Discursos de incorporación

El Diario considerado como institución

zegers2

Discurso de Incorporación de Cristián Zegers Ariztía como Miembro de Número de la Academia de Ciencias Sociales, Políticas y Morales.

Mis primeras palabras son de profundo agradecimiento para quienes me eligieron como miembro de número de esta ilustre Corporación. No tengo ninguna explicación cabal para esta honrosa e inmerecida distinción. Sólo me atrevo a adivinar en ella la preocupación académica de intercambiar ideas y experiencias relacionadas con la información, fenómeno que cae de lleno dentro del ámbito rico y variado de las ciencias sociales. En la medida de mi capacidad, y precisamente porque ése ha sido el campo de mi vocación y felizmente el de mi actividad, trataré de ser digno de tan señalado honor.

El tema que deseo exponer esta tarde es el Diario considerado como Institución.

La salud del sistema político depende, en toda sociedad, del vigor de sus instituciones. Entre el Estado absorbente y los individuos dispersos surgen múltiples organismos, centros de poder, agrupaciones efímeras y, también, instituciones, pero estas últimas recogen su inspiración permanente en la idea del bien común, y por ello sostienen la libertad y el equilibrio de justicia en las relaciones humanas.

América latina, en general, ha padecido por tener poca organización social. Incluso en Chile, históricamente más avanzado en este aspecto, las instituciones son algo frágiles y el vacío de motivación organizativa entorpece la estabilidad del sistema político y aminora el desarrollo económico y social. Con frecuencia olvidamos que las entidades. que nutren ese sistema no son solamente los órganos constitucionales del poder político, sino muchas otras instituciones particulares fieles al servicio público, entre las cuales debemos incluir algunos órganos de prensa escrita.

1. PRENSA E INSTITUCIONALIDAD

La creencia corriente de que un periódico no actúa movido exclusivamente por sus propios fines como medio de información, sino que prevalece el bien común en él, no es fácil de alcanzar Pero estos diarios institucionales han existido a lo largo de la historia contemporánea, y por su carácter de tales han ejercido un tipo de influencia diferente y mayor que el poder atribuido “per se” a los medios periodísticos.

El fenómeno de crisis de la institucionalidad central acentuado en nuestro país durante el decenio de 1960 hasta culminar en su derrumbe de 1973, se extendió a las entidades privadas, y la prensa no pudo sustraerse a esta nota dominante. La reflexión sobre las instituciones más significativas para la reconstrucción del tejido social me induce a mirar la prensa con un testimonio desde dentro, y más específicamente los diarios, por su mayor capacidad para contribuir a esa tarea decisiva.

La iniciativa que vuelcan los individuos en el servicio público no confluye entera en las entidades constitucionales o legales, ni estas agotan el interés político común, prolíficamente manifestado en núcleos de influencia muy variada: sindical, profesional, económica o ideológica. Por lo mismo que la energía es interdependiente en este género de organismos, obtener los mayores grados de institucionalización posibles será siempre una contribución fundamental para la estabilidad del país. Mientras más adaptables, complejos, autónomos y coherentes sean las organizaciones y los procedimientos políticos, mejor podrán defenderse los valores, libertades y derechos de las personas. La Real Academia Española dice que institución es “cada una de las organizaciones fundamentales de la sociedad”, e indica que no necesitan tener reglas establecidas, sino tradición. La teoría política subraya, por su parte, que las instituciones son el resultado de pautas de conducta reiteradas, estables y apreciadas en el tiempo, íntimamente unidas a la idea de servicio, que es el punto de convergencia de la voluntad inicial de su fundador o fundadores, Y de las sucesivas adhesiones que las man ti en vivas a lo largo de los años.

Ahora bien, el reconocimiento de un órgano de prensa como institución depende del consenso social. Solo la sociedad británica puede dar este carácter al venerable “Times” si en el percibe un hálito especial —el interés permanente de la nación británica— por encima de conveniencias o designios circunstanciales. pero ni aun en este caso relevante deja de ser frágil la condición adquirida: aunque el “Times” haya mantenido durante más de una influencia determinante en los círculos gobernantes, siempre estará expuesto a perder aquel atributo. Hace pocos años los cimientos del gran diario inglés fueron conmovidos por agitaciones derivadas del cambio de su propiedad, el subsiguiente debate de su orientación, y su suspensión de las publicaciones —prolongada casi un año— por resistencias sindicales a modificaciones tecnológicas.

Si pensamos en el ámbito chileno parece aún más atrevido hablar de la existencia de órganos periodísticos “instituciones”, porque la prensa ha sido duramente enjuiciada desde distintos sectores ideológicos y estratos sociales. Respecto de ella, se han hecho escasas las expresiones de orgullo, antaño tan frecuentes, y, por el contrario, el medio periodístico atrae los más ásperos reproches por omisión, por superficialidad, o por compromiso abusivo con intereses materiales o ideológicos.

En este fenómeno innegable pesan diferentes concepciones parciales, algunas francamente erróneas.

La primera y más obvia entre ellas parece ser un fruto revivido de la vieja noción popular de la palabra escrita sacrosanta y del periodista que puede solucionarlo todo.  En  efecto,  desde  el siglo  pasado  y hasta  la segunda  mitad del actual, la actividad periodística fue exaltada como salvadora de la sociedad, creadora de valores y guardiana  de  conquistas  políticas.  Ingenuamente,  la prensa  era  concebida  como capaz de modelar  la conducta,  cambiar  los hábitos, y aun imponer sistemas políticos. Hoy, entre nosotros, se insiste  en  pedir  que la prensa establezca una suerte de fuerza mística autónoma para  cubrir  las carencias de las instituciones públicas y privadas.

Sin embargo, la misión social de la prensa no debe confundirse con utopías moralizadoras, como si los medios periodísticos pudieran moldear una realidad  social  inventada.  El  compromiso  de  los  periodistas  con  los  valores sociales relevantes no pasa por ignorar los hechos, so pretexto de defender aquellos. Así, por ejemplo, objetivos como crear una moral de mérito y esfuerzo personal, sólo pueden ser servidos por la prensa si la propia realidad ofrece modelos humanos de esas actitudes. El periódico de nuestros días está fundado en la necesidad de conocer las noticias, y aun el entretenimiento se busca con mayor urgencia que ninguna explicación ideológica sobre el estado del mun­do. El Papa Juan Pablo II reconoce un orden lógico de las funciones de la prensa cuando dice que los comunicadores sociales deben saber “promover la información serena e imparcial” —su primera obligación—; “favorecer el entendimiento y el diálogo” —lo segundo—, y “reforzar la comprensión y solidaridad”, lo último.

La prensa intenta ser el reflejo de la verdad que existe en la sociedad,  y no puede convertirse en algo diferente ni mejor que los componentes de esta. Otra concepción frecuente acerca de ella es la que niega su independen­cia y magnifica su irresponsabilidad. Así se dice que todos los modos de comunicación, sin excepción, est.in subordinados a intereses particulares, al lucro de los editores, a imposiciones del mercado, o a predominios de distinta naturaleza política, económica o ideológica. Comúnmente, este género de críticas se extiende a la finalidad comercial excesiva al negativismo, al crédito decreciente, a la autocensuro u omisiones informativas, al análisis inmediatista, a las fallas de formación de los periodistas, a la pérdida de la irradiación cultural y a la carencia de un compromiso serio con valores nacionales fundamentales. para muchos, incluso, los grandes medios de prensa son productores de la realidad y elaboradores de la “agenda pública”, por su hipotética aptitud para seleccionar arbitrariamente lo que se conoce lo que se piensa.

Pero existe hoy, asimismo, una tercera concepción errónea tan socorrida, como las anteriores aunque más sutil . Es la que presenta a la presenta como un “nuevo poder” del Estado y de la sociedad que sobrepone a los otros, y que entra en conflicto con la vida privada de las personas. El éxito popular de la antigua metáfora del “cuarto poder”, atribuida a Macaulay y recogida por Burke —pero inicialmente apenas un  modo de describir una función diversa de la prensa—, ha servido con el tiempo para hacer creer que el poder informativo estaría en la cima de los otros poderes: se impondría al legislativo, trazaria los criterios del judicial, y tendría la fuerza para designar, mantener o destruir al ejecutivo, condicionando, de esa manera, a los tres poderes clásicos.

