Entrevista al académico de número Don Fernando Montes Matte, S.J.

El Padre Fernando Montes Matte, S.J., ha dejado una profunda huella en la educación, la reflexión intelectual y la vida eclesial en Chile. Fue Provincial de la Compañía de Jesús en Chile entre 1978 y 1984, y posteriormente asumió como Rector del Colegio San Ignacio El Bosque de Santiago, cargo que ocupó hasta 1992. Fue Director de la Revista Mensaje en dos períodos (1973-1975 y 1992-1996), y asesor de la Conferencia Episcopal de Chile. En 1997 asumió como Rector de la Universidad Alberto Hurtado, desempeñando esta función hasta 2016. El 8 de mayo de 2014, se incorporó a la Academia de Ciencias Sociales, Políticas y Morales del Instituto de Chile, ocupando el sillón N°34.

Publicada en Revista Societas Nº25, 2023

Casi una década (2014) hace ya que el P. Fernando Montes se incorporó a la Academia Chilena de Ciencias Sociales, Políticas y Morales, siendo en ese momento aún Rector de la Universidad Alberto Hurtado. Su experiencia era larga, su figuración en cargos importantes de la Compañía de Jesús -que a continuación se repasan- y en instancias de la Iglesia y de la sociedad chilena, le hacían un preclaro representante de la inteligencia en el país de la segunda mitad del siglo XX y de comienzos del XXI, con sus valores y fuertes contradicciones en curso. 

La Academia ha recogido con inmenso aprecio y provecho esa experiencia que él trajo a su espacio y a su discurrir. La presente conversación con el académico Jaime Antúnez da en alguna medida cuenta de ello.

Su vida ha transcurrido siempre en compañía, pues fue todavía adolescente que eligió para toda la vida ser de la Compañía de Jesús, sociedad con la que inmediatamente se identifica a su persona. No obstante, antes que eso, ¿cuáles son los primeros recuerdos conscientes aun en su memoria que le permiten identificarse como un ser con vida y con vida en sociedad, o en compañía con otros hombres? 

– Hace algún tiempo mis superiores me pidieron escribir los recuerdos de mi ya larga vida porque ella se ha desarrollado con muchas responsabilidades, en un período en el cual se han producido los cambios, tal vez, más profundos que han experimentado la humanidad y la Iglesia. Como lo señaló el sociólogo Zygmunt Bauman nuestra existencia se ha hecho líquida, se cortaron nuestras raíces y muchos han perdido el sentido de su caminar en este mundo. 

Al recordar mi pasado he hecho míos los versos de Bernárdez: “Porque después de todo he comprendido que lo que el árbol tiene de florido vive de lo que tiene sepultado”. Por eso puede ser bueno redescubrir nuestras raíces y hoy mostrarlas respetuosamente a los más jóvenes

Nací y viví mis primeros años en la casa de mis abuelos en una familia patriarcal junto a mis tíos primos y al personal de servicio.

Mi padre, mi abuelo y mis tíos eran agricultores que trabajaban juntos. 

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Bisabuelo, Enrique Matte Pérez
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Abuelo Materno, Carlos Matte Eyazguirre

Era una familia muy unida, con una buena situación económica, pero con una vida muy sencilla, con un catolicismo profundo, pero abierto. Todos bien formados, pero sin educación superior. Para mí son inolvidables las largas estadías en el campo con todos los primos y muchos amigos. Estudié en el Colegio San Ignacio y cuando estaba terminado mi educación secundaria ingresé en la Compañía de Jesús. Siendo estudiante hacía catecismo en una población muy pobre y eso me dio importantes experiencias religiosas y sociales.

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Familia Montes Matte, año 1955 (3)

Además de ese mundo en torno, que conformaban familia, barrio, colegio, ciudad… ¿Cuál fue su primera percepción del país y su gente, es decir, el salir fuera de Santiago, a lo mejor en los veranos, como sucedía a muchos niños entonces?

– El ir a dar catecismo en un barrio muy pobre me mostró la otra cara de mi país. Para mi fue muy importante también el ejemplo de mi madre. Ella era Cruz Roja; en el campo visitaba las casas de los inquilinos poniendo inyecciones y curando enfermos creando con eso mucha cercanía y amistad. Como la hacienda era enorme tenía que desplazarse manejando un tractor. En Santiago era impresionante ir con ella a la vega por la relación de amistad que creaba. Con el doctor Monckeberg hicieron un centro de capacitación para formar jóvenes que cuidaran ancianos enfermos y niños. Ella me enseñó a acercarme a los pobres. De adolescente me hice muy amigo de un viejo mendigo que pedía limosna cerca de mi casa.

–  ¿Y del país político? Probablemente su familia sería cercana al Partido Conservador, de rango entonces confesional, y entre tanto usted llegó al mundo el 24 de diciembre de 1938, mismo día en que asumió la Presidencia de la República el candidato del Frente Popular, don Pedro Aguirre Cerda…

– Efectivamente mi familia pertenecía al Partido Conservador y los mayores conversaban bastante de política. Mi papá me llevó a la proclamación de Eduardo Cruz-Coke como candidato a la presidencia cuando tenía siete años y a los diez años lo acompañé  en el teatro Caupolicán a la proclamación de Arturo Matte como candidato al Senado. Aunque parezca increíble hoy, yo siendo bien niño, seguía por radio los escrutinios de las elecciones anotando cuidadosamente en mi cuaderno los resultados.

