El académico de número reflexiona sobre la muerte en su columna del diario El Mercurio.
Morir es algo; la muerte, nada. Morir es un acontecimiento radical e inevitable. Todos pasaremos por él en momentos, circunstancias y modos muy disímiles. Es radical morir porque nada puede ser más extremo que el hecho de morir. Es inconmensurable la diferencia entre el último segundo de vida de una persona y aquel que sigue al acto de morir. Antes de morir, se está, y luego de hacerlo no se está ya más. El cuerpo que somos —no que tenemos, que somos—, con la enorme y fascinante complejidad de la red en que consiste, expira, se enfría y se descompone.
De quienes han pasado por el acto de morir tendríamos que decir eso, que murieron, pero no que están muertos. La muerte no es un estado en que se encuentren aquellos que murieron: se trata solo de una inconmensurable oscuridad de la que no se tiene conciencia, la misma que, también sin conciencia individual de ella, precede al nacimiento de los seres humanos. Otra cosa es que se recuerde a las personas que han muerto, y que, de una manera que puede ser muy intensa, pero figurada, digamos que viven en la memoria que guardamos de ellas.