Pedro Gandolfo: “No voy al colegio”

El académico de número reflexiona sobre la educación escolar en Chile en su columna de El Mercurio.

Cuando un niño deja de ir al colegio y sus padres lo consienten, algo anda mal. El dogma, constitucionalmente prescrito, de que la educación es obligatoria cae hecho trizas. Cuando en un breve período 50 mil niños dejan de asistir, algo anda muy mal. No se trata de un caso aislado cuyas causas puedan atribuirse a las circunstancias diversas que vive cada estudiante y que casualmente coincidieron en un mismo período. Es un fenómeno colectivo con causas comunes.

La deserción es, sin duda, un problema grave que dañará a cada uno de esos niños y, por lo tanto, el sistema educativo procurará “recuperarlos”, como se recupera una oveja perdida. Pero eso no es suficiente, ya que dado que existe una causa común, dado que se trata de un fenómeno masivo, la deserción es un grito de alarma, una fiebre que acusa una enfermedad; es también un síntoma, el olor de una pudrición. Algo huele a podrido en la educación escolar chilena.

La pandemia tiene sin duda una cuota de responsabilidad y, en consecuencia, el Ministerio de Educación incurrió en una grave lenidad al subvalorar el impacto que aquella tuvo sobre alumnos, familias, profesores y escuelas. La respuesta pública fue mínima, sin ninguna proporción al problema que se había generado, sin un plan público para este año adecuado a la magnitud del daño.

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