El académico de número analiza el “Acuerdo por Chile” que delimita el nuevo proceso constitucional en nuestro país en su columna de El Líbero.
Finalmente fructificó, a través de un acuerdo posible y razonable, el espíritu del noviembrismo que, desde el 15-N de 2019, ha ido abriéndose paso frente a los retos del octubrismo.
El último, se recordará, es el imaginario de la revuelta. La idea de que una sociedad puede por un momento liberarse de todas las ataduras -sus estructuras y raíces históricas, su densa red de aspiraciones y memorias, sus instituciones y grupos claves, sus símbolos nacionales y normalidades cotidianas, sus inhibiciones y represiones- y recrearse a sí misma por medio de la palabra, la exaltación y la violencia en la medida de posible.
Vivimos un momento así en torno al estallido social. El octubrismo se apoderó por un momento de las calles y plazas y planteó un reto a la sociedad y sus formas. Postuló una deconstrucción de sus andamiajes -desde el lenguaje hasta el Estado, desde la policía hasta la propiedad, desde los monumentos hasta las expectativas- y una destitución de los poderes instituidos para dar paso a una «democracia» in actum, horizontal, de cabildos y asambleas, sin jerarquías ni reglas prefijadas, soberana en su movimiento.