El académico de número analiza los alcances del fenómeno “octubrista” en una columna en El Líbero.
La idea de que el octubrismo fue derrotado el 4-S, o bien lo contrario, que al cumplir ayer su tercer aniversario se mantiene plenamente vigente, revelan una equivocada comprensión del fenómeno octubrista. ¿En qué consiste este fenómeno? Diría algo así: representa el espíritu de la revuelta del 18-O. Y esto, ¿qué significa?
Básicamente, que el octubrismo expresa el ethos, o sea, la visión de mundo, orientaciones, creencias, actitudes, valores, sentimientos y hábitos que definen la naturaleza de la revuelta. Dicho de otra manera: es la autocomprensión y los relatos que de ella emanan. Y, por ende, la saga, narrativa o leyenda que se teje en torno a la revuelta del 18-O.
Por tanto, el octubrismo no es una ideología, ni un partido, ni siquiera un movimiento. Es, repito, el espíritu de la revuelta; esto es, del ‘estallido social’ que tuvo lugar el 18-O; una verdadera explosión de violencia en las calles dirigida contra el sistema, el orden establecido, sus signos y símbolos, su organización bajo la forma de Estado, la legalidad y la policía que lo expresan; contra la esfera política—partidos, elites, medios de comunicación, tecnócratas e intelectuales—y contra la sociedad civil en su equipamiento público comunitario y comercial, bancario, eclesiástico, escolar, patrimonial y de memoria histórica.
Un modo de entender la revuelta es a través de los relatos con que el octubrismo cubrió los muros de la ciudad, las consignas registradas en pancartas, la estética que reflejó su potencia anárquica y, en general, la actividad intelectual e imaginativa que la rodeó. Su espíritu quedó registrado así, en primer lugar, en las cientos de frases escritas en los más distintos soportes: “grafitis o rayados con pintura, xilografías, esténcil, fotocopias blanco y negro y color, imágenes y textos ploteados, impresión offset, pendones, pegatinas, hojas manuscritas, escrituras con lápices y plumones, pancartas y carteles, lienzos, dibujos, y pinturas horizontales en las calles y veredas. […] Pareciera que era urgente expresar los numerosos temas del descontento, tanto que una mujer llevaba un cartón alzado en sus manos que decía: Son tantas cosas, que no sé qué poner”.