El Presidente de la Academia Chilena de Ciencias Sociales, Políticas y Morales analiza qué se debe hacer para recuperar la amistad cívica y mejorar la convivencia en Chile en una columna de El Mercurio.
El crudo diagnóstico de un numeroso grupo de denominaciones religiosas, entre las que destaca la voz de la Iglesia Católica, parece haber sonado como un fuerte aldabonazo en la conciencia nacional.
Recuperar la amistad cívica y la convivencia es un ejercicio por el que pasan, en sus altos y bajos, todas la sociedades constituidas. También la chilena a lo largo de los avatares de su historia. Nadie debe pues echarse a morir por la visible y desgraciada situación que nos embarga y se denuncia. Pero es imperioso pensar y actuar.
Muchos siglos atrás enseñaba Aristóteles que en sus viajes había aprendido, y su consejo ha servido a muchas sociedades por mucho tiempo, cuánto aprecian éstas la amistad, sin la cual, afirma, no dan ganas de vivir. Le parece al Estagirita que la amistad constituye el lazo que resguarda la paz entre las distintas ciudades y considera que los legisladores le deben conceder más importancia que a la misma justicia. En efecto, juzga, la concordia, un sentimiento próximo a la amistad, tiene que ser una meta para los legisladores, en tanto el espíritu de facción, su contraparte, deberían rechazarlo con la mayor energía. Cuando los hombres son amigos, casi no hay necesidad de justicia, alega, y si estos aman ser justos se ven naturalmente impelidos a la amistad. Así viene ésta a ser la más elevada manifestación de la justicia, y en la opinión general, es de la propia naturaleza de la amistad.
La nueva síntesis humanista propuesta por Benedicto XVI en “Caritas in veritate” -frente a estos desafíos, no exclusivos nuestros, y en general a los de la globalización- requiere entretanto espíritus prestos a creer y querer, dispuestos a sacudir el amodorramiento del presente agnosticismo epistémico.