El 26 de noviembre de 1998, Carlos Francisco Cáceres Contreras se incorporó a la Academia de Ciencias Sociales, Políticas y Morales del Instituto de Chile, ocupando el sillón N° 12 en honor a su distinguida trayectoria. Nacido en Valparaíso el 7 de octubre de 1940, se formó como economista en la Escuela de Negocios de Valparaíso, donde también ejerció como profesor por largos años. Su destacada carrera lo llevó a ocupar altos cargos en el ámbito público y privado, tanto a nivel nacional como internacional, dejando un valioso legado en la sociedad y la cultura. Su vida y obra reflejan la unión entre la excelencia profesional y una profunda vocación humanista, guiadas por valores sólidos y una fe inquebrantable.
Publicada en Revista Societas Nº24, 2022
Carlos Francisco Cáceres Contreras se incorporó en sesión pública solemne a la Academia de Ciencias Sociales, Políticas y Morales del Instituto de Chile el 26 de noviembre de 1998. Su disertación en la ocasión versó sobre Chile y su institucionalidad económica y fue recibido en la corporación por el académico de número Francisco Orrego Vicuña, pasando a ocupar el sillón No 12, vacante por el fallecimiento del académico de número Felipe Herrera Lane.
Nacido en Valparaíso, en el 7 de octubre de 1940, se formó en Ciencias Económicas en la Escuela de Negocios de Valparaíso -donde fue asimismo largos años profesor- comenzando una destacada carrera en el ramo, que lo llevó a desempeñar altos cargos en la vida pública y privada, en el ámbito nacional e internacional, realizando valiosos aportes a la sociedad y la cultura.
Su destacada trayectoria tiene el mérito de plasmarse en una persona que encarna lo que él siempre ha promovido: ser profesional de las ciencias económicas con una sólida y amplia cultura humanista. De carácter reconocidamente respetuoso, que se expresa con distinción, su ser y actuar se afinca en convicciones fuertes que derivan de su resolución espiritual por valores que se cimientan principalmente en su fe y amor a Dios.
– ¿Qué recuerdos quisiera hacer de su familia, del ambiente en que creció, de sus estudios primarios y secundarios?
– Soy de la generación de 1940. Mi padre, Carlos Roberto Cáceres, quien falleció cuando yo tenía 12 años, realizó distintas funciones en la administración pública. Mi madre, Graciela Contreras Caballero, que nació en La Serena, luego de recibir su grado de Asistente Social en la Universidad de Chile, desempeñó tareas académicas en dicha universidad, y trabajó por largo años en la fábrica de chocolates Hucke. Somos tres hermanos, una hermana, Graciela, que recibió el título de pedagoga en inglés, y mi hermano Eugenio quien, luego de recibir su título de Arquitecto en la Universidad de Chile de Valparaíso, se dedicó posteriormente a temas vinculados a la construcción de establecimientos educacionales, como también a tareas de acreditación universitaria. Posteriormente realizó estudios de postgrado en la Universidad de Navarra en materia de familia.
Mis estudios primarios los realicé en los Padres Franceses de Valparaíso en una época en que los sacerdotes eran de origen francés y desempeñaban tareas de docencia en las áreas humanistas y de religión. Tengo diversos recuerdos de mi época colegial. Participé en las actividades del grupo de Boy Scout que implicó una formación especial en cuanto a enfrentar contingencias que hoy podrían ser calificadas de aventuras las cuales se realizaban en campamentos en diversos lugares del país. Formé parte de la brigada Las Garzas cuyo jefe era Pedro Jullian, alumno de los cursos superiores y con quien años más tarde me encontraría en actividades vinculadas a la Cía. Chilena de Tabacos. En el período escolar participé en acciones pastorales que se llevaban a cabo en el sur de Chile. Fui también miembro de la Academia Literaria participando en interesantes debates que fortalecían la formación humanista que entregaba el colegio. Recuerdo un aspecto complejo que me correspondió vivir en los últimos años de colegio: las primeras desvinculaciones de sacerdotes de la Congregación de los SSCC. Ello, por supuesto, dio origen a sorpresas e inquietudes intentando encontrar explicaciones a las razones que podrían motivar a un sacerdote terminar con su tarea pastoral. Como profesores destacados recuerdo las figuras de los sacerdotes Osvaldo Lira, Rafael Gandolfo, Maurice Bertho, Roberto Codina, Florencio Infante y Santiago Urenda. Este último fue profesor de matemáticas y recuerdo una frase que repetía constantemente: “no olviden queridos alumnos que las matemáticas entran por la punta del lápiz”. Fui también miembro de la banda del colegio y cuyos principales eventos eran el desfile en homenaje a los Héroes de Iquique que se realizaban en la Plaza Sotomayor de Valparaíso, en el mes de mayo de cada año y luego las presentaciones en la entrega de premios y revistas de gimnasia que se llevaba a cabo al terminar cada año de estudio. Tengo un recuerdo y gratitud muy especial a la formación que recibí en el colegio de los Padres Franceses de Valparaíso en cuya tarea educacional se cumplió con creces lo que se cantaba en su himno: “los Divinos Corazones nos formaron en las ciencias, en las artes y en las virtudes”.
– ¿Qué principalmente determinó su elección de carrera y cómo se desarrolló esta etapa? ¿Quisiera recordar algún maestro que influyera especialmente en su formación profesional o humana?
– Al terminar los años de colegio debí enfrentar la compleja decisión respecto a mi carrera profesional. En sus tareas como administrador público mi padre tuvo un estrecho contacto con médicos con los cuales forjó una profunda amistad. Ello derivó que mi vida de hogar estuviese muy cercana a estos amigos médicos y de allí brotará, en una primera instancia, mis deseos de estudiar medicina. Tanto mis padrinos de bautizo como de confirmación fueron profesionales médicos. Recuerdo así al Dr. Pedro Acuña y al Dr. Pedro Uribe quien más tarde recibió la distinción de Maestro de Cirugía.
Al terminar los estudios secundarios, y antes de ingresar a la universidad, los alumnos debían presentarse al denominado Bachillerato, prueba que medía capacidades y conocimientos. En cuanto a resultados obtuve altos puntajes en las áreas vinculadas a las humanidades. Sin embargo, no ocurrió lo mismo en el área de las ciencias, biología y química que eran fundamentales para iniciar estudios de medicina. Mi madre conociendo mis eventuales potencialidades me señaló que había tenido conocimiento que en la Universidad Católica de Valparaíso se había abierto una Escuela de Negocios cuyo propósito era la formación de profesionales para desempeñarse en el campo de la administración de empresas. Con ese antecedente visité las dependencias de la Escuela de Negocios donde tuve la oportunidad de una extensa entrevista con su Director, Capitán de Navío (R), don Raúl Koegel quien, en el desempeño de su tarea, y dada su formación militar, daba especial importancia a los conceptos de autoridad, disciplina y reconocimiento de las jerarquías.
Así, entonces, en el año 1959, me incorporé como alumno de la Escuela de Negocios de Valparaíso que, al amparo de la Fundación Adolfo Ibáñez, se había inaugurado en los años 1953-1954. La Fundación Adolfo Ibáñez la habían constituido los hijos de don Adolfo Ibáñez: Pedro, Manuel, Graciela, Ana e Ismenia y en la formación de la Escuela tuvieron presente los pensamientos e inquietudes de su padre, destacado empresario, en diversas áreas de negocios, quien había manifestado siempre su preocupación por la formación de los altos dirigentes empresariales. Su pensamiento está recogido en un discurso que pronunciara el año 1942 en el cual, en forma muy visionaria, no sólo comentó los aspectos técnicos que debían sustentar dicha formación, sino la necesidad de incorporar en ella una formación humanista del más alto nivel.
En los años de mis estudios universitarios tuve la oportunidad de establecer una relación con el Decano de la Escuela don Pedro Ibáñez Ojeda, con quien a lo largo de los años se fue desarrollando, además de una relación académica, una de afecto, de amistad y de consejo, que lo he considerado siempre como un elemento sustantivo en mi formación profesional y en mis acciones posteriores. Fui su ayudante en el curso de Política Económica y como presidente del Centro de alumnos me correspondió analizar con él distintos temas propios de la vida universitaria. En esa relación encontré siempre una acogida muy grata y convocante la cual recalcaría años más tarde en un homenaje que me correspondió ofrecer a su figura al momento en que la Universidad Adolfo Ibáñez le entregó el grado de miembro honorario. En ese discurso hice especial mención al hecho que, a mi juicio, don Pedro Ibáñez Ojeda, antes que político y empresario, fue un auténtico maestro considerando que en cada una de sus palabras y de sus acciones dejaba siempre el testimonio de docencia en su sentido más integral. Quedan también en el recuerdo nombres de otros profesores que también marcaron huellas en mi formación: Ernesto Rodríguez, Ricardo García, Gustavo Fonck, Víctor Küllmer, el Padre Enrique Pascal, el Padre Jorge González y en las áreas de economía los profesores Manuel Achurra y Sergio Jara. Al terminar los estudios universitarios recibí el Premio Jorge González Föster con el cual se distinguía al mejor alumno de la promoción.
