El académico de número reflexiona sobre el estado de las corrientes políticas de derecha en Chile y el mundo en una columna de El Mercurio.
Observamos un cambio de marea en la hegemonía que, hasta hace poco, las derechas reclamaban para sí. En efecto, sus temas, preocupaciones, ideas y opiniones parecían dominar sin contrapeso en la sociedad. La oposición asfixiante ejercida sobre el Gobierno y las contradicciones de este creaban un clima polarizado que impedía cualquier salida, mejora o esperanza.
Dicho clima ha ido disipándose. También el sentimiento de una catástrofe inminente. Por el contrario, dos términos que las derechas habían sepultado vuelven a circular espontáneamente: estabilización y normalización. Y, con ellos, la sensación de que el país puede recuperarse.
Más importante, círculos de la propia derecha empiezan a percatarse de que las aguas están cambiando de dirección. Y lo atribuyen a las querellas dentro del sector. Es una explicación insuficiente.
Primero, se trata de algo más que un fenómeno local. A medida que las derechas radicales y extremas incrementan su peso político-electoral, por ejemplo, en Europa, crece la percepción de que ellas representan una amenaza. Su iliberalismo, su intolerancia frente a la diversidad y el pluralismo, y su inclinación autoritaria despiertan las alarmas.