Entrevista a D. Francisco Bulnes Sanfuentes

Abogado, ex parlamentario y diplomático. Diputado (1945 – 1953) y Senador (1953 – 1973) de la República de Chile. Embajador en Perú entre 1975 y 1979. Con un legado familiar no fácilmente repetible de gran tradición y responsabilidades nacionales – hijo del parlamentario Francisco Bulnes, nieto del Presidente Juan Luis Sanfuentes, bisnieto del Presidente Manuel Bulnes y tataranieto del Presidente Aníbal Pinto – pocas figuras de nuestro país han tenido una presencia más destacada durante poco más de medio siglo. Calificado como uno de los más descollantes oradores en el Parlamento, fue un ardoroso defensor de la causa conservadora y un humanista de irreprochable ética y de amplias inquietudes por solucionar los problemas de sus semejantes.

Publicada en Revista Societas Nº6, 2000

El consejo de Redacción de “Societas” había resuelto realizar en este número del Boletín una entrevista al Académico de Número don Francisco Bulnes Sanfuentes. Su inesperado fallecimiento impidió materializar este deseo.

La familia del distinguido académico, representada por don Cristián Bulnes Ripamonti, nos facilitó el acceso, sin embargo, a las transcripciones de una serie de conversaciones que tuvo don Francisco Bulnes en el año 1991 con las entonces alumnas de periodismo de la Universidad Finis Terrae, Claudia Hoyos Bastidas, Jimena Urrejola Brieba y Francisca Vega Walker, quienes han autorizado la publicación de la siguiente versión de dichos textos.

Quisiéramos que nos hablara de sus comienzos en política, del ambiente de su casa.

Yo nací en un medio político, tanto por el lado de mi padre como por el de mi madre. Mis abuelos tenían una participación política directa, importantísima. Nací en 1917, cuando mi abuelo Juan Luis Sanfuentes era Presidente de la República y mi abuelo Gonzalo Bulnes un senador prominente, Presidente de la Comisión de Relaciones Exteriores del Senado. Desde que tuve uso de razón –¡y yo diría desde antes!– oí permanentemente hablar de política. Mi padre fue diputado cuando yo tenía sólo 3 años. La gente que visitaba la casa eran generalmente personas que se interesaban en política o que tenían participación importante en ella. Recuerdo que cuando tenía 7 u 8 años –aprendí a leer a los 5–, me devoraba las páginas políticas de los diarios y volvía del colegio a comprar los diarios de la tarde para así seguir leyendo de política; por lo demás fue toda una época de un acontecer político muy intenso. El gobierno de Arturo Alessandri despertó muchos partidarios, pero también tuvo grandes resistencias. Se vivía en un clima político tenso hasta el extremo. Vino después el golpe militar del año 24 –yo tenía 7 años– y lo recuerdo con toda claridad.

¿Cómo vivió esa tensión?

El Gobierno había caído y se había establecido una Junta compuesta por dos generales y un almirante. Pocos meses después vino un nuevo golpe militar en que los oficiales jóvenes derribaron a la Junta Militar, tomaron el control del poder, y volvieron a llamar al Presidente Alessandri al ejercicio de su cargo. En esa época mi padre estaba preso, y al borde de ser desterrado, precisamente cuando nacía el menor de mis hermanos. En los años siguientes, desterraron a muchos personajes. Después vino el gobierno de don Emiliano Figueroa, cuando yo era perfectamente consciente de lo que sucedía, y después tomó el poder el general Ibáñez. Mi padre era opositor a él, y la gente con que yo alternaba y el resto de mi familia, lo eran igualmente. En esa época, el año 27, falleció mi madre. Nosotros éramos siete hermanos pequeños. El mayor tenía 16 años, el menor, dos. Vivimos los años de Ibáñez en una perpetua angustia de que mi padre ya iba a ser desterrado. Naturalmente eso redoblaba el interés por la política. Así, cuando se produjeron las luchas estudiantiles contra el gobierno, en el año 31, yo participé en todas las manifestaciones callejeras de los universitarios, aunque sólo era un alumno del 5° año de Humanidades que aún no había cumplido 14 años. Salía con un grupo de mis compañeros de colegio, que eran generalmente dos años mayores que yo, a plegarnos a las manifestaciones.

¿Qué se pedía en ese momento?

