Entrevista al Académico de Número Cristián Zegers Ariztía

Abogado, periodista, escritor y académico. Fanático del cine y pasionado por la historia. Transformó el diario La Segunda en el más importante vespertino de la historia del periodismo chileno. Editor de El Mercurio desde el 2006 al 2018. A través de su carrera periodística realizó grandes aportes a la historia pasada y contemporánea.

Publicada en Revista Societas N°21, 2019

–¿Cuáles son sus primeros recuerdos, la familia en que nace, el barrio de su infancia?

–Fui el menor de siete hermanos, con bastante diferencia de edad con los mayores. Familia numerosa: once eran los hermanos de mi padre y ocho los de mi madre, pese a ello tuve pocos primos de mi edad. Desde los años universitarios me gustó conversar con personas mayores acerca de sus trayectorias en la vida pública.

Mi padre fue abogado, nieto e hijo de abogados. Aunque ejerció activamente, en especial en materias civiles y de derechos de aguas, nunca dejó de intervenir en el debate público por intermedio de la prensa. Recuerdo que muy niño, con ocho o nueve años, le servía de estafeta para llevar sus artículos a las redacciones de El Mercurio o de El Diario Ilustrado, y al día siguiente me maravillaba verlos impresos. Por apego a principios, él renunció a situaciones profesionales ventajosas. Mi madre, vital y extravertida, consagrada a su familia, jamás dejó de leer hasta la última línea del diario del día.

Mi niñez fue muy parecida a la de todos mis compañeros en el Colegio San Ignacio de Alonso Ovalle. Una vida sencilla, en la que la ostentación de cualquier tipo era considerada un delito social. Hasta casarme, y salvo un lapso corto, viví a menos de cuatro o cinco cuadras de La Moneda. Disfruté, por tanto, el centro de Santiago: el cambio de guardia en la Plaza de la Constitución; las actuaciones artísticas en vivo en los auditorios de las radios Minería o Corporación; los paseos en bicicleta a la Quinta Normal, al Parque Cousiño o al Club Hípico; los agitados debates parlamentarios desde las tribunas de la Cámara de Diputados y del Senado. Pero, especialmente, fui fanático del cine. No solo en Huérfanos –que era nuestra propia calle Corrientes–, sino en los cines de barrio, aun los más alejados, donde veíamos tres o cuatro películas, muy surtidas en calidad y género,y en funciones rotativas

Coincidieron los años de mi juventud, creo, con los de mayor gloria cinematográfica. Época de formidables directores: John Ford –ante todo–, David Lean, Capra, Howard Hawks, Visconti, Fellini, Rohmer y tantos otros. Tiempo de los musicales inolvidables de MGM; del gran cine francés con temática judicial; del humor clásico del cine británico; o de la veta popular que llegaba desde México, Argentina o España, sin olvidar las artificiosas películas de Chile Films. Porque llegaba cine de todas partes, con salas especializadas que creaban su propio público, frente al despliegue de los grandes estudios estadounidenses. Leíamos mucho, ya que no existía la televisión. Debo mi entretención a autores como Zane Grey y Peter B. Kyne, o las primeras Agatha Cristie. (…no conocía entonces al incomparable Simenon, y no había surgido el comisario Montalbano de Camilieri). Pasada la adolescencia, mis lecturas se enfocaron más en la historia y la reflexión política, pero sin dejar a algunos autores: Chesterton, Belloc, Waugh, en la generación de entreguerras; y luego algunos que fueron también grandes periodistas, como Graham Greene, Torrente Ballester o Delibes, y, por cierto, maestros del humor como P.G. Woodehouse. La radio era preeminente en la hora política de Hernández Parker y en otros espacios como la “Enciclopedia del Aire” y las primeras emisiones de “Adiós al Séptimo de Línea” de Jorge Inostroza, con Justo Ugarte y Verónica Olmedo, que galvanizaron al país.

–¿Y la familia que usted formó con María Cristina Vial? 

–María Cristina –mi mujer hace 55 años– formó parte del primer curso de la Escuela de Periodismo de la U.C., cuando ya pololeábamos. Sin ella, mi trayectoria profesional habría sido inviable. Su consejo ha sido siempre el más imparcial e inteligente, y nunca pagaré la deuda por su abnegación en la formación y cuidado de seis hijos con mis horarios periodísticos imposibles y, especialmente, por la forma en que pudimos afrontar la enfermedad y fallecimiento de mi hija mayor, María Cristina, un vacío y un dolor imposibles de describir.

–Hablemos ahora del colegio y del mundo ignaciano en que usted se formó. ¿Cuáles son sus recuerdos más vivos, y los profesores que más lo marcaron?

–El colegio me influyó más que la universidad. Sin duda era perfectible –clases desastrosas de inglés, enseñanza anticuada de materias como química, física o biología–, pero sí teníamos acceso a una cierta elite de valía personal e intelectual –el propio padre Hurtado nos daba charlas a veces en las preparatorias–, aunque no todos fueran directamente profesores nuestros. Les debo a los jesuitas no solo el cultivo de mi fe católica –clases de apologética exigentes–, sino una conciencia del deber social prioritario hacia los más pobres. Más que en una teoría que pudiera derivar en ideología, de esta conciencia nos impregnamos en la práctica, prestando ayuda los días sábado en las hoy inimaginables poblaciones callampas de la capital, con chozas de suelo de barro, infecciones, niños descalzos y desnutridos. Un cordón pavoroso de pobreza destructiva de la dignidad humana. Incluso ahora, por esta marca muy fuerte, me sobresalto instintivamente ante la proclamada atención exclusiva en la clase media, como si realmente hubiéramos resuelto del todo la situación de los más pobres y vulnerables.

No olvido haber acompañado de niño al padre Alfredo Waugh a la Penitenciaría de Santiago. Pasado el círculo exterior con resguardo de gendarmes, hacia al interior avanzamos solo rodeados por los comités de presos, que imponían la vida real del penal. ¿Por qué lo recuerdo? Porque un Viernes Santo, en la sencilla ceremonia litúrgica, oí a unos quinientos presos rematados cantar el “Perdón, oh Dios mío”. Rostros impresionantes, con un tipo de cicatrices (de cuchillazos) que hoy no se ven; seres doloridos y dañados, pero con fe cristiana.

–¿Notó ya en el colegio su vocación periodística? 

–Es que era un mundo tan distinto del actual. Desde los ocho años en adelante, leíamos habitualmente los diarios, y no solo sus secciones deportivas. Además, los colegios funcionaban hasta tarde y, fuera por castigos disciplinarios o por participar en actividades extracurriculares, en la práctica pocas veces yo lo abandonaba antes de las ocho de la noche. El escoutismo, con vida de campamento un par de veces al año, fue una incomparable escuela de mandos. El grupo de teatro, el mismo en que se formó Héctor Noguera, creado por el profesor de castellano Alfredo Peña, nos hacía actuar y estar más cercanos al pujante desarrollo del teatro universitario de la U. de Chile y de la U. Católica. En quinto año de humanidades, recuerdo haber redactado un trabajo sobre marxismo para la Academia de Filosofía, sobre la base de consultar una bibliografía de unos ocho títulos… Faltaban muchas décadas para que llegara Internet, y el trabajo se hacía a partir de cero, en una máquina de escribir; diríamos, todo, de golpe y porrazo.