En esas circunstancias no me cupo duda alguna respecto al sabio consejo de mi madre: habría sido un mal médico cirujano. Al momento del egreso de los estudios superiores recibí una beca que, en ese entonces, otorgaba la Kennecott Copper Corporation que operaba la extracción y elaboración de cobre en la Minera El Teniente, ubicada en la hoy Sexta Región. Esta beca me dio la posibilidad, junto a un compañero de curso y amigo, Fernando Ossa, de ir a los Estados Unidos a hacer una práctica profesional por un período de seis meses. Me correspondió realizar la práctica en un pequeño pueblo, McGill, ubicado en el Estado de Nevada. Allí durante seis meses ejercí la responsabilidad de ingeniero industrial en entrenamiento la cual fue una experiencia del más alto interés que, además de exigirme conocer y practicar el idioma inglés, tener las primeras experiencias de la vida de una empresa fundamentalmente en las áreas de producción y de finanzas. Al regresar a Chile don Pedro Ibáñez me ofreció la posibilidad de incorporarme como Profesor Ayudante desempeñándome como académico en los ramos introductorios de economía. En ese período preparé mi memoria de grado que tuvo como tema la evaluación social de la industria del azúcar en Chile. Luego de ser aprobada di el examen de grado alcanzando la máxima distinción.
Al cabo de dos años de ejercicio docente y gracias a un convenio que había firmado la Escuela de Negocios de Valparaíso tanto con la Fundación Ford como con la Fundación Tinker obtuve una beca para realizar estudios de postgrado en los Estados Unidos. Postulé a dos universidades: la Universidad de Chicago y la Universidad de Cornell. Dado que mi interés estaba más vinculado al área de economía de empresas opté por la Universidad de Cornell que contaba con destacados profesores en esa área de estudios. Así, obtuve en el año 1968, el grado de Master of Business Administration. Surgió la oferta de continuar los estudios de doctorado, lo cual no fue posible dada la necesidad de profesores que se requerían en los distintos ramos que se impartían en la Escuela de Negocios de Valparaíso que había experimentado un importante crecimiento en su número de alumnos. Poco antes de partir a realizar los estudios de postgrado a la Universidad de Cornell contraje matrimonio con quien había sido mi polola y amiga de muchos años, Inés Consuelo Solórzano. Juntos partimos a Estados Unidos con el ánimo de conjugar la construcción de una nueva familia con el perfeccionamiento profesional. En diciembre del año 1967 el propósito de familia se vio cumplido con el nacimiento de mi primera hija María Consuelo.
En el año 1971 recibí la invitación para ejercer el cargo de Profesor Visitante en la Escuela de Negocios de la Universidad del Estado de Ohio donde dicté cursos en el área de economía de empresas. Fue una experiencia profesional del más alto valor a la cual se unió la ocasión de conocer los problemas de muchos alumnos que se incorporaban a la vida universitaria luego de haber participado como soldados en la Guerra de Vietnam. El conocer esa realidad me causó un gran impacto en cuanto a las dificultades de orden psicológico que implica el intentar volver a una vida de normalidad luego de participar en un conflicto bélico que no tuvo para los Estados Unidos el resultado esperado.
Un aspecto curioso que puedo comentar se refiere a que en el curso de este año un nieto, Tomás Baeza, se incorporó como alumno en la misma Escuela de Negocios de Ohio State donde yo realicé tareas docentes hace 50 años atrás.
En el período en que desarrollé la actividad docente en esa universidad nació mi tercera hija María Sofía, radicada ahora en los Estados Unidos.
En el año 1973 obtuve una nueva beca de la Fundación Ford que me permitió participar en un curso dictado por la Escuela de Negocios de la Universidad de Harvard en la sede de INSEAD en Fontainebleau, Francia. La vinculación con esta universidad se complementó años más tarde cuando en el ejercicio del cargo de Decano de la Facultad de la Escuela de Negocios de Valparaíso formalicé relaciones académicas con dicha universidad la cual se concretó con la venida de destacados profesores que realizaron seminarios orientados a altos ejecutivos de empresas chilenas.
Recuerdo en especial la participación del profesor Michael Porter, quien a lo largo de los años ha realizado una tarea académica de excepción que lo hizo acreedor a recibir la distinción “The University Professor” de la Universidad de Harvard que es el más alto reconocimiento que otorga dicha universidad a quienes ejercen tareas académicas.
Mi relación con la Universidad de Harvard se ha consolidado en la actualidad con mi participación como miembro del Consejo Asesor Latinoamericano de dicha escuela, responsabilidad que he ejercido en los últimos 20 años.
– En su trayectoria profesional y desde temprano se aprecia su gran cercanía, muy personal, a la figura de don Pedro Ibáñez Ojeda. ¿Cómo nació esa relación y qué desarrollo tuvo? ¿Qué principalmente querría destacar en ello?
– La presencia de don Pedro Ibáñez Ojeda ha sido muy cercana tanto en mi vida personal como profesional. Don Pedro, en las circunstancias en que era alumno de la Escuela de Negocios de Valparaíso, me acogió en lo que hoy podríamos denominar tutor o mentor, entregando orientaciones y consejos que los consideré siempre del más alto valor. Asimismo, aprecié en él su preocupación por la cosa pública y por la vida política en la cual se inspira una sociedad. Para ello estimaba don Pedro la imperiosa necesidad una formación de carácter integral en la cual las humanidades debían jugar un rol de importancia. En el pensamiento de don Pedro estaba incorporado la consideración, tanto respecto de la empresa como del empresario, como un eje fundamental en la vida de la sociedad moderna y ello implicaba la necesidad de una formación en todas las dimensiones que dan vida a un orden social. Don Pedro y su señora Adela Santa María me abrieron las puertas de la familia integrándome a ella en distintos acontecimientos tanto académicos como sociales y políticos. Tengo entonces una deuda de gratitud profunda por el hecho de haber conocido de cerca a un hombre de excepción que, en el desempeño de las diversas tareas que asumí a lo largo de mi existencia, para mí fue siempre un ejemplo de vida.
– ¿Qué significó la docencia universitaria en su vida y cuáles fueron las aulas en que principalmente la desarrolló?
– En la docencia universitaria he podido perfilar mí más íntima vocación. En cada clase que debía enseñar, tanto en la preparación de la misma como en su ejecución, creo haber logrado una cercanía con los alumnos la cual fue mucho más allá de la formación profesional alcanzando con muchos de ellos una posición de consejero que irradiaba a los distintos aspectos de la vida de los alumnos. A lo largo de los años mantengo una grata amistad con muchos de mis ex alumnos y nada produce mayor satisfacción cuando, al momento de algún reencuentro, se recibe la gratitud que se siente por el hecho de haber colaborado en su formación profesional y humana.
Fui profesor en las áreas de economía, finanzas y política económica. En cada una de esas cátedras intenté siempre entregar los estudios técnicos que se vinculan con los procesos que permiten transformar las decisiones en acciones concretas para efectos que la empresa alcance sus propósitos en un marco de valores. La vida docente me ha acompañado a lo largo de toda mi vida y aun cuando ya dejé responsabilidades específicas de cursos completos recibo siempre invitaciones que, con el mayor agrado, acepto para dictar conferencias en distintas materias en importantes universidades del país.
Quisiera destacar tres aspectos en relación a mi vida docente. En el ejercicio del Decanato de la Facultad de la Escuela de Negocios de Valparaíso además de la tarea docente en la función directiva que le corresponde a los decanos tuve la oportunidad de llevar adelante iniciativas que las estimo de la mayor relevancia.
La primera de ellas, en el año 1978, cuando junto al ex Decano Gustavo Fonck, elaboramos lo que sería el primer programa de postgrado en administración de empresas que se ofreció en Chile. Fue un período de estudios y debates para configurar un programa de administración superior que permitiera a profesionales de diversas disciplinas consolidar una formación profesional en el área de administración con lo cual podían aspirar a posiciones de mayor nivel en las distintas empresas. Se configuró así el DPA, Diploma de Postgrado en Administración, el cual fue además la primera actividad de la Escuela de Negocios fuera de la región de Valparaíso dado que este programa se inició en una sede cercana al Golf en la ciudad de Santiago. El programa tuvo una gran acogida desde su comienzo y ha sido muy valorado por cada uno de sus egresados. Así, más adelante el programa DPA se transformaría en un programa destinado a entregar el grado de Master of Business Administration.
