Jaime Antúnez: “Adiós al Papa Francisco” 

El Presidente de la Academia Chilena de Ciencias Sociales, Políticas y Morales reflexiona sobre el legado del Sumo Pontífice de la Iglesia católica en una columna de El Mercurio.

Muy temprano este lunes de Pascua recibo un mensaje que me resulta significativo y me hace pensar. Proviene de un viejo amigo, ítalo-chileno, exjerarca de la nomenklatura comunista internacional, cuya militancia hace años abandonó en favor de un democratismo liberal y muy europeo. El ítalo-chileno, desde su confesado ateísmo, da su adiós al ilustre ítalo-argentino, diez años mayor, todo lo contrario de un ateo, Jorge Mario Bergoglio, quien nos acaba de dejar. Se expresa así: “Papa lúcido, de zapatones caminados, reformador, combatió privilegios y exclusiones, era una voz de paz en tiempos turbulentos, supo avanzar todo lo posible sin ruptura, escuchaba antes de hablar, corregía sus errores, se esforzaba por comprender antes de juzgar y condenar. Le faltará al mundo, mi profundo respeto y admiración por su papado. Last but not least, ¡tenía un profundo sentido del humor!”.

Agradecido a mi amigo por su cálido saludo, que caracteriza en él su ser un hombre de buena voluntad, me siento en la necesidad de hacer un contrapunto, cuanto más no sea para complementar lo dicho.

Lo primero que me parece hay que resaltar en los doce años de pontificado del Papa Francisco, es la continuidad con sus antecesores, principalmente con los que inmediatamente le antecedieron, San Juan Pablo II y Benedicto XVI, con quienes compartió el episcopado y el cardenalato. Continuidad con diferencias de estilo —como parece ser cada vez más común entre los pontífices—, pero sin duda una misma e inconfundible secuela, la del Concilio Vaticano II. Yendo más atrás, Francisco declaró varias veces que la carta apostólica “Evangelli nuntiandi”, de San Pablo VI, era el más grande documento pontificio del siglo XX. Y por si fuera poco, hace una semana, en la que fue su última visita a las naves de la Basílica de San Pedro, se hizo llevar en silla de ruedas y de incógnito, ante el altar donde yace el cuerpo nada menos que de San Pío (1835 – 1914).

Puede afirmarse, sin lugar a dudas, que Francisco fue un continuador de la IV Conferencia episcopal latinoamericana de Puebla (1979), que tuvo su continuidad en las de Santo Domingo (1992) y Aparecida (2007), cuyo actor principal y redactor del documento final fue él mismo. Para quien pueda haberlo olvidado, la Conferencia de Puebla, con la presencia de Juan Pablo II, recién elegido —que dada la importancia del momento hizo allí su primer viaje al exterior, antes incluso que a Polonia— marcó una profunda reforma en la Iglesia de Latinoamérica: fue descartada la teología de la liberación —de inspiración marxista, modulada en esa porfiada tendencia regionalista, muy denunciada por Octavio Paz, de enfrentarnos según paradigmas ideológicos europeos— y enfatizó un fuerte ánimo de justicia, basado en los patrones propios de una cultura latinoamericana. Es famoso el aserto allí formulado en el sentido de que el catolicismo es el “sustrato cultural” del continente, es decir, el fondo cultural que permea gran parte de las expresiones culturales de la región.

En consistencia con lo anterior, puede ser exacto afirmar que, comparado con Juan Pablo II, Francisco fue un Papa “desafortunado”. En efecto, Juan Pablo II llamó y fue escuchado. Hubo una “intelligentsia”, como fue la corriente que se congregó y se expandió en nombre de “Solidaridad” (donde habría que recordar nombres como los de Josef Tischner y Lech Walesa) que hizo eco a su voz y produjo una de las mayores transformaciones culturales y políticas de la era contemporánea. A Francisco, en cambio, si bien en la mitad de años que tuvo su antecesor polaco, le faltó contar con esa “intelligentsia” capaz de dar respuesta a su llamado.

Su legado, no ajeno a la impresión que me transmite desde extramuros mi querido amigo ítalo-chileno, adolece, intramuros, de esa escucha que se expresa y formula en una cultura, y que está siempre en la base de las grandes transformaciones.

Ver también

>> Entrevista de Jaime Antúnez Aldunate sobre el legado del Papa Francisco en el Diario Financiero