El académico de número Ernesto Ottone reflexiona sobre los desafíos del próximo gobierno en su columna para el diario La Tercera.
Hasta hace muy pocos meses, Chile se percibía como un país peor de lo que en realidad era; el camino democrático emprendido hace 32 años parecía lleno de errores y de abusos.
Defender los aspectos virtuosos de ese camino despertaba miradas aviesas y silbidos reprobatorios cuando se hablaba de cifras que indicaban un tránsito desde la medianía hasta el logro de los mejores indicadores económicos y sociales de la región; los rostros se exasperaban y se repetía categóricamente: ¡Las cifras no quieren decir nada!
Curiosamente, después del amplio triunfo de Gabriel Boric, buena parte de ese estado de ánimo parece haber cambiado, de pronto hay más sonrisas que muecas, más esperanza que desaliento, el pasado se mira con mayor ecuanimidad y el futuro, con más serenidad.
Sin duda, el presidente electo tiene importantes méritos en ese cambio, el discurso de la segunda vuelta electoral no cambió después de asegurar el voto moderado o alejado de posiciones políticas, sino que se reforzó con gestos republicanos en sus primeros pasos poselectorales, describió en términos más equilibrados la construcción democrática que lo precedió y mostró apertura y responsabilidad en el diseño del futuro. Sin renunciar a su intención de cambios profundos, moderó expectativas, acercándose a una visión reformadora y definiendo su espacio como el de una posición progresista, democrática y dialogante.
Tal como el Cid Campeador ganaba batallas después de muerto, él las ganó antes de iniciar su vida presidencial.
Una virtud muy valiosa de quien aspira a dirigir un país democráticamente es la de comprender a qué sectores de la ciudadanía debe convencer para configurar una mayoría que le permita darle gobernabilidad al país.
Fue la experiencia de François Mitterrand, que logró llevar a la izquierda en dos ocasiones al gobierno, durante la Quinta República francesa. En su caso, el problema no consistía en ganar el apoyo moderado, pues tenía una biografía política tibiamente progresista, incluso sus primeros pasos políticos habían comenzado en la derecha.