La otra iniciativa que vale la pena destacar se refiere al área de estudios de empresas familiares en la cual también fue pionera la Escuela de Negocios de Valparaíso. Esta iniciativa fue el resultado de una colaboración ofrecida por la Familia von Appen cuyos miembros, Sven y Wolf, habían participado en un programa orientado a empresas familiares que en ese entonces desarrollaba IMD institución de educación ubicada en Suiza. Los hermanos von Appen consideraron, que el número cada vez más significativo de empresas familiares que se creaban y se establecían en Chile requería un proceso de formación especial destinado a evaluar distintas materias vinculadas específicamente a la administración de dichas empresas. Las conversaciones con los hermanos von Appen dieron lugar a la creación de la Cátedra de Empresas Familiares en el seno de la Escuela de Negocios llevándose a cabo programas de formación en esta materia y en la cual tuvieron oportunidad de participar destacados miembros de empresas familiares chilenas que vieron en esa cátedra la posibilidad de satisfacer inquietudes y rasgos propios que caracterizan una empresa familiar. El profesor Jon Martínez asumió la tarea de dirigir dicha cátedra que ahora se ha configurado como un área de estudios en varias universidades chilenas.
Es interesante también destacar la proyección de la Escuela de Negocios de Valparaíso en otras instituciones. En ese respecto recuerdo la visita que me hiciera el Sacerdote Jesuíta Gonzalo Arroyo quien había sido un importante promotor de las ideas de la Teología de la Liberación que ilustraron el debate político religioso iniciado en la década de los ’60. El Padre Arroyo, luego de una extensa estadía en Francia, a su regreso al país me solicitó una entrevista a la cual por supuesto accedí. Al inicio de la conversación el Padre Arroyo me manifestó que para mí debería haber sido una sorpresa que me solicitara una entrevista. Le respondí que efectivamente había sido una sorpresa. Me comentó de inmediato que luego de un largo período de reflexión él había llegado a la conclusión que los Jesuitas al perder todas las direcciones de distintas universidades en Chile habían dejado vacío el importante espacio de influencia que habían ejercido en la sociedad chilena. Ante ello él había concluido que para efectos de recuperar ese propósito era indispensable crear universidades y entre las escuelas que ellas debían integrar una, de la mayor importancia, era la creación de una escuela de negocios considerando la muy importante influencia que la vida de la empresa tenía en el desarrollo de la actual sociedad chilena. Ante esa inquietud, le comenté al Padre Arroyo todo el proceso de formación y posterior consolidación de la Escuela de Negocios de Valparaíso detallando sus programas de estudios, metodologías de enseñanza, enfatizando la formación de carácter integral que debía ilustrar su programa de estudios. Pocos meses más tarde de esa conversación se creó, por parte de la Orden Jesuita, un programa de postgrado en Administración de Empresas el cual sería un primer peldaño para la posterior creación de la hoy Universidad Alberto Hurtado.
En el aspecto internacional también es posible observar la proyección del pensamiento que ilustró la Escuela de Negocios de Valparaíso. Cuando ejercí el cargo de Decano recibí la visita de un grupo de empresarios salvadoreños encabezado por el Ingeniero Ricardo Poma, miembro de una importante familia empresarial, que había concluido que para efectos de colaborar en el proceso de desarrollo de El Salvador era necesario la creación de una escuela de educación superior destinada a la formación de los hombres de empresa. Me solicitaron que les explicara, tal como en el caso anterior, la experiencia de la Escuela de Negocios de Valparaíso en su ámbito educacional colocando en mi respuesta especial énfasis en el sentido que en dicha tarea se debía actuar sin complejos y con voluntad de llevar adelante el propósito de una formación integral. De esta conversación y probablemente de otras más derivó pocos meses más tarde la creación de la Escuela Superior de Economía y Negocios y en la cual fui nombrado miembro de la Junta Directiva junto a otros nombres como el del Profesor Ernesto Fontaine y el Profesor Arnold Harberger. Con gran satisfacción asistí, en forma virtual, el pasado mes de enero a la reunión de la Junta en la que se conmemoró el Trigésimo Aniversario de la creación de una escuela que ha tenido una muy importante influencia en la vida económica de El Salvador.
– Recuerdo que durante todo el año 1981 don Pedro Ibáñez reunía semanalmente en su casa a un grupo de intelectuales externos y profesores de la antigua Escuela de Negocios Adolfo Ibáñez, a fin de elaborar un curso que sería una especie de matriz para la Universidad Adolfo Ibáñez que estaba por ser inaugurada: Análisis y trayectoria de la sociedad occidental, curso que duró muchos años “a tablero vuelto”. ¿Qué recuerdos tiene de esos momentos y qué juicio hace de ese empeño?
– Como lo he señalado previamente don Pedro Ibáñez Ojeda sostuvo permanentemente la preocupación por la formación humanista. Consideraba esencial que en el desarrollo de una sociedad, era indispensable darle valor a una concepción del Bien común que integra la satisfacción del ser humano, tanto en los aspectos materiales como espirituales. En esa referencia de preocupación recuerdo que en el año 1981 don Pedro inició una serie de reuniones en su residencia en Santiago a donde invitaba a destacados intelectuales como también a profesores de la Escuela de Negocios de Valparaíso. El resultado de estas reuniones fue – como se ha recordado – la elaboración de un programa que se denominó “Análisis y Trayectoria de la Sociedad Occidental” que se inauguró a mediados del año 1982. La consolidación de este proyecto se extendió a lo largo de muchos años participando en las diversas sesiones distinguidos académicos como los profesores Julio Retamal, Juan Antonio Widow, Vittorio di Girólamo, Gonzalo Rojas, Álvaro Pezoa, Rafael Vicuña, Jaime Antúnez, Gonzalo Ibáñez Santa María y varios otros que dieron un alto prestigio al programa que cada año contó con mayor número de asistentes.
Entre los temas tratados vale la pena destacar aquellos vinculados al sentido histórico de la existencia humana en la cultura occidental; la base sobrenatural del cristianismo; los fundamentos filosóficos, morales, políticos y jurídicos; el arte occidental desde la Grecia Clásica al post impresionismo y los grandes embates durante la modernidad como lo fueron la escolástica, el proceso de la reforma, el racionalismo, el idealismo y el positivismo y el materialismo; la economía y el economicismo. Se completaba el programa con diferentes paneles en los cuales me correspondió participar en varias oportunidades.
– En 1976 usted se incorpora como miembro del Consejo de Estado, al que pertenecían figuras como el expresidente Jorge Alessandri Rodríguez y el ex senador Pedro Ibáñez, ya mencionado. Como miembro de ese Consejo ¿qué apreciación hacía usted entonces de la Declaración del Gobierno de Chile formulada en 1974?
– En el año 1976 el Presidente de la República Capitán General don Augusto Pinochet Ugarte, me nominó para integrar el Consejo de Estado, institución que tenía como propósito asesorar directamente al Presidente en todas las materias que él estimara pertinentes. Fueron invitados a participar en dicho consejo todos los ex presidentes de la República, un ex presidente de la Corte Suprema, un ex Comandante en Jefe de cada una de las ramas de las FF.AA. y de Orden y otras distinguidas personalidades como fueron los nombres de don Juvenal Hernández, Julio Philippi, Pedro Ibáñez Ojeda, Francisco Bulnes, como representante de las mujeres Mercedes Ezquerra y como dirigente gremial Guillermo Medina. Como Presidente del Consejo de Estado fue designado el ex Presidente de la República don Jorge Alessandri Rodríguez. En mi caso fui invitado en mi calidad de ex Decano de una Facultad de Economía. La única persona que no aceptó la invitación fue el ex Presidente de la República Eduardo Frei Montalva.
Entre sus tareas al Consejo de Estado le correspondió analizar distintos proyectos vinculados con las principales reformas que se llevaron a cabo en materias previsionales, laborales y tributarias. Sin lugar a dudas, la más importante fue el análisis de la propuesta constitucional que derivó de la Comisión Ortúzar, cuyo debate duró alrededor de dos años y dio origen a informes de mayoría y minoría que fueron posteriormente entregados a consideración de la Presidencia de la República y luego a la Junta de Gobierno.
Respecto a la consulta sobre mi apreciación de la Declaración de Principios del Gobierno Militar que se publicara el 11 de marzo de 1973 considero que ese documento es uno de los más importante que diera a conocer el Gobierno Militar. En dicho escrito se expresan los cinco principios fundamentales que, años más tarde, ilustraron la redacción de la Constitución Política de 1980 y constituyeron también el marco de referencia en las distintas políticas públicas que se aplicaron durante el Gobierno Militar. En particular, los principios que establece dicha declaración son los siguientes:
- El hombre tiene derechos naturales y superiores al Estado.
- El Estado debe estar al servicio de la persona y no al revés.
- El fin del Estado es el Bien Común general.
- El Bien Común exige respetar el principio de la subsidiariedad.
- El respeto de la subsidiariedad supone el derecho de propiedad privada y de la libre iniciativa en el campo económico.