Las horas que tantos compañeros empleaban en el deporte, en lo que el colegio era muy bueno, yo las volcaba en campos muy diversos; desde luego, en ayudar en la barra deportiva, pero desde la tribuna. “Editar” –o creer que uno lo hacía– la revista del colegio a los quince años con otros tres amigos, fue un estirón apasionante. Los dos más grandes periodistas españoles contemporáneos, Juan Luis Cebrián y Luis María Ansón, tan distintos de pensamiento y que hoy se reúnen en la Real Academia Española, dirigieron también la revista escolar de su secundaria, El Pilar, de Madrid. De ahí el entusiasmo con que pude impulsar hasta hace poco la masividad de la iniciativa “El Mercurio de los estudiantes”, canal formativo excepcional de la colaboración en equipo. Mi primer periodismo radial ocurrió también en el colegio, gracias a José María Palacios, director de la Radio Chilena, que nos pidió a Joaquín Villarino y a mí un espacio sobre el campeonato interescolar de atletismo. Sí, definitivamente, creo que el primer entusiasmo por el periodismo se sembró en los años de colegio.

–¿Hay características de ese tiempo escolar que eche de menos en la realidad educacional de nuestros días?

–No sé si sea esa la expresión exacta, pero luego de tantas décadas transcurridas, evoco dos características al menos. Una, la diversidad docente, y una cierta majestad omnipotente del profesor, hoy muy perdida, probablemente para bien, pero también para mal, si falta la disciplina mínima. Varios profesores nuestros lo eran del cercano y prestigioso Instituto Nacional y, a la par, connotados miembros de la masonería. Los jesuitas se reservaban ciertas clases –desde Filosofía a Historia–, y en lo demás buscaban solo la mayor calidad posible, no la uniformidad. Nos acostumbramos desde niños a confrontar caracteres muy diferentes, y al mismo tiempo creíamos tener algo de lo mejor de la enseñanza privada y de la fiscal. ¡Pobre Instituto Nacional, tan zarandeado últimamente!

Un segundo elemento relevante emanaba del vuelco que tenía lugar al término del primer ciclo –con trece o catorce años–, y los restantes tres años del llamado segundo ciclo. De ser propiamente niños (la mayoría estrenábamos pantalón largo pasado el verano), comenzábamos a recibir trato de adultos. Se nos daba permiso para fumar –mientras los alcaldes tratan ahora de prohibirlo en los parques– y, de hecho, se establecía con los profesores una conversación con más amistad que enseñanza. Recuerdo cosas que hoy serían tal vez motivo de escándalo. Un profesor, por ejemplo, nos hizo votar en una urna cerrada nuestras preferencias en la elección presidencial. El resultado: tres votos para el general Ibáñez, que triunfaría a la postre con mayoría abrumadora; cuatro votos para el radical Pedro E. Alfonso; y el resto del curso, treinta alumnos, para don Arturo Matte. Salvador Allende, sin ninguna preferencia en la que fue su primera incursión presidencial de cuatro. Quiero decir con esto que la política impregnaba la vida corriente, muchísimo más que ahora. Parecía jugarse el rumbo del país en cada elección. En paralelo, por los diarios seguíamos la Guerra Fría entre los bloques mundiales. Teniendo menos de diez años sentíamos lo que importaba cada avance o retroceso en la guerra de Corea, o el bloqueo soviético de Berlín. El planisferio, recordemos, se iba tiñendo gradualmente de un rojo amenazante.

Hasta hoy, varios de mis mejores amigos son compañeros de colegio. Y cuando nos juntamos con el curso en comidas ocasionales, el ambiente es curioso, como si el tiempo no hubiese pasado. En un trato de absoluta confianza, volvemos al recreo de nuestra infancia, y lo que menos importa es lo que cada uno fue en la vida.

–Cuéntenos algo de su iniciación en la política. Usted integró, entiendo, la juventud del Partido Conservador…

–Pero solo milité hasta que el Partido Conservador fue disuelto y asimilado al nuevo Partido Nacional, luego de su catástrofe electoral en 1965. La razón es que sigo pensando que cualquier adscripción de este tipo, aun la más tenue, es desaconsejable para la independencia que exige el periodismo profesional; y en este punto discrepo de aquellos grandes diarios estadounidenses que proclaman su explícito apoyo a candidatos presidenciales. Sin ser militante de nada, se pueden tener, me parece, posiciones editoriales definidas, con voluntad país, y no mediatizadas por personas o ideologías.

En la Juventud Conservadora de esos años discrepamos habitualmente de las directivas nacionales. Por ejemplo, cuando se eligió el candidato del partido para suceder a Alessandri, la juventud se opuso firmemente a Julio Durán, no por su persona, sino porque creíamos que una combinación electoral basada solo en la suma aritmética de votos de una elección pasada estaría muy lejos de triunfar, siendo como eran tan disímiles los pensamientos de los partidos que la integraban. La directiva, sin embargo, desechó explorar otras opciones –Jorge Prat, el senador Wacholtz o el propio presidente Alessandri, mediando una reforma constitucional que habría permitido su reelección– y, para ganar la votación interna, anecdóticamente nos aplicó a los dirigentes juveniles una martingala, un reglamento de varias décadas atrás, que dejaba sin derecho a voto a gran número de nosotros. Con vergüenza, pero con decisión, un eminente hombre público se disculpó en privado con las jóvenes víctimas, alegando las “necesidades de la política”. La historia final es conocida. Una elección complementaria de diputado por Curicó sepultó esa candidatura, y los conservadores tuvieron que adherir sin condiciones a Frei Montalva.

–¿Cree usted que la política y los partidos tenían mejor calidad entonces?

–Muy difícil saberlo. Las épocas son incomparablemente distintas. Sí puedo decir que era corriente –infinitamente más que ahora– la afiliación o la simpatía públicamente manifestada por un partido. Los independientes genuinos, salvo los que suscitaba Ibáñez, no eran muchos. Más que para medrar con un empleo fiscal o por figuración personal, se apoyaba a un partido por verdadera convicción. Paradójicamente, el cohecho de una parte del voto popular, practicado por casi todos los partidos, no suscitaba gran escándalo, anomalía que terminó gracias a la batalla solitaria de Jorge Rogers por la cédula única. La gran crisis política de los años sesenta fue caldeada en buena parte por el desprestigio que comenzó a afectar a los partidos, por su indisciplina y fraccionamiento en el caso de las colectividades mayoritarias –como la Democracia Cristiana–, o por la pérdida de sustancia en los partidos de centro y de derecha. Desde entonces, la vida partidista en la base se fue extinguiendo con un declive inexorable. Actualmente, por si fuera poco, una obsesiva ingeniería de normas legales pretende mejorarla, con resultados como el “refichaje”, que los ha hecho cautivos de activistas de poca monta.