– ¿Cómo maduró en su espíritu la opción, formulada aún tan joven, a los 15 años, de ingresar a la Compañía de Jesús? ¿Estaba consciente usted de que entraba, para probarse y ser probado como postulante, a un “mundo cerrado”? ¿Cómo era aquello? ¿Tenía algo que ver con lo que hasta entonces había vivido ese adolescente?

– Yo sentí desde muy chico una vocación sacerdotal que no era tanto un llamado al ministerio pastoral sino a la intimidad con Dios. Mi vocación era al principio al clero secular. Yo vivía cerca del seminario y conversaba de mi vocación con Don Emilio Tagle que era el rector. Me trataba con mucha amabilidad. En el colegio San Ignacio poco a poco fui conociendo a la Compañía por el contacto con algunos sacerdotes. Al noviciado, que dura dos años, se podía entrar a los quince años porque la Iglesia exige un mínimo de 17 para hacer los votos perpetuos. En esos tiempos más tranquilos la gente se casaba y entraba al seminario más joven. A los 14 años decidí hacerme jesuita y al cumplir los 15 conversé con mis papás que me negaron el permiso hasta que saliera del colegio. Yo aproveché el día del matrimonio de mi hermano, mientras todos bailaban felices conversé con mi papá y le dije que lo había pensado mucho y que sería feliz entrando a la Compañía. Emocionado me dio el permiso. Mi mamá se oponía pero terminó aceptándolo.

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Con sus padre Hernán Montes y Eugenia Matte, año 1955

Decidí entrar al noviciado el día 24 de marzo para poder hacer mis votos dos años después en el día de la Anunciación y de la encarnación del Verbo de Dios. No recuerdo el motivo, pero me fue imposible entrar ese día. Entré el 8 de abril y mi sorpresa fue enorme pues me enteré dos años después que por la Semana Santa se cambió la fiesta de la Anunciación al día 9 de abril que correspondía con el día que haría mis votos. Se lo agradecí a la Virgen como una confirmación de mi vocación.

El noviciado era lo que Erving Goffman llama una “institución total”, es decir un mundo aparte que cortaba las relaciones con lo que acontecía afuera. Hay muchas instituciones totales como la Escuela Militar, los hogares de ancianos etc.

Nuestro noviciado estaba en Marruecos (hoy Padre Hurtado). Ahí vivíamos, trabajábamos, hacíamos deportes en los recreos, estudiábamos. Dejábamos nuestra ropa secular y nos poníamos la sotana, entregábamos el reloj porque la campana señalaba los tiempos, trabajábamos en la huerta porque buena parte de nuestra comida se producía en casa, incluido el pan. Teníamos tiempo de oración, de lectura, de estudio, salvo en los recreos guardábamos silencio. Buena parte de la formación te la daba la estructura. La familia venía a visitarnos una vez al mes; no oíamos radio ni leíamos el diario. Cada quince días un sacerdote nos contaba lo que estaba pasando en el mundo. El padre maestro y su ayudante nos  explicaban la historia, la misión y la espiritualidad de la Compañía; todo eso con la visión previa al concilio Vaticano II. Yo fui inmensamente feliz en esos años. Formábamos una notable comunidad de amigos en el Señor.

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Ordenación sacerdotal presidida por el obispo consagrante Monseñor Fernando Ariztía, en la Iglesia de San Ignacio, 2 agosto 1968

– Cuando usted hace esa opción vocacional, hacía ya 17 años que el “huracán” que fue el jesuita San Alberto Hurtado movilizaba a la juventud, a los obreros y a un sinnúmero de personas hacia un compromiso con la Iglesia, muchas veces vocacional, y a una proyección de la fe a la sociedad. ¿Lo conoció? ¿Tuvo algo que ver ese oleaje con su vocación? ¿Qué personas de la Iglesia llegó usted a admirar en su adolescencia?

– Yo conocí al Padre Hurtado en el colegio y lo escuché muchas veces, pero no conversé con él pues él trataba con los mayores. Lo admiraba mucho y su muerte me impactó. Ciertamente su figura dejó algo en mí. 

Yo tuve cuatro tíos sacerdotes: un medio hermano de mi madre (Joaquin Matte Varas) y tres primos Barros Matte (José Manuel, Juan Enrique y Joaquín) que eran como hermanos de mi madre pues vivieron juntos en la casa de la abuela. Aunque dos de los hermanos Barros fueron jesuitas, quien más me marcó en mi juventud fue José Manuel, el tío Poro, que era más cercano a mi familia y todos los años daba misiones en el campo. Era un modelo de sacerdote muy humano.

–  Avanzando en sus estudios, entre 1959 y 1961 realiza el “filosofado” en la Universidad del Salvador, en Buenos Aires. ¿Qué énfasis tenía esa filosofía? ¿Prevalecía la escuela tomista, tal vez con una tendencia suarista? Seguramente el latín era de dominio general…

– Antes de estudiar filosofía tuve tres años de formación en humanismo clásico que hace parte del currículo jesuita. Ahí estudié latín y griego. El latín llegué a hablarlo y leerlo fluidamente. El griego podía leerlo fácilmente. De hecho, leí la Ilíada de Homero y varias obras de Sófocles y Esquilo y por supuesto el Nuevo Testamento. Lo más significativo para mi fueron los cursos de historia de la cultura dados por el P. José Donoso. Recibíamos también clases de oratoria y estilo. 