En estos cinco principios se da una fundamentación en el orden moral y su proyección en el campo de la política y la economía, todo ello vinculado al hecho que el ser humano es un ser libre provisto de inteligencia y voluntad. La formulación de las distintas políticas públicas que fundamentaron la tarea del Gobierno Militar, tuvieron como referencia estos principios fundacionales lo cual dio una coherencia a la acción política y económica que caracterizara a dicho gobierno. Entre ellas la participación del sector privado en la entrega de bienes y servicios relacionados a las políticas sociales como la educación, la salud y la seguridad social.
– Lo invito a una reflexión: Tan sólo cinco años separaban 1973 (año del pronunciamiento militar) de 1968 (año emblemático en Chile y en todo el mundo occidental de lo que se conoció como la crisis cultural de los “sesenta”, especie de inicio de lo que se ha venido a llamar posmodernidad). En ese 1973 o, con la perspectiva del tiempo, en 1976 cuando es consejero de Estado ¿percibe que ese Chile que vive un esfuerzo de reconstrucción después del colapso de la Unidad Popular, se retrotrae en cierto modo del fenómeno cultural de los “sesenta”?
– Es interesante recordar que en la década de los 70 el mundo vive aún la influencia de la Rusia Soviética que en sus actitudes y acciones pretende extender sus principios de sistema totalitario a distintas áreas del mundo occidental. Ya en el año 1959 había logrado sus propósitos con la revolución que llevó a Fidel Castro a asumir el gobierno dictatorial de Cuba. Latinoamérica era un campo propicio para cumplir con dicho propósito. En el año 1968 el mundo occidental enfrentó las consecuencias del mayo rojo francés que se caracterizó por un movimiento estudiantil que aspiró a propósitos de carácter revolucionario. En Chile, ya en el año 1967, habían surgido presiones en el mundo universitario que tendían a buscar procesos de cogobierno en los cuales los estudiantes tuvieran una más activa participación en la conducción de los gobiernos universitarios. Se buscaba de esa forma romper con los principios de jerarquía que son propios de la administración de las instituciones. La toma de universidades fue una de las características de este proceso que conducía finalmente a generar la dependencia respecto del Estado de las distintas universidades del país. La influencia del pensamiento marxista en ese proceso fue manifiesta.
Por otra parte, debe recordarse que la finalidad última del gobierno de la Unidad Popular, que sucediera al gobierno de la Democracia Cristiana, buscaba encaminar a la sociedad chilena a un sistema marxista que se identifica siempre por la propiedad de los medios de producción generando una dependencia económica de las distintas instituciones del país lo cual conduce a la dependencia política de los ciudadanos respecto del Estado. Chile experimentó el proceso de la denominada vía chilena al socialismo en tres momentos que caracterizaron al gobierno de la Unidad Popular: los momentos de expropiación, de inflación y de racionamiento resultando en un caos político y económico, cuya finalidad última no era otra que el logro del poder total, aspecto que es propio de la doctrina marxista.
La pregunta que se ha formulado es si la culminación de este proceso que termina con el Pronunciamiento Militar se retrotrae en cierto modo al fenómeno cultural de los 60. Estimo que ello no es efectivo. Lo que pretende el Gobierno Militar, fundamentado en los principios señalados previamente, fue establecer un régimen democrático que tiene dos componentes que se entrecruzan para efectos de generar las debidas independencias que deben darse en una sociedad fundada en el valor moral de la libertad. Por una parte, una democracia que encuentra sentido en los diversos actos electorales que tienen como propósito elegir a las distintas autoridades de los poderes del Estado y, por la otra, abrir los espacios, en la referencia del principio de la subsidiariedad, para efectos que los individuos puedan asumir las responsabilidades en las cuales tienen facultades y competencias.
Con el inicio del Gobierno Militar emerge una nueva etapa que tiene su origen en la frustración, en el fracaso del experimento marxista, que se había traducido en un caos social, político y económico y surge el propósito de transformar a la sociedad chilena hacia una que se fundamenta en el valor de la libertad y que abre los espacios propios al ejercicio de la responsabilidad individual. Todos estos aspectos estuvieron presentes en el debate que se llevó a cabo en el Consejo de Estado cuando se le solicitó analizar la propuesta constitucional que había emergido de la Comisión Ortúzar.
– En 1982 el Presidente Pinochet lo nombra Presidente del Banco Central de Chile. Eran tiempos de crisis a causa de una recesión internacional que afectó fuertemente al país. ¿Cómo vivió ese momento en lo institucional y en lo político?
– El año 1982 se caracteriza por ser un momento crítico en el orden político y económico del país. En el orden político sectores de la oposición cuestionaban la legitimidad de la Constitución Política de 1980 y en el plano económico la política de fijación del tipo de cambio, decidida en el año 1979, si bien había colaborado en el propósito de reducir las tasas de inflación, esta se mantuvo superior a la inflación internacional, debilitando las ventajas competitivas del país generándose un claro deterioro en las cuentas internacionales la cual fue posible financiar gracias a los abundantes créditos que se recibían del exterior destinados tanto al sector financiero como a las empresas privadas. Los denominados petrodólares encontraron un lugar de destino en una economía que, como la chilena, se apreciaba como testimonio de los logros que se pueden alcanzar bajo un régimen de economía de mercado. La situación de desequilibrio condujo, a mediados del año 1982, luego del cambio de Ministro de Hacienda don Sergio de Castro, a adoptar la decisión de una devaluación del peso chileno respecto del dólar la cual fue anunciada en junio de ese año. Los impactos de esta decisión fueron de la más alta gravedad considerando el efecto que ello tuvo tanto en el sistema financiero como en la solvencia de las empresas que tenían pasivos importantes expresados en dólares. Es en esa circunstancia cuando el presidente Pinochet por intermedio del Ministro de Hacienda recientemente designado, Rolf Lüders, me solicita hacerme cargo de la presidencia del Banco Central sucediendo al economista Miguel Kast quien dejara un importante ejemplo de servicio público al país.
Al asumir el cargo de Presidente del Banco Central era importante evaluar un claro diagnóstico respecto a las causas que habían dado origen a la crisis económica y financiera que se iniciaba como también buscar los caminos, primero para atenuar sus graves consecuencias y luego establecer las condiciones para una sostenida recuperación económica. El camino no era fácil y el importante debilitamiento que registraba el sistema financiero obligó a la decisión de intervenir un número importante de bancos. Sin estabilidad financiera no era posible aspirar a una etapa de crecimiento económico. La intervención de los bancos tanto nacionales como algunos extranjeros ocurrió en enero de 1983 y como una derivación de esa intervención surgió la obligación de intentar una reestructuración en los pagos de la deuda externa unida a las solicitudes de créditos externos necesarios para posibilitar un proceso de recuperación económica. Chile fue uno de los pocos países que llevó a cabo un proceso de renegociación de la deuda externa muy distinto a otros que optaron por la simple decisión de no reconocer la deuda externa. En la decisión adoptada por el Gobierno de Chile se tuvo presente que uno de los activos de mayor significación en una economía abierta, tanto en el plano de los bienes como de los capitales, era la necesidad de mantener la credibilidad crediticia externa e interna. La confianza en la estabilidad política y económica constituye un elemento esencial para atraer capitales externos.
Otra tarea importante realizada desde la presidencia del Banco Central fue solicitarle al destacado abogado don Carlos Urenda la preparación de una nueva ley de bancos. Es importante recalcar que en el año 1983 aún estaban vigentes las regulaciones del sistema financiero de la década de los 30 cuando los únicos créditos externos que operaban en ese período eran los de gobierno a gobierno. Esta realidad había cambiado radicalmente con la apertura de la economía chilena al mercado internacional de bienes, servicios y capitales. Era entonces necesario modernizar la legislación que debía regular al sistema financiero bajo un sistema económico distinto. Don Carlos Urenda y la comisión que él presidió hizo un trabajo que merece especial reconocimiento cuando se observa que, luego del año 1983, aún cuando se han generado importantes crisis financieras, el sistema financiero chileno no ha experimentado alteración alguna.
En febrero de 1983 se me solicita, por parte del Presidente Pinochet, asumir el cargo de Ministro de Hacienda. En las circunstancias de una grave crisis económica mi principal propósito en la tarea ministerial fue crear las condiciones para una recuperación económica sustentada en los principios que habían fundamentado el orden económico establecido por el Gobierno Militar en el año 1974. El diagnóstico de la situación revelaba que la crisis financiera no tenía su origen en los principios fundacionales de una economía abierta sino en los desequilibrios macroeconómicos especialmente en los créditos externos. La razón de la crisis estaba, por una parte, en la utilización inadecuada de instrumentos de política económica y, por otra parte, en la ausencia de una adecuada regulación financiera. Fueron momentos en los cuales se recibieron presiones de los más distintos sectores, incluso empresariales, en el sentido que había que volver a políticas del pasado: protección a la economía nacional, desequilibrios fiscales y fijación de tasas de interés entre otros sin importar sus consecuencias en el crecimiento potencial posterior.