–¿Qué factores pesaron para elegir la carrera de Derecho? ¿Una vocación heredada, o sentía el imperativo de participar en la cosa pública?

Derecho me entregó la visión institucional chilena y algo más importante, un sistema de pensamiento encaminado al sentido común –derecho romano, derecho civil–, valioso para jerarquizar entre lo importante y lo accesorio. El profesorado en la Facultad de Derecho de la Universidad Católica, donde estudié, tenía los desniveles propios de quienes no hacían de ello su ocupación principal ni remunerada –no había profesores de jornada completa–, pero en cambio muchos estaban profundamente integrados al ámbito público, lo cual ahora no se da en igual medida. Y los matices eran importantes, incluso en una misma cátedra. Por citar un solo ejemplo: en la de Política Económica concurrían tres profesores –Carlos Urenda, Guillermo Carey padre, y Gabriel Valdés, entonces fiscal de la CAP– con orientaciones muy distintas: los dos primeros defensores de la iniciativa privada, aunque con rasgos estatistas propios de la época, y de la inversión estadounidense en el cobre, en tanto que Valdés proclamaba las virtudes de Corfo como constructor dominante del desarrollo nacional. Cada uno nos ponía una nota en el trimestre en que impartía la clase, y llegado el examen –según cuál de ellos nos tocara en la interrogación– tratábamos de “adaptarnos” a su vena particular.

–¿A cuáles de sus profesores valoraba más?

–Sin pretender un balance de todos, y a riesgo de ser injusto, me quedo con el criterio jurídico de Carlos Torretti (profesor de derecho tributario), la brillantez expresiva de Enrique Evans (constitucional), el cuidado por la corrección ética de Sergio Urrejola (procesal), y la inteligencia lógica de Guillermo Pumpin, por entonces un joven profesor de clínica jurídica.

–¿Qué lo llevó a escribir su tesis sobre Aníbal Pinto?

–Sin perjuicio de lo señalado, mi profesor más influyente, por lejos, fue el historiador Jaime Eyzaguirre. Él consolidó mi vocación por la historia que en San Ignacio había estimulado el jesuita Walter Hanish, después Premio Nacional de Historia. Al conocer en detalle la Guerra del Pacífico por la obra de Gonzalo Bulnes, me quedó muy en claro que Chile la había ganado por su mejor organización, por la calidad sin caudillos de su política, cuando el país acababa de salir a medias de una tremenda crisis económica, y parecía casi indefenso frente a la alianza Perú-Boliviana que, potencialmente, al menos, siempre podía extenderse a Argentina. Ahí me propuse hacer la historia política de todo el gobierno de Pinto, que culmina con la guerra, una de las pocas que se haya librado con ejercicio pleno de libertad de expresión. El trabajo ganó un premio especial de un concurso de la Academia Chilena de la Historia al que me presenté por indicación de don Jaime. Fue publicado primero por el anuario Historia de la U.C., y luego por la Editorial Universitaria. No podía creerlo cuando leí la crítica elogiosa de Silva Castro y, sobre todo, la de Alone.

–Entiendo que El Diario Ilustrado fue su primer trabajo periodístico propiamente tal…

–Efectivamente, a los 18 años, en segundo año de Derecho, comencé a colaborar en la “página seis” dominical de El Diario Ilustrado que dirigía mi primo Fernando Zegers, que a poco andar sería director del diario, y más tarde diplomático. Él había reunido una falange de profesionales muy jóvenes –abogados, ingenieros, arquitectos– que publicaban la página enfrentada a la editorial del periódico, con posturas más abiertas que esta, gracias a la comprensión inteligente del anterior director don Luis Silva, gran periodista de ese tiempo. Desde entonces y por sesenta años, y hasta mi retiro el año pasado, nunca dejé de escribir. En el Ilustrado me apasionó hacer los reemplazos en la redacción de la Semana Política, tarea que luego adquirió forma definitiva en el diario El Sur de Concepción y, finalmente, en El Mercurio.

–Se convirtió en periodista profesional, entonces, ¿cómo ocurrió eso?

–Junto con egresar de Derecho, el Ilustrado me contrató como secretario de Redacción, lo que me permitió obtener la calidad profesional, que era otorgada por la pertenencia al Colegio de Periodistas, una vez cumplidos varios requisitos, y mientras se establecían las Escuelas de Periodismo. Con El Mercurio y La Nación, El Diario Ilustrado era uno de los diarios nacionales grandes, y sus plumas tenían las más variadas pinturas ideológicas. Para botón de muestra: uno de sus periodistas políticos llegaría a ser secretario de prensa de Pinochet, en tanto que otro se desempeñó en los mismos años en el “Escucha Chile” de Radio Moscú. En el diario hicieron sus primeras armas ensayísticas jóvenes tan jóvenes como José Antonio Viera-Gallo o José Joaquín Brunner, que se convertirían en destacadas figuras intelectuales y políticas de la izquierda. Sin embargo, los avatares de la frustrada candidatura presidencial de 1963 le dieron un golpe letal. Los dueños resolvieron apoyar a Durán, y los redactores jóvenes, encabezados por el director, renunciamos. Yo volví por varios años al ejercicio activo del Derecho, y por esa misma época Arturo Fontaine, redactor especial de la página editorial y miembro después de nuestra Academia, pasó a El Mercurio.

El Diario Ilustrado habría de perder su independencia dentro de su conocida postura, y su renovación juvenil. Fue absorbido por la cadena Sopesur, y durante la Unidad Popular se editó en sus mismos talleres el diario La Prensa de la DC.

–¿Vienen entonces sus años en la revista Qué Pasa que usted contribuyó a fundar?

–Faltan algunos años para ello. En realidad, después de renunciar a la subdirección de la Escuela de Periodismo de la U.C. fui designado Jefe de Redacción del diario El Sur con residencia en Santiago. Ese diario, de gran ascendiente regional, pensaba en una proyección lógica, un proyecto en la capital. En paralelo, en el plano del pensamiento, comenzó a constituirse un grupo bajo el influjo de Jaime Eyzaguirre, del cual formamos parte con Gonzalo Vial y muchos otros como Fernando Silva, Jaime Martínez, Joaquín Villarino, Víctor M. Muñoz y el historiador Javier González, en cuya casa se bautizó la revista Portada, nombre que más tarde caracterizó al grupo, publicación que nunca habría surgido sin la insistencia de don Jaime. Eso ocurrió en enero de 1969, meses después del trágico accidente de carretera que terminó con su vida en septiembre del año anterior. Tiempo después nos fusionamos con un grupo de economistas que encabezaba Emilio Sanfuentes y que había comenzado a publicar su propia revista: Polémica Económica y Social.

