Ernesto Ottone: “Ahora, la realidad”

El académico de número reflexiona sobre los resultados de las últimas elecciones y los desafíos del presidente electo en su columna del diario La Tercera. 

Al realizar el análisis de la primera vuelta de la elección presidencial, señalábamos que los candidatos que habían pasado a la segunda vuelta para intentar convertirse en Presidente de la República debían transformar su caudal electoral, que era de alrededor de un cuarto de los votantes al menos al doble. Difícil tarea, pues a quienes debían convencer no se situaban en las posturas radicales, ya sea de izquierda o de derecha que constituían los núcleos básicos de ambos, eran votos ajenos, algunos habían apoyado posiciones moderadas, otros posiciones antipolíticas, como en el caso de los votantes de Parisi, y finalmente otros, la mayoría, quienes faltos de entusiasmo no se habían pronunciado.

Esta ardua misión imponía un gran esfuerzo de moderación y apertura que resultara creíble y atractivo para los votantes del “mal menor”, o por lo menos lejanos de sus posiciones, al mismo tiempo ese esfuerzo debía procurar no hacer rechinar demasiado los dientes de su base más cercana, de tal manera que se quedaran quietecitos, al menos por el momento.

En ese esfuerzo la candidatura de Boric triunfó en toda la línea. Lo hizo admirablemente. Los partidos venidos a menos de la centroizquierda lo apoyaron incondicionalmente -y ahora sí, en calidad de apoyo, fueron gentilmente aceptados. Recibió la generosa bendición de figuras fundamentales de la otrora despreciada transición democrática. Diversos cuadros técnicos de prestigio, parte de la ex Concertación, fueron invitados a la revisión moderadora de propuestas económicas, sociales y de políticas públicas, recalculando gradualidades, costos y temporalidades que le otorgaron credibilidad a la construcción de un discurso más amplio y acogedor, capaz de limar asperezas pasadas y de cambiar el tono de la evaluación del pasado reciente, haciéndola más equilibrada y ubicándose como parte de una larga historia progresista.

Ello permitió un fuerte crecimiento de sus votantes, que atravesó todos los sectores sociales, equilibró el voto territorial, arrasó en las metrópolis centrales, consolidó la brecha generacional, la preferencia de género y monopolizó las sensibilidades de la modernidad normativa y del espíritu liberal, derrotando el puro discurso del orden y de la involución valórica presente en el adversario.

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