El Gobierno Militar dio su apoyo a la formulación e implementación de la política económica diseñada por el Ministerio de Hacienda y el Banco Central, entregando apoyos a los diversos sectores claramente debilitados por la crisis como también a formular políticas que favorecieran la generación de empleos tanto en el sector público como en el sector privado. Luego de un extenso período de negociaciones se logró un acuerdo de reestructuración de la deuda externa con la banca extranjera como también acceder a nuevos créditos que hicieron posible que, a fines de 1983, la economía chilena comenzara a mostrar signos de una recuperación económica.
– El año anterior, 1981, el respetado historiador Mario Góngora publicó su libro “Ensayo Histórico sobre la Noción de Estado de Chile”, que por el año 2000 llevaba ocho ediciones. Fue un libro fuertemente criticado por los economistas del gobierno militar, reacción encabezada por José Piñera. En algún momento de esa ardua polémica, Mario Góngora afirmó que los postulados de la Declaración de Principios del gobierno militar, a qué nos hemos referido, estaban a esas alturas absolutamente diluidos por el “modelo”. ¿Quisiera hacer algún comentario al respecto?
– Tuve la oportunidad de leer y reflexionar sobre el libro en las que especifica las tres grandes planificaciones que de alguna manera habían ilustrado la historia de Chile en distintos períodos anteriores. El ensayo de la Democracia Cristiana con su Revolución en Libertad, el ensayo Marxista de la Unidad Popular y luego la implementación de la Economía Social de Mercado por parte del Gobierno Militar. No recuerdo cuáles fueron las críticas a los economistas del gobierno en ese momento, pero sí me parece que la conclusión de Mario Góngora respecto a que los principios señalados en la Declaración del Gobierno Militar del año 1974 y analizados en preguntas anteriores, estaban absolutamente diluidos por el modelo no me parecen exactos. En mi opinión una de las características del Gobierno Militar fue la estricta consecuencia entre el pensamiento definido en esa declaración con las acciones concretas anunciadas por el gobierno. El principio que ilustró la acción económica fue el principio de la subsidiariedad, señalada en la Declaración de Principios y tal vez valga la pena hacer una breve reflexión sobre el concepto de la subsidiariedad que ha sido tan atacado en el curso de los últimos años colocando el mito que este principio genera las condiciones para la ausencia total del Estado en los distintos órdenes que se dan en una sociedad. Se señala en forma errada que el Estado está ajeno a cualquier responsabilidad principalmente en el orden de la economía. Creo conveniente recordar la definición que diera el Profesor Messner en su libro Ética General y Aplicada y en el cual define el concepto de subsidiariedad como aquel que reconoce que “la responsabilidad individual precede a la responsabilidad global” entendiendo esta última vinculada a los organismos superiores que dirigen la sociedad, es decir, el Estado en cada una de sus dimensiones. Consecuente con ese principio se abren los espacios para que en aquellas actividades en las cuales se da la posibilidad que sea la responsabilidad individual la que asuma las tareas que le son propias. Esto no implica la ausencia de la acción del Estado el cual vela por la presencia de un orden jurídico y de un orden de seguridad interna y externa como también velar por los sectores más vulnerables de la sociedad. Asimismo, le corresponde al Estado definir las regulaciones que permiten orientar a la sociedad económica hacia la búsqueda del Bien Común cuya definición, para mí, la más adecuada es la formulada por el Padre Francisco de Vitoria: “Bien Común es el bien individual que se busca en comunidad”.
Al analizar las diferentes etapas del extenso período del Gobierno Militar puede apreciarse cómo las diferentes políticas públicas fueron fundamentadas en este concepto de la subsidiariedad y el haber abierto los espacios para la acción libre de la innovación y de la iniciativa privada, el país fue testigo de un progreso que alcanzó a todos los sectores de la sociedad. Por lo tanto, discrepo con la conclusión del Profesor Mario Góngora -reconociendo por supuesto sus grandes méritos como historiador- en el sentido que la acción del Gobierno Militar estuvo en toda circunstancia bajo el marco de referencia de la Declaración de Principios.
– En 1983 usted fue nombrado por el Presidente ministro de Hacienda. ¿Qué quisiera recordar de ese período como ministro de aquella cartera?
– En las circunstancias en que junto con el Ministro Rolf Lüders viajábamos a distintos países para efectos de iniciar el proceso de reestructuración de la deuda externa, el Ministro recibió un llamado del gobierno en el cual se le solicitaba la renuncia al cargo de Ministro de Hacienda manteniendo la responsabilidad en el ministerio de Economía. Fue muy curioso que al regresar a Santiago en la losa del aeropuerto se encontraba el entonces Ministro del Interior General Enrique Montero y el entonces Ministro Secretario General de Gobierno, Hernán Felipe Errázuriz. No era normal que ministros de Estado fueran a recibir a otros ministros cuando estos regresaban de un viaje oficial. Luego de bajar del avión el Ministro Montero solicitó una conversación con el Ministro Lüders y el Ministro Errázuriz me pidió una conversación en la cual me señaló que el presidente Pinochet me solicitaba asumir el cargo de ministro de Hacienda en reemplazo del ministro Lüders. Para mí la situación fue compleja. Había, sin lugar a dudas, un principio de lealtad hacia el ministro Lüders con quien habíamos enfrentado las consecuencias iniciales originadas por la crisis financiera. Dado estos antecedentes estimé necesario antes de dar mi respuesta sostener una conversación con el ahora ex Ministro de Hacienda. Luego de plantearle al ministro Lüders mis aprehensiones me manifestó que si le hubieran consultado a él respecto de la persona para asumir el cargo de Ministro de Hacienda no habría experimentado duda alguna en dar mi nombre. Con esos comentarios y luego de reflexiones personales y comentar este ofrecimiento con mi señora y con don Pedro Ibáñez Ojeda contesté afirmativamente y en la mañana del 13 de febrero de 1983 juré como Ministro de Hacienda.
Mi período ministerial en esa cartera tuvo una alta complejidad. La economía chilena estaba sumida en una grave crisis con caídas en el producto, con déficits macroeconómicos y con altas tasas de desempleo. En el mundo de la política se culpaba como origen de la crisis al modelo de economía de mercado implementado desde el año 1973. Se respiraba entonces un ambiente de desconfianza en el sistema económico y ello obligaba a acciones inmediatas por parte de las autoridades económicas. En conjunto con los economistas del Banco Central y del Ministerio de Hacienda se elaboró un plan de acción que contenía diversas medidas en las áreas fiscales, monetarias y de comercio. Paralelamente se iniciaron conversaciones con el Fondo Monetario Internacional para efectos de hacer una presentación formal a dicha entidad a fin de obtener los requeridos créditos para restablecer la estabilidad económica del país. Asimismo, dicho programa con el Fondo formaba parte del plan de reestructuración de la deuda externa que debía presentarse a la banca extranjera. La respuesta al plan de acción, por parte de los diferentes sectores, fue positiva aunque, como ocurre normalmente en estas circunstancias, se calificó como insuficiente. Se observó en el programa una apreciación de carácter integral que partía de un diagnóstico realista y formulaba acciones que podrían encaminar a la economía chilena en su proceso de paulatina recuperación.
Posteriormente, la dedicación estuvo concentrada en las conversaciones que debían sostenerse con la banca externa acreedora a fin de lograr créditos adicionales requeridos para la normalización económica. Fueron reiterados los viajes al extranjero para sostener reuniones con los bancos de Japón, Europa y de los Estados Unidos. Recuerdo de manera especial las conversaciones con banqueros japoneses, con el Presidente del Banco Central de Inglaterra, Lord Richardson, y con el Presidente de la FED, Paul Volcker. Asimismo, fueron variadas las conversaciones con el Director Ejecutivo del FMI, Jacques de Larosière. En todas estas conversaciones pude observar el lado positivo de haber tomado la decisión de ir a un proceso de renegociación de la deuda externa como también la valoración de las autoridades externas en cuanto a que los caminos de la recuperación económica se fundamentaran en los principios que habían generado un evidente progreso a partir del año 1973. Ello no era obstáculo para que las autoridades económicas manifestaran su preocupación por el restablecimiento del orden democrático. Un punto complejo en este proceso de renegociación fue lograr que la Junta de Gobierno aceptara otorgar la garantía del pago de la deuda que el sistema financiero tenía con la banca externa. No era fácil negarse a ese requerimiento considerando que, en las crisis que habían experimentado algunos bancos en 1977 y luego en 1981, el Estado había sentado el precedente de otorgar garantía al pago de dichos créditos.