Portada fue una revista de pensamiento, pero se ocupó siempre de tener buena información de sustento. Gonzalo Vial, de prodigioso cerebro y mayor generosidad, tomó el liderazgo en sus primeros años de circulación. A semejanza de una gran revista francesa (Le Point), se incorporó en el centro de ella, en otro papel, un cuadernillo con lo más destacado de la actualidad mensual. Recuerdo, por ejemplo, el importante reporteo que hicimos al levantamiento “gremial” del general Viaux en el “Tacna”, tan peculiar y de tanta influencia posterior, ya que, desde luego, Frei Montalva tuvo que cambiar totalmente su política hacia las FF.AA. El último director de Portada, que con intermitencias se publicó por casi una década, fue Francisco Orrego Vicuña, el destacado internacionalista y presidente de nuestra Academia fallecido hace poco.

–Y llega el gobierno de Salvador Allende… 

–Efectivamente, y tuvimos el temor de que menguara la información independiente. Era muy fuerte, brutal, el decaimiento de la empresa privada –los avisadores lógicos de los medios escritos y radiales–, y entonces pensamos en la necesidad de hacer posible un semanario puramente informativo, muy distinto de Portada, cuya dirección asumió también Gonzalo Vial durante sus primeros cinco años, además de continuar después participando en su línea editorial. Desde marzo de 1971, Qué Pasa fue así un cauce muy significativo de información y reflexión ciudadana, cuyo éxito nos sorprendió a nosotros mismos. En la extrema polarización de la prensa en esos años, su famosa sección “Cara a la Opinión” innovó dando tribuna simultánea a las distintas tendencias políticas; trenzaban semanalmente allí sus espadas el ideólogo DC Jaime Castillo, el senador Nacional Francisco Bulnes, y Carlos Lazo, dirigente socialista muy ligado al Presidente Allende. La importancia de sus denuncias y la calidad de sus análisis, la convirtieron en una ventana muy distinta de la actualidad –uno de los redactores económicos fue nada menos que Sergio de Castro–; la revista pudo consolidarse sin tener una editorial poderosa detrás.

–¿Cómo se incorpora a El Mercurio?

–En octubre de 1972 fui llamado a dirigir la Revista del Domingo, muy distinta de la que hoy se publica. De esmerada presentación, era la primera publicación en offset que se distribuía junto con El Mercurio y una decena de diarios regionales. Como tal, significaba un factor de unión de las 25 provincias que entonces existían. Respecto de esto último, formamos un equipo de selección, que contó con los dibujos en terreno del incomparable Renzo Pecchenino, “Lukas”, y que recorrió todo Chile, hasta que entregó una radiografía integral, provincia por provincia, en sus más diversos aspectos. Si hoy leemos esa serie, tiene un carácter profético. Una originalidad de la revista era el puzzle compacto de Donato Torecchio, pero fue su capacidad de investigación en temas ajenos a la temática política lo que le ganó un lugar preeminente en el gusto del público. Desde luego, por lo presente que estuvo en sus páginas el fantástico avance tecnológico y científico, y el modo cómo la revista supo también ilustrar la irrupción vertiginosa de las nuevas costumbres globales y los más diversos fenómenos juveniles. Me atrevo a decir, además, que en buena medida estrenó un lenguaje periodístico que se haría común después. Yo, sin dejar su dirección, pasé después a colaborar en El Mercurio.

Como todas las publicaciones periódicas, este último había pagado un alto costo en ese tiempo de crisis, con el país solo focalizado en el conflicto político y social. Fue necesario reforzar las distintas secciones y hacer renacer otras muy disminuidas. Surgieron así el cuerpo dominical de reportajes, tan influyente hasta hoy; los primeros informes económicos mensuales, con un nivel de serio respaldo técnico, que luego generaron diversas secciones económicas; y también la revista –primera sección– Wikén, así como muchas otras publicaciones especializadas, como la Revista del Campo, otra infantil, Pocas Pecas, y otra distinta, Apuntes, novedosa experiencia esta última de ayuda a los estudiantes de la educación media. En esa misma línea organizamos eventos deportivos nacionales que llegaron a ser trascendentes como la “Vuelta Ciclística” y los primeros campeonatos interescolares con participación regional. En el área artística, la exposición Bauhaus reeditó los récords de público masivo que había tenido años antes, en 1968, la de “Cézanne a Miró.

–Años de restricciones informativas… 

–Y de muy duras restricciones informativas que, en muchas ocasiones, carecían de cualquier coherencia entendible. La restricción informativa partió implacablemente con censura previa de los originales y luego fue paulatinamente aflojándose. Pienso que había que tener muy clara la meta de ganar poco a poco la mayor libertad de expresión para persistir en ese cuadro de cosas necesariamente difícil y amargo para un periodista. A este respecto, creo por eso mismo que falta hasta hoy un reconocimiento ecuánime del papel que la prensa jugó en el restablecimiento de la democracia. En España, recién 27 años después del término de la guerra civil se obtuvo la Ley Fraga, la primera que liberalizó la censura de prensa. El periodismo profesional chileno no podía menos que tener presente este tipo de lamentables experiencias –una prensa de nulo efecto en el acontecer real– para tratar de evitarlas, y desde el primer momento, luego del 11 de septiembre, entregó la mayor información posible, intentando sortear con firme tino y realismo el marco restrictivo impuesto. Los modos de hacerlo fueron numerosos y variados; así, por ejemplo, en la sensible información en materia judicial y de detenciones y desapariciones, se hizo necesario utilizar el criticado pero utilísimo término de “presuntos”, advertencia del carácter incompleto de la información. En medio de la información internacional, se publicaba lo que se informaba de Chile afuera, aun por los medios más hostiles al gobierno militar. No había manera de confrontar la verdad de algunos sucesos, de manera tal que resultaba valioso, por ejemplo, saber de la conmoción provocada afuera por las torturas a Sheila Cassidy, o lo que sostenían los informes de los organismos internacionales de derechos humanos.

La historia, ya se sabe, tuvo muy repetidos altibajos, pero gradualmente se logró ensanchar la libertad de expresión. Solo de este modo, y ya en el periodo previo a la discusión de las leyes políticas y al plebiscito, en los hechos se pudo lograr una amplísima libertad de información, y además con numerosos órganos de prensa opositores surgidos en buena medida por el apoyo solidario del conjunto de la prensa y la radio.

Ese primer y breve paso por El Mercurio me dejó la satisfacción de dejar equipos con periodistas que habían sido mis alumnos en las Escuelas de Periodismo de la U. de Chile y de la U. Católica.

