En su columna de El Mercurio, el académico de número analiza el escenario político de la oposición antes de la elección presidencial de noviembre.
No es exagerado afirmar que la elección de este año representa una oportunidad histórica para la derecha: nunca antes el sector se había encontrado tan bien aspectado de cara a una presidencial. El Gobierno enfrenta dificultades serias (hasta el punto de sumirse en la irrelevancia); la candidata oficialista no ha sido capaz de articular un discurso coherente (hasta el punto de desconocer… su propio programa); y, por último, los temas que dominan la agenda le resultan particularmente cómodos. Hasta acá, la derecha tendría motivos de sobra para sonreír, y esperar.
Sin embargo, las cosas no suelen ser tan fáciles. No solo porque, de seguro, la campaña esconderá sorpresas, sino sobre todo porque las derechas no parecen tomarse en serio la magnitud del desafío. En efecto, aquello que los principales referentes de la oposición aún no calibran es lo siguiente: gobernar Chile es hoy muy (muy) difícil. La confianza de la ciudadanía es esquiva, el sistema político seguirá fragmentado, y el Estado es un instrumento poco eficaz: allí hay tres motivos por los cuales todo gobierno está condenado a decepcionar. Si a eso le sumamos las múltiples tensiones que atraviesan al país, el panorama se vuelve delicado. Para decirlo de otro modo, los esfuerzos de las derechas no deberían estar orientados solo al día de las elecciones, sino también al 12 de marzo: ese es el día clave.