No se pedía solamente la caída del gobierno de Ibáñez, que aparte de ser una dictadura, se consideraba que era una dictadura muy poco eficiente. Estaba acusada de ser corrompida, no la persona de Ibáñez, pero sí gente que giraba alrededor de la dictadura. Por supuesto yo estaba en los funerales de Jaime Pinto Riesco, un estudiante a punto de egresar de medicina del Hospital San Juan de Dios que fue muerto por los carabineros en la puerta del hospital, por repartir unas proclamas favorables a la huelga de médicos que se había producido, una huelga política. En el entierro de Pinto hubo nuevamente manifestaciones en contra del gobierno y los carabineros cargaron y mataron a un profesor, que era Alberto Zañartu Campino (profesor de Historia), que estaba tomando su moto para retirarse del entierro. Ahí en la calle Panteón, frente al Cementerio General, se produjo entonces un movimiento de opinión absolutamente irresistible, e Ibáñez renunció en la mañana del 26 de julio y partió del país.

¿Quiénes eran sus compañeros en estas correrías?

No fueron personas que actuaran mayormente en política después, salvo Carlos Montero Smith, que más adelante fue Ministro del Interior de Ibáñez y presidente del partido Agrario Laborista. Por los años de dictadura, se había barajado el naipe de la política. Había una gran preocupación de los jóvenes por encontrar nuevos cauces políticos, preocupación que se hizo mucho más fuerte cuando sobrevino la crisis mundial. En realidad la crisis había comenzado una tarde de octubre del año 1929 con la caída brusca de la bolsa en Nueva York, pero la crisis mundial sólo vino a proyectarse en Chile el año 1931, y con los peores caracteres. El nuestro fue uno de los países del mundo más azotado por ella. Se paralizaron todas las exportaciones chilenas y se produjo una cesantía gigantesca en las minas del norte y especialmente en las salitreras. A esos cesantes los trajeron a Santiago y vagaban por las calles con sus tarritos pidiendo comida. Entonces no había servicios de asistencia organizados para los cesantes, o el Gobierno no supo organizarlos. Era un cuadro realmente dantesco. Al año siguiente, en 1932, hubo una tentativa de restablecer la normalidad constitucional. Se eligió Presidente a don Juan Esteban Montero, pero duró sólo unos meses y por una sublevación de la Aviación encabezada por Marmaduque Grove se produjo la caída del Gobierno y la llegada de una Junta compuesta por gente de poca categoría, y después una sucesión de juntas de Gobierno durante el año 1932 que se conocen históricamente con el nombre de Repúblicas Socialistas, porque al asumir la primera, cambió el nombre del país y Chile pasó a llamarse la “República Socialista de Chile”. Después asumió el poder el presidente de la Corte Suprema, y llamó a elecciones en las que triunfó don Arturo Alessandri. Don Arturo, contra lo que se esperaba, buscó en esta oportunidad el apoyo de la derecha, conservadores y liberales, y del Partido Radical, dentro del cual tuvo resistencia, pero, en fin, predominó siempre el sector más moderado que lo acompañó en su gobierno. Cuando ocurrieron las elecciones de Alessandri para su segundo mandato, yo estaba en 6° año de Humanidades. La verdad que en esa época sólo se conversaba de política en el colegio. Recuerdo que nuestro jefe de curso, un sacerdote alemán que nos quería mucho, nos decía que la política nos había pervertido, que nos había alejado del estudio, que no íbamos a servir para nada en la vida.

¿Cuáles políticos destacados recuerda de esa época?

Desde luego Alessandri, que estaba absolutamente presente. En el partido radical se destacaban dos líderes: Juan Antonio Ríos y Gabriel González Videla, que en el Congreso termal designado por Ibáñez había hecho una opinión muy fuerte. El partido radical era muy rico en individualidades.

¿Y en la derecha?