A Chile venían a estudiar en ese perÍodo argentinos, uruguayos, paraguayos y españoles destinados a Bolivia y Paraguay. Formamos un grupo muy unido, cantábamos nuestros respectivos folclores. 

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Muchos años después, con su guitarra

Terminado ese período todos partimos a Argentina a estudiar filosofía. Personalmente trabajé bastante a Santo Tomás. Obtuve una licenciatura en Filosofía. Eso me ordenó la mente. Santo Tomás tiene muchas genialidades, por ejemplo la frase  “nadie está tan lejos de la verdad que no tenga algo de verdad”. Esa frase ha marcado mi vida pues siempre busco el lado de verdad que tienen los otros, aunque piensen totalmente distinto que yo, lo cual me ha permitido dialogar con gente muy diferente. En Argentina el profesor que más me influyó fue el P. Arturo Gaete que me abrió a la filosofía y al pensamiento actual.

– Durante ese tiempo convive en el Colegio Máximo con un jesuita argentino, apenas un poco mayor que usted, Jorge Mario Bergoglio, quien llegó a ser el primer Papa de la Compañía de Jesús en la historia. ¿Qué recuerda de ese tiempo, de la provincia argentina y puntualmente de su relación con el futuro Papa Francisco?

– Fuimos muy amigos con Jorge Bergoglio. Todos los días en los ratos de descanso tomábamos mate en grupo. Después nos seguimos viendo porque desempeñamos cargos de maestro de novicio y provincial en nuestros respectivos países y teníamos frecuentemente reuniones. 

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Con el Papa Francisco, en el Vaticano, noviembre 2017

Cuando llegué a Argentina me impresionó el nivel de desarrollo económico superior al nuestro. Todo era mejor que lo nuestro hasta el papel y los lápices, además me pareció que había una clase media más amplia. Durante la segunda guerra mundial Argentina acumuló una gran riqueza alimentando a las grandes potencias. Después de la guerra asumió el poder Juan Domingo  Perón, con una dictadura que no fue muy dura, pues era un caudillo muy cercano a los pobres, los “descamisados” como los llamaba Evita. Surgió una clase media con mayor bienestar. Sin embargo, eso tuvo un costo político bien alto. El caudillismo disgregó los partidos políticos, hasta en el propio peronismo se produjeron divisiones cuando Perón fue derrocado. Eso marcó a mi compañero Jorge Bergoglio. 

– Antes de irse al “teologado” en la Universidad de Lovaina, Bélgica, debe comenzar su primer año de teología en la Universidad Gregoriana, en Roma. Corre el año 1965, está concluyendo el Concilio Vaticano II y en la Compañía de Jesús asume como Prepósito general el padre Pedro Arrupe. ¿Qué quisiera recordar de esos tiempos?

– Al terminar la filosofía, en la formación jesuita, hay un periodo de práctica pedagógica llamado magisterio. Se hace normalmente en un colegio. A mí me enviaron a Marruecos (Padre Hurtado), a colaborar en la formación  de los jóvenes estudiantes jesuitas. Ese fue un gran acto de confianza de mis superiores y me ayudó mucho a profundizar mi propia cultura humanista. Al terminar el magisterio fui destinado a hacer mi teología en Lovaina donde habían estudiado el P. Hurtado y otros notables jesuitas chilenos.  Debo decir que afortunadamente ese año el teologado de Lovaina estaba copado y los superiores belgas propusieron que me enviaran a hacer primer año en otro lugar para que me que integrara a Lovaina al año siguiente. Mis superiores me enviaron a Roma a estudiar en la Universidad Gregoriana fundada por San Ignacio y la más importante de nuestras universidades.  Ese fue un año clave en mi vida. En ese año se celebraba la última sesión del Concilio Vaticano y el día que llegué a Roma murió el General de la Compañía, Juan B. Janssens,  gran amigo del P.Hurtado. Yo fui acólito en su misa de funeral. Eso obligó a convocar una Congregación General, el órgano legislativo supremo de la Compañía con representantes de todas la Provincias jesuitas. Esa Congregación eligió al P.Pedro Arrupe, un hombre excepcional y aplicó todas las innovaciones introducidas por el Concilio.

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Padre Pedro Arrupe elegido como General de la Compañía a la Muerte del P. Juan B. Janssens

Participaba en el Concilio Monseñor Manuel Larraín obispo de Talca  y presidente de los obispos latinoamericanos. El visitó nuestra casa cuando yo era un niño de cuatro años y debe haberme impresionado porque un tiempo después alguien me preguntó qué me gustaría ser cuando yo fuese grande y contesté sin dudarlo: que me gustaría ser obispo de Talca. Don Manuel con frecuencia nos invitaba a almorzar a un seminarista, a otro jesuita que estudiaba en Roma y a mí, y nos explicaba detalladamente lo que estaba sucediendo en el Concilio. Comprendí que el Concilio se orientaba en dos direcciones básicas: Volver a los orígenes del cristianismo, a la Palabra de Dios y al testimonio de Jesús y los primeros cristianos, y al mismo tiempo expresar esa Buena Nueva con las palabras y la cultura de hoy, discerniendo los signos de los tiempos.

