Pedro Gandolfo: “La casa”

En su columna de El Mercurio, el académico de número analiza el valor profundo de la casa como símbolo de la memoria, la identidad y la pertenencia.

En medio del escándalo no he podido menos que pensar en la casa de Guardia Vieja. Las casas, los caminos, los jardines y ciertas edificaciones humanas —pienso— son una de las pocas oportunidades de triunfo provisorio de la memoria frente al olvido, de la estabilidad parcial frente al permanente cambiar de las cosas, de la permanencia frente al feroz perecer.

Las catástrofes naturales, el abandono, las desventuras económicas, los vaivenes inmobiliarios, la errancia, incluso, la deliberada destrucción del hogar son motivo de pesadumbre, nostalgia o bien de indiferencia.

La casa, la morada del hombre, incluso la más modesta, no es una guarida animal intercambiable sin más. Lo propiamente humano se refleja de algún modo en una manera especial de habitar, fundado en la duración, una economía y una poética. Pienso en la casa como soporte articulado de la memoria personal. Los primeros recuerdos tienen ahí un escenario ordenado de antemano. Allí en el salón aprendimos los primeros miedos, las primeras mentiras y frustraciones. En aquel rincón, en la escalera, en ese viejo cuarto reímos, lloramos, jugamos y también vimos por vez primera el rostro de la muerte. Las casas van siendo compañeras de nuestro pasar y lo conservan en sus espacios, en sus huellas y en sus símbolos.

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