El partido liberal estaba muy dividido, la división venía de antiguo, del siglo pasado, pero a fines del año 32, después de la República Socialista, se unificó y el primer presidente del partido unificado fue mi abuelo Gonzalo Bulnes. El no era muy “hombre de partido”, había sido senador mucho tiempo, pero elegido como senador independiente asimilado al Partido Liberal. Figura prominente era Errázuriz (Ladislao) que había sido candidato a la Presidencia. Estaba José Maza que representaba a los alessandristas del Partido Liberal y muchos otros. Dentro del partido Conservador, a su vez, había senadores de mucha calidad. Comenzaba a tomar importancia la figura de don Horacio Waker, hijo del senador Joaquín Waker Martínez, pero que no había sido un político activo. Fue ministro de Justicia del Presidente Montero y un ardiente opositor de Ibáñez. Tomó mucho vuelo y se convirtió en un líder conservador y presidente del partido en gran parte de la segunda presidencia de don Arturo Alessandri. Otra figura sobresaliente era don Héctor Rodríguez de la Sotta, que el año 32 fue candidato a la presidencia como saludo a la bandera y tuvo una buena votación apoyado por su partido.

¿Qué sucedía en la juventud, mientras tanto?

Los que teníamos preocupación política y no preocupación política circunstancial, estábamos en busca de un camino nuevo, porque en realidad la república parlamentaria había hecho crisis y venido esta sucesión de Golpes, Dictadura de Repúblicas Socialistas, de Juntas de Gobierno. La crisis mundial, desde luego, produjo la caída del Presidente Ibánez que, bien o mal, había sido elegido por una mayoría abrumadora de votos muy pocos años antes e influyó macho en la juventud de mi época porque consideramos fracasado el régimen liberal en lo económico, e incluso un poco la democracia liberal en lo político. Esta influencia fue universal en la juventud; por lo menos en España, está clarísima. La Falange Española refleja un poco lo mismo. Nosotros veíamos la necesidad de desarrollar en Chile una acción política muy profunda y reformadora, no sólo por los hechos políticos que habían ocurrido sino por el pavoroso estado económico-social en que el país se encontraba.

¿Ahí comienzan a penetrar las ideas social cristianas?

Sí. Desde algunos años antes comenzaron a difundirse y tomaron especial vuelo en la Asociación Nacional de Estudiantes Católicos, la ANEC, que era una Organización no propiamente religiosa que más adelante se convirtió en una institución de acción católica. En esa época era una organización de universitarios más bien política, ideológica, para defender las ideas católicas en la Universidad y para tratar de ejercer alguna acción política dentro de ella. Yo ingresé a la ANEC el año 32 y me tocó ser presidente del Círculo de estudios de sextos años de Humanidades, un grupo enorme compuesto por 200, 300 o más, un número muy grande de personas, y ahí fui atraído por esta cosa un poco imprecisa que surgía.

¿Con influencias que venían desde el exterior…?

…de las encíclicas, la Rerum Novarum, del año 91, y el año 31 había venido la Cuadragésimo Anno, la encíclica de Pío XI, que reitera y complementa mucho la primera. En todo el mundo la juventud buscaba cauces nuevos, porque por ejemplo no toda la juventud italiana que ingresó al fascismo, o la que entró al Nacional Socialismo en Alemania, lo hizo con malos propósitos. Los Alemanes no tenían ningún propósito de quemar judíos cuando se incorporaron al naciscmo. Se buscaban cauces nuevos, se tenía la sensación de que las fórmulas políticas habían fracasado y también las fórmulas económico-sociales y de que, también, el económico había llevado al mundo a una crisis social de mucha magnitud. Estas ideas fermentaron en la ANEC, y se vieron muy estimuladas por las elecciones de Chile, donde logró ser elegido presidente de la Federación de Estudiantes, yo no recuerdo exactamente si Ignacio Palma o Manuel Garretón. Eran luchas tremendamente enconadas, por la fuerza que tenían los comunistas, un grupo pequeño en la masa obrera del país, pero que ya tenían una fuerza universitaria considerable. Habían surgido también los socialistas que venían de una organización que se formó en la época de la República socialista encabezada por Eugenio Matte Hurtado. Por otra parte, los nacistas llegaron a tener una gran fuerza universitaria encabezados por Jorge González Von Marés. Los nacistas no eran, digamos, de ideología tan pronunciada como los nacistas alemanes. Desde luego no explotaban el problema racial en absoluto. También había surgido en España en esa época el movimiento de Primo de Rivera y en Chile, dentro de este sector socialcristiano impreciso, hubo mucha admiración por esta fuerza nueva española. El que tenía más condiciones de líder de todos estos muchachos era Manuel Garretón Walker.