Nuestra Congregación general siguió esas  orientaciones: volver a las fuentes de la espiritualidad ignaciana traduciéndolas fielmente a los tiempos de hoy.

En ese año yo vivía en la casa donde vivió y murió San Ignacio y los miembros de la congregación, incluido el P. Arrupe, venían a nuestra casa a rezar y conversar con nosotros. Eso nos permitió ir siguiendo las discusiones y decisiones de la Congregación.

Nuestra comunidad era extraordinaria, muy internacional y unida. Un compañero italiano cultísimo nos fue mostrando la ciudad haciéndonos gozar su historia y la belleza que hay en ella. No puedo dejar de recordar a mi director espiritual Ignacio Iparraguirre uno de los mayores expertos de la Compañía en la espiritualidad ignaciana y en la historia  de Ignacio. 

Mi año en Roma fue inolvidable. Me hizo vivir por dentro los grandes cambios de la Iglesia y de la Compañía de Jesús. Produjo un vuelco profundo en mi vida.

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Con los Provinciales Jesuitas  de Bolivia y Venezuela en Roma, 27 febrero 1982

– Su permanencia en Lovaina no responde sólo a concluir el “teologado”, sino a su interés en estudiar allí sociología. ¿De dónde proviene esta inclinación por andar de lo “metafísico” a lo “físico”, entendido en cuanto a lo social?

– Claramente mi interés profundo era la teología, pero el Concilio me enseñó que tenía que discernir los signos de los tiempos si quería hacer una teología actual. Me pareció que un instrumento muy valioso era la sociología para entender los cambios que vivíamos. Mis profesores de teología no me entendían e insistían que hiciese mi doctorado en Teología. Ahora no me arrepiento. Además, mi estadía en Lovaina me puso en estrecho contacto con muchos estudiantes latinoamericanos y eso me abrió a un mundo que no conocía porque entré muy joven a la Compañía. Pastoralmente fui vicario de la Parroquia Universitaria y capellán de los obreros españoles de Malinas lo que me daba una experiencia social e intelectual muy variada y rica.

– En 1968 recibe su ordenación sacerdotal y en 1971 un primer encargo institucional importante como es el de suceder al Padre Hernán Larraín Acuña SJ -uno de los primeros numerarios de esta Academia- en la dirección de la revista “Mensaje”. Una publicación a la sazón nada “escolástica”, paradigma que probablemente tampoco estuviese en la mente de su fundador. Veintiún años más tarde, en 1992, debe hacerse cargo nuevamente de la revista… ¿Cómo evalúa esa experiencia?

– Como en la mayoría de las misiones que me han dado mis superiores, yo no me sentía muy preparado para ejercer la dirección de Mensaje, pero creo que fue un buen aterrizaje en Chile. Me dio muchos contactos especialmente gracias al Consejo Ampliado que estaba integrado por personas importantes. Para cumplir el objetivo de la revista tuve que seguir muy de cerca los enormes cambios que se estaban produciendo en el país y el mundo.  Creo que el fundador Padre Alberto Hurtado, si hubiese vivido la experiencia del Concilio y de su aplicación a Latinoamérica en la Conferencia Episcopal de Medellín, por su fidelidad a la Iglesia me habría apoyado fuertemente. En sus últimos años proféticos él tuvo muchos problemas con la fundación de la ASICH (Acción Sindical Chilena).

– “Mensaje” fue una revista siempre muy identificada con el PDC. Antje Schnoor, en su libro “Santa desobediencia. Jesuitas entre democracia y dictadura en Chile (1962-1983)”, relata la personal cercanía del expresidente Frei Montalva con la redacción de la revista; más subraya, entretanto, que en 1980, cuando muere Frei, el editorial de este número “recoge implícitamente la crítica que ya antes se le había hecho a Frei de que su política de reformas no había sido lo suficientemente amplia y profunda”. ¿Qué juicio hace hoy de esa afirmación, que justo calza entre su primer y su segundo período como director de la revista fundada por el Padre Hurtado?

– Creo que Mensaje, aunque coincidía en muchos puntos con el PDC, supo siempre mantener su independencia. Basta ver la lista de los integrantes del Consejo Ampliado donde había gente de diferentes tendencias. Para responder a la pregunta que se me hace no puedo menos de recordar el libro de Karl Mannheim “Ideología y Utopía” que debería ser hoy tenido muy en cuenta por los políticos y la ciudadanía.  El distingue entre la ideología absoluta y la ideología relativa. La primera es algo totalmente inalcanzable. Por el contrario, la Utopía Relativa es algo que hoy parece inalcanzable, pero se pueden ir dando pasos que vayan haciendo posible, con el tiempo, alcanzar el ideal deseado. Frei hizo un avance, por ejemplo, introduciendo la Promoción Popular y acelerando la Reforma Agraria, pero obviamente la Revolución en Libertad no alcanzó todas sus metas. Quienes esperaban la utopía absoluta se desilusionaron. Frei tuvo que enfrentar serias dificultades como la fragmentación de su propio partido. En general hizo un buen gobierno pero obviamente no cumplió todas sus metas, dio pasos hacia ellas. Hoy la mayoría espera que el gobierno de turno alcance sin demora el pleno desarrollo económico, termine con la violencia, arregle la salud, termine con las desigualdades y resuelva el  problema de los inmigrantes que es algo global. No se acepta que eso tomará mucho tiempo. Hay peligro de populismo que promete cosas que no pueden realizarse de inmediato.

