En su columna de El Mercurio, el académico de número analiza los desafíos políticos que enfrenta Jeannette Jara tras su triunfo en las primarias presidenciales del oficialismo.
El triunfo de Jeannette Jara en la primaria presidencial fue, a no dudarlo, una bocanada de aire fresco para el oficialismo. Si, hasta hace pocas semanas, la izquierda estaba un poco derrotada de antemano, hoy parece haber ganado el derecho a competir. En efecto, al encumbrarse inmediatamente en los sondeos, Jara demostró que —al menos— es capaz de agrupar a las fuerzas de Gobierno, y eso le asegura el paso a segunda vuelta. La candidata ha mostrado carisma, talento, olfato y conexión con la ciudadanía: no es poco para los tiempos que corren.
Sin perjuicio de lo señalado, la candidata enfrenta desafíos colosales en lo que viene. Por de pronto, si bien es cierto que los números de la primaria no fueron catastróficos, tampoco dan para encandilarse. Después de todo, Jeannette Jara sacó solo 120.000 votos más que Daniel Jadue el 2021, sabiendo que el padrón creció con el voto obligatorio. Esto implica que, para ganar la presidencial, la candidata debe sumar varios millones (sí: millones) de votos adicionales. El problema es que nadie sabe dónde están esos votos. Jara enfrenta, además, una paradoja muy característica de las primarias: triunfó con gran distancia, pero ahora debe recoger las demandas de los derrotados, las mismas que no obtuvieron gran respaldo. Desde luego, esos apoyos son necesarios, pero completamente insuficientes de cara al combate mayor. El primer desafío de Jeannette Jara pasa entonces por ampliar su base electoral desde una plataforma más bien estrecha: no hay donde crecer hacia la izquierda, pero el “centro” se parece más a un cementerio que a otra cosa.