El académico de número reflexiona sobre la importancia del sistema democrático y sus enemigos: la fuerza y la violencia en una columna del diario El Mostrador.
La política es más antigua que la democracia. Se trata de una actividad humana que se puede rastrear hasta las formas más primitivas de organización social. La democracia, en cambio, es una manera de hacer política. Es, en concreto, una forma de gobierno que con ese nombre apareció recién cinco siglos antes de nuestra era en algunas ciudades de la antigua Grecia. Solo siglos después reapareció en algunas ciudades italianas del Medioevo, aunque muy imperfectamente, y a partir del siglo XVIII se asentó y expandió, hasta hoy, en su moderna versión de democracia representativa. Una democracia, esta última, que puede y debe ser combinada con modalidades de democracia directa que son perfectamente compatibles con ella.
La política es una actividad humana que concierne al poder político, o sea, al poder para tomar decisiones vinculantes para el conjunto de la sociedad. Quienes hacen política, o sea, quienes se dedican a dicha actividad, buscan acceder al poder, ejercerlo, conservarlo, incrementarlo, y recuperarlo cuando lo hubieren perdido. De ahí, por lo mismo, la rudeza de la política. Hay en ella algo en disputa –el poder– y hay también personas y colectividades que rivalizan por él. La política es siempre entre rivales, no entre amigos, aunque no necesariamente entre enemigos.
Por su parte, la democracia, reconociendo el hecho antes descrito, dispone que el poder ha de quedar en manos de la mayoría, cualquiera que esta sea y cómo se encuentre conformada. Al momento de entregar y legitimar el poder a la mayoría, la democracia solo cuenta cabezas, que es algo puramente numérico, pero ya se sabe que contar cabezas es mejor que cortarlas. En tal sentido, la democracia elimina la fuerza a la hora de hacer política y, como decía Karl Popper, permite instalar y reemplazar gobernantes sin derramamiento de sangre. Más crudamente, lo que afirmaba el pensador austríaco es que la democracia “permite reemplazar gobernantes ineptos sin derramamiento de sangre”.