– No terminó la década de los sesenta, ni más tarde el pontificado del Papa Montini, San Pablo VI, sin que los efectos de salir de ese “mundo cerrado” que marcará los años de su ingreso a la Compañía, a la apertura conciliar entendida de modos muy disímiles, traducidos en lo que se llamó la crisis posconciliar, se calmara. Difícil tarea la suya como Maestro de novicios entre 1973 y 1978, bien como Provincial de su Orden en Chile entre 1978 y 1984.

– Mi trabajo como maestro de novicios fue complejo porque tenía que aplicar en profundidad las nuevas normas dadas por el Concilio y la Congregación General que eligió al Padre Arrupe de modo que todos los jesuitas de la provincia chilena de la Compañía aceptaran la nueva formación de los novicios. Estudié muy a fondo las fuentes ignacianas para romper el sistema de Institución Total en el cual todos habíamos sido formados. No se trataba de apartarlos del mundo sino de transmitirles a fondo el ideal de la espiritualidad ignaciana y un ideal de santidad que no consistía en cumplir a la perfección las reglas sino en seguir con toda el alma a Jesús e identificarse con El.

Cuando oí rumores de mi posible nombramiento como Provincial, le escribí una larga carta a mi predecesor Juan Ochagavía indicándole que yo era muy joven y no tenía experiencia suficiente para desempeñar dicho cargo. Debo agradecer que el P. Ochagavía dejó una provincia muy tranquila después de una profunda crisis del Concilio, producida por la salida de la orden de muchos sacerdotes y estudiantes. Yo tuve un provincialato relativamente pacifico. No salió ningún sacerdote y pude cumplir las metas que me había propuesto con el total apoyo del Padre General Arrupe y mucho apoyo de mis hermanos jesuitas.

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Siendo Provincial de Chile, padre Fernando Montes con los padres José Arteaga y Juan Ochagavía, delegados chilenos en la Congregación  General de la Compañía de Jesús en 1983

– Después de esas tormentas, dirigir el Colegio San Ignacio de Pocuro entre 1985 y 1991 habrá sido un remanso… Sin embargo, por ese mismo tiempo se habló de su nombre como un candidato a obispo, siendo entonces usted una persona muy vinculada a la Conferencia Episcopal. ¿Qué sucedió en el camino?

– Efectivamente fue un remanso, aunque al comienzo de mi Rectorado tuve que apretar muchas clavijas. Tuve una larga reunión con los profesores donde les hice ver algunas cosas que me llamaban la atención. Veía mucho desorden en las horas de clases porque cuando un profesor estaba ausente se mandaba a los jóvenes a jugar fútbol a los patios. Les pedí que en adelante cuando faltase un profesor el prefecto de disciplina u otro profesor que estuviese libre fuesen a la clase a trabajar mientras los estudiantes hacían sus tareas. Les dije también que me extrañaba que el puntaje de la prueba de admisión a la universidad, aunque era alto, fuese muy inferior al del Colegio San Ignacio de Alonso Ovalle. El profesor más respetado me explicó que ellos no estaban obsesionados por las notas porque les interesaba dar una formación “integral”. Le respondí que no se debía confundir “integral” con “mediocre”. Les añadí una frase en latín: “Bonum ex integra causa, malum ex quocumque defectu”; es decir una cosa es buena cuando lo es en todos sus aspectos y que basta un defecto para que una cosa esté mal. Les puse el ejemplo del cuerpo humano. No se puede decir que estoy bien si el dedo meñique de mi pie está con gangrena.

Les pedí que trabajásemos para que el colegio fuese bueno en todas sus dimensiones: que hubiera buen ambiente, buen trabajo pastoral, buen rendimiento académico, buena relación con los apoderados, y también buen deporte porque nunca un colegio malo había ganado un interescolar de atletismo. El último año salimos segundos en puntaje de la prueba de selección universitaria, salimos campeones en atletismo y fútbol, y hubo muy buen ambiente general. Tanto los profesores como los empleados del colegio trabajamos en equipo. En un colegio el portero puede ser más importante que un profesor para crear ambiente. 

En cuanto a mi posible nombramiento de obispo debo reconocer que hubo un gran riesgo. Yo colaboré estrechamente por muchos años con la Conferencia Episcopal. Como presidente de la Confederación de Religiosos (CONFERRE) asistía a las Asambleas Episcopales y por mucho tiempo colaboré también en la redacción de los documentos y en la elaboración de las Orientaciones Pastorales que son instrumentos importantes para la marcha de nuestra Iglesia.

