El académico de número analiza la importancia de la introspección y el cultivo del mundo interior en su columna de El Mercurio.
El nuevo Papa es agustino. El inspirador de esa orden, Agustín de Hipona, ha sido uno de los grandes aventureros del alma humana, de esos que han dedicado su vida a viajar hacia el interior. Como Heráclito de Éfeso, el griego, que dijo: “me he investigado a mí mismo”.
Agustín, que en sus “Confesiones” se desnuda, se interroga, se indaga en sus sombras y luces, afirmaba: “No salgas afuera, sino entra en ti mismo: en el hombre interior mora la verdad”. Reclamaba en otro fragmento que los seres humanos admiran el mundo exterior, pero “se olvidan de sí mismos”. En tiempos en que nuestra civilización ha puesto todas sus fichas en una inteligencia artificial que está “afuera” de nosotros mismos, tal vez una de las posibles misiones de la Iglesia en un mundo hipertecnificado sea relevar la importancia de indagar en la propia alma, no dejar de asombrarse ante ella, ante su inmensidad. Heráclito de nuevo: “No he encontrado los límites del alma, cualquiera sea su dirección, tan profunda es su medida”. De ese asombro nacieron la filosofía y su hija, la ciencia. Su nieta, la técnica, parece haber olvidado de dónde viene, ingrata es con su propio origen, muy pagada de sí misma, a veces hasta un poco soberbia.