciones mostró su doble rostro, el internet tiene de una parte enormes ventajas, pero de otra no respondió a la ilusión de reforzamiento de la democracia, provocando más bien una tribalización de ella y desfavoreciendo el avance de la representatividad política.

Surge entonces el desencanto y se mira con nuevos ojos al populismo de izquierda o derecha como una salida. Surge la frustración, se pierde el impulso propulsivo, la velocidad de los avances se transforma en lentitud y como señalaba a mediados del siglo XIX el gran pensador francés Alexis de Tocqueville “cuando se han logrado avances se hace insoportable renunciar a lo que falta”, se contraponen los avances sociales a los avances económicos, se pierde la idea de un proyecto colectivo y las costumbres políticas y morales se degradan, los partidos e instituciones públicas y privadas, armadas y civiles.

Allí se encuentra la base del estallido social, esta percepción se encarna en parte de la generación más joven que pierda el rumbo y adopta la ideología de los derrotados y resentidos, en los partidos que habían conducido el proceso reformador surge la nostalgia revolucionaria y pierden el orgullo por lo realizado, se prosternan ante la idea de refundación y admiran el lenguaje populista hoy en bancarrota que surge en los países vecinos.

La humana imperfección de la transición se interpreta como fracaso total, la realidad se enturbia, la frustración produce análisis errados, incluso se entregan a la ensoñación de aceptar la violencia como “partera de la historia”. 

Claro, a ello se agrega la activación de grupos antidemocráticos, anarquistas, al borde o ligadas a la criminalidad y barras bravas que encienden la mecha.

Se refuerzan visiones de identitarismos cerrados que no quieren ser parte de la nación chilena, se identifica una doctrina extrema de lectura del capitalismo el neoliberalismo con la economía de mercado y la reforma se identifica con la pereza.

No todos destrozan, pero tampoco no todos reprueban los destrozos fuerza a la minoría que provoca destrozos, se llega a pensar que el presidente debiera no terminar su mandato, la violencia y la represión a la violencia genera abusos por doquier, al mismo tiempo también hay enormes manifestaciones que expresan la frustración de manera lúdica, que son parte de la democracia en situaciones de normalidad cívica.

Pero todo sumado los tiempos son de peligro.

Los bastiones de defensa democrática no fueron intensos, solo la firmeza  y el compromiso con la verdad de no pocos como el autor del libro, el patrimonio cívico acumulado durante la transición democrática y la actitud de convicción democrática presente en muchos sectores , civiles y uniformados impidió el crecimiento de impulsos autoritarios revolucionarios o reaccionarios que nos habrían llevado al abismo.

Se logró una salida imperfecta, como siempre, que dejó secuelas, y no cerró tentaciones posteriores de refundaciones que fueron derrotadas por las urnas, pero nos dejó la herencia de extremos políticos hinchados y fuerzas moderadas reducidas.

Nos ayudó curiosamente la pandemia, que nos hizo ver que nos necesitábamos los unos a los otros y que requeríamos convivir en paz, que Chile no era un Estado fallido, sino capaz de enfrentar un peligro mortal con capacidad y solidaridad.

Hoy no estamos al borde de la catástrofe, pero si lejos de lo logrado, deberemos abrir mayor espacio a la razón en un mundo más hostil, difícil y riesgoso.

Requerimos de un espacio democrático más amplio y fuerte y de extremos políticos más reducidos para que el crecimiento y el bienestar social vayan de la mano.

“Ocurrió en Octubre” nos muestra la solidez de ánimo que evita la tragedia, pero los “nunca más” que señala el autor nos deben ayudar a que en el futuro no volvamos a asomarnos al abismo.

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El pasado 01 de octubre se realizó la presentación del libro “Ocurrió en octubre” en el Salón de Honor de la Casa Central de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Les compartimos el video del evento que contó con los comentarios del académico de número, Daniel Mansuy Huerta.