Cristián Warnken: “¿Año nuevo?”

El académico de número reflexiona sobre el envejecimiento de la civilización en su columna de El Mercurio.

En este tercer día de este nuevo año, habitante de un siglo XXI incierto y abierto, releo este texto de San Agustín y me parece que me interpela, a pesar de los siglos que nos separan del obispo de Hipona, un “príncipe de la Iglesia” que hay, cada cierto tiempo, que releer:

“¿Te sorprende que el mundo esté en decadencia? ¿Que el mundo haya envejecido? Piensa en el hombre: nace, crece, luego envejece. La vejez tiene múltiples inconvenientes: la tos, el catarro, la visión borrosa, uno se siente ansioso y terriblemente cansado. Un hombre envejece, se lamenta sin cesar. El mundo ha envejecido, está lleno de agobiantes pesadumbres. No trates de aferrarte a este viejo mundo (…)”.

La vejez en tiempos de Agustín debe haber sido más dura que la de hoy, claro. Pero es inevitable pensar —cada vez que se inicia un nuevo año— que uno va acercándose a ella, a pesar de que busquemos por todos los medios esconderla, negarla, olvidarla. Pero ahí están los huesos, la piel, nuestro fiel cuerpo que nos ha entregado todo sin hacerse notar, pero que a partir de cierta edad, se hace escuchar. Y pensamos en nuestro propio futuro y en el del mundo que conocimos y en el que nos tocó vivir, nuestra época, y nos hacemos algunas preguntas parecidas a las de San Agustín. A él le tocó ver (ya enfermo y sabiendo que iba a morir) el desmoronamiento de un imperio que —como todos los imperios— se creyó eterno: el imperio romano. En realidad, fue un incendio: los vándalos llegaron hasta las puertas de Hipona y Agustín los vio desde un balcón de su casa y tuvo probablemente la certeza de que ese mundo —y él también— se estaba acabando. A nosotros nos toca ver la violencia golpeando nuestra puerta y, tan lejos y tan cerca, nuevas guerras que creíamos, ilusamente, erradicadas. ¿Está en decadencia nuestra civilización, y asistiremos al comienzo de su fin, o nos será ahorrado ese crepúsculo?

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