Un momento que considero clave ocurrió en la parte final de las negociaciones cuando, en las oficinas del banco que ejercía el liderazgo en las negociaciones, el Manufacturers Hanover, nos disponíamos a firmar la documentación que permitía concluir las negociaciones, tanto en materia en reestructuración de la deuda externa como también en el otorgamiento de un nuevo crédito. Previo a iniciar el proceso de la firma de la documentación uno de los bancos acreedores planteó un requerimiento adicional: el Estado debía garantizar la deuda externa del sector privado. Ante esa petición manifesté de inmediato lo insólita de la misma y mi posición contraria señalando que ese requerimiento era materia de término de conversaciones. Ante esa posición la banca acreedora posteriormente dejó de lado esta nueva demanda e iniciamos la firma definitiva de la documentación correspondiente. Así la economía chilena encontraba un camino para consolidar un proceso de sostenida recuperación.
Se completó así un proceso complejo en el cual conté con la excelente colaboración del General Enrique Seguel quien, con inteligencia y eficiencia, ejerciera el cargo de Subsecretario de Hacienda. Debo también mencionar el valioso apoyo de economistas del Banco Central y del Ministerio de Hacienda. Puedo olvidar algunos nombres, pero sí debo mencionar a Daniel Tapia, Renato Peñafiel, Fernando Ossa, Félix Bacigalupo, Francisco Silva, Francisco Garcés, Italo Traverso y Mauricio Larraín. En la parte jurídica la asistencia de Carlos Olivos, Fiscal del Banco Central, fue fundamental. También hago una mención especial a los asesores externos, Jorge Schneider, Tomás Müller y el abogado norteamericano Roger Thomas.
El proceso descrito lo califico como una enriquecedora experiencia. Se estableció una relación muy cercana con el Presidente Pinochet quien apoyó la gestión ministerial aun cuando se manifestaban discrepancias al interior del gabinete. Asimismo, se enfrentaba la contingencia política de sectores que buscaban una desestabilización y exigían el término del Gobierno Militar.
– Junto a Inés Solórzano, su esposa, su familia crecía. ¿Cómo vivían todo ese tiempo?
– He dado siempre gracias a Dios por la mujer que he tenido como esposa. Al momento de ejercer responsabilidades públicas era padre de una extensa familia, seis hijos, que han constituido para mí una motivación permanente y cuyo apoyo fue de especial importancia.
Tanto al momento de ejercer la presidencia del Banco Central como posteriormente Ministro en las carteras de Hacienda, primero, e Interior, posteriormente, seguimos manteniendo la residencia en Viña del Mar y allí fue mi esposa, Inés Consuelo, la que debió asumir la tarea de conducción de la familia. Algunos fines de semana podíamos reencontrarnos y participar con los hijos en sus quehaceres estudiantiles como también en las inquietudes propias a la etapa de crecimiento en que cada uno de ellos se encontraba. Por supuesto, hay un costo de no participar en la vida diaria, pero al paso de los años, cada miembro de la familia ha reconocido que la tarea desplegada merecía ese sacrificio. En el plano de la vida familiar la temprana partida de nuestra hija María Paulina fue la ocasión de una gran pena que sólo en la fe en la resurrección y en la esperanza del reencuentro se puede encontrar un camino de difícil consuelo.
– Por esos años el fundador de la UDI, Jaime Guzmán, realizó una entrevista abierta al expresidente don Jorge Alessandri en el auditorio de su partido. Al término de la misma Guzmán preguntó directamente al exmandatario: ¿a quién señalaría, don Jorge, como una persona capaz de gobernar Chile en la dirección del análisis-país que ha realizado usted en esta conversación? La respuesta de Alessandri, formulada con su tono de voz tan particular, no tardó un instante: “A Carlos Cáceres, ¡sin duda alguna!” ¿Se acuerda? ¿Qué pensó cuando lo supo?
– Las expresiones de don Jorge Alessandri generaron sorpresa, agrado y gratitud. Tuve la oportunidad de conocer a don Jorge en el período de la campaña de la elección presidencial del año 1970 donde, junto con don Pedro Ibáñez Ojeda, se nos solicitó asumir tareas directivas en la V Región. En las visitas de don Jorge a la zona sosteníamos reuniones en una residencia particular ubicada en el Cerro Castillo a las cuales se invitaba a personeros políticos y dirigentes de los partidos que apoyaban esa candidatura presidencial. Posteriormente, tuve una cercanía mayor cuando fui designado miembro del Consejo de Estado cuya presidencia fue ejercida por don Jorge Alessandri.
Recuerdo que una de las primeras tareas que el Presidente Pinochet le encomendó al Consejo de Estado fue evaluar la posibilidad de establecer un impuesto al patrimonio que colaborara al equilibrio de las finanzas públicas, aún en una posición debilitada, luego de la crisis de los años 1973 y 1974 originada por el significativo aumento que experimentó el precio del petróleo. El Consejo de Estado decidió formar una comisión integrada por don Jorge y por mí, y conjuntamente elaboramos un informe en el cual señalamos nuestra discrepancia con la propuesta enviada por el Gobierno Militar. Consideramos que gravar el patrimonio era una medida que atentaba al proceso de inversión que requería la economía chilena. Sin esta no era posible cimentar un proceso de crecimiento sostenido de la economía nacional. La propuesta fue aceptada por el Presidente Pinochet. La cercanía con don Jorge Alessandri se manifestó, una vez más, en el apoyo que dio al programa de recuperación económica que me correspondió conducir en las circunstancias de ejercer el Ministerio de Hacienda en el año 1983. Las expresiones de don Jorge constituyen para mí un motivo de legítima satisfacción, al provenir de un hombre de Estado que dejó un noble testimonio de auténtico servicio público.
– A muchos sorprendió que, en 1988, luego del Plebiscito que ganara el “No”, el Presidente Pinochet delegara las funciones eminentemente políticas de Ministro del Interior, en alguien que venía del campo económico, como usted. ¿Cómo interpreta esa designación y qué quisiera destacar de ese período (sobre el cual, por lo demás, escribió un libro)?
– Un alcance previo, el libro fue escrito por la destacada historiadora Patricia Arancibia.
La primera sorpresa fue para mí. Nunca imaginé que pocas semanas después de la derrota en el plebiscito de 1988 sería llamado a ejercer un nuevo cargo ministerial. Fue en esa circunstancia cuando recibí una llamada del Ministro Secretario General de la Presidencia, General Sergio Valenzuela, quien me invitaba para concurrir a la brevedad posible a una reunión en su oficina privada. En esa oportunidad me transmitió la petición del Presidente Pinochet para efectos de asumir el cargo de Ministro del Interior. Sin lugar a dudas, esta era una responsabilidad del más alto nivel político que se presentaba en un momento delicado de la vida nacional, cuya característica era el inicio del proceso de transición hacia el orden de plenitud democrática que debería seguirse, conforme a la Constitución Política de 1980. Como ocurre en estas situaciones la primera reacción es sopesar la congruencia de la responsabilidad que se asume con las capacidades propias de la persona. La decisión debía adoptarse bajo el criterio de una nueva tarea de servicio público destinada a colaborar con el Gobierno Militar en un momento de especial trascendencia para el país. Como en otras circunstancias, luego de conversar el tema con mi familia y con don Pedro Ibáñez Ojeda y habiendo recibido de ellos el apoyo decidí aceptar esta nueva responsabilidad pública.
No cabía alternativa a una petición de esa naturaleza que permitía colaborar en la parte final de un gobierno con el cual sentía un pleno compromiso. Juré en el cargo el día 21 de octubre de 1988 y este hecho causó sorpresa en cuanto a la oportunidad de entregar responsabilidades políticas superiores a una persona que sólo había desempeñado responsabilidades de carácter económico. No daré nombres, pero sí recuerdo las expresiones de duda manifestadas por varios políticos.
Las materias a destacar en este período ministerial son variadas y tomaría tiempo comentar cada una de ellas. La primera experiencia, que reflejó la dificultad del período que se iniciaba, ocurrió al día siguiente de mi asunción al cargo. Cuando salí al patio de La Moneda para conversar, por primera vez, con los periodistas tuve información que había ocurrido el muy lamentable ataque al Retén de Los Queñes que había involucrado muertes de personas. Manifesté a los periodistas que mi aspiración, al asumir el cargo ministerial, era velar para el imperio de la paz social la cual consideraba indispensable a efecto de ilustrar el panorama político en momentos que se preparaba la transición al orden de la democracia. La violencia debía ser dejada absolutamente de lado, de tal manera que quienes participaran en el debate político electoral pudieran presentar con tranquilidad los distintos programas que anhelaban conducir si eran definitivamente electos. Agregué que a los partidos políticos les cabía de igual manera una responsabilidad para resguardar la paz interior.