La verdad, no obstante, es que el periodismo  no  es el cuarto poder, sino un contrapoder. Bien expresa esta idea Luis Maria Anson al decir que es “la boca que se ha  buscado la sociedad  para ejercitar su derecho al aplauso, la crítica, la denuncia y el diálogo”. Este contrapoder no es desequilibrado respecto de los otros, porque depende cotidianamente del escrutinio público que lo borra  de  su favor  con  la sencilla  decisión de no adquirir el ejemplar del diario o de apagar el radiorreceptor o el  aparato  de  televisión.  En la sociedad libre las restricciones más efectivas de la prensa son el mercado y la competencia. El público es el llamado a castigar el abuso de  hacer política en lugar de informar, las tácticas objetables y el entrometimiento en las vidas privadas. Sin duda la gente es capaz de elegir los mejores medios de información, y los más dignos. En Estados Unidos, hoy en día, tres de las cinco primeras circulaciones nacionales, y entre ellas la mayor están muy lejos de ser sumideros de crímenes y escándalos, y, al contrario, son periódicos que se acercan bastante a las características del diario institución que luego analizaré, lo cual repite en varios países europeos y en algunos de nuestro propio continente.

Jean-Louis Servan Schreiber sostiene con razón ante el resquebrajamiento de los poderes del Estado, de los sindicatos, de los partidos políticos o de la Universidad, el único poder que parece crecer en forma constante en nuestros días es el poder de informar, gracias a los desarrollos técnicos, y, sobre todo, porque él es un punto obligado de paso para los otros. Pero esta expansión de la que habla Servan Schreiber no significa sobreponer­ se a los demás poderes, ya que la fortaleza del poder de informar no es autónoma y sólo emana de su vinculación y representación diaria del sentir social.

No duda que las críticas sobre la prensa poseen elementos más o menos justos, pero la dificultad de separar lo que hay en ellas de valedero ha significado propagar un clima en general adverso y negativo. Cuando se dice, por ejemplo, que la libertad de prensa es solo un privilegio de editores y periodistas, esto debería preocupar a todos en la medida en que la comunidad entera se sienta implicada por un error conceptual que la priva a ella misma de su derecho a la información como patrimonio común. A este respecto, José María Desantes establece la trascendencia que tiene para la información que se la considere una función pública, a despecho de que sea desempeñada por personas o entidades privadas, hecho que no ha sido correspondido por las normas chilenas vigentes ni tampoco, en general, por la legislación comparada.

En sustancia, son esta clase de imágenes erróneas o incompletas las que han disminuido en Chile la confianza en la prensa, el ambiente en que esta refleja mejor la realidad y el sentir social. Bajo la impresión de su seudo poder omnímodo, se ha propagado un recelo frente a la función de informar como justificación de restricciones y penalidades supuestamente eficaces para cautelar el bien social desprotegido.

Se notará que este mundo de la información, que todos creen dominar aunque abunden los más absurdos mitos sobre el, ha alcanzado de verdad una complejidad que por lo menos hay que esbozar, para destacar luego un aspecto que estimo clave, ya que explica parte de las aparentes contradicciones que subsisten en nuestra realidad periodística.

Aunque la exposición que haré se limita a la prensa escrita y a los diarios, ello no significa un prejuicio adverso a la posibilidad de que las estaciones de radio o de televisión, y particularmente las revistas informativas semanales o mensuales, que representan un caso especial, pueden también alcanzar el nivel de la institución periodística que aquí quiero considerar. Debe admitirse, sin embargo, que los medios electrónicos poseen un carácter mixto de entreteni­miento e información, pero además están sometidos a concesiones que son revocables por la autoridad; a espectros electrónicos finitos, y a regulaciones bajo control administrativo, todo lo cual ofrece una relativa desventaja para el cumplimiento del requisito básico en toda institución: poder mantener la independencia en cualquier circunstancia.

2. El DESAFÍO TECNOLÓGICO

La prensa escrita vive un momento muy particular en el mundo occidental. Sabido es que se discute su credibilidad y, asimismo, los procedimientos de algunos órganos de mucho prestigio: pero además, y por una interpretación desmedida del fenómeno electrónico, ha llegado a vaticinar su extinción, pronóstico paradójico habida cuenta de su actual prosperidad y modernización.

En efecto, una explosion de refinada tecnología ha revolucionado de alto abajo los diarios líderes del mundo, abaratando costos, reduciendo el número de personas necesario para producirlos, acortando el tiempo de elaboración, y entregando, por primera vez en casi cien años una calidad auténticamente nueva. Tal efecto es el logro combinado de numerosos avances, entre los cuales merecen citarse la impresión y el uso perfecto del color  en tiradas cada vez más veloces; la aplicación de la tecnología del láser; la transmisión facsimilar por medio de satélites; los terminales remotos de computación; el diseño y compaginación   computarizados; las cámaras  fotográficas  electrónicas  sin  película; la alta capacidad de transmisión digital por fibra óptica a costos próximamente accesibles, etc. Todos estos factores, de gran fuerza  innovadora, refuerzan las ventajas ancestrales de la palabra impresa.

Los diarios y revistas se ven hoy abocados a consolidar una posición definitiva frente a los medias electrónicos —los actuates y los futuros—, previniendo aquel momenta en que estarán disponibles, a bajo costo, otras invenciones: las redes de computador a computador, el acceso a los bancos de datos, la televisión internacional, el correo electrónico mundial o el uso significativo de  las teleconferencias por video.

La magnitud de estos cambios tecnológicos ha servido como un aguijón de energía  para la prensa escrita que ha renovado la visión de los nuevos  papeles sociales y económicos que puede asumir. En la época en que las lecturas y los anunciantes no disponían de otras opciones, importaba menos, sin duda la insatisfacción que pudiera experimentar frente a diarios y revistas, pero ahora en un cuadro de intensa competencia de medios de comunicación, la prensa escrita busca novedosas oportunidades. En este propósito la computación ha resultado decisiva, por cuanto permite segmentar y clasificar rápidamente contenidos informativos y publicitarios, ganando los periódicos secciones especializadas de gran interés para anunciantes y lecturas. Entre tanto, los departamentos de mercado y una verdadera “ingeniería social” permiten auscultar constantemente al público, en lo que, sin embargo, no faltan motivos de cuidado por el riesgo de perder identidad. Las sugerencias que arroja el mercado son, en efecto, muy parecidas para todos y requieren el debido matiz antes de usarse.

En el periódico moderno, la esfera editorial y la comercial están obligadas a conocer técnicamente quienes son los lectores y cuales son sus intereses, hábitos y razones. La despoblación de los antiguos cascos urbanos y el surgimiento de ciudades satélites multitudinarias constituyen un buen  ejemplo de los desafíos integrales que hoy no pueden abordarse sin la inteligente comunión de periodistas y administradores. Gracias a la transmisión facsimilar y a la computación, no existen mayores obstáculos para servir los intereses más específicos de las lecturas. Uno de los periódicos de Japón ha llegado a contar 143 ediciones diarias con algún grado de variación en su contenido, pero naturalmente esta clase de decisiones, para tener éxito, debe responder a un concepto muy claro de identidad del contenido editorial. Conviene anotar que desde el fin de la segunda guerra mundial, el periódico promedio de nuestros días ha duplicado al menos una vez el número de sus páginas  en  respuesta  a la creciente variedad de gustos y servicios requeridos por el público.

Debe admitirse que actualmente prevalece el optimismo en la prensa escrita, sentimiento muy distinto del que predominó en las décadas recién pasadas, cuando los diarios experimentaron el efecto de las crisis económicas mundiales. Lo característico de hoy es la mezcla de oportunidades y problemas, provocados a veces por el mismo del avance tecnológico. Así lo vemos, por ejemplo, en el caso de la tecnología computacional que desplazó a la centenaria linotipia de Mergenthaler, y que ha modificado enteramente el proceso de elaborar la información. Ahora el editor puede revisar el trabajo de los periodistas en cualquier momento del día; y el periodista, sin moverse de su pantalla individual, tiene la opción de tener acceso instantáneamente alto de la información procesada en el diario, y a los fondos de documentación y archivo. Pero no deja de advertirse, también, que el sistema computarizado entraba la comunicación informal entre los integrantes del personal periodístico: el escueto contacto a través de la pantalla reemplaza, muchas veces, la conversación y la discusión frecuente, resintiéndose un tanto la creatividad.