Estas ideas significaban para Ud. alejarse del liberalismo de sus ancestros familiares….

El partido liberal se había quedado sin juventud y en ese momento no tenía nada que decir, no hacía la crítica del régimen existente y no podía hacer la crítica del liberalismo económico. No ofrecía nada claro para el futuro; no tenía propiamente una ideología en ese momento y, aunque estaba unido, adentro tenía un juego de fracciones de los antiguos partidos que se habían aglutinado en él. Para un joven católico que no fuera de ideas nacistas –porque también había jóvenes católicos con esas ideas nacistas– había un único cauce posible.

¿Cómo recuerda el nacimiento del que sería el gran movimiento de la juventud conservadora?

En 1933 –yo estaba en primer año de Derecho– hubo una convención de universitarios católicos promovida por la ANEC, cuyo asesor era uno de los hombres más talentosos que he conocido, don Oscar Larson. Yo participé como delegado del curso de la Universidad (claro, muy silenciosamente: oía a los demás) y allí se planteó la necesidad de crear un movimiento de juventud católica en política. El Partido Conservador no tenía una juventud organizada. Participaron en esta convención en forma protagónica Manuel Garretón (que había sido candidato a presidente de la FECH, con gran éxito), Bernardo Leighton, Eduardo Frei y otros más. Gente del norte, del sur. Recuerdo que Fernando Durán, por ejemplo, fue el presidente de la delegación de Valparaíso. En esta convención resistieron esta toma de posiciones políticas, entre otros, Jaime Eyzaguirre, Julio Philippi y Alfredo Bowen, pero fueron derrotados. El año 35 los que encabezaban este grupo católico –digamos los principales: Frei, Garretón Leighton–, parlamentaron con el partido conservador para ingresar en él, pero con cierta autonomía, formando dentro del partido el movimiento nacional de la juventud conservadora, que desde el principio se planteaba como un movimiento renovador. El partido conservador los recibió con los brazos abiertos, porque sus dirigentes tenían también influencias del social cristianismo y se daban cuenta de la necesidad de renovar. Ellos querían que esta renovación se produjera dentro del partido y no afuera de él. Ese mismo año se celebró la primera convención de la juventud conservadora, que si mis recuerdos no me engañan tuvo como primer presidente a Bernardo Leighton. Yo me incorporé al movimiento (tenía 18 años recién cumplidos). Este movimiento nacional de la juventud conservadora encontró bastante eco en el país y juntó mucha gente. El partido conservador era muy fuerte en aquella época.

¿Qué tan fuerte?

Era la primera fuerza electoral y si alguna vez lo sobrepasaban, constituía más o menos un 25 por ciento del electorado. Tenía bastante mística. Se extendieron los conservadores, captaron mucha más gente, y gran parte de los que militábamos ahí, incluso los que éramos dirigentes de segunda fila y hasta algunos dirigentes de primera, no éramos hijos de conservadores. Había muchos hijos de liberales y no faltaban los hijos de radicales.

Dice Ud. que el Partido Conservador recibió a los jóvenes con los brazos abiertos. ¿No recelaba entonces del socialcristianismo?

La dirigencia conservadora recibió este movimiento con simpatía. Había en el partido, desde principios de siglo, una preocupación por lo socialcristiano. La primera vez que se habló de Socialcristianismo fue en una convención de 1901. Hubo figuras conservadoras que se declaraban abiertamente socialcristianas. Y de ahí que la mayor parte de la legislación social chilena es presentada por parlamentarios conservadores y basada en la Encíclica Rerum Novarum. Si usted lee la encíclica se encuentra con que todo lo que ahí se pedía se hizo, acerca del trabajo de los menores, de las mujeres, la limitación de la jornada de trabajo, las horas extraordinarias y todo lo demás… Es decir, todos los principios de los cuales se preocupa la OIT están en la Rerum Novarum. En el Partido Conservador todo esto influyó, se tradujo en muchas leyes e, incluso, en iniciativas individuales. Juan Enrique Concha, por ejemplo, construyó de su propio peculio muchas casas para obreros y hubo leyes de habitación, y la ley de la silla, hasta culminar en la ley del Seguro Obligatorio, la que fue aprobada cuando los militares se tomaron el gobierno el 5 de septiembre, pero el proyecto era de don Exequiel González Cortés, doctor y senador Conservador, que fue incluso presidente del partido. Toda esta inspiración socialcristiana existía. Entonces la juventud conservadora fue muy bien acogida en el partido, uno de cuyos patriarcas era don Rafael Luis Gumucio. El presidente en aquellos años era don Horacio Walker Larraín, que más adelante fue demócratacristiano. Tuvo algunas pequeñas resistencias entre los jóvenes, por ejemplo en Juan Antonio Coloma, que era un diputado que no creyó nunca en la gente que manejaba la Falange, pero en su mayoría el partido lo recibió bien.

