El académico de número conversa sobre su nuevo libro “Vía constitucional a la revolución. Chile entre el estallido, la plurinacionalidad y el plebiscito” en una entrevista con el medio digital Ex-Ante.
-Me gustaría ahondar en la tesis de tu nuevo libro y en las razones que te llevaron a escribirlo. ¿De qué manera se vincula con tu experiencia vital?
-Francamente, aquí no hay tesis que demostrar, sino vivencias que compartir. Yo viví a concho el conflicto que terminó con nuestra democracia en 1973. Sé lo que es vivir en lo que hoy llamamos “negacionismo”, pues habité tres años y un día en el socialismo real. Como periodista fui testigo de la emergencia del terrorismo en el Perú, de la renuencia del gobierno a reconocerlo y de la transición peruana a la democracia. Además, conocí la ONU por dentro y viví en la conflictividad internacional crónica de Israel. Todas esas experiencias me enseñaron a subordinar las tesis a la realidad dura y no al revés. Por eso, este libro fue naciendo de a puchitos, como columnas en los medios, se enriqueció con el diálogo propio de las buenas entrevistas y terminó con una edición integradora.
-¿Entonces no hay tesis en este libro?
-Sí, pero no como preconcepto. Es una tesis en tiempo condicional, deducida de los hechos que narro y analizo. Si tuviera que formularla en modo académico, diría que si seguimos rehenes del estallido de la revuelta, si los partidos políticos democráticos no se refundan y si no se recupera el sentido estratégico de la soberanía nacional, Chile volverá a perder la democracia.
-A Boric lo defines como un “paradójico extremista pragmático”. ¿Qué quieres decir? ¿Su moderación de segunda vuelta no fue auténtica?
-La paradoja está en que el Presidente se las ha arreglado para mantenerse en el filo de esa incógnita. Su transición del extremismo retórico a un pragmatismo electoralmente exitoso hoy es una película de suspenso. Se refleja en la sistematicidad del binomio error cometido/error reconocido. Pienso que eso debe ser muy desgastante para él, en lo sicológico y en lo político. Como no hay indefinición que dure cien años, sería importante para Chile que zafara pronto de ese suspenso, cargándose al lado del pragmatismo. Él y todos los chilenos estamos viendo lo incompatible que resulta tratar de restablecer la seguridad ciudadana y desconfiar ideológicamente de la fuerza legítima del Estado.
-En tu libro recuerdas una vieja anécdota, cuando Miguel Enríquez, líder del Mir, partido que incomodó mucho a la UP, “acusa” a Allende de socialdemócrata. Y él dice “a mucha honra”. ¿Crees que esa tensión entre moderados y ultras afecta al gobierno de Boric?
-Estructuralmente hablando, es la misma tensión que hizo inviable el gobierno de Allende y su “inédita transición al socialismo”. Las piezas del ajedrez político son homologables, aunque hoy están en posiciones distintas. Baste decir que el partido más moderado y más disciplinado en el apoyo a la institucionalidad vigente y al mismo Allende era el Partido Comunista. El ultrismo -dentro y fuera de la Unidad Popular-, con su eslogan del “enfrentamiento inevitable”, abrió las compuertas para la intervención de los EE.UU y Cuba… y para la crisis total del Estado.