El académico de número reflexiona sobre la crisis política, económica y social que vive actualmente Chile en una columna en El Mercurio.
Así rezaba el título del conversatorio al que fui invitado hace algunas semanas por una agrupación de estudiantes de derecha. Siempre me ha molestado la referencia a la interrogación de Santiago Zavala en “Conversación en La Catedral”, la portentosa novela de Vargas Llosa: estimo que la banaliza. Nunca he creído, por lo demás, que se pueda identificar un hecho a partir del cual los países, que se estima venían en una curva ascendente, se desploman: me huele a una falacia ex post destinada a “probar” leyes de la historia en las que ya no creo. A pesar de estas aprensiones, ante la insistencia decidí asistir, aunque con el firme propósito de improvisar.
“¿Cuándo se jodió Chile?”, me autopregunté al partir. Me respondí a mí mismo en forma tajante: “el 1 de abril de 1991, cuando fue asesinado Jaime Guzmán”. Los ojos de la audiencia se abrieron como platos, así que me vi obligado a explicarme.
No venía al caso poner a Guzmán en contexto, ni juzgar sus aciertos y errores. Lo importante a retener, dije, fue su gran inteligencia estratégica y su envolvente retórica. Con ellas, en los albores de la dictadura convenció a Pinochet y a los militares de que debían rechazar la idea de un régimen breve, de restauración: esto, les advirtió, los enfrentaría inevitablemente a la justicia por el 11 de septiembre y la violación a los derechos humanos. No quedaba otra opción que un régimen refundacional con un proyecto de largo alcance.