El académico de número analiza la relevancia de recuperar un clima de órden, estabilidad y disciplina en los colegios en su columna del diario El Mercurio.
Últimamente, la violencia en los centros educacionales ocupa un lugar destacado en la agenda pública. Sin embargo, ella no es más que un síntoma de una alteración del cuerpo social; no la causa de esta.
En efecto, hay un estado anómico (sin normas) en nuestra sociedad, un desorden de base, que se expresa, entre otros, por comportamientos violentos, incluso en la esfera educacional.
Desde su origen en el siglo XIX, la sociología viene lidiando con esta cuestión: la construcción, mantención y destrucción del orden en las sociedades modernas. Como dice un famoso sociólogo contemporáneo: la sociología trata sobre el problema del orden (J. Alexander) y sus transformaciones.
A su turno, la educación tiene un rol fundamental en la creación del orden tanto a nivel personal (conducción de la propia vida), como a nivel interpersonal (integración social).
Pues bien, ¿qué decía la corriente principal de la sociología sobre el orden hasta mediados del siglo pasado? Sostenía que en Occidente, aquel y su contenido normativo se apoyaban en una tríada de instituciones: familia, escuela e iglesia. Estas funcionaban como anclas al sujetar a las personas a un fondo cultural compartido.