El académico de número reflexiona sobre el ejercicio de la labor periodística en Chile en su columna de El Líbero.
La historia de lo que llamamos Occidente dice que la prensa llamada tradicional (y que algunos llaman “seria”) no nació como una institución de beneficencia, pero tampoco como un negocio vulgar. En lo principal, porque desarrolló un mercado de alta diferenciación, con una infraestructura que no servía para otra cosa y debía ceñirse a códigos de sensibilidad social.
Fue lo que facilitó a las empresas del ramo el reclutamiento de periodistas con más vocación humanista que científica, resumida en la consigna de “saber escribir”. Esto produjo periodistas empíricos tan notables como Ernest Hemingway, Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, Isabel Allende y José Donoso. Talentos que, además de prestigiar el oficio, sugerían que el periodismo de calidad es un género de la literatura.
Este exordio viene a cuento porque una entrevista de Carlos Peña a Felipe González, publicada en El Mercurio y denunciada como ejercicio ilegal de la profesión por el Colegio de Periodistas, desempolvó un viejo tema relacionado: el de si en Chile sólo quienes tienen diploma de una escuela de periodismo pueden ejercer funciones periodísticas.