¿Cuál era el atractivo básico del movimiento?

Un estado de ánimo. Se quería operar una renovación en el país, poner el acento en la cuestión social, como se decía entonces, hacer una renovación de métodos políticos y sobre todo de objetivos sociales, sin romper con el pasado. O sea, producir una evolución acelerada pero nada parecido a una nueva revolución.

¿Y la Iglesia qué decía? ¿Los apoyaba?

No era costumbre que los obispos tomaran ingerencias en estos asuntos y no existía el consejo episcopal, pero los conservadores tenían la simpatía del clero, la simpatía de los párrocos, y en esa época los párrocos influían mucho en la política, no porque fueran agentes electorales, sino porque el párroco era generalmente el hombre más culto de los lugares en que vivía. No no se había difundido la radio todavía, y los diarios poco llegaban a provincias. Entonces, unas pocas personas más cultas, mejor informadas, influían enormemente en los demás, y por supuesto que entre esas personas estaban la mayoría de los párrocos que no necesitaban intervenir en las elecciones. Se sabía que el párroco pensaba de cierta manera y eso arrastraba a mucha gente.

Bueno, ¿qué pasó con el movimiento nacional de la juventud conservadora?

Poco después de constituido se empezaron a hacer concentraciones en los barrios de Santiago. Existían en mucho mayor medida que ahora los teatros de barrio y nos encontramos con la ofensiva violenta de comunistas y socialistas, sobre todo de las milicias socialistas. Para contrarrestar esto se formó una fuerza de choque. Quien planteó la idea de esta fuerza fue Ignacio Palma Vicuña (también ingeniero que había sido candidato a la presidencia de la FECH). Como a esto había que distinguirlo de algún modo, se le llamó Falange Nacional. Sucedió así que la “Falange”, esto de hacer ejercicio y prepararse para la lucha en las calles, atrajo más gente que lo que atraía a la juventud conservadora, que era un movimiento un poco elitista, un poco intelectual.

¿El nombre fue tomado de la Falange Española?

Ellos hoy en día sostienen que no. Mi impresión es que sí. Porque su líder más caracterizado, era Manuel Garretón, muy afín a la Falange española, admirador de Primo de Rivera. Incluso tenía frases parecidas. Garretón decía: “Hagamos una política de vuelo de cóndores” y Primo de Rivera decía: “Hagamos una política de vuelo de águilas”. Estamos a la altura del 35, antes de la guerra civil, cuando la Falange española era todavía un movimiento de una ideología un poco difusa. Como la Falange Nacional atrajo mucha gente, se comenzó a llamar Juventud Conservadora-Falange Nacional, y los jóvenes conservadores pasamos más bien a llamarnos Falangistas y no jóvenes conservadores.

¿A raíz de qué se produjo, entonces, el rompimiento de la Falange con el Partido Conservador?

Por las elecciones presidenciales del año 38 al terminar su mandato don Arturo Alessandri. Todos los partidos de derecha, conservadores y liberales, todo el elemento oficial, eran partidarios ardientes de don Gustavo Ross, el Ministro de Hacienda que había operado milagros en el campo económico. En muy poco tiempo había sacado al país de la crisis que se encontraba y lo tenía en un estado de bonanza bastante marcado. En realidad, la de Ross es de las gestiones económicas más brillantes de la historia de Chile, ayudado por supuesto por los hechos universales, porque se estaba reponiendo todo el mundo de la crisis económica.

¿Qué recuerda de Ross?