En el pasado, los grandes diarios nadan como una concentración del talento intelectual y periodístico, hasta que el costo inicial de puesta en marcha y de introducción de la marca de los periódicos fue más y más difícil de encarar. Inmensos capitales se hicieron indispensables, estimándose, por ejemplo, que en Estados Unidos el innovador diario “USA Today” llegó a perder cuatrocientos millones de dólares en sus años iniciales de operación, antes de ganar sus primeras utilidades. Así y todo, la revolución tecnológica ha vuelto a disminuir las cifras necesarias para colar nuevos diarios en la calle, lo que restituye la esperanza de tener prensa mejor equilibrada y de componentes más originales, este último también consume largas investigaciones previas a la publicación de un nuevo periódico. Sin perjuicio de estos estudios , que son decisivos del éxito. Incluso el editor del diario norteamericano citado admite que pocas horas antes de imprimir el ejemplar número uno resolvió cambiar nada menos que el de importancia de las noticias que destacaría en la primera página, a  raíz de una conversación escuchada  en  el  bar de un hotel. Básicamente, en  verdad, la diferencia a su favor de cada periódico en un medio que es muy competitivo depende de la imaginación y calidad de su propia de temas.

El punto central es lograr que el lector reconozca en forma instantánea el diario de sus preferencias, lo cual supone una personalidad definida, cuya creación demanda tiempo y talento. Como decía Paul Johnson, un periódico puede ser técnicamente de gran nivel, y bien presentado, pero faltarle carácter. Su peor drama es no incitar al entusiasmo ni provocar esa aprehensión característica del que dirá tal o cual órgano de prensa. El lector percibe fácilmente cuando falta la visión editorial del mundo y un tono de voz distinto de cualquier otro.

3. LOS MEDIOS ELECTRÓNICOS

La revalorización de la prensa escrita en los sectores sociales dirigentes parece hoy estimulada por  la comprobación  de  los daños que  es capaz de producir la manipulación de los medios electrónicos. Cuando se dice que la democracia moderna  está orientada por los medios de  comunicación, y cuando se agrega que   es  una   democracia determinada a menudo por dichos medios, en verdad se abusa de la generalización. Tal afirmación sólo podrá referirse con propiedad al medio electrónico, limitado en su variedad e independencia, y cuyo auditorio es, efectivamente, global cautivo. La prensa escrita caracterizada en las sociedades libres por su diversidad y pluralismo favorece la diseminación del poder político. La televisión, por el contrario, predominantemente estatal en muchos países, ya a veces una herramienta política de influencia inmediata casi incontrastable, ha llegado a ser vista en algunas sociedades como contradictoria con la posibilidad de un ejercicio efectivo de la democracia. Por ella se ha acuñado el término de “dictadura electrónica”.

Buscando preservar la libre determinación de la voluntad política, en varios estados democráticos de Europa y Norteamérica se aplican procedimientos —que no son fáciles de encontrar— para lograr un desarrollo armónico de lo escrito en relación con la imagen. pero las subvenciones estatales a la circulación de los periódicos reconocimientos de muchos países occidentales al servicio público prestado por la prensa escrita, no dejan de suscritar riesgos de subordinación. Por ahora lo único inocente parece ser la aspiración de que existan reglas de competencia eficaces, tratando que . el público se compenetra del papel insustituible de la prensa escrita.

La televisión, medio predilecto de entretenimiento, suele ser la fuente de información más empleada por el público en general. Sin embargo, está distante de alcanzar el grado de credibilidad que conserva la prensa escrita en. el mundo. Después  de  la irrupción generalizada  de la  radio y la  televisión,  la circulación de los periódicos muestra además una nueva tendencia. crecer, acorde con los progresos del nivel cultural. En Estados Unidos, nueve de cada diez adultos leen  por  lo menos un  diario regularmente,  y siete  de  cada diez lo hacen todos los días. Las noticias vistas u oídas son confirmadas en los diarios y revistas, tanto para ahondar  en su importancia  como  para formar respecto de ellas un juicio personal.  Por su  propia  naturaleza,  la prensa  escrita admite la discusión e interpretación de los lectores a partir de un texto que  permanece sin variaciones.

Los procesos políticos, económicos y sociales no se prestan para la imagen; su emocionalidad es reducida y, porlo mismo, tienden a desaparecer de las pantallas. Como medios informativos, la televisión y la radio tienen limitaciones. La incertidumbre del recuerdo, la percepción. auditiva parcial, la menor exigencia del sujeto destinatario —que puede no ser alfabeto—, son desventajas que se suman al peligro de una persuasión psicológica indebida. Incluso la gran ventaja de la televisión actual, su facilidad para situaciones “en directo” frente a lo que sucede en cualquier rincón del orbe en ese mismo instante, constituye una vulnerabilidad desde el punto de vista de la calidad de la información. En efecto, las noticias con imagen directa no pasan por ningún proceso de edición, el cual, como  diré luego, es inseparable  del acto de informar bien. De este modo, la sugestión de lo que vemos puede dejarnos atónitos, pero la falta del contexto, indispensable para que la imagen cobre sentido total, no permite asimilar su importancia, al continuo de lo que le o urre al lector que enfrenta en un diario un cuadro previamente sopesado y Jerarquizado de la realidad, situado en los antecedentes que le dan su alcance cabal, y con las claves necesarias para conferir la perspectiva a cada acontecimiento. Al revés de la televisión, que pierde penetración cuanto más se aleja de la imagen y de la inmediatez del hecho, el periódico impreso mejora su calidad con la interpretación y el análisis de la noticia.

Bien sabemos que hoy es técnicamente posible el ingreso continuo de la información a la pantalla, escrita directamente por el reportero, y automáticamente accesible desde cualquier computador hogareño. Pero aunque es difícil predecir el futuro de esta visión de un diario electrónico, cuyo contenido podría renovarse constantemente, este no conseguiría dar el elemento característico y valioso de la prensa escrita, cuál es la entrega de un conjunto armónico de información técnicamente elaborada, y justipreciada en su importancia una con otra noticia. El  diario electrónico no  resuelve tampoco el problema del financiamiento,  puesto  que la  inserción  de  publicidad es poco atractiva por la aptitud del medio para evitarlo. Con todo, lo que interesa consignar no son los inconvenientes que se avizoran para el diario electrónico, sino la variedad de problemas  éticos  que  él  supondría.  La profusión de material, tan  ingobernable  como  las conversaciones  telefónicas,  pondría en primer piano las dificultades para tratar de traspasar a él las responsabilidades de periodistas, directores y editores, las doctrinas sobre objetividad, libertad editorial y valoración de las noticias, sin pensar, todavía, en lo que ocurriría con la injuria y la calumnia, la invasión  de  la  privacidad  o la sanción por la violacion de la seguridad del Estado.

