El académico de número reflexiona sobre la actividad empresarial en Chile en una carta al Director del diario El Mercurio.
Señor Director:
Agradezco a los académicos de Faro UDD, señores Schwember y Órdenes, por su comentario de ayer sobre una carta en la que abogaba por un capitalismo chileno más anclado intelectualmente en nuestra tradición cultural —que como nos enseñara Pedro Morandé, está inextricablemente asociada al catolicismo—, que en fórmulas foráneas como la doctrina Friedman. Me permite aclarar que no es mi intención “la deslegitimación de la actividad empresarial” ni el fomento de la “permisología”, como ellos me imputan. Muy por el contrario. Mi carta se basa en una reflexión más vasta contenida en un libro que vengo de presentar en Icare (“La justificación de la empresa y el nuevo capitalismo”), que se propone precisamente dotar a la organización empresarial de motivaciones y fuentes de validación más robustas.
Presido una consultora que fundé hace 30 años. Trabajo estrechamente con la comunidad empresarial. Conozco su empuje, así como su porfiada voluntad de aportar al desarrollo del país. Comprendo sus traumas, como también sus miedos y su dolor ante críticas injustas y un clima de sospecha que aprovecha para satanizarla ante cualquier falla o transgresión. Soy testigo de la generosa y anónima contribución de muchos empresarios a causas sociales y a la construcción de puentes de diálogo. Conozco de primera mano la labor que realizan las empresas para enriquecer sus nexos con las comunidades vecinas y la sociedad civil en general, así como su aporte al desarrollo local.
En tres décadas he tenido la suerte de conocer la evolución del capitalismo chileno. En la actualidad y salvo contadas excepciones, este no tiene nada que ver con la caricatura de Friedman. No veo entonces dónde podrían estar los “efectos deletéreos” (el concepto no lo conocía: tuve que consultar a Chat GPT) de puntualizar que los fines de la empresa abarcan a todas las partes interesadas, como lo ha hecho en los últimos años el Foro de Davos y la Business Roundtable de los Estados Unidos, y como lo ha sostenido desde siempre la doctrina de la Iglesia.
¿Basta con eso para resolver los déficits de legitimidad del capitalismo y la empresa, o terminar con los ataques infundados de los que son objeto? Por cierto que no, pero ayudaría a disipar fantasmas y construir un relato más afín a los tiempos. Como es sabido, lo que abunda no daña.