En su columna de El Líbero, el académico de número analiza el impacto de los hechos de octubre de 2019 en el actual escenario político y electoral.
En cada aniversario del 18-O el país vuelve a mirarse al espejo. Y, como suele ocurrir después de los acontecimientos que rompen el curso ordinario de la historia, lo que vemos ya no son “los hechos” en bruto, sino su traducción en relatos, símbolos, culpabilidades y absoluciones. El 18-O no se agota en la crónica -estallido de violencia anárquica, masiva protesta, reacción con graves violaciones de derechos humanos-; hoy es, sobre todo, una semántica en pugna.
A las puertas de una contienda electoral, esa semántica se instrumentaliza sin recato: sirve para ganar minutos en la pantalla, tallar identidades, infligir daños simbólicos al adversario y, no pocas veces, para encubrir insuficiencias propias. El sábado y domingo pasados, los días del aniversario, la prensa y los medios de comunicación, más las redes sociales, se llenaron de reportajes, comentarios, mensajes, opiniones e interpretaciones sobre el 18-O. Yo mismo he sostenido antes que la batalla en torno a ese acontecimiento se libra en el campo del poder simbólico y que su botín es la legitimidad del futuro: si la política chilena será interpretada como deriva de una revuelta refundacional o como producto de un acuerdo reformista que contuvo la desintegración del orden institucional.
Días que conmovieron al país
Lo primero es distinguir capas. Hubo protesta masiva y hubo estallido violento. Ambas se solapan, pero no son lo mismo. Entre el 18 de octubre y el 31 de diciembre de 2019 se registraron más de 3.300 acciones de protesta; tres cuartas partes fueron marchas, concentraciones y acciones disruptivas no-violentas —huelgas, tomas, ocupaciones—. La marcha del 25 de octubre reunió a cerca de 1,2 millones de personas en Santiago; fue un hito pacífico que hizo posible el clima para el Acuerdo del 15-N. Lo que la televisión relató como un “estallido” fueron, más bien, los saqueos, incendios, ataques a comisarías y enfrentamientos que aparecieron en la orilla de esa marea cívica. Está doble faz nutre hasta hoy la disputa por el sentido del 18-O.