Varios obispos me expresaron su deseo que yo ingresara al episcopado. Les hacía ver que como jesuita yo tenía un voto de no aceptar esa dignidad salvo si el Papa me lo pedía expresamente. Le escribí una larga carta al Padre General pidiéndole que me “defendiera” si era consultado al respecto como suele hacerse. El problema se solucionó porque el embajador de Chile ante la Santa Sede hizo una activa campaña contra mi designación en los dicasterios romanos como aparece en el libro Santa desobediencia de  Antje Schnoor citado más arriba.                                           

– Para nadie es ajeno que en Chile, desde finales del siglo XX y en todo lo que va del actual, se hizo general un tipo de cultura que podríamos llamar por extensión del “homo oeconomicus”. ¿Qué significó para usted ser el “ecónomo” de la Compañía de Jesús en Chile entre 2004 y 2010, una Orden que históricamente fue conocida, entre otras cosas, por su gran patrimonio? ¿Qué tan real es esto último?

– Yo considero que la dimensión económica es muy importante pero no la única para el verdadero progreso humano. Me parece grave que la política se centre en lo económico minusvalorando las otras dimensiones de la humanidad.

Quedé profundamente sorprendido cuando el Provincial me propuso que asumiera el rol de ecónomo provincial. Yo me sentía absolutamente incompetente para ejercer ese cargo. Aunque parezca cómico, me dijo que mi segundo apellido era Matte y que esa familia tenía aptitudes para manejar el dinero. Yo tenía que suceder a dos jesuitas muy competentes que habían ejercido ese cargo por 54 años seguidos. Había que hacer una reforma muy radical entre otras cosas introduciendo la computación y aplicando las nuevas normas de la Compañía que separaba totalmente el dinero de las comunidades de los fondos de las obras apostólicas. Las primeras debían vivir de su trabajo sin tener otras rentas y al final del año entregar todos sus excedentes para ayudar a otras comunidades más pobres, atender a los ancianos, formar a los estudiantes o hacer limosnas. Las obras apostólicas podían tener rentas para su correcto funcionamiento. Los jesuitas que vivían en los colegios tenían que pagarle a la institución el gas, la luz, el agua y todos los gastos que se siguieran de su presencia. Organicé una oficina más profesionalizada, contraté  a uno de los mejores contadores del país y formé un directorio con empresarios amigos muy competentes. Se les entregó toda la información y seguimos sus consejos. El conjunto marchó admirablemente.

Como dije más arriba nuestras comunidades no tienen propiedades ni acciones salvo la casa donde viven que puede ser arrendada. Las diferentes obras apostólicas, colegio, universidades, escuelas populares etc. pueden tener rentas para su funcionamiento y dada la enorme cantidad de esas obras hay que administrar un monto no pequeño.

– En el mundo y cercanamente, en Latinoamérica, hay grandes universidades jesuitas. En Chile, hasta 1997, sólo había importantes colegios, tanto en Santiago como en capitales del norte y sur del país. ¿Qué fue para ustedes la fundación de la Universidad Alberto Hurtado y concretamente para usted, su primer rector, cargo que desempeñó dieciocho años?

Personalmente yo tenía algunas dudas sobre la fundación de una universidad. En mi período de Provincial habíamos creado el INFOCAP llamado Universidad del Trabajador que impartía formación técnica y daba una muy profunda formación humana (oratoria, arte, teatro etc.). Finalmente en 1996 se optó por formar una universidad integrando en ella tres instituciones ya existentes: el  ILADES, un instituto que daba magísteres con doble titulación en convenio con universidades jesuitas norteamericanas  como Georgetown y Loyola de Maryland, y sus títulos eran reconocidos por varias universidades europeas; el CIDE un centro de investigación pedagógica que tenía una gran influencia en América latina y el CISOC un centro de investigación en sociología religiosa.  El profesorado era de mucha calidad por exigencia de las universidades asociadas. El estudio “Mide Universidad” demostró que era la universidad más integradora de Santiago y tenía una clara orientación humanista.

La Universidad Alberto Hurtado significó para mí un enorme trabajo porque no solo tenía que administrar lo existente sino crear nuevas carreras e imprimirle alma a la institución para que tuviese una clara identidad. En esos años participé activamente en la reforma educacional y tuve que dar charlas en casi todas las universidades del país incluidas las estatales. También fui invitado por La Universidad Nacional de Buenos Aires y la de Córdoba y por prácticamente todas las universidades jesuitas latinoamericanas. El BID (Banco Interamericano de Desarrollo) me pidió que hablara de ética y economía a empresarios  economistas de varios países  y al Directorio del Banco, reunido en Lima. En Chile me solicitaron lo mismo en algunos Colegios Profesionales (Ingeniería, Medicina etc.).

– Como Rector de la Universidad Alberto Hurtado (y seguramente como antiguo Provincial de la Compañía en Chile), le correspondió interactuar bastante con el Presidente Ricardo Lagos cuando la canonización de San Alberto en Roma, realizada por Benedicto XVI, en 2005. ¿Quisiera recordar algo de esos momentos?

– Cuando fui Provincial de los jesuitas chilenos yo me propuse acelerar la causa de Canonización del Padre Hurtado. El 16 de octubre de 1994 fue beatificado y el 23 de octubre de 2005 fue canonizado. En esa ocasión el Presidente Lagos y su esposa nos acompañaron. 

