La académica de número analiza el debate sobre el rol del humanismo en la sociedad en su columna de El Mercurio.
La discusión que se ha suscitado en torno al rol que deberían jugar las humanidades en la educación pone de manifiesto una gran paradoja respecto a cómo deberíamos enfrentar los desafíos que en estos temas plantea el siglo XXI. Es evidente que estamos frente a un declive en la percepción de la importancia de las humanidades para el mundo moderno. Ello, como se ha señalado, por la decadencia experimentada por estos estudios en la mayoría de las universidades del mundo debido a su excesiva ideologización, que ha resultado en la imposición de ciertas doctrinas dogmáticas, la censura de algunos académicos y escuelas de pensamiento, y la cancelación de los currículos clásicos.
Por otra parte, la masificación universitaria ha significado la incorporación de estudiantes no necesariamente interesados en actividades académicas o intelectuales. Finalmente, el encarecimiento de la educación superior para las familias implica que tanto los estudiantes como sus padres privilegian todo aquello que tienda a retornos inmediatos de orden económico, desdeñando los llamados “conocimientos inútiles”.