Por ello es que se piensa que la fragmentación de las noticias, implícita incluso en los sistemas de televisión por cable, aumentará la dependencia de! público del diario escrito como la única fuente más completa de noticias y publicidad. Esta última representa  el factor  preponderante  de los ingresos de los diarios y define una parte muy importante del perfil independiente de la prensa escrita. Si la publicidad es diversificada, los avisadores no tienen manera de ejercer presión sobre los contenidos informativos que pudieran afectarles. Marcando, pues, otra diferencia  con  la televisión  y la  radio —medios en que el avisador interviene en la programación y en los que su influencia se proyecta incluso al estilo de los programas periodísticos—, el avisador de la prensa escrita sólo se relaciona con los departamentos comerciales del periódico. Diarios y revistas están usando hoy nuevos medios técnicos para revertir el proceso de la publicidad, en algunos rubros excesivamente en la televisión. La rapidez para considerar información de los precios, la disposición del anuncio en secciones clasificadas de mayor permanencia, un diseño gráfico innovador, han sido, entre muchos otros, motivos de una competencia que tiende a ser más equilibrada en el futuro. Este desafío que toca a la publicidad no se limita a la competencia con los medios electrónicos, sino que también abarca una gama de opciones distintas, tales como la publicidad directa distribuida por correo, en la calle o a domicilio y la prensa gratuita de irradiación local financiada exclusivamente por avisos. Pero hacia adelante, la prensa escrita tiene ventajas potenciales para consolidar su participación en el mercado de anuncios. Su capacidad de absorber publicidad es mayor que  la de la televisión, que rápidamente se satura. Asimismo, el espectador de televisión tiene medio para eludir las rondas comerciales, en tanto que en la prensa escrita los avisos se insertan conjuntamente con el material periodístico en una unidad atractiva. La variedad virtualmente ilimitada del aviso economico le aporta al lector de diarios una  información  irreemplazable del comportamiento económico masivo, Y el surgimiento de la publicidad institucional y de la información pulgada como anunció en el mundo de los negocios ha significado un caudal reciente de importancia para la prensa escrita tiene ventajas potenciales para consolidar su participación en el mercado de anuncios. Su capacidad de absorber publicidad es mayor que  la de la televisión, que rápidamente se satura. Asimismo, el espectador de televisión tiene medio para eludir las rondas comerciales, en tanto que en la prensa escrita los avisos se insertan conjuntamente con el material periodístico en una unidad atractiva. La variedad virtualmente ilimitada del aviso económico le aporta al lector de diarios una  información  irreemplazable del comportamiento económico masivo, Y el surgimiento de la publicidad institucional y de la información pulgada como anunció en el mundo de los negocios ha significado un caudal reciente de importancia para la prensa escrita.

4. LA DIFICIL CALIDAD DE LA PRENSA 

Pero aún dentro de la prensa escrita hay que establecer requisitos y niveles diferenciados. En este sentido, un escalón previo al diario institución es aquel cuyo rigor profesional está animado por el objetivo de unir, jerarquizar y difundir información con precisión, imparcialidad y estilo.

Por de pronto, la prensa escrita no debe ser avasalladora. Las fallas que erosionan el crédito de sus órganos se transforman en fuertes daños silenciosos si los periódicos no los confiesan y rectifican con oportunidad. El público desea que se le demuestre  que  no faltó disciplina  ni profesionalismo en  el intento de establecer la realidad de las cosas.

De aquí se deduce, pues, que la credibilidad y la calidad de un contenido periodístico se juegan sobre todo en la manera en que cada diario aborda la función de editarlo. Esta responsabilidad no concierne exclusivamente a la dirección, como suele creerse, sino que recorre una larga columna dorsal de jefes y periodistas cuyo número es creciente a medida que se hace mayor la complejidad de los medios técnicos disponibles, los que requieren de un manejo simultáneo por parte de más personas habilitadas para tomar decisiones finales sobre el material.

La función de editar aplica realmente el más extraordinario poder de la sociedad moderna, la facultad de informar, pero solo en uso de un mandato delegado por la comunidad, que es el verdadero titular del derecho a la información. Los males que comprobamos en los medios de prensa derivan del entendimiento erróneo o inescrupuloso de aquel poder. Entonces la influencia se confunde con la ostentación de la capacidad de atrapar el interés de las masas con informaciones de efecto inmediato, que dejan al lector más asom­brado que convencido, olvidándose que editar un diario interesante e impar­cial es una labor que exige un equilibrio de sobriedad y energía difícil de conseguir.

La calidad de la edición —esto es, el contexto, significado, análisis e importancia de cada información— constituye un elemento muy primitivo de la prensa escrita. Aunque la importancia de la edición en el medio televisivo es enorme, la diferencia es que solo se aplica cabalmente al material que no es informativo. 

En el medio escrito, esta calidad depende de numerosos factores, pero el primero y el más decisivo es tener un buen sistema de selección de las informaciones que merecen publicarse. Grande  es el  número  de decisiones que requieren tanto la avalancha de  información  original  como  el difícil proceso  de condensarla  hasta reducir los textos a  un  factor de lectura común. La mayor parte de estas resoluciones no alcanzan  a ser  directamente fiscaliza­das por un equipo directivo central, como pudo ocurrir antes. En el diario moderno, las decisiones  prácticas se  toman descentralizadamente, aunque  para el  lector  no existe más que  un  sistema integrado de información —la  sola voz que   personifica  el  nombre  del diario— que garantiza  una  visión  única acerca de los acontecimientos del día.

Para lograr este objetivo con riqueza y vitalidad informativa, el proceso interno de la edición se caracteriza por una negociación inteligente acerca del material con mérito de entre el ya seleccionado en las primeras etapas. En ella toman parte final los jefes y superiores,  pero  en  otros  escalones  se  ha llevado a  cabo antes entre periodistas asignados a diferentes responsabilidades, y entre los reporteros y sus fuentes de material informativo.

Incumbe a la función  de editor, purificar  la información  hasta donde ello es posible. La insinuación de  opiniones  enturbia  las columnas noticiosas y coarta la libertad para enfrentarse a los hechos sin  los prejuicios  de quien elaboró la noticia. La amenidad o el deseo de realzar la carga alusiva del hecho noticioso no dan razón para interpretarlo subjetivamente,  más allá  de sus términos justos. La prensa escrita, que circula en  un  ámbito más culto, encuentra  mayor  rechazo que los medios electrónicos cuando deja deslizar las creencias de sus periodistas.

Una edición cuidadosa y autocrítica debe mantener canales de fácil acceso para resolver las quejas del público. Hay que  estar conscientes de que el crédito se juega tanto en las áreas que atraen más la dedicación de las directivas superiores del diario—politica, economica, información internacional— como en secciones especializadas— deportes, espectáculos, cultura—, en las que incluso es más acentuado el espíritu crítico en los lectores. Algunos diarios incurren en la liviandad de admitir en estos espacios contenidos interesantes y aún brillantes, pero que difícilmente pasarían airosos los cánones de comprobación y trascendencia. Muy dañina es la tentación de publicar noticias disolventes o extravagantes  bajo el predicamento erróneo de que no forman parte del cuerpo informativo esencial del periódico.

El público, que ignora el funcionamiento práctico de la edición de un diario, tiende a creer que es operante, como él la imagina, la figura jurídica del “director responsable”. Asimismo, supone utópicamente que hay en el más controles que los plausibles, o bien es inclinado a pensar que, antes de ser publicada, cada noticia o reportaje se somete a la deliberación de un consejo superior, dotado del tiempo suficiente para que cada párrafo encaje como pieza de ajedrez de una imaginaria estrategia cuidada en todos los detalles.

Hay que tener en cuenta que el servicio informativo opera con precisión categórica sólo donde existe una buena maquinaria de registro. ¿Quién podría equivocarse con los datos pluviométricos o con el índice de precios al consumidor? Pero la complicación del periodismo  moderno está en que ha pasado a ser un número muy inferior el de las noticias posibles de fundarse en comprobaciones directas y físicas de los hechos. La mayor parte de las informaciones proceden hoy de abundantes fuentes sectoriales, interesadas en difundir una determinada versión de los hechos, para lo cual proceden a disponer y jerarquizar ellas mismas el suministro de datos acorde con sus propias conveniencias. Una aparente primicia informativa puede  ser  entonces, en esencia, un “comunicado” bajo disfraz. Y vemos con frecuencia el deprimente espectáculo del micrófono sostenido por un periodista aparentemente mudo, cuya presencia parece ratificar la certidumbre de un simple boletín. En este cuadro extremo que virtualmente socava la imagen  entera del periodismo, no existe discrepancia, verificación ni previa investigación  de una  realidad que la fuente emisora estima enteramente configurada. Se trata de un  mecanismo que consigue alejar muchas veces la intrusión indeseada sobre un campo interesadamente definido como de privacidad  gubernativa,  partidista,  religiosa o comercial.  La prensa que  trabaja sin  temor  ni favoritismos  no está obligada a molestar para demostrar su independencia, pero ciertamente hay razón para exigirle que formule las preguntas pertinentes y justas.