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Beatificación del Padre Alberto Hurtado, Roma, 1994

Los peregrinos chilenos nos reunimos en la Iglesia de San Ignacio y el Presidente nos dirigió la palabra y no puedo olvidar que nos dijo que para él, el Padre Hurtado fue un verdadero Padre de la Patria.

Cabe señalar que, desde antes de asumir mi provincialato hasta que dejé el rectorado de la universidad tuve una estrecha relación con todos los presidentes. Todos me invitaron a sus casas no como político sino como sacerdote y rector de la Universidad. 

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Con el Presidente Patricio Aylwin, en el salón del Colegio San Ignacio de Pocuro
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Con el Presidente Ricardo Lagos , en Universidad Alberto Hurtado, 01 abril 2004
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Con la Presidenta Michelle Bachelet,  en Universidad Alberto Hurtado, año 2007

–  En 2017 hizo noticia -y creo polémica- la iniciativa promovida por usted y el Padre Mariano Puga en el sentido de considerar el perdón para algunos militares en prisión, condenados por violación de los derechos humanos. ¿Qué podría comentar de ese episodio?

– En el penal de Punta de Peuco están presos ex uniformados y civiles condenados por crímenes de lesa humanidad cometidos durante el régimen militar. Para mí ha sido significativa y compleja la relación que he tenido con los detenidos en esa prisión. 

Todos esos crímenes  se guardaron en el más completo secreto y no ha sido fácil dar con quienes los tramaron y ejecutaron. El presidente Patricio Aylwin creó una comisión de Verdad y Reconciliación, que elaboró el informe Rettig. Cuando el presidente recibió dicho informe me llamó personalmente por teléfono y me solicitó que fuese a su casa porque quería conversar conmigo. La conversación fue larga y emocionante. El presidente estaba de verdad muy conmovido por las atrocidades que se narraban en ese texto. 

Nosotros ignorábamos la Doctrina de la Seguridad Nacional generada luego de las guerras de Indochina y Argelia. No sabíamos que centenares de oficiales chilenos habían sido enviados  durante los gobiernos democráticos a Panamá y a los Estados Unidos a formarse en un nuevo tipo de guerra secreta, y jamás pensamos que el ejército de Chile, influenciados por esa doctrina, podría cometer las atrocidades que relataba el informe Rettig.

Poco después de la inauguración de la nueva cárcel, el obispo anglicano Alfred Cooper y otros miembros de su comunidad me invitaron a acompañarlos a visitar a los presos. Yo lo pensé mucho, porque sabía que eso produciría malestar sobre todo en los familiares de las víctimas. Después de rezarlo profundamente decidí aceptar esa invitación. Visitar a los presos está en la esencia del cristianismo. Me inspiró la actitud de José Zalaquett que, luego de haber trabajado en la Vicaría de la Solidaridad fue exiliado de Chile y fue nombrado presidente de Amnistía Internacional. En ese importante cargo él solicitó que se liberara a Rudolf Hess el famoso criminal nazi que tenía más de noventa años y estaba enfermo física y mentalmente. Muchos le recordaron que Hess había sido un monstruo y Zalaquett les respondió: “el hecho que él haya sido un monstruo no justifica que nosotros seamos también unos monstruos”. 

La conversación con los presos me permitió comprender mejor lo compleja que es la condición humana y al mismo tiempo la humanidad del cristianismo. Sentí la importancia de aplicar la justicia para recuperar una sana convivencia social y al mismo tiempo la necesidad que esa justicia analizara los grados de responsabilidad de los autores y las delicadas circunstancias en que acaecieron los hechos. No pude entender que no se aplicaran las nuevas normas de procedimiento penal que separan a los investigadores (fiscales) de los jueces para que el juez pueda juzgar con mayor independencia lo que otro profesionalmente ha investigado. Me parecía incomprensible que tuviesen la misma pena los altos mandos que habían ideado las torturas y dado las órdenes, y los conscriptos que tuvieron que obedecer bajo amenaza muerte si rompían la disciplina militar. Es extraño que un chofer como Claudio Salazar, que obedeció contra su voluntad, pasase bastante más de 20 años en la cárcel. Tuve contacto con Miguel Estay Reino (el Fanta), Claudio Salazar (el Pegaso), Osvaldo Romo (el guatón), el general Raúl Iturriaga Neumann,  Alvaro Corbalán, y muchos más. Particularmente fuerte fue para mí la conversación con Carlos Herrera Jiménez, miembro de la CNI, que participó en el horrible asesinato del sindicalista Tucapel Jiménez y del carpintero Juan Alegría, alevosamente asesinado para encubrir el anterior crimen. Herrera pidió perdón y tuvo el valor de decir la verdad de lo sucedido. Con quien conversé más fue con el Fanta quien era un hombre extraordinariamente inteligente. El consiguió autorización para llamarme algunas veces por teléfono. Es un caso absolutamente dramático. El perteneció al Partido Comunista, fue enviado por este para estudiar inteligencia en la KGB y luego del golpe el partido aprovechó sus conocimientos. Tomado preso lograron darlo vuelta con atroces vejámenes y amenazas. El traicionó y entregó a muchos de sus antiguos colegas. A fines del 2021 me llamó para contarme que el Coronavirus había entrado a Punta Peuco y que él estaba contagiado. Dos días después de esa llamada él murió. También conversé con la autoridad del recinto penitenciario.  