Él era un hombre de Bolsa. Había sido Corredor en su juventud, después no lo era, pero sí un gran jugador de Bolsa. Tuvo muchas altas y bajas, pero normalmente tenía fortuna. En la época de Ibáñez fue desterrado, no sé exactamente por qué, porque no tenía participación política, e hizo una gran amistad con don Arturo Alessandri en el destierro en París. Al volver éste y ser elegido Presidente en el año 32, lo llevó como Ministro de Hacienda. Don Arturo Alessandri era un hombre que no sabía una palabra de economía y de finanzas, ni pretendía saber, y le entregó totalmente el manejo financiero del país. No hizo más que llegar Ross y comenzó a recuperarse en la vida económica, y en realidad tuvo al país en un estado floreciente. Ahora bien, don Gustavo era un hombre duro, absolutamente intransigente con la demagogia, que no hacía ninguna concesión. Eso lo malquistó con el Partido Radical, y como era hombre de pelea, fue agresivo contra los radicales, provocó su salida del gobierno, el Partido Radical se dividió y algunos pequeños sectores de él quedaron gobernando con Alessandri, pero la masa se fue. Además Ross era un hombre de poca sonrisa, al que no le gustaba dar la mano. Jugaba con un llavero y no daba la mano. Como mucha gente de su tiempo debe haberle tenido miedo a los microbios.

¿Por qué entonces fue elegido candidato a la presidencia?

Porque había hecho un ministerio fenomenal. Era el candidato de Alessandri, quien lo admiraba mucho. Y la derecha era fuerte, y entonces creyó que podía triunfar con Ross, y toda la derecha estaba convencida, y yo mismo estaba convencido de que si Ross triunfaba el país iba a cambiar. Y creo concretamente que si hubiese triunfado, este proceso que estamos viviendo ahora de modernizaciones, se habría hecho mucho antes.

Todo esto que usted dice, la “poca sonrisa” fueron elementos que finalmente le restaron votos a Ross..

Todo eso le restó votos. Para mí que la derecha habría triunfado con otro candidato. En ese sentido no estaban tan descaminados los dirigentes de la Falange. Pero cuando uno lo conocía a don Gustavo, y yo lo conocí bastante después, era un hombre sumamente agradable, muy inteligente y de una cultura extraordinaria. Tenía agrado cuando uno partía de la base de que no daba la mano ni podía esperar ni palmotazos por la espalda ni muchas sonrisas de él. Yo lo encontraba simpático. Era un hombre superior. Eso se lo digo porque a mí me tocó tratarlo bastante en casa del Doctor Cruz Coke. Después fue presidente del Club de la Unión y siempre me llamaba a conversar con él. En realidad tenía una gran cultura.

Contra Ross se hizo una campaña personal enconada..

Comenzó una campaña atroz contra él hecha por el diario “La opinión” de Juan Bautista Rosetti. Y por algunos otros órganos, pero ya en un plano más alto, por el dirigente, intelectual, por la Revista “Hoy” de Ismael Edwards Matte que odiaba por encima de todo en la vida a don Arturo Alessandri. Edwards Matte había sido un diputado liberal muy derechista cuando joven. Después, cuando Alessandri tomó una posición más de derecha en su segunda presidencia, para seguir combatiéndolo tomó una posición más o menos de izquierda, porque lo gobernaba el odio a Alessandri. Edwards Matte embistió contra Ross en una forma muy inteligente. Había muy buenas plumas en la revista “Hoy”. Lo presentaron como un individuo adorador del becerro de oro, absolutamente sin sentido social, absolutamente duro, lo que era falso. Ross en realidad tenía mucha preocupación social, como todo hombre culto, pero no creía en la demagogia. Creía que el problema social se iba a mejorar, pero que primero había que asentar la economía en Chile. Por otra parte no pensaba ser un hombre de esa dureza. En su vida de familia fue siempre un marido y padre ejemplar. Tenía un hogar absolutamente bien constituido. Pero pintaron esta imagen y al mismo tiempo lo presentaban como “francés”. Él, en realidad, entre viajes de su juventud y su destierro, había vivido bastante en Francia. Entonces lo presentaban como un extranjero que había venido a hacer la América a Chile. Junto con esto, Ismael Edwards comenzó a halagar en la forma más tremenda a los jefes falangistas de la juventud conservadora. En las elecciones del año 37 fueron elegidos los primeros diputados de la juventud conservadora, entre los cuales sobresalía Garretón. Eduardo Frei no logró ser elegido entonces. Leighton fue Ministro del Trabajo de Alessandri, y fueron elegidos diputados unos siete jóvenes conservadores afiliados a la Falange. Entre ellos estaba Ricardo Boizard, que era muy brillante también, y Pablo Larraín Tejada, el abuelo de Andrés Zaldívar. Este grupo se distinguía bastante en la Cámara y no asumía –al estar con problemas en la elección presidencial– las posiciones derechistas. Manuel Garretón declaraba que la Falange, la juventud conservadora, estaba por encima de la derecha o de la izquierda. Actuaban un poco ya como un partido y venía entonces el adulto permanente de Ismael Edwards. En resumen: un buen día, proclamado ya Ross candidato por los partidos, ellos hicieron un manifiesto público repudiando su candidatura –lo calificaban algo así como de poco cristiano–, y propusieron una quina Presidencial.

