El académico de número analiza los cuestionamientos de los órdenes simbólicos y sus jerárquicos que experimenta el Chile de hoy en una columna del diario El Mercurio.
El incordio, esa cosa incómoda, agobiante o molesta que se percibe en nuestra sociedad, responde a que los cambios que ella experimenta son de carácter social y cultural. Es decir, afectan la esfera del poder blando o suave (soft power); esto es, el prestigio de ciertas formas de vida, la influencia de maneras y costumbres dominantes, el estatuto indiscutido de ciertos valores y prácticas; en breve, la autoridad reconocida a determinados grupos.
Todo ello goza de un aura especial. Moviliza respeto, crea aquiescencia y traza límites invisibles. Distingue clases y estratos, buen gusto, formas de honor. Crea lazos intangibles de afinidad. Los rangos, dice un personaje de Shakespeare, hacen posible el orden; en su ausencia suceden confusión y discordia.
Chile vive actualmente un generalizado cuestionamiento de los órdenes simbólicos y sus jerarquías asociadas. Un tiempo de rebelión de masas, evidente en la educación superior —universidad para todos—, emancipación de la mujer —fin del patriarcado—, irrupción del pueblo al poder político —Convención Constituyente— y el acceso de la interculturalidad al lenguaje oficial. Hay un trastrocamiento de rangos y redistribución del honor. “Desde ahora me van a decir Machi, con respeto”, es la frase que mejor condensa el cambio de nuestra escena shakespeareana.