Yo jamás aprobé todo lo que se hizo y tampoco creo que el perdón suponga el olvido. Nadie que perdió a un familiar cercano puede olvidar lo sucedido. Se debe dejar a la autoridad que imponga el castigo merecido, que no puede ser una denigrante venganza. 

Varias veces fui invitado al Parlamento a conversar con diputados y senadores de lo que pasaba en ese recinto penitenciario. También pude conversar todo esto con el Presidente de la Corte Suprema Hugo Dolmestch quien me invitó a una jornada con el pleno de la Corte en su encuentro anual.

– Hoy, a sus 84 años -alcanzando ya los 69 años su opción por la vida religiosa- ¿cómo ve a la Iglesia, y cómo ve a la Compañía de Jesús?

– Como expliqué más arriba, yo viví muy intensamente el Concilio Vaticano II y la Congregación General que introdujeron grandes cambios en la Iglesia y la Compañía. Se nos invitó a volver a las fuentes originales de ambas instituciones y a dialogar con la cultura moderna. La sociología y la antropología cultural han sido para mí una gran ayuda. He estudiado concienzudamente la historia de la Iglesia y de la Compañía y sus numerosas crisis. En la Iglesia el influjo del estoicismo y del gnosticismo que obligó a convocar a numerosos concilios para precisar la doctrina con categoría griegas bastante alejadas del Kerigma (la Buena Nueva anunciada a los pobres); la conversión del imperio romano al cristianismo con mucha intervención de la política; la querella de las investiduras que centralizó absolutamente la elección de los obispos; los ataques del racionalismo que puso a la Iglesia a la defensiva etc. En la Compañía vivimos también momentos internos y externos que llegaron hasta la extinción de la Orden.

Todo momento de crisis es duro y difícil, pero es una oportunidad extraordinaria para corregir los errores si se enfrentan adecuadamente. Vivimos hoy una de las mayores crisis culturales de la historia que hace temblar a todas las instituciones incluida la familia. Yo tengo mucha esperanza, aunque sé que los cambios culturales toman mucho tiempo. Creo que se nos da la posibilidad de reformular hoy el mensaje cristiano que es de mucha actualidad y humanidad. No es el poder el que nos dará la fuerza sino la humildad y el aprender de los otros un nuevo lenguaje más cercano al de Jesús que pueda dar sentido a la vida humana que lo ha perdido. 

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P. Fernando Montes SJ celebra 50 años de sacerdocio, agosto 2018

– ¿Qué ha significado para usted su asidua participación en la Academia de Ciencias Sociales, Políticas y Morales del Instituto de Chile al cabo de estos ocho años, desde que se incorporó a ella? Una intervención suya, que varios recuerdan, hizo una vez presente cómo el “cogito ergo sum” cartesiano, que marcó el desarrollo de la modernidad, habría tenido mejor destino si formulado como “amo ergo sum”…

– Para mí la asistencia a las reuniones de la Academia ha sido muy enriquecedora por la competencia y calidad de los miembros de número y de los invitados a dichas reuniones. Los temas son siempre candentes y tratados con gran profundidad. Yo escucho con mucho interés las intervenciones.

Efectivamente en una ocasión hice alusión a la frase de Descartes “cogito ergo sum” que marca un hito en el desarrollo del pensamiento de Occidente y en el conjunto de la modernidad.

En la segunda mitad del siglo XV con la invención de la imprenta se inició un proceso acelerado de cambios, se desarrollaron las ciencias naturales en particular la astronomía, se probó que la tierra era redonda y que no era el centro del universo, sino que giraba en torno al sol. Con eso se terminó la Edad Media e inició el Renacimiento, florecieron las artes y se estudió la cultura clásica. En el siglo XVII  René Descartes que fue un filósofo, matemático y físico francés considerado el padre de la geometría analítica y la filosofía moderna escribió su famosa frase: “Pienso luego existo”, pero su pensar se centraba en las matemáticas y la física. En cierto sentido el progreso del pensamiento occidental se centró en las ciencias naturales y se fue haciendo cada vez más racionalista y positivista hasta llegar a Comte. Las ciencias humanas y el humanismo fueron quedando en segundo plano. ​​ En ese contexto yo dije en la academia que Descartes debería haber dicho “yo pienso, siento y amo”, luego existo, porque las ciencias exactas son importantes, pero hay muchos aspectos esenciales del conocimiento humano que no se alcanzan con las ciencias exactas sino con el corazón y la confianza. Si una persona le dice a otra que lo ama, eso no se puede probar con las ciencias exactas sino haciendo un acto de confianza. Mi fe en Jesús no se basa en las ciencias positivas sino en un profundo acto de confianza en el testimonio que dieron los amigos de Jesús que, luego de dudar, después de la muerte del maestro, y de volverlo a ver resucitado, dieron su vida por lo que habían visto. Casi todos, como Pedro, Pablo y Santiago murieron mártires. Yo ahora les creo porque murieron por su fe. La confianza es también fuente de un conocimiento no racionalista sino razonable. Las ciencias humanas son indispensables para la vida social.

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En una de sus visitas como Provincial de Chile a la provincia Etiopía (1983), con un cachorro león