¿Quiénes integraban esta quina?

Estos candidatos a la Presidencia eran don Guillermo Edwards Matte, don Máximo Valdés Fontecilla, don Jorge Matte Gornaz, don Francisco Garcés Gana, todos liberales. El otro era Jaime Larraín García-Moreno, que había sido diputado conservador de tendencia socialcristiana, que en ese tiempo se había retirado del partido y era presidente de la SNA; un hombre con mucho sentido social. Era una quina bastante extraordinaria, porque en realidad don Gustavo Ross era un hombre mucho más moderno, cosa muy inexplicable. Ahí ya se empezaron a producir las resistencias en el partido. Si uno ve esa quina hoy día, las personas que la integraban eran elementos de derecha, viejos políticos liberales, con menos imaginación y que significaban mucho menos posibilidad de renovación que Ross. La Falange mantuvo esta posición, anunciando al principio que ellos de todas maneras se iban a someter a lo que hiciera el Partido Conservador, pero sobrevino entonces la matanza del Seguro Obrero, cuando Ross iba a triunfar. Se desprestigió totalmente el gobierno del Presidente Alessandri que tuvo una participación bastante personal en el episodio.

¿Por negligencia?

Bueno: puedo decir qué participación personal tuvo, porque yo salí de mi oficina –empezaba por entonces en la COPEC– y no me acuerdo si me encontraba en Agustinas esquina Bandera o en Huérfanos al llegar a Bandera, porque en las dos partes estuvimos, y tenía colocado el auto frente al Banco Central. Había trabajado hasta tarde, y al dirigirme allá cerca de la 1,30 veo un gran remolino en la otra esquina, en el Seguro Obrero. Entonces llego y decían algunos: “si mataron al carabinero”. En eso llegó Alessandri, fue la primera vez que lo vi de cerca, y se acercó al grupo. Salió de la calle Morandé, de la casa del Presidente, y dijo: “si éstos no son gansters –uno entonces pensaba en los gangsters de Chicago–, son nacistas”. Así él estuvo desde los primeros momentos ahí, y en realidad Alessandri era pasional, “italiano”. Hacía barbaridades de las cuales se arrepentía. En un momento dado dijo: “Mátenlos a todos, es que hay que matarlos a todos”. Los oficiales de carabineros que estaban a cargo de ésto lo tomaron en serio. Recuerde usted que es famoso, por ejemplo, lo que hizo Alessandri cuando mandó a quemar y empastelar las máquinas de imprenta. Waldo Palma era el subdirector de Investigaciones y lo acompañaba cuando caminaba por la Alameda. Era una especie de hijo adoptivo suyo, y Palma lo cumplió. Ahí se armó entonces el jaleo más espantoso y en la noche lo llamó Alessandri: “Waldo, cómo has hecho esto”. “Porque usted me lo ordenó”. “Es que cuando yo te ordeno cosas inteligentes tu no me cumples, pero cuando te digo huevadas las haces al tiro”. Esto tuvo una serie de efectos en la elección presidencial. Ibáñez que era candidato y que estuvo metido en el golpe, fue detenido.

¿Y renunció a su candidatura…?

Renunció a su candidatura desde la cárcel, pidiendo a sus partidarios que votaran por el candidato del Frente Popular, don Pedro Aguirre Cerda. Ahí nos encontramos con la aberración de que los nacistas salieron a votar por el candidato de los comunistas, porque el único partido organizado que tenía Ibáñez eran los nacistas.

O sea, ¿