La académica de número analiza la doctrina marxista y leninista del Partido Comunista de Chile en su columna del diario El Mercurio.
No me identifico con quienes temen ser clasificados como anticomunistas. Lo soy. Y exactamente por las mismas razones por la cuales el nazismo me parece una doctrina aberrante. Ambos son igualmente totalitarios, comparten como dogma esencial la idea de una dictadura: racial en un caso, de clase en el otro; quieren destruir -y así lo han hecho siempre allí donde han triunfado- lo que ha sido los mayores procesos civilizatorios en la historia de la humanidad, que son el imperio de la ley, la democracia y el respeto a los derechos humanos de todos. Y todo ello a un costo estimado de entre 80 y 100 millones de vidas humanas, por hambre, guerras civiles o asesinatos, incluidas las purgas entre sus propios militantes.
Por eso, es difícil entender que en el pasado haya habido partidos democráticos dispuestos a entrar en alianzas y pactos electorales con el PC chileno: se aduce que aquí siempre ha actuado democráticamente. Pero esto olvida que la Unidad Popular socavó gravemente las bases de la democracia por medio de políticas y actos ejecutados para cambiar radicalmente el sistema económico, social y político, al margen de los procedimientos democráticos y del Congreso, por medio de resquicios legales y una mezcla de violencia y de hechos consumados; y que, hasta el último, era partidario de la vía armada en vez de la transición pacífica, internaba armamentos y estaba dispuesto a provocar un enfrentamiento civil, porque ello facilitaría el derrumbe del modelo imperante.