Las fallas del  reportero en su contacto inicial con la fuente noticiosa —sea por apreciación errónea, o por exclusión de datos, o independencia débil— resultan poco susceptibles de corrección posterior. Los vados no son tanto de preparación técnica, sin proceden más bien de la falta del sentido de saber ver. Los continuos inventos tecnológicos aplicados en el mundo de la información no han corrido a parejas con la renovación y el  estímulo de la intuición. Para enfocar la sociedad del año 2000, el periodista necesita más preparación humanística, un aporte que les toca hacer a las universidades que forman profesionales de la información. El reforzamiento de la capacidad de desmitificar la realidad, del sentido ético, de la apreciación objetiva y del compromiso con la verdad son bases del periodismo profesional y las más firmes barreras contra la intromisión del compromiso ideológico en la función de informar.

Pero la labor informativa ganaría poco con guiarse con un principio rector de objetividad si los periodistas no actúan persuadidos de que es posible alcanzar la verdad y ser imparciales. Falsa es la objetividad cuando se la invoca como disculpa para justificar un contenido blanco y neutral. Básicamente ella es una cualidad para tomar como referencia el objeto, la realidad o el elemento analítico que debe ser informado. Su significado no es unívoco sino múltiple, Si se trata de una información de ideas, la objetividad consistirá en la conformidad que hay que tener con el sujeto que emite las ideas en un contexto ideológico propio de él.

La noción profesional estimula sin riesgo la variedad al interior de los órganos de prensa. Conveniente es que los periodistas se distinguen entre sí por el  hábito  de  matizar  y  por   sus  distintas  visiones;  el  pluralismo  ideológico en un diario no perturba el resultado final a condición de  que  el  proceso de edición sea sistemático para contrastar y verificar los diversos puntos de vista.

Los diarios del siglo XIX y hasta los comienzos del actual —que eran más políticos y literarios que informativos— generalmente reunían colaboradores eminentes dotados de  un  nivel  similar  de  cultura.  Pero  cuando  el propósito de los periódicos se amplió, ello determinó una organización  de  otro  tipo: capas estratificadas de reporteros, jefes medios, redactores y directores, escasamente integrados entre sí y cuyos grados de preparación pasaron a ser muy disímiles. La ventaja del periodismo actual ha sido superar la vieja dicotomía entre la intuición del reportero y la aptitud analítica del redactor de periódicos. El avance técnico, entre otros motivos, ha precipitado un cambio significativo: los diarios ya no son una pirámide de ancha base de reporteros de calle y cúpula reducida, sino que constituyen hoy equipos homogéneos y versátiles para encarnar una labor colectiva. Sin llegar al extremo de la dirección “federada” que preconizan experiencias de prensa cooperativa, cuya viabilidad es remota según muestra la experiencia, lo cierto es que la dirección actual de un diario es liderato dentro de una estructura en la que una gran cantidad de poder directo de edición de delega frecuentemente en los jefes responsables de las secciones que lo forman.

Por valiosas que sean individualmente las informaciones, la función de un diario no se satisface con diseminarse al modo de un noticiario radial o televisivo. De él se pide un recuento de los sucesos ocurridos en una jornada de tiempo preestablecida —12, 24 horas, una semana—, aunque las perspec­ uvas de los hechos no valgan más que por el estrecho periodo en que el diario está vigente. El mismo acontecimiento puede tener valoraciones potenciales distintas, dependiendo esto de que existan en un  día  determinado  otros sucesos más relevantes capaces de restarle a aquel importancia relativa.

La función de editar debe procurar obtener, asimismo, un conjunto amplio de textos e imágenes mediante lo cual el diario estimula el sentido estético, la ecuación agradable y serena. El lector, inmerso en una sociedad desordenada y por momentos caótica, busca en el diario la resolución de los sucesos con un orden ideal, incluso a través de una diagramación legible, elegante y sistemática. Cuando parecen diluirse los valores convenidos o universales, es más necesario que  nunca colocar distancias lógicas frente a sucesos que en apariencias est.an fuera de control. El diario profesional debe cumplir con un propósito de tranquilidad radonal, sin servir de combustible a mayores incendios.  La preocupación  del editor no puede estar ajena al debido equilibrio entre las noticias que alientan un orden social y las que registran circunstancias de desorden. Lo mismo podría decirse respecto de la intercalación de zonas de entretención que satisfacen los naturales escapismos de los lectores a veces abrumados por su entorno cotidiano.

Desde afuera es probablemente difícil percibir el tipo de responsabilidades entremezcladas que recaen en los que  tienen la responsabilidad de editor. En el solo orden legal, por ejemplo, si lo referimos a Chile, junto con la legislación sobre difamación, injuria y atentados a la vida privada que existe en todos los países, se agrega la difícil y casuística interpretación de las normas contenidas en las leyes de seguridad interior o la que está disperso en cuerpos legales del más variado carácter. Esta fatiga constituye un riesgo, por cuanto la organización de un periódico debe estar a prueba de contratiempos y eventualidades. La rutina capaz de absorber bien los golpes de imaginación que requieren las circunstancias informativas es la que pone a prueba la calidad. El cuidado del futuro, mediante la incorporación de lectores jóvenes, supone un cúmulo de deberes tan difíciles como mantener la brevedad y corrección del lenguaje escrito en un medio cultural cada vez más influido por la imagen.

Con todo, mediante el auxilio de una técnica ahora tan igualada con los medios electrónicos, la prensa escrita no sólo sigue siendo competitiva respecto de estos, sino que prevalece por su capacidad para fijar las ideas, clasificarlas, consultarlas, conservarlas y transmitirlas.

5. DESINFORMACIÓN E INFORMACIÓN DIRIGIDA

La responsabilidad de editar un medio informativo profesional comprende, además, la preocupación de prevenir la cuota de desinformación suministrada por la lucha de los imperios ideológicos mundiales. Una parte substancial del volumen informativo, especialmente del ámbito internacional, es adquirida por los diarios a terceros , las agencias noticiosas, y naturalmente los criterios de la elaboración de este material pueden no coincidir con los del diario que los pública, pero que está obligado a vigilarlos  para verificar su credibilidad eventual carga tendenciosa. Es menester estar advertidos,  también, de que agencias/informativas internacionales son sensibles al poder; su financiamiento no es enteramente independiente y los contenidos que difunden reflejan la balanza ideológica existente en el mundo. Mario Gongora señalaba que la peor desinformación moderna consiste en la imposición cotidiana de un “consenso mundial inerte”. Por ello es que el ilustre profesor pedía que los diarios recogieran no solo el material periodístico del “bien pensante”, sino la personalidad e independencia de juicio propias de las grandes plumas…

Cuando un país se convierte en foco de  atención  noticiosa  mundial —como ocurrió con Chile en ocasión de  la visita  del  Papa— muchos se percatan del efecto nocivo de la información. Pero a veces  el  desconcierto  que provoca este fenómeno induce a sugerencias correctivas equivocadas. Es el caso de pedir una respuesta informativa de signo ideológico contrario,  lo cual supone el riesgo de confundir el canal informativo con la persuasión propagandística, y obviamente  de  sobrepasar  los cánones  de  la  edición  profesional de las noticias. Es frecuente también desconfiar del sistema global de información abierta  bajo el predicamento de que los agentes de la desinformación pueden servirse de esta libertad para destruirla  gradualmente.  De aceptarse estos criterios, ello consagra paradójicamente el éxito de la desinformación de rasgo totalitario, sea por contraponer en el primer caso verdades supuesta que terminan anulándose, o bien por privarse al público del acceso a la verdad de los hechos, al extender un clima de escepticismo hacia toda la información, al amparo de restricciones erróneamente concebidas para cautelas la sociedad libre. Bien sabe el editor de diarios que el único remedio para combatir la desinformación es difundir más información, mejor investigada y de mayor calidad, hasta atraer la atención sobre los hechos verdaderos.

Los archivos computarizados que actualmente proveen un porcentaje importante del total publicado en los medios escritos constituyen un potencial riesgo de desinformación en ellos se sistematizan miles y miles de datos no publicados antes en el periódico que quedan automáticamente en posición de utilizarse, lo cual obliga a tener respecto de ellos una prevención constante sobre  su  verificación y  uso prudente. Bien  se  ha  dicho  que  el  sucesor computarizado del antiguo bibliotecario se ha convertido en guardián crucial del conocimiento moderno. La abundancia de información de acceso instantáneo y, por consiguiente, publicable constituye una ventaja decisiva para la interpretación y juicio más rápido sobre los grandes acontecimientos. Sin embargo, el modo de depositar y clasificar  la información  en  los centros de documentación constituye un resultado ajeno que  el periodista  no  puede hacer suyo sin  estar  permanentemente alertado  acerca  de él.