En los días siguientes estimé necesario establecer un comité de ministros con los cuales hacíamos el seguimiento de las materias propias de gobierno. El comité estuvo integrado por el Ministro de RR.EE., Hernán Felipe Errázuriz, Ministro de Hacienda, Hernán Büchi, el Ministro Secretario General de la Presidencia, General Jorge Ballerino y el Ministro General de gobierno, Coronel Oscar Vargas, quien fue reemplazado por el Coronel Cristián Labbé. Cuando el Ministro Büchi renuncia a su cargo, para participar en la campaña presidencial asume el Ministerio de Hacienda el General Enrique Seguel y luego Martín Costabal.
En el comité definimos la hoja de ruta que contemplaba las más diversas tareas que debían cumplirse para efectos de dar pleno cumplimiento al compromiso de las FF.AA. y de Orden de restablecer un orden de plenitud democrática.
Uno de los aspectos que se debatió en las reuniones del comité estuvo referido a temas vinculados a la Constitución de la República de Chile, aprobada en el año 1980. En efecto el abogado Arturo Marín, a quien había solicitado ocupar el cargo de Jefe de Gabinete, hizo notar ciertos problemas que se observaban en la Carta Fundamental. En particular señaló dificultades en el proceso de tramitación de ciertas leyes como también en algunos artículos referidos al proceso de reformas constitucionales. Surge entonces la idea de proponer al Presidente Pinochet un proceso de reforma constitucional. El Presidente Pinochet manifestó su acuerdo con la hoja de ruta como también a la propuesta de una modificación constitucional, limitando esta última a dos condiciones: la primera que se tratara de una reforma constitucional y no de una nueva constitución y la segunda referida a la necesidad de un consenso ciudadano. Había, además del perfeccionamiento constitucional, dos razones de importancia para llevar adelante algunas modificaciones. La primera otorgar a la Constitución de 1980 su plena legitimidad. Este aspecto era de importancia considerando que diferentes sectores políticos acusaban de ilegitimidad a dicha Constitución señalando que en la oportunidad del plebiscito ocurrido el año 1980 no existían registros electorales y ello podría haber dado lugar a situaciones calificadas de irregulares. La segunda razón estaba referida a la necesidad de evitar que la propuesta de una nueva constitución fuera incorporada como argumento en las campañas políticas que se avecinaban. En relación al tema del consenso le manifesté al Presidente Pinochet la necesidad de establecer conversaciones con los partidos políticos excluyendo de ellas aquellos que manifestaban promover la violencia además de exigir el término inmediato del Gobierno Militar.
No cabe alargar la respuesta a la consulta formulada explayándome sobre las conversaciones sostenidas a lo largo de varios meses con distintos dirigentes políticos. Sí debo recalcar que el proceso de negociación llevado a cabo, tanto por las comisiones integradas por parte de la oposición como también por parte del gobierno, tuvieron una sincera acogida en las personas de don Sergio Onofre Jarpa, Presidente de Renovación Nacional y de don Patricio Aylwin, representante de los partidos de la Concertación. Es de justicia señalar que llegar a un acuerdo institucional implicaba un cambio de actitudes respecto de la polarización que se había manifestado en la campaña del plebiscito presidencial ocurrido en octubre de 1988. Las conversaciones se consolidaron en un total de 57 modificaciones a la Constitución Política del año 1980 las que fueron sometidas a un plebiscito realizado el 30 de julio de 1989 donde el proceso de reforma obtuvo una posición mayoritaria por sobre el 80% del electorado. Quedaba de esta forma legitimada políticamente la Constitución de 1980 y se establecía en el país un ambiente de consenso y de respeto a las normas constitucionales cuya culminación ocurriría en marzo de 1990 con el inicio de un orden de plenitud democrática. Se creaba así además el ambiente para que el debate político previo a la elección presidencial se diera en un plano de ideas y propuestas de gobiernos, apartado de una realidad de polarización.
La etapa siguiente estuvo concentrada en la preparación de las leyes constitucionales entre las cuales estaba la Ley de las FF.AA. y de Orden, la ley electoral, la ley de radio y televisión y la ley del Banco Central.
Respecto de este último es interesante comentar la designación del primer Consejo del Banco Central autónomo e independiente que debería iniciar sus funciones los días previos a la elección fijada para diciembre de 1989. En esta materia conversé con el Presidente Pinochet la necesidad de designar los nombres que integrarían el primer consejo y que debían ser propuestos a la Junta de Gobierno. La primera opción era la designación de cinco economistas que hubieran participado en el Gobierno Militar o bien hubiesen manifestado su apoyo a la conducción económica durante ese período. La otra opción era ofrecer el cargo a economistas, destacados profesionalmente, aún cuando con sensibilidades políticas diferentes. Esta última opción tal como se lo manifesté al Presidente Pinochet tenía la ventaja de consolidar la autonomía del Banco Central en períodos futuros. Aceptada esta propuesta inicié distintas conversaciones con personeros de los partidos de oposición, entre ellos Alejandro Foxley, y de partidos que apoyaban la gestión del Gobierno Militar concluyendo en una nómina que fue consensuada por todos los sectores. Así, entonces, el 9 de diciembre se constituyó el primer Consejo del Banco Central integrado por dos representantes de sensibilidad de centroderecha, dos representantes de sensibilidad de centroizquierda, designándose como Presidente al economista con trayectoria internacional don Andrés Bianchi. Se garantizó así la permanencia del Banco Central autónomo e independiente como también el requisito que prohíbe al Banco Central de Chile otorgar recursos al gobierno. La nómina de los nuevos miembros fue apoyada en plenitud por los miembros de la Junta de Gobierno. La fórmula adoptada, en cuanto a la composición del Consejo del Banco Central, dio lugar a la consolidación de su autonomía mantenida a lo largo de los años.
Otro hecho que es importante destacar se refiere a la elección presidencial y parlamentaria ocurrida en diciembre de 1989. El proceso electoral se llevó a cabo en un ambiente de paz social y la posición de mayoría obtenida por don Patricio Aylwin fue de inmediato reconocida. Recuerdo que al día siguiente del proceso electoral recibí la visita de dos dirigentes de la Concertación don Enrique Silva Cimma y don Andrés Zaldivar quienes manifestaron su reconocimiento a la forma en que se había llevado a cabo el proceso.
Deseo destacar la colaboración que en todo momento recibí del Subsecretario del Ministerio del Interior, Gonzalo García Balmaceda que, en el ejercicio de sus responsabilidades mostró siempre alta eficiencia y una noble calidad humana. Su trabajo específico en la preparación y ejecución del acto electoral debe ser reconocido. Asimismo, una especial mención a quien ejerciera el cargo de Jefe de Gabinete del Ministerio del Interior el abogado Arturo Marín, el cual gracias a su profunda formación jurídica desarrolló una tarea fundamental tanto en el proceso de la reforma de la Constitución como también en toda la tarea legislativa que había que terminar antes de la entrega del mando presidencial. Destaco igualmente las visitas del Presidente Electo don Patricio Aylwin al Presidente Pinochet en el Palacio de La Moneda y luego en semanas previas a la transición del mando, el Presidente Pinochet visita en su residencia al Presidente electo don Patricio Aylwin.
Se mantuvo así una larga tradición manifestada en diversos períodos de la historia política de nuestro país. Estas reuniones se desarrollaron en un ambiente de respeto y cordialidad incluso durante la visita del Presidente Aylwin a La Moneda cuando éste le solicitó al Presidente Pinochet su renuncia al cargo de Comandante en Jefe del Ejército. Ante esta petición el Presidente Pinochet respondió que la mejor garantía que podía tener el gobierno del Presidente Aylwin era su permanencia en el cargo de Comandante en Jefe del Ejército.
La última gestión fue la entrega formal de los distintos ministerios lo cual simbolizó que el hecho al asumir una nueva administración no implicaba un cambio radical en las condiciones del país. Considero que este proceso consolidó el cambio de actitudes que se manifestó en la característica de consenso observada en los primeros años de la plenitud democrática.
Evidentemente, la ceremonia de entrega del mando el 11 de marzo de 1990 fue un hecho de la mayor significación. Se daba el hecho inédito del restablecimiento de la democracia y la entrega de los símbolos del Poder Ejecutivo por parte del Presidente Pinochet al Presidente Electo don Patricio Aylwin, lo cual reflejaba el testimonio del formal cumplimiento del compromiso contraído por las FF.AA. y de Orden al momento del Pronunciamiento Militar del 11 de septiembre de 1973. Se daba así el hecho que, a diferencia de otros regímenes militares en los cuales se da normalmente la característica de abandono por parte de las FF.AA. y de Orden de las tareas de gobierno o bien de retiro forzoso de las mismas. En el caso de Chile, se entregaba el poder respetando la voluntad democrática mostrada en un acto electoral. Se consolidaba igualmente el ambiente de paz social y de consenso que caracterizaron los primeros períodos presidenciales después de 1990. Fue para mí muy gratificante cuando una vez concluida la ceremonia de traspaso de mando acompañé al ahora ex Presidente Pinochet a la puerta del Congreso donde, en forma muy conmovedora, me dio un fuerte abrazo diciéndome “muchas gracias ministro por todo lo hecho”. Fue para mí un momento especial que recordaré siempre con mucha gratitud por haber tenido la oportunidad de ejercer mi vocación de servicio público.
