El académico de número reflexiona sobre la significación de la palabra “momento” en su columna de El Mercurio.
Dicen que el ministro Jackson estaría pasando por un momentum. Me imagino, con generosidad, que la palabra latina y no hispana pudiera significar algo específico en el seno de la política o de las ciencias sociales, las que a menudo reutilizan palabras tomadas de la física o de alguna otra ciencia dura. El caso es que se emplea ahora y ya antes se usó para referirse al “momento constitucional”. ¿Por qué circulan de pronto estas palabras? Es un misterio cómo llegan a la opinión pública, sobre todo a los medios de comunicación, y a través del aporte de estos términos, de acarreo aquella se configura y desconfigura.
“Momento”, en la versión de la lengua castellana, es, con todo, una de las más bellas palabras de nuestro idioma y, como usted sabrá, se refiere a cierta calidad que puede adoptar el tiempo. Como todo lo que fluye, el momento tiene una duración: acaece y después pasa. El momento no parece tener la brevedad y fugacidad del “instante” ni la mayor largueza y despreocupación del “rato”. Es usualmente breve, pero puede alargarse, estirarse para bien y para mal. Sobre todo, cuando se pasa por él, el tiempo se singulariza, adquiere una calidad especial, una propiedad que lo distingue del tiempo común y monótono.