Pedro Gandolfo: “Beau Geste”

El académico de número reflexiona sobre el valor simbólico del gesto auténtico, en su columna de El Mercurio.

He oído desde lejos que estas semanas han sido un período de gestos. Leo que el gesto en sentido estricto es, según la RAE, un movimiento del rostro, de las manos o de otras partes del cuerpo, con que se expresan afectos o se transmiten mensajes. También se llama gesto a una acción que sin palabras transmite una decisión, una preferencia, una admiración o un respeto. En la primera acepción, el gesto forma parte del maravilloso lenguaje corporal. Estirar la mano para un saludo, dar un beso en la mejilla, unas palmaditas en los hombros, abrazar, fruncir el ceño, sonreír, mover la cabeza de izquierda a derecha, mirar fijamente otros ojos, entre tantos, son parte del vasto sistema de gestos con que nos comunicamos. El cuerpo habla, gesticulando, no solo con palabras sino también con estos movimientos silenciosos pero con un significado que, a semejanza de las palabras, se halla codificado. Cuando las palabras escasean o desaparecen y el cuerpo queda desnudo en su comunicación, más puro es el gesto, solitario y esplendente. El gesticular a menudo es espontáneo, pero también puede dejarse caer como un leve y agudo golpe o una indirecta y sutil declaración de amor. En pintura, hay artistas grandes, como Giotto, Antonello da Messina o Caravaggio, quienes a partir de ciertos gestos reiterativos construyen su entero estilo. Allí se encontrarán gestos magníficamente delineados. Existe una versión ideal del gesto, el bello gesto. En lo personal tengo grabado uno en comparación con el cual todos los demás palidecen, un gesto que desde el mundo de la ficción sirve de medida a los gestos de la realidad cotidiana.

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