Lucía Santa Cruz: “Chile, ¿un país feliz?”

La autora reflexiona en su columna de El Mercurio sobre los principios que pueden aplicarse para construir una sociedad armoniosa y una democracia estable.

“Todas las familias felices son iguales; cada familia infeliz lo es a su manera”, es la frase inicial de Ana Karenina. Lo que Tolstói trata de decir es que hay un cierto patrón entre las familias funcionales, que permite que cada componente pueda llevar a cabo su plan de vida sin angustias y sobresaltos evitables. Me atrevo a sugerir que uno de los elementos fundamentales que los une es la confianza, estado de ánimo que se logra a través del acatamiento de ciertas normas y conductas, como el respeto mutuo, la tolerancia de cada individuo tal cual es, una comunicación honesta pero amable, la aceptación de las diferencias, la presunción recíproca de la buena fe, la colaboración mutua y una interpretación positiva de las aseveraciones del otro.

Las familias infelices lo son por las más diversas razones personales y circunstanciales; unas inevitables y otras deliberadamente creadas, lo cual ciertamente crea un ambiente adversarial que pocos desean.

Tengo conciencia de que la lógica de las relaciones sociales en una familia es una muy diferente a aquella que rige en la sociedad en su conjunto, integrada por millones de miembros, anónimos los unos con los otros, en la cual es prácticamente imposible percibir las necesidades y dificultades de cada uno y es por ello muy difícil aplicar soluciones colectivas.

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