–Usted transformó La Segunda en el más importante vespertino de la historia del periodismo chileno. ¿Cuál fue allí lo esencial de su experiencia profesional y humana? 

–A comienzos de 1981, después de cubrir en Roma las complejas alternativas de la propuesta papal sobre el diferendo austral con Argentina, acepté el encargo por Agustín Edwards de un nuevo proyecto periodístico, basado en la estructura del vespertino La Segunda, pero con un propósito amplio de información política y económica –en 40 o 44 páginas–, mucho más allá, por supuesto, de su condición de vespertino. Desde luego, me negué a cambiar su nombre, que se considerada afectado por titulares lamentables y gravemente ofensivos de varios años atrás –“Exterminados como ratas”– y que persistieron largo tiempo en la memoria, y que hasta hoy suelen ser resucitados.

Con Pilar Vergara, a cuya inteligencia, talento periodístico y consagración se debe la parte sustancial del mérito, formamos el equipo del nuevo diario, cuyo primer desafío fue despertar confianza en un país entonces profundamente dividido. Teníamos pocos meses para mostrar nuestros primeros frutos, ya que el 26 de julio de aquel año el diario celebraba su medio siglo, y deseábamos convertir la fecha en una suerte de reestreno que mostrara su arraigo en la mayor diversidad de sectores ciudadanos. Al respecto, fue extraordinario el apoyo testimonial que recibimos de más de 180 importantes personalidades del país, y en particular de quienes no se identificaban con el gobierno militar o se oponían fuertemente a él. Recuerdo sobre todo las palabras del expresidente Frei Montalva –“La Segunda” ha iniciado una buena era en el periodismo– y de otros como el cardenal Silva Henríquez o el último ministro del Interior del presidente Allende, Carlos Briones, avalando todos que, en esos pocos meses de tiempos tan difíciles, el diario acreditara una clara apertura informativa.

La Segunda fue el primer diario que restableció en plenitud la información política con páginas únicamente destinadas a ello, y con una vasta gama de columnistas políticos del más amplio espectro. Ángel Flisfisch, que tuvo después importantes responsabilidades en los gobiernos concertacionistas, hizo presente al socialismo de izquierda. Desde la Democracia Cristiana escribieron, entre otros, Gutenberg Martínez, Mario Fernández, Luis Ortiz y Alfredo Etcheberry; por la Social Democracia fue Mario Papi; y por las vertientes de derecha, Fernando Léniz y Pablo Baraona, más Jaime Guzmán antes de pasar a La Tercera. El diario se posicionó como el que entregaba más y más abierta información política, lo que fue motivo de episodios constantes y muy enojosos –y varios de ellos de particular dureza– con las autoridades a cargo de las reparticiones de información del gobierno militar, que no querían el debate de ideas políticas, recién dictada la Constitución de 1980. Con avances y retrocesos –el más grave y tenso de los cuales se vivió en vísperas de la declaratoria de estado de sitio en 1984–, La Segunda persistió en su empeño, guiada por el objetivo de formar un ambiente público en que fuera posible el retorno pacífico a la democracia.

La Segunda publicó el texto íntegro del Acuerdo Nacional. ¿Cuáles fueron los entretelones de este hecho tan importante en la transición?

–En vísperas de la suscripción del llamado “Acuerdo Nacional” por los principales movimientos políticos de izquierda, centro y derecha, como Unión Nacional –y sin conocer aún el detalle de su contenido–, tomé el compromiso de publicar su texto íntegro con los coordinadores de esta iniciativa del cardenal Fresno, que eran José Zavala, Fernando Léniz y nuestro actual miembro de número, Sergio Molina. Se intuía que el documento tendría un rechazo frontal del gobierno, como ocurrió, y resultaba crucial que su impugnación pudiera contrastarse con el conocimiento público de su contenido real.

Sigo convencido de que el cardenal Fresno prestó un servicio inigualable a la paz y entendimiento entre los chilenos. El Acuerdo Nacional hizo vislumbrar que los entendimientos eran posibles sobre un piso firme de bases realistas. De ahí en adelante, todo se desencadenó: las leyes políticas, el fallo crucial del Tribunal Constitucional sobre las elecciones, hasta culminar en el plebiscito totalmente libre, y las reformas constitucionales que abrieron paso a la democracia plena. Pocos años más tarde, en un aniversario del 26 de julio de La Segunda, el presidente Aylwin dictó de un modo inédito una clase magistral, de amplísima concurrencia, sobre “60 años de vida política en Chile”, un gesto muy elocuente para los objetivos del diario.

Pero, además de su material periodístico incisivo en la actualidad, La Segunda se caracterizó por dar una versión de la desconocida historia contemporánea nacional. En momentos en que se comete entre nosotros el atentado cultural casi bárbaro de considerar la historia como materia secundaria y prescindible, conviene realzar este esfuerzo en que tuvo un papel predominante Gonzalo Vial. Sus series históricas se hicieron famosas: “La violencia en Chile”; “Los grandes poderes de la historia de Chile”; “Los diez chilenos más importantes del siglo XX”, elegidos por un jurado de 50 personalidades, y luego desarrollados cada uno en un estudio especial; así, también, el origen y evolución del régimen militar, los grandes problemas internacionales chilenos, etc. Pero el afán de profundización del diario no solo recaía en la historia, sino en las materias más variadas. Recuerdo, al azar, la serie del “Neruda íntimo”, de Jorge Edwards, en que participaron grandes amigos del poeta; o la trayectoria de 70 años de nuestro desarrollo urbano.

–¿Y qué nos puede hacer recordar de los primeros tiempos de la escuela de Periodismo de la Universidad Católica en que usted participó?

–Patricio Prieto, abogado y también periodista titulado en España, me llamó en 1965 a colaborar en la escuela de periodismo recién fundada. Recuerdo con mucho gusto mi dirección allí de un diario experimental. En cierto sentido, el diario Presente –así se llamaba– fue innovador al organizar a los alumnos de tercer año, un día de la semana, en una plantilla periodística completa, con el mandato de reportear directamente en las fuentes abiertas o en las más cerradas: el equivalente a una suerte de sala de hospital para los aprendices de médico. A las dos de la tarde, la hora de cierre, ya no se podía modificar nada del material que, diagramado, pasaba a imprimirse con cierta mayor calma para ser posteriormente criticado. La enorme ventaja era que alumnas y alumnos comparaban sus textos con la cobertura entregada –en los mismos plazos que ellos habían tenido –por los diarios vespertinos– La Segunda y Última Hora– o por los espacios informativos radiales y los de la naciente televisión

