El Presidente del Instituto de Chile reflexiona sobre la posición de Chile frente a Israel y Palestina en una columna de El Mercurio.
La cifra adquiere sentido si recordamos que los primeros colonos sionistas arribaron a la entonces Palestina en la década de 1890, y desde un comienzo se produjeron choques armados con la población árabe. La referencia legítima de acuerdo al derecho internacional tiene dos fuentes. Una es la partición efectuada por la ONU en 1947, una verdadera ensalada de territorios; la otra: en mayo de 1948 estalló la primera guerra formal entre las partes, y las líneas de cese del fuego de 1949 marcaron las fronteras internacionalmente reconocidas para el nuevo Estado judío. Este devino en un país desarrollado, una democracia en muchos sentidos extraordinaria, potencia económica, científica, tecnológica y militar (y nuclear), y entre medio —hace 80 años— en Europa experimentó en carne propia un intento de exterminio físico, un genocidio de verdad, y no como hoy, que a todo se le llama genocidio.
Se deben destacar dos consecuencias de largo plazo, quizás interminables. Una, que el establecimiento del país que llegó a ser Israel provocó el desplazamiento, por temor o presión, de población árabe milenaria en la zona (sin olvidar que ni judíos ni árabes son originarios de la zona, como casi nadie lo es de ningún lugar), lo que unificó en torno a esta causa al nacionalismo árabe desde comienzos del siglo XX. Ello, porque este proceso no tuvo su correspondencia en el establecimiento de un Estado palestino, como debió ser la idea original.
La segunda, lo que estaba en germen en el primer sionismo, fue animando el alma del nuevo Estado, su espíritu guerrero y la ambigüedad resultante. La superioridad militar le permitió sobrevivir y vencer las sucesivas guerras que debió confrontar o iniciar. Por su pequeñez geográfica carece de aquello que los especialistas denominan “profundidad estratégica”. Una sola gran batalla perdida podría ser la derrota total, el fin del Estado judío y hasta el exterminio biológico para un país educado en el recuerdo del Holocausto. Israel fue condenado a ganar todas las guerras y, lo sabemos, ninguna nación a lo largo de la historia, por poderosa que haya sido, ha logrado vencer siempre militarmente a todos sus enemigos.