Las preocupaciones del editor varían de país en país. Para incorporar nuevos lectores en Chile, por ejemplo, es preciso veneer circunstancias económicas y culturales más difíciles, derivadas tanto del costo del ejemplar de periódicos respecto del nivel de ingresos promedio de Ia población, como también del quiebre, al masificarse la educación, del universo cultural que prevalece hasta la década de 1960. Es válida la inquietud por el retroceso de la prensa regional y por otros fenómenos igualmente serios, entre los que convendría señalar destacadamente Ia pérdida de posición relativa del periodismo sin finna, ya que este es la base inamovible de Ia identidad de los grandes diarios y de su personalidad  como mecanismos de información, integridad  que se reconoce por el nombre del periódico.

No podemos soslayar tampoco el hecho de que las cortapisas legales. que han afectado últimamente a nuestra prensa justifica que muchos atribuyen a este factor la existencia a un periodismo escrito más adocenado, aunque por nuestra parte pensamos que la pérdida de vigor e independencia de este no se ha debido únicamente a las indicadas restricciones. Con  todo, se ha prevenido con insistencia acerca del peligro de dictar una legislación  penal específica para la prensa. La injuria, Ia calumnia, y difamación, el incitar a Ia subversion, Ia pornografia son delitos comunes que puede cometer cualquier persona, pero que agravan sus efectos cuando son perpetrados a través de los medios de comunicación. Sin  embargo,  el  reconocimiento de estas agravantes es muy distinto a la tendencia que hoy se observa para configurar delitos específicos relativos a la función de informar y opinar. 

Sea por dificultades, sea por afanes hegemónicos,  muchos  gobiernos tan de consolidar su influencia política mediante Ia práctica de la información dirigida, cuyo éxito a largo plazo en sociedades cerradas y totalitarias podría discutirse en  algunos casos históricos, pero que no cabe duda de que se traduce en  un  fracaso en las sociedades democráticas y abiertas, aunque las.autoridades políticas se empeñen en multiplicar sus medios de comunicación bajo control directo y en amedrentar a los ajenos. Los enormes recursos empleados en este afán se ven frecuentemente dilapidados, a lo que no ocurriría si los gobiernos democráticos los reservaran estrictamente para acometer acciones lícitas y transparentes de propaganda y difusión cultural. Es lógico y también legítimo, que mirando al futuro, los gobernantes traten de modificar a largo plazo las mentalidades y las imágenes colectivas, pero este objetivo nunca se logra mediante maniobras enrevesadas que carecen de fuerza ante la influencia de la prensa libre, sino que se consigue incorporándose aquellos como un actor más del debate abierto propio de la sociedad democrática y pluralista.

6. DIARIO DE LA ELITE Y DIARIO INSTITUCIÓN 

A medio camino entre los diarios meramente profesionales y los diarios instituciones, poseen características propias ciertos diarios persuasivos de  las  eli dirigentes que las estimulan para llevar adelante acciones que finalmente afectan a las masas. Este tipo de periódicos pasa, además, a ser consulta obligada de un  medio  cultural  homogéneo  formado  por  gobernantes,  políticos, financistas  y  académicos  de  varios  países  a  la  vez.  El elemento que comparten  con  la  prensa  profesional  es la  importancia  de  la información  que producen , y pueden existir incluso en sociedades políticamente cerradas por cuanto  también  estas  necesitan  un  medio  para  uniformar  el  pensamiento  de la clase dirigente y mostrar un paso  más  adelante  de  lo  que dicen  en público sus autoridades políticas. A modo de ejemplo, el diario “Pravda” constituye una suerte de lazarillo mediante el cual cada  individuo de la sociedad soviética queda en disposición de planear su vida  cotidiana dentro del sistema.

La prensa cuyo objetivo es influir en las elites de gobierno puede incluso sobrevivir al mal juicio de sus lectores acerca de su credibilidad Y buen: intenciones, ya que existe el fenómeno de los diarios dotados de calidad informativa, pero inseguros, perjudiciales y no siempre confiables, porque hay lectores dispuestos a adquirirlos. El diario institución, en cambio que debe captar lo importante con un espíritu de verdad como meta, es muy dependiente de la buena opinión que existe sobre él. 

En efecto, el tipo de influencia social que el público percibe en un periódico como propio de una institución común a todos está lejos de ser derivación del éxito material. Se puede ostentar alte circulación, exitoso volumen publicitario y poder monopólico sobre una cierta área de irradiación, pero ninguno de estos elementos es suficiente para convertir un diario en una institución, cuyo núcleo de influenza es su capacidad para interpretar el consenso político y social más afín con un desenvolvimiento nacional estable con iguales oportunidades para  todos.

Por tratarse de una percepción, el reconocimiento de que existe un diario institución  es apenas un acuerdo  transitorio  que  cesa, con estrépito a veces, si en el manejo diario se anteponen intereses particulares a los generales,  si la información resulta enturbiada por la ideología.

Las sugerencias del mercado probablemente pueden asegurar la sobrevivencia y aun el ascenso de una publicación periodística, pero en cambio no son gravitantes para el fin de procurar autoridad en su comunidad o país. Como es natural, el diario institución se encuentra en un mercado libre y de viva pluralidad ideológica —por lo que le es imperioso tener la mejor calidad profesional—, pero antes se debe a normas de más difícil cumplimiento que arrancan de  su  propia  tradición  y personalidad.

Para conquistar prestigio y lealtad de marca, los diarios instituciones son fieles a conductas estables y apreciadas por  el medio en  el cual circulan.  Para los lectores no resulta indiferente substituirlos por otro. En ellos destaca el equilibrio para volcarse enérgicamente en la preocupación por  el  mundo externo, pero cuidando lo que asimismo podría llamarse su propia institucionalidad interna. Esta última llega a ser tan rica y compleja como los contrapesos y sutilezas de poder propios de los sistemas políticos. Meterse de lleno en un periódico institución depara un permanente  descubrir  consensos y atribuciones  flexiblemente construidos en  torno a su identidad fundamental a lo largo del tiempo.

Como en toda institución, lo esencial de esta identidad es la idea directriz, núcleo del que emanan no sólo deberes y derechos para los que forman parte del diario, sino también los hilos conductores de las crisis y renacimientos de esa misma identidad. Cuando se recorre la historia íntima de los diarios instituciones en diversas partes del mundo, aparece nítido el fenómeno de como han enfrentado internamente tensiones y desafíos similares a los de la sociedad en general, pero agravados por el hecho de verse también profundamente envueltos en los conflictos políticos y sociales de su tiempo. Sobresale en ellos, como rasgo primario,  una capacidad  extraordinaria de adaptación: el diario institución afronta primero—y a veces con mayor crudeza— muchos fenómenos sociales en ciernes, incluso antes de que ellos sean conscientemente percibidos. 

Si nos referimos a los diarios chilenos durante el último cuarto de siglo, veremos cómo han tenido que expresar los más violentos tránsitos de una a otra antípoda de la conducción política. Y junto con ello han afrontado un cambio radical desde un carácter puramente noticioso y de opinión a productos completisimos que hoy incluyen secciones especializadas— económicas, científicas, de entretención y de servicios—, amén de variación de suplementos, revistas e insertos. Sin duda, nuestros diarios han sentido el estímulo de reaccionar a un medio social y político difícil y ambiguo; a la competencia de los otros medios de comunicación de masas y, sobre todo, a la modificación de los hábitos, más veloz e impresionante que en el pasado. La facultad de adaptación exigida por esta clase de desafíos es habitualmente más elástica y natural en quienes antes sobrevivieron muchas veces a unos retos equivalentes y tuvieron que tomar decisiones certeras y apremiantes. Tal es el valor objetivo de la antigüedad en los diarios, y no la pura vanagloria que parece a veces.

