El académico de número reflexiona sobre el valor del servicio público y la importancia de fortalecer la institucionalidad estatal de Chile, en su columna publicada en El Mercurio.
Su padre era obrero de la construcción; su madre, profesora normalista. Ambos se conocieron en Angol y se trasladaron a la capital en búsqueda de mejores oportunidades. Su infancia transcurrió entre barrios populares de Santiago y el litoral central, donde su madre fue destinada a un colegio en El Quisco. Antes de iniciar la enseñanza media, su familia regresó a Santiago. Vivió en Conchalí y Maipú. En su tiempo libre ayudaba a su madre a vender ropa y pinches en la feria. Estudió en el Liceo Miguel de Cervantes, en pleno centro. Ahí conoció a quien más tarde sería su esposo —hoy un mayor de Carabineros retirado—, cuando ambos cursaban tercero medio. Estudió Derecho en la Universidad de Chile. Luego de titularse, ingresó al Estado. Ahí ha desarrollado toda su carrera.
Con esta trayectoria, seguro que no estará en las listas de amistades de gran parte del público de Enade, pero igual este la aplaudió con entusiasmo. Dorothy Pérez, la primera mujer en dirigir la Contraloría General de la República, fue la estrella incuestionable del encuentro empresarial de este año.
¿Qué dijo Pérez para provocar tal avalancha de simpatía? Básicamente, que aplicaría y haría aplicar activamente la ley conforme a su espíritu; que identificaría y denunciaría a quien la vulnerara, caiga quien caiga, y que para este fin usaría toda la tecnología disponible, pese al escaso presupuesto de la Contraloría. Aplausos de pie. La misma audiencia, curiosamente, minutos antes había celebrado a Mario Kreutzberger cuando dijo que, mientras en Estados Unidos y Europa “el éxito es público y se comparte con todo el mundo”, en Chile es íntimo y callado porque se dice que “después vienen de Impuestos Internos”. Es una inclinación muy humana: defender los valores cuando se aplican a otros, y buscar excusas cuando toca aplicarlos a uno mismo.