Pero el mérito particular de la escuela, de la que fui subdirector en el período de Sergio Contardo, fue interesar en la formación de los periodistas a profesores de singular peso y experiencia. Así recuerdo, por ejemplo, en Historia de la Cultura, al boliviano Jorge Siles, a los filósofos padre Osvaldo Lira y Raimundo Kupareo, o al periodista y abogado Fernando Durán. En Economía hacía las clases Pablo Baraona, director de la Escuela del ramo en la universidad, y sumo a la lista a José Miguel Ibáñez, “Ignacio Valente”, miembro de nuestra Academia; a Guillermo Blanco, en redacción periodística; a Javier González, en Historia de Chile; y otros tantos como Radoslav Ivelic o Bernard Biancani, que acuden fácilmente a la memoria. En la cátedra de periodismo informativo, que se levantó como columna vertebral a lo largo de los cuatro años de la carrera, se constituyó un equipo excepcional: Octavio Marfán, exdirector de El Debate, sólido y filudo; Nicolás Velasco, director de Las Últimas Noticias; Andrés Aburto, creador de la Agencia Orbe; Emilio Filippi, exdirector de El Sur de Concepción y director de Ercilla y después de la revista Hoy; y otros colaboradores, como el propio Hernández Parker, que así sumaron un elenco que literalmente sumergía a los alumnos en el torrente noticioso. Creo que esta es la explicación de la importancia alcanzada por esas primeras generaciones de periodistas formados en la U.C., por el liderazgo que asumieron más tarde en los principales medios de prensa, radio y televisión.

–¿Qué piensa hoy de la formación de los periodistas? 

–Era y sigue siendo muy compleja. Requiere una sólida base de humanidades, de idiomas evidentemente, mucho más que teorizar sobre destrezas algo innatas. Básicamente se trata de alcanzar un conocimiento profundo, coherente y razonado de las fuentes informativas, y de encauzar el instinto bajo una regulación ética, que si no se asume tempranamente difícilmente se podrá adquirir después. No es necesario atiborrarse de datos, pero sí tener las exactas ponderaciones en la cabeza, porque a la hora de entrevistar a alguien, ya es tarde para consultar algo, aunque ello sea tan manuable como Wikipedia. Necesita el periodista ser más culto que el medio, para mirar la actualidad desde una posición levantada y así jerarquizar, que es la esencia de su oficio.

Pese a la fortísima evolución en el último medio siglo, y aunque se haya impuesto el periodismo especializado en todos los campos, la versatilidad sigue jugando un rol esencial. La mayoría de los desafíos políticos son también económicos; la lucha por el medio ambiente es igualmente tanto científica como económica y social; la información de justicia y tribunales inunda la antigua jurisdicción periodística de diversas áreas. Hoy el periodismo de calidad se ejerce por equipos con diferentes especialidades.

No hay dogmas en la enseñanza del periodismo. En muchos países la docencia formal no existe, sino la práctica que confiere destreza. Los posgrados ahora tienen mucha calidad, y atraen a la profesión a talentos que ya vienen formados en otras disciplinas, esto es, se suman saberes y destrezas: economistas-periodistas; historiadores-periodistas; licenciados en letras-periodistas, licenciados en ciencia-periodistas; y así muchos otros.

–¿Cómo recuerda su elección como miembro de número de la Academia?

–Fue sin duda un motivo de orgullo. Los marcos de la Academia son los más amplios dentro de las corporaciones que integran el Instituto de Chile. En nuestro trabajo, el intercambio de ideas entre juristas, internacionalistas, economistas, filósofos, educadores, comunicadores y cientistas políticos conlleva una enorme riqueza. Muchos de nosotros, además, hemos estado guiados por la vocación de ser útiles en el ámbito público. Así, nuestra convivencia académica parece ejemplar si se considera la diversidad de saberes, orientaciones y mundos de referencia que aquí compartimos. Veo en la Academia un gran remanso y una reserva nacional de reflexión inteligente y constructiva, donde el respeto es la regla de oro de sus debates.

Mi trabajo de incorporación –“El diario como institución”–, estuvo inspirado en aquellos órganos de prensa que existen en muchos países –desde el Times de Londres, fundado en 1785, hasta nuestro Mercurio (1827) que se acerca a celebrar sus “primeros” doscientos años–. En él traté de configurar el motivo de que ellos sean considerados “instituciones” en sus respectivas sociedades, tan distintas entre sí. Obviamente, su ascendiente no es por la mera antigüedad, sino debido a algunos rasgos comunes peculiares que los identifican con lo más permanente de las comunidades a las cuales sirven. Mi discurso de ingreso lo contestó el entonces presidente de la Academia Carlos Martínez Sotomayor, de tan especial agudeza en la ponderación de la política, tanto de la muy criolla como de la externa.

–¿Qué académicos ya fallecidos recuerda en especial? 

Muy vivamente a Adriana Olguín de Baltra, inteligente y fina en todos los sentidos; a Raúl Rettig, un caso único en que un discurso de incorporación brillante se pronunció sin texto escrito, como improvisación; a don Julio Philippi, por la suma de sus saberes y su generosa disposición humana; a Helmuth Brunner, de razonamiento impecable, y a Enrique Silva Cimma, una esencia de buena chilenidad. No puedo omitir a Francisco Bulnes Sanfuentes y Gabriel Valdés Subercaseaux, figuras de peso en la política; a don David Schtitckin, de cultura deslumbrante; a Gonzalo Figueroa Yáñez, transmisor de entusiasmo nato; a Sergio Gutiérrez y Enrique Bernstein, clarividentes en política exterior; y he dejado para el final, por la cercanía que tuve con ellos, a Arturo Fontaine y Ernesto Videla, contribuyentes muy destacados al trabajo de la Academia.

–¿Cómo recuerda haber recibido en 2006 su designación como director de El Mercurio, decano de nuestra prensa?

–El periodismo que me atrae, valorando mucho su ejercicio individual, es el trabajo en equipo, que permanece generalmente anónimo en la cadena real de su compleja autoría. El Mercurio es el diario que mejor lo permite, y de un modo independiente, por la larga vocación mantenida por la misma familia editora a través de casi 140 años, que confía en los directores periodísticos y les entrega mucha autonomía. Se entiende mejor, entonces, lo que sentí al asumir su dirección: el hecho de contribuir con mi grano de arena a una cadena de brillantes antecesores en el cargo, a su vez exponentes de equipos muy avezados y desconfiados de los relumbrones artificiales que produce otro tipo de periodismo excitado por el protagonismo individual. En El Mercurio, lo hemos dicho, se ha sido perseverante en dar la noticia completa, consignando lo que vemos, y por qué. Se mantiene la filosofía de no imponer ideas a nadie, sino interpretar la sociedad chilena buscando canalizar las aspiraciones de todos hacia el bien común.