7. EL  APORTE  SUSTANCIAL

El diario institución, que registra los hechos con fijeza, serenidad y ponderación, consigue que  el lector juzgue  con alarma situaciones que, probablemente, de otra manera, habría aceptado. El espíritu crítico que transforma al conformista en un “hombre alertado”, como dice Beneyto, es en sí mismo positivo. Sobre todo si se ha pasado por una crisis —y corresponde renovar los fundamentos  de  la  organización política  o  económica— ,  es lógico  que  sea mayor el deber de control general y de los aspectos éticos que implican las situaciones  nuevas, facultad que ciertamente  compete a la prensa. Para evitar la crítica disolvente, todo está en ejercerla con el complemento de un magisterio editorial orientador de su dirección rectificadora.

En verdad, el aporte esencial  del  diario  institución  radica en su oferta de ideas, sugerencias y proyectos encaminados a lograr una actuación positiva de todos. Tal contribución es decisiva en la sociedad contemporánea, presa menudo  de  sentimientos  de  desencanto  que  en  la juventud  son aún más evidentes y peligrosos. Al respecto, el profesor Mario Gongora reclamaba de la  prensa escrita que está supiera “encontrar a los hombres que saben  o que sienten mejor”, aspiración que cuya importancia nos damos cuenta al percibir el efecto de la multiplicación del volumen informativo, cada vez más inmanejable, y la complejidad que alcanza la comunidad mundial que, ahora sí, influye cotidiana y fuertemente en todos.

 En este marco, la tarea relevante del diario institución es proyectar constantemente un programa de objetivos públicos y nacionales, inspirador de las sugerencias formuladas en cada aspecto de la realidad que analiza en las columnas editoriales. Así se mantiene la dirección propia del diario en la interpretación de la tendencia más profunda del país —que parece a menudo derrotada y sumergida— y al mismo tiempo se ofrece una atalaya de independencia para juzgar lo bueno y lo malo de la acción de cualquier gobierno o poder en la sociedad.

Los diarios que aspiran ejercer influencia son leídos por cientos de miles de personas. La diferencia, sin embargo, es que algunos, como el periódico de élite que mencionaba, se escriben de preferencia para los sectores dirigentes, en tanto que el diario institución se hace pensando en todos, gobernantes y gobernados, con el fin de que la realidad pública sea conocida y juzgada en profundidad. Así promueve la participación en el sistema político; no se limita, por ejemplo, a exigir Y defender el sufragio, sino que extiende su responsabilidad al cálculo lógico de sus consecuencias. Forma de esta manera verdadera opinión pública; no se circunscribe a recoger lo que dice el público opinante, sino que establece y comunica un juicio ampliamente compartido, proveyendo información política sólida que permite que todos participen en los procesos democráticos.

Cuando el diario institución ejerce su deber de control primario del gobiemo y de las autoridades subordinadas a él, sus periodistas están obligados a desenvolverse con prudencia y fortaleza para persistir en sus iniciativas de investigación y conservar al mismo tiempo integridad y capacidad para llevar a cabo la crítica que sea procedente. Aún con riesgo de perder algún anun­ciante o de molestar al poder político o económico, un particular rigor de equidad es indispensable al detectar las acciones y omisiones perjudiciales para los intereses de la comunidad. Hay que tener presente que la información de esta clase de diarios compromete más que la de otros medios informativos el prestigio del sistema social y de sus órganos claves, goza de mayor crédito y requiere mantener el equilibrio de una comunicación abierta con las autori­dades políticas, pero sin convertirse en difícil instrumento de estas. Por definición, el diario institución no puede colocarse en las barreras fáciles de la oposición o del gobierno, porque en ambas perderá el sentido de la realidad. 

En este cometido tiene que respetar la institucionalidad del país, procurando que el derecho a disentir y expresar críticas no sea corrosivo para el funcionamiento del consenso social básico. En una sociedad democrática los diarios instituciones deben ayudar a realizar el trabajo de los distintos poderes y de sus componentes fundamentales. El derecho a la información está presidido por la idea de que su ejercicio se legitima en función del bien de la comunidad. Asimismo, la calidad de las noticias disponibles sobre una sociedad coadyuva, sin duda, a su mejor organización: los diferentes intereses se hallan representados con nitidez; las materias por resolver, clarificadas, y se contribuye, en general, a que puedan prevalecer en ella criterios objetivos. Pero esto no es únicamente una regla válida para tiempos normales. Cuando acaecen las crisis, los responsables del Estado tienden inmediatamente a controlar la información, sin reparar en que el peor desafío al orden público debe ser siempre informando en plenitud, sin perjuicio de que sea posible discutir la forma con que ha de acompañarse la descripción de los hechos, ojalá en términos consecuentes con los valores sociales comprometidos.

Ahora bien, aunque la libertad de opinión es el fundamento del sistema democrático, y Ia libertad de información y de expresión constituyen manifestaciones esenciales de aquél, resulta igualmente perjudicial al inclinarse en exceso por cualesquiera de los polos exagerados que atraen a los medios informativos:  la adhesión ciega a una libertad de información irresponsable y atentatoria contra otros valores, o la permanente subordinación de esta última a un criterio de responsabilidad social utilizado para encubrir noticias molestas. 

El debate mundial acerca de los límites de la privacidad de los hombres públicos, quienes deben estar sometidos al enjuiciamiento de sus actuaciones, tiene su fundamento en la preocupación de no extender el descrédito personal a las instituciones.

8. RENOVACIÓN Y CONTINUIDAD 

Un problema crucial del diario institución es resolver bien la sucesión generacional de sus colaboradores y el reemplazo de un equipo de dirigentes por otro sin que el periódico pierda personalidad y estilo. La mayoría de los canales de comunicación se ajustan con cierta rapidez a la conducción de nuevos mandos superiores y les  resulta difícil  recurrir  al mercado  profesional en la búsqueda de personas que  habitualmente  modernizan  los medios en que habían sido contratados. Pero este no es frecuentemente el caso del diario institución, cuyo mayor valor radica en su identidad, afectada a veces por quienes, formados periodísticamente fuera aquel, no alcanzaban a absorber las maneras sistemáticas y de reflejo casi inconsciente con que se logra preservar esta identidad. En el cúmulo de decisiones fulminantes que se adoptan en los momentos de tensión informativa, o peor aún, de crisis mauor en la sociedad, solo es útil acatar los estilos periodísticos tesoneramente forjados en los días y momentos de trabajo ordinario. Conveniente es que el diario institución forme su propio personal, la mejor manera de infundir tempranamente en él la devoción a la idea común. Como cualquier institución, el diario sucumbe en el momento en que sus miembros presionan para compartir privilegios y nombradas individuales en lugar de servir con desinterés la idea objetiva a la cual se encuentran afiliados. Factor este último que no deja de plantear delicados problemas  cuando hay que restringir la competencia interna del valor profesional a sus límites admisibles.

Como en toda institución, también el peso de la tradición es gravitante bienhechor. El manejo directivo debe ofrecer un equilibrio entre autonomía y subordinación, conciliando la paradoja del periodista, formado en la universidad como profesional liberal, pero que en la práctica trabaja como empleado bajo dependencia jerárquica. En el diario institución,  por lo mismo, no  todas las normas éticas ni tampoco muchas modalidades de trabajo pueden convertirse en órdenes. En el proceso de elaboración periodística existe una zona sutil en la que el periodista se siente autónomo y efectivamente lo es. Es vital por ello que el periódico logre conservar su coherencia, y esta aparece condicionada a que el ingreso de personal nuevo sea no solo selectivo, sino que se produzca en una proporción  relativamente  reducida en el curso del  tiempo, con el fin de permitir el adiestramiento de los reclutas y los procesos exigentes de selección que son indispensables para proveer los puestos claves y realizar una especialización rigurosa.

En los ejemplos históricos que conocemos del diario institución, su personalidad sociológica ha desbordado su ámbito propio al formar un tipo de lector característico y, sobre todo, una redacción social muy determinada. La influencia de estos periódicos ha constituido una participación reconocible y positiva en el juego de equilibrios de los países que han contado con ellos. Resulta entonces explicable que el estilo del diario institución sea asumido por su público como un patrimonio propio; el lector de el es el primer rebelde a la utilización liviana o interesada del prestigio ganado, cuando advierte un apoyo político sin mérito o un abuso en desmedro de la sobriedad. En encuestas realizadas en Estados Unidos, confrontado el público a dar un orden las características preferidas en los periódicos —entre las de “legibles”, “adecuadas”, “locales”, “urgentes” y “estimulantes”—, se manifestó un cambio antigua prioridad porque fueran “urgentes” en favor de la nueva aspiración de que los diarios sean “adecuados”.