– Parte importante de su labor profesional, posterior al gobierno que sirvió, ha sido la asesoría al mundo empresarial en Chile y en el extranjero. ¿Qué puede decir de esta experiencia, sobre todo de cara al cuadro político que se ha desarrollado en los últimos años en Chile y Latinoamérica?
– Efectivamente. Luego de terminar mi responsabilidad de Ministro del Interior volví a las inquietudes que han caracterizado mi vida profesional: la docencia, la colaboración en diversas entidades vinculadas al pensamiento económico y también participación en directorios de diferentes empresas y en instituciones sin fines de lucro.
La experiencia docente me permitió durante mucho tiempo dar satisfacción a mi anhelo de apoyar el proceso de formación de personas ilustrando siempre los aspectos profesionales con la necesaria vinculación con valores que emergen de una formación humanista, integración que debe estar presente en el mundo de la empresa. La experiencia que emerge de la vida pública genera un cuerpo de enseñanzas que estimo necesario transmitir a las juventudes que en algún momento asumirán tareas en la dirigencia empresarial.
En cuanto a la colaboración en entidades vinculadas al pensamiento destaco mi labor en el Instituto Libertad y Desarrollo como también en la Sociedad Mont Pelerin.
En lo que se refiere a LyD, entidad creada a fines del año 1989, por iniciativa de quien fuera Ministro de Hacienda en el Gobierno Militar, Hernán Büchi. En esa fecha Hernán nos invitó junto a Cristian Larroulet y Luis Larraín a conversar acerca de la creación de una entidad que tuviera como objetivo proyectar los valores y principios que inspiran a una sociedad libertades. Asumí en ese entonces el cargo de miembro del Consejo Asesor. En el año 1991, luego del lamentable asesinato del Senador Jaime Guzmán, Hernán tomó la decisión de participar activamente en la vida política del país lo cual era incompatible con el cargo de Presidente del Consejo Asesor el cual ejercía en ese momento. En esas circunstancias, Hernán me pidió que asumiera la presidencia la cual acepté con alta motivación dada la trascendencia de la tarea que podría desarrollar una entidad con propósitos claramente definidos:
- Proyectar los principios y valores que ilustran una sociedad de libertades.
- Colaborar en el diseño de políticas públicas requeridas tanto en la vida política como en la vida económica y social de una sociedad.
- Asesorar a los cuerpos legislativos en materias vinculadas a las políticas públicas.
- Vincularse a otros institutos nacionales y extranjeros con los cuales exista una comunidad de propósitos.
A lo largo de 30 años tuve el honor de presidir el Consejo Asesor integrado por un destacado grupo de personalidades con las cuales, junto a un cuerpo ejecutivo de excepción, fue posible construir una entidad de pensamiento y acción que ha colaborado de manera muy significativa en el desarrollo político, económico y social del país. Conforme a los estatutos de LyD, al cumplir las edades correspondientes, en el año 2020 presenté la renuncia a mi responsabilidad de Presidente del Consejo Asesor. En esa oportunidad manifesté la satisfacción de haber participado en una iniciativa que ha sido de relevancia trascendente para la sociedad chilena en cuanto a cumplir el desafío de proyectar el valor de la libertad y del ejercicio de la responsabilidad individual en todas las dimensiones de la sociedad chilena. Destaqué además que, para llevar adelante la acción de LyD, se impusieron dos criterios: la excelencia y la independencia y el cumplimiento fiel a esos dos pilares ha generado la realidad de alto prestigio alcanzado por la institución tanto a nivel nacional como internacional.
No puedo dejar de destacar la notable labor desempeñada por quienes han ejercido la dirección ejecutiva de LyD, Cristián Larroulet, Luis Larraín, Marcela Cubillos y hoy día Bettina Horst. Su compromiso con las ideas fundacionales han ilustrado su capacidad para transformarla en acciones concretas visualizando en toda instancia los propósitos permanentes de la entidad. En la oportunidad de mi renuncia Hernán Büchi propuso mi nombramiento como Presidente Emérito, cargo que con especial motivación desempeño en el día de hoy.
Otra entidad vinculada a las ideas de la libertad es la Sociedad Mont Pelerin. Esta sociedad fue fundada en 1947 en el pueblo suizo Mont Pelerin y entre sus fundadores destacan los nombres de ilustres economistas: Friedrich von Hayek y Milton Friedman. El propósito de la fundación de la Sociedad, fue contrarrestar las consecuencias que podía tener para los principios que inspiran una sociedad de libertades el abierto intervencionismo estatal que se observaba luego de concluir la Segunda Guerra Mundial. Junto a un grupo de más de 30 economistas y hombres de empresa, se dio lugar a la formación de la Sociedad Mont Pelerin que, en la idea de su inspirador, el profesor von Hayek, fue establecer un “tipo de academia internacional de filosofía política cuyo propósito sería regenerar las ideas del liberalismo clásico para efectos de refutar las ideas socialistas”. El pensamiento de Hayek era que esto sólo se podía lograr con el esfuerzo intelectual de una asociación de “Scholars internacionales”. Así, “la SMP debía constituirse en un foro de libre debate no con el propósito de expandir una determinada doctrina sino para trabajar con un esfuerzo continuado una filosofía de la libertad”.
Por solicitud de don Pedro Ibáñez Ojeda, en el año 1979, fui invitado a participar en la reunión general de la Sociedad que se realizó en la ciudad de Madrid en España. Al año siguiente, en la reunión celebrada en la Hoover Institution en California, fui aceptado como miembro. La SMP ha desarrollado dos reuniones en Chile una de carácter regional en Viña del Mar el año 1981 y otra de carácter general realizada en la ciudad de Santiago el año 2000. En ambas oportunidades se tuvo una muy importante concurrencia de economistas, hombres de empresa e intelectuales que durante varios días escucharon intervenciones y participaron en importantes debates siempre relacionados a las amenazas y desafíos que enfrenta permanentemente una sociedad inspirada en el valor de la libertad.
Entre los años 2000 y 2006 ejercí la Vicepresidencia de la SMP y ello me dio la oportunidad de tener contactos muy estrechos con destacados economistas como lo fueron los Premios Nobel de Economía James Buchanan, Gary Becker, Milton Friedman y Friedrich von Hayek.
En el caso de este último recuerdo con emoción el encuentro que tuve con él en un club más que centenario ubicado en la ciudad de Londres, donde en una conversación personal pude apreciar la notable capacidad intelectual del profesor von Hayek como también su generosidad para compartir inquietudes y propuestas. El tema central de la conversación fue la relación entre la moral y la economía que, a su juicio, estaba fundada en la tradición.
Mi permanencia en la Sociedad Mont Pelerin ha sido para mí un motivo de especial honor.
Por último, la cercanía al mundo empresarial me ha permitido conocer la complejidad que implica la vida de la empresa que, por lo demás, muy pocos la reconocen. El camino de la innovación es lo propio de la vida empresarial y ello exige la interacción de muchos actores que se unen para efecto de cumplir con el propósito de satisfacer a los consumidores en la referencia de creación de empleos y de sostenibilidad manifestando la preocupación por el acontecer de las comunidades y dar pleno cumplimiento a las regulaciones exigidas por el Estado. La experiencia en la vida de empresa me dio la oportunidad de conocer a destacados empresarios, además de don Pedro Ibáñez Ojeda, a su hermano Manuel Ibáñez Ojeda, a don Hernán Briones Gorostiaga y a don Gonzalo Bofill de Caso, quienes dejaron un testimonio de innovación y de defensa de los principios y valores que deben ilustrar la vida empresarial. Veo con preocupación lo que ocurre hoy día en muchos países, entre ellos Chile, en los cuales bajo la acusación de un término nunca definido como lo es el de neoliberalismo se pretende cercenar la libertad económica que es la base de la libertad política. La tendencia al estatismo está cada día más presente y por la vía de reformas estructurales se pretende traspasar propiedad y facultades desde el sector privado al sector público con todas las implicancias de índole económica y política que ello tiene. Debemos observar con cuidado lo que hoy se denomina ola roja o rosada que colocan como centro de la sociedad la acción del Estado dejando de lado el ejercicio de responsabilidades individuales en materias que sí son de su competencia. El bajo crecimiento potencial que han señalado estudios de autoridades públicas revela que el camino de la prosperidad para todos se hará mucho más complejo. Considero esencial reiterar que, la auténtica democracia no se agota en la simple acción de elegir autoridades, una verdadera democracia se proyecta también en crear los espacios para que sea la responsabilidad individual la que acomete los deberes que le son propios.