El académico de número analiza los desafíos del próximo gobierno en su columna del diario digital El Líbero.
Está claro que en Chile hasta los buenos políticos envejecieron mal. En lo fundamental, porque actuaron como si fueran una generación dorada y no promovieron la juventud ni la diversidad en cargos estratégicos. Tuvo que llegar el presidente electo Gabriel Boric, de 36 años, para que de veras pudiera renovarse el personal.
Sus ministros, en cuanto mayoritariamente jóvenes y paritarios, sexualmente diversos, con posgrados y hasta con un experto de excelencia en economía real, comprueban que ya empezó el cambio de ciclo político que anunciara en su primer mensaje.
En lo adjetivo, por su mirada fresca y su lenguaje inclusivo los reconoceremos (ya están sexualizando cada palabra y cada adjetivo sin cuidado por la estética del idioma). Pero, en lo más importante, se presume que aportarán una mirada nueva para problemas como los de una Convención Constituyente con mayoría para refundarlo todo, un Congreso con mayorías y minorías equilibradas, una delincuencia que desbordó a la policía, demandas étnico-territoriales de autodeterminación, un “principio” de plurinacionalidad que puede socavar el Estado unitario, sistemas de salud y pensiones más justos y una pandemia que no da señales de dimitir.
El resultado dependerá de si esa mirada presunta se fija o no en la centroizquierda, para no hablar de socialdemocracia, que es una categoría más precisa. Fue la orientación que mostró el candidato Boric después de la primera vuelta y que le acreditó su aplastante victoria. No le será fácil, pues tendrá que imponerla a quienes lo apoyaron en nombre del socialismo bolivariano, contra “los cuicos”, “los fachos”, “los neoliberales” y todo tipo de adversarios ideológicos.
Para ayudar a apostar, bueno es recopilar un poco de historia.
Sobre calles,” fachos” y banderas
Esa “calle” entre comillas, que invocaban los actores de primera línea del estallido del 18.10.2019, fue de inicio un concepto democrático. Identificaba la sensibilidad crítica del ciudadano de a pie, ante la burocratización de la clase política y las inequidades de eso que en otros trabajos he llamado “subdesarrollo exitoso”.