Es tal la fuerza de la identidad de los diarios instituciones que a veces esta logra imponerse incluso a los cambios bruscos de propiedad muy frecuentes en la prensa contemporánea. De este modo, por ejemplo, “The Times” y “Le Figaro” son fisonomías que prevalecen con sello propio dentro de los imperios periodísticos de un Murdoch o de un Hersant.

9. FUNCIÓN SOCIAL  DE  INTEGRACIÓN 

El diario institución prueba sensiblemente su condición de tal cuando mantiene una preocupación constante por el punto de vista e intereses de las minorías, especialmente de aquellas que no tienen la fuerza suficiente para presionarlo, y que ciertamente están muy lejos de constituirse en sus lectores o avisadores. Lo señalado comprende obviamente la inquietud por los cambios sociales justificados. En el caso de Chile, por ejemplo, el periódico capaz de defender los intereses de la población más pobre demostraría prácticamente su creencia de que los sectores marginados son una parte fundamental de la comunidad, cuya representación en la voz pública debe llevar el diario adelante.

En mayor medida que otros medios informativos, el diario institución debe evitar que el único acercamiento directo del público le corresponda a la gente más educada y participante del orden establecido. Para lograr este propósito  no  solo  es  importante  la  auscultación  frecuente  del  sentir  general a través de encuestas de opinión; también debe tomar otras vías de contactos seguidos con jóvenes, trabajadores,  pobres y marginados, pero teniendo siempre el cuidado de incorporar el sentir de estos no tanto por su atractivo natural como “casos” periodísticos, sino como representaciones porcentualmente fide­ dignas del conjunto social.

La información es reconocida como un factor integrador calificado. Al respecto, un diario del general que señalamos tiene una fuerza privilegiada para promover la cohesión y el paulatino acortamiento de las distancias sociales. Ya destacaba Tocqueville este peculiar papel del periódico, que procura  —decía—un “lazo  social” y que  es  un   consejero  que  no hay que ir a buscar, sino que viene por el propio acuerdo, “y te habla todos los días libremente del bien público, sin distraerte de tus asuntos privados”. Los periódicos —subrayaba Tocqueville— se hacen más necesarios conforme los hombres se igualan, y el individualismo se hace más temible. Suponer que solo sirven para proteger la libertad sería disminuir su importancia: sostienen la civilización… Si no hubiera periódicos, no habría ninguna actividad en común. 

En el reciente fallo, la Corte Suprema de Argentina hacia ver que “la prenda cumple una función de defender de los intereses comunitarios, entre ellos el de recto obrar de la administración y sus funcionarios”, importantísima para el afianzamiento y salud de las instituciones republicanas, especialmente “donde no existe una institución que defienda aquellos intereses cuando se los califica de difusos, y que por lo mismo no tienen adecuada protección legal”.

Los diarios no pueden dejar de ser, pues la válvula de escape más inmediata de la indignación política y social, pero su papel no es incendiario: ellos deben seguir siendo el foro apropiado para dilucidar aquella des de justicia que no siempre es bien satisfecha por el equilibrio de las sanciones y los castigos juridicos y politicos vigentes en un estado de derecho. En este sentido se abre realmente un abismo entre la prensa sensacionalista o puramente comercial  y los  diarios  instituciones  que  persiguen  alentar valores morales. 

Al ser creciente la internacionalización de la programación televisiva, fenómeno empujado por la posibilidad de conectarse fácilmente al orbe de los satélites desde pantallas individuales de costo progresivamente reducido, parece inevitable prevenir sobre un grado de alienación provocado por héroes, mitos, valores, hábitos y formas culturales ajenas, hecho que alienta el papel insustituible de la prensa escrita, y sobre todo de los diarios capaces de ser instituciones, para preservar la identidad nacional.

​​En otro plano de su función social, frente al individuo  o  grupo desvalido de poder que prueba tener razón, el diario institución tiende a admitir con sencillez la verdad que se le invoca. Más difícil le es, sin duda, su actitud frente al advenimiento de los “poderes de hecho”, cuya influencia corre en paralelo a los poderes del Estado clásicos, y que suelen tener incluso más energía y vitalidad que estos. Entre tales grupos, hay algunos que manifiestan un designio claro de alterar la inclinación  natural del diario hada el bien común y la debida ponderación  de los intereses generates, tanto mediante el ejercicio de una persuasión de fines ideológicos o partidistas, como también de aquella otra, sistemática y profesional, que se vincula a intereses económicos aunque estos sean visibles y perfectamente legales. La responsabilidad de no dejarse subyugar inconscientemente por estos poderes, de hecho que actúan frontalmente en  la sociedad  moderna, se  relaciona  con  el deber de  difundir el poder de informar. Mediante su sola presencia, el periódico  institución dificulta la posibilidad de centralizar tan decisivo poder en las manos del Estado, del partido o de los grupos premunidos de poder social.

La credibilidad del  lector fiel a estos diarios se  refuerza  cuando observo en ellos la virtud de un investigador justo e imparcial, que no trata a unos con severidad Y a otros con blandura, y que, sobre todo, denota tener la  fuerza para poner de manifiesto el error de un supuesto social aparente, en términos de Probarlo con seguridad y de colocar en ello el peso de su prestigio.  En sustancia, la prensa institución no se limita, con criterio comercial, al mero contraste de hechos y opiniones. El lector espera de ella que no sea inhábil para descubrir la verdad, y quiere ver consignadas no solo las versiones subjetivas de la realidad, sino la verdad misma buscada por el diario, hasta donde ello es posible.

En ciertos momentos de nuestra historia, algunas creaciones del periodismo chileno se han acercado al ideal que aquí dejo esbozado. El juicio acerca de cuales lograron tal objetivo no corresponde a esta exposición, pero sí lo es indicar que esos periódicos no tuvieron necesaria relación con la importancia del medio en el cual circularon ni con su propia magnitud material. Su mayor misterio es que, siendo instituciones, solo se manifestaron plenamente al identificarse con un espíritu, habitualmente gracias a la inspiración de un hombre, por  mucho que  este no  bastará por sí solo para crear la institución periodística. Nombres como los de Juan Pablo Urzua en el siglo pasado, o de Agustín Edwards Mac Clure en el nuestro, o de otros ya fallecidos cuyo trabajo tuve el privilegio de conocer personalmente, como Luis Silva, Alfredo Silva Caivallo o Aurelio Lamas Ibieta, son ciertamente de esta clase. Su rasgo común fue hacer y hacer; estimular a otros, crear nuevas formas, renovar y no anquilosar, pero cuidando siempre de sostener los valores por sobre las convenien­cias del momento. Los diarios inspirados por ellos supieron proyectarse en el proceso social y ganar reconocimiento de todos los sectores, aun en la pelea dura, dejando una herencia difícil de mantener.

La certera intuición fue característica privilegiada de este tipo de personalidades que llegaron a simbolizar la prensa institucional. Uno de ellos, figura sin  duda eminente  de  nuestro  periodismo,  don  Rene  Silva  Espejo,  se  refería a la  vida en  el interior de los diarios indicando que  nada está a más  distante de las decisiones que se adoptan  en el Consejo  de  Redacción  “que  el dogmatismo o el enfoque invariable”. 

“Con mayor propiedad que de una línea  editorial  —decía el antiguo director de “El Mercurio”—  puede  hablarse  de  una  luz que  guía la orientación del diario. Lo que siempre se persigue  es  no  quedar  súbitamente  en  la oscuridad por enceguecimiento voluntario,  que  impide  ver hacia los lados y hacia adelante”. 

Tal vez como nunca, la existencia de diarios instituciones dotados de libertad, independencia y solvencia moral y material, pasa a ser hoy un factor indispensable para el renacimiento vigoroso del cuadro institucional chileno.