De los directores del diario que no conocí, me parece que don Carlos Silva Vildósola es sobresaliente en el sello que supo dar en toda circunstancia, aún en las más difíciles de tiempos políticos muy convulsos. Los que sí conocí, René Silva Espejo y Arturo Fontaine, fueron, felizmente para el devenir del diario, muy distintos entre sí. Portentosa intuición la del primero, capaz de vaticinar categóricamente en los primeros días de Watergate que el presidente Nixon terminaría cayendo del poder –algo impensable entonces–, porque la sociedad estadounidense castigaba la mentira, aunque ello resultara incomprensible, desde el punto de vista del ejercicio de la política, para el resto de las sociedades occidentales. Fue don René duro y valiente sin tacha, y siempre corrió todos los riesgos de publicar primero; por ejemplo, los famosos papeles de la ITT. Fontaine, que pudimos apreciar aquí en la Academia, llevó a un alto nivel la expresión del pensamiento editorial, el cual redactaba con naturalidad y rapidez sorprendentes, amén de un limpio uso del idioma. Ambos, Silva Espejo y Fontaine, ejercían el periodismo con elegancia y dignidad, como una relevante función pública.

–¿Y qué falencias y fortalezas observa ahora en el periodismo chileno?

–Pienso que cuenta con un honroso capital de prestigio acumulado. En el siglo XIX, levantó dos diarios pioneros en el continente por trascender a la prensa partidista, entonces dominante. Me refiero a El Mercurio de Valparaíso y a El Ferrocarril, la creación de don Juan Pablo Urzúa. La prensa popular –de bajo precio y circulación masiva– tuvo asimismo un modelo exitoso en El Chileno, y lo mismo podemos decir del periodismo de revistas. Basta pensar en el prestigio de Ercilla y de las revistas de la editorial Zig-Zag, algunas extraordinarias en su tipo –desde El Peneca hasta “Eva”, Okey y Ecran, sin olvidar Pacífico Magazine y el propio Zig-Zag–, que circulaban en toda América, y para no citar productos exquisitos como Selecta, o legendarias revistas de batalla como Estanquero o la primera revista Hoy de Ismael Edwards. Un segundo activo decisivo lo tenemos en su tradición de independencia, y calidad reporteril. En otro plano, desde Lenka Franulic y María Romero, el periodismo femenino irrumpió con fuerza, y se ha mantenido con alta renovación. Creo que los primeros tiempos de nuestra televisión fueron asimismo notables, y la radio conserva en buena parte su calidad y penetración en los hogares.

Como es lógico, hay momentos de auge y otros de cierta flaqueza en el devenir de una actividad que es profundamente sensible a las convulsiones del medio. Todo el periodismo mundial vive actualmente un cambio de época tecnológica, y la insuficiencia de un modelo de negocios por mucho tiempo basado solo en el avisaje. La gratuidad de Internet obviamente golpea muy fuertemente a aquellos órganos que son caros de financiar –si se los quiere mantener independientes y de calidad–, cuyo contenido el público no estaba habituado a pagar por su valor real. Me preocupa mucho que las nuevas generaciones de periodistas tengan la disposición de afrontar una vocación muy dura, muy poco recompensada en lo económico y de casi congénita inestabilidad, pero más necesaria que nunca en la sociedad actual.

–¿Confía en que en el mundo de las redes persistirá la prensa escrita?

–No tengo dudas de ello, y soy optimista al respecto por razones sencillas. La democracia vive actualmente dos sombrías amenazas: el populismo y la llamada posverdad. Cualquiera de ellas, o ambas en conjunto, pueden hacerla inviable. La prensa libre ha sido siempre consustancial a la salud y vitalidad de la democracia. Básicamente por eso, por necesidad pura, creo que el futuro mantendrá a la prensa como factor social relevante, y casi como requisito de una democracia sana. ¿O pensamos que la salvación vendrá por las anárquicas y hoy incontrolables redes sociales que son, precisamente, las difusoras principales de las dos amenazas que le menciono? Adicionalmente, confío en que la técnica proporcionará pronto un soporte tecnológico adecuado y barato. Le hablo de un dispositivo plegable (hoy se fabrica experimentalmente por dos mil dólares el aparato), para introducirlo en un bolsillo pequeño. La prensa en papel –que estoy cierto pervivirá un tiempo largo– podrá verse en el aparato plegable a toda extensión, lo que en buenas cuentas significará volver a exhibir la publicidad insertada en los espacios periodísticos, capacidad de la cual Internet carece, lo que hace mínimos sus ingresos frente al gasto de los elencos periodísticos.

–Intelectualmente, ¿cuál diría que es su gran pasión?

–La historia, especialmente aquella que podemos traer a nuestros días con una evocación útil. Por mucho tiempo la tuve como una suerte de segunda vocación latente, distinta de mi afán principal, el periodismo, pero gradualmente la he ido integrando en una misma motivación. Mal que mal, nuestra actividad es la historia de todos los días, y si reflejamos con torpeza nuestra propia época, más dificultoso será para los historiadores del futuro reconstruir nuestro pasado, toda vez que casi han cesado los archivos epistolares, gran fuente de la historia, y procuramos hoy por todos los medios borrar hasta los correos electrónicos.En toda mi carrera periodística he logrado realizar aportes a la historia pasada, y especialmente a la contemporánea. Recuerdo en la Revista del Domingo un número especial que se publicó casi junto con el 11 de septiembre, y que era un reportaje gráfico –un minivolumen, en verdad– de 432 años de historia patria a través de los objetos del Museo Histórico Nacional, realizado mientras afuera de las salas en que fotografiábamos, en la Alameda, retumbaban todos los días las marchas revolucionarias del conflicto político. En la misma revista, publicamos una serie de los Presidentes de Chile –con ilustraciones de Lukas–, luego editada en libro. Qué Pasa tuvo una preocupación especial, asimismo, con destacados episodios que investigó Fernando Silva. En El Sur de Concepción pude estimular capítulos de la historia regional, y de la trayectoria de la integración latinoamericana. Como antes lo expresé, parte natural de La Segunda fueron sus series históricas. Mis preferencias, pues, en la historia están volcadas en la nuestra, como es lógico, pero también me atrae muchísimo la historia europea del siglo XVI, por su conjunción de hombres y mujeres extraordinarios, y la gestación de cambios que han influido por más de cinco siglos. Igualmente me seduce el torrente historiográfico de la guerra civil española de 1936-39, aunque es casi imposible seguirle el ritmo a su producción inverosímil en cantidad y calidad.


FOTO 1 Pie de foto La familia a principios de los anos ochenta.
La familia, a principios de los años ochenta.
FOTO 2 Pie de foto Actor en el grupo de teatro del Colegio San Ignacio en la obra Lances de Honor de Tamayo y Baus junto con Hector Noguera entonces recien egresado del mismo colegio.
Actor en el grupo de teatro del Colegio San Ignacio en la obra “Lances de Honor” de Tamayo y Baus, junto con Héctor Noguera, entonces recién egresado del mismo colegio.
FOTO 3 Pie de foto 1967. El miembro del jurado de la Academia Chilena de la Historia Aniceto Almeyda firma el diploma del premio por la obra Anibal Pinto. Historia politica de su gobierno
1967. El miembro del jurado de la Academia Chilena de la Historia, Aniceto Almeyda, firma el diploma del premio por la obra “Aníbal Pinto. Historia política de su gobierno”. A la derecha en la foto, el historiador Jaime Eyzaguirre.
FOTO 4 Pie de foto Luego de prestar juramento ante la Corte Suprema recibe el titulo de abogado.
Luego de prestar juramento ante la Corte Suprema, recibe el titulo de abogado.
FOTO 5 Pie de foto El equipo del diario El Sur de Concepcion con el Presidente Eduardo Frei Montalva en su oficina de La Moneda.
 El equipo del diario “El Sur” de Concepción, con el Presidente Eduardo Frei Montalva en su oficina de La Moneda.
FOTO 6 Pie de foto Discurso inaugural del primer Campeonato Interescolar Nacional de Atletismo en el Estadio Nacional.
Discurso inaugural del primer Campeonato Interescolar Nacional de Atletismo en el Estadio Nacional.
FOTO 7 Pie de foto Con el expresidente Gabriel Gonzalez Videla en su residencia al publicar este sus memorias. A la izquierda Arturo Fontaine.
Con el expresidente Gabriel González Videla en su residencia, al publicar este sus memorias. A la izquierda, Arturo Fontaine.
FOTO 8 Pie de foto En el almuerzo ofrecido en la empresa periodistica El Mercurio a Jorge Luis Borges en la foto con don Rene Silva Espejo.
En el almuerzo ofrecido en la empresa periodística “El Mercurio” a Jorge Luis Borges, en la foto con don René Silva Espejo.
FOTO 9 Pie de foto El cardenal Francisco Fresno en una visita a La Segunda con el director y la subdirectora Pilar Vergara.
El cardenal Francisco Fresno en una visita a La Segunda con el director y la subdirectora, Pilar Vergara.
FOTO 10 Pie de foto En la conmemoracion del septimo aniversario del Acuerdo Nacional con Edgardo Boeninger y Sergio Bitar.
En la conmemoración del séptimo aniversario del Acuerdo Nacional, con Edgardo Boeninger y Sergio Bitar.
FOTO 11 Pie de foto Sesion de la Academia de Ciencias Sociales en el aula de honor de la U. Catolica al incorporarse como miembro de numero
Sesión de la Academia de Ciencias Sociales en el aula de honor de la U. Católica, al incorporarse como miembro de número. En la foto, con el rector Juan de Dios Vial Correa; el presidente del Instituto de Chile, Fernando Campos; el académico Juan de Dios Vial Larraín, y el presidente de la Corporación, Carlos Martínez Sotomayor.
FOTO 12 Pie de foto Durante la visita de Mijail Gorbachov a El Mercurio.
Durante la visita de Mijail Gorbachov a El Mercurio.
FOTO 13 Pie de foto Con el equipo inicial de la revista Que Pasa Rodolfo Menendez Joaquin Villarino Victor M. Munoz Fernando Silva.
Con el equipo inicial de la revista Qué Pasa: Rodolfo Menéndez, Joaquín Villarino, Víctor M. Muñoz, Fernando Silva.
FOTO 14 Pie de foto En el lanzamiento de las Ediciones del Bicentenario Chile en cuatro momentos.
En el lanzamiento de las Ediciones del Bicentenario, “Chile en cuatro momentos”.
FOTO 15 Pie de foto Con Ernesto Videla y Mario Papi.
 Con Ernesto Videla y Mario Papi.
FOTO 16 Pie de foto La Presidenta de la Republica Michelle Bachelet preside en 2007 las distinciones de Las Diez Mejores Empresas
La Presidenta de la República, Michelle Bachelet, preside en 2007 las distinciones de “Las Diez Mejores Empresas”, iniciativa de El Mercurio y la Fundación Chile Unido para impulsar buenas prácticas de conciliación entre familia y trabajo, con el presidente de El Mercurio Agustín Edwards.
FOTO 17 Pie de foto Con motivo del Bicentenario de la Republica El Mercurio entrego la portada del dia en que asumio el mando de la Nacion el expresidente Patricio Aylwin.
Con motivo del Bicentenario de la República, El Mercurio entregó la portada del día en que asumió el mando de la Nación el expresidente Patricio Aylwin.
FOTO 18
FOTO 19
FOTO 20
FOTO 21

También con motivo del Bicentenario de la República, El Mercurio entregó la portada del día en que asumieron el mando de la Nación los expresidentes Eduardo Frei, Ricardo Lagos y Michelle Bachelet, y al entonces mandatario Sebastián Piñera.

FOTO 22 Pie de foto El rey Juan Carlos de Espana recibe de manos de El Mercurio
El rey Juan Carlos de España recibe de manos de El Mercurio la edición facsimilar de la Histórica Relación del Reyno de Chile del P. Alonso de Ovalle. En la foto, con el ministro de Asuntos Exteriores español José Manuel García Margallo, y los embajadores de Chile en España, y de España en Chile.
FOTO 23 Pie de foto 2013. Expositor en el Foro Nueva Economia Nueva Comunicacion
2013. Expositor en el Foro Nueva Economía-Nueva Comunicación en Madrid, presentado por el director del diario El País, Juan Luis Cebrián.
FOTO 24 Pie de foto Entrega de premios del concurso anual El Mercurio de los estudiantes
 Entrega de premios del concurso anual “El Mercurio de los estudiantes” al colegio “Emprender” de Osorno, y al alumno no vidente Juan Pablo Castillo.
FOTO 25 Pie de foto Moderando el foro El Estallido del Populismo con la participacion de Sebastian Pinera y del Nobel Mario Vargas Llosa.
Moderando el foro “El Estallido del Populismo”, con la participación de Sebastián Piñera y del Nobel, Mario Vargas Llosa.
FOTO 26 Pie de foto En los 190 anos de El Mercurio de Valparaiso con el principal orador y expresidente Ricardo Lagos Angela Jeria
En los 190 años de El Mercurio de Valparaíso, con el principal orador y expresidente Ricardo Lagos; Ángela Jeria, madre de la presidenta Bachelet, y los directivos del diario porteño.
FOTO 27 Pie de foto La reina Leticia de Espana le hace entrega del Premio Internacional de Periodismo Juan Ignacio Luca de Tena.
La reina Leticia de España le hace entrega del Premio Internacional de Periodismo Juan Ignacio Luca de Tena.
FOTO 28 Pie de foto Luego en la recepcion ofrecida por el rey Felipe VI.
Luego, en la recepción ofrecida por el rey Felipe VI.
FOTO 29 Pie de foto Despedida de los redactores de El Mercurio y de los periodistas del diario.
Despedida de los redactores de El Mercurio, y de los periodistas del diario.
FOTO 30