El académico de número realiza un homenaje póstumo al poeta Marcelo Jarpa en su columna de El Mercurio.
El barrio Lastarria acaba de perder a su poeta, Marcelo Jarpa, más conocido como “el poeta del parque”, por el Parque Forestal, por donde este hombre niño, de mirada transparente y trato amable, caminó y fue decantando las “Meditaciones del Parque”, un poemario en prosa que fue presentado —con el autor presente— dos días antes de morir.
Para un poeta, un libro es como un hijo, un hijo frágil que nace en un mundo grosero y hostil. El poeta del parque estaba dichoso el día del lanzamiento. “Cuando nace un libro de poemas, el sol y la luna se aman más”, dice una dedicatoria que me hizo de otro libro suyo. Marcelo Jarpa vio a su hijo (el libro) circular de mano en mano, ya separado de su autor, y pocas horas después expiraba, con una sonrisa en los labios. Los poetas que como él respiran poesía, cuando mueren, se convierten en estrellas. Sobre todo los poetas bondadosos como Jarpa: sé que la palabra “bondadoso” puede provocar muecas de escepticismo en un mundo “cool”, pero no hay otro adjetivo mejor para describir a este hombre, cuya edad era indefinible y que solo emanaba cordialidad y luz a su paso. “Ser buen poeta es ser buena gente”, le escuché decir una vez a otro poeta con luz propia, Diego Maquieira.