El Presidente del Instituto de Chile reflexiona sobre el trasfondo del estallido social en su columna de El Mercurio.
El estallido, ¿fue una protesta dolorida por un orden social en que detrás de la máscara de prosperidad parcial se escondía la persistencia de la miseria y desesperanza? Cuando se desmenuzan los problemas y desgarros de Chile en comparación con el mundo ancho y ajeno, no existe casi nada que sea particular de este país. Es la razón por la que no parece convincente esa percepción del origen del estallido.
Conjeturo una respuesta. Sencillamente, los chilenos no soportaron el shock cultural de la modernización, reacción no única de este país pero que aquí provocó sucesivamente embobamiento y erupción (y después un retroceso horrorizado). La explicación iría en tres direcciones. La primera, que la modernización fue incompleta. No fue Corea del Sur, por dar un punto de referencia, aunque allí de los 1960 a los 1980 hubo bastantes sismos sociales. Tuvimos brincos antes impensados, pero no somos ejemplo de desarrollo consumado; ningún país latinoamericano lo es. La segunda, es la aplicación de la fecunda observación de Tocqueville, resumida en la fórmula “mientras el yugo es más liviano deviene más insoportable”. Cuando las cosas mejoran existe un momento de desajuste porque se perciben en toda su profundidad las carencias anteriores, reventando la cólera por todas las carencias que restan. Es la mecha que encendió muchos cataclismos revolucionarios de la modernidad.