El académico de número analiza la renovación de la clase política chilena en su columna habitual del diario El Mercurio.
Aún no se acostumbra el país al hecho de asistir a un ciclo de renovación de su élite política. Se trata, en primer lugar, de una renovación generacional. Esta se manifiesta nítidamente en los cuadros de gobierno, algo más moderadamente en el Congreso y los partidos, y en las diferentes instancias que participan en el proceso constitucional. La generación que encabeza la renovación nació entre el final de la dictadura y el comienzo de la transición. Tan temprano acceso a la administración del poder ha causado innumerables traspiés, desprolijidades y errores.
Con todo, aquel movimiento no ha de entenderse como un corte abrupto, aunque posee elementos rupturistas. “Que los viejos se vayan a sus casas, no quieran que un día los jóvenes los echen al cementerio”. Así invoca el poeta Huidobro la ineluctable sucesión entre generaciones. Esa hora llegó para quedarse.
A su vez, la sustitución generacional es coetánea con un segundo cambio; del reposicionamiento de las élites del poder.