El académico de número medita sobre a qué llamamos feminismo en su columna del diario El Mercurio.
¿A qué llamamos “feminismo”? No a una sola cosa, sino a varias, de manera que habría que tener cuidado con las habituales y rotundas afirmaciones simplificadoras que limitan las opiniones a declararse simplemente a favor o en contra del feminismo.
Ante todo, y eso durante milenios, el feminismo es un hecho, un fenómeno cultural que consiste en la lucha de las mujeres por la igualdad (o contra las desigualdades) en el plano social, político, legal, de trato, laboral, de ingresos por el trabajo, doméstico. Un hecho ya larga y suficientemente documentado.
El feminismo es también una teoría, es decir, una descripción de aquel hecho o fenómeno con el propósito de analizarlo, entenderlo, explicarlo y darlo a conocer como una larguísima secuencia de sucesos e interpretaciones, bien ordenadas y entendibles, que permiten comprender qué es lo que tiene lugar a propósito del fenómeno feminista.
Hechas esas dos precedentes distinciones, no podría negarse que el feminismo es un hecho —por lo demás antiquísimo—, y que, a la vez, existen varias explicaciones teóricas de ese hecho, con una nutrida y prolongada historia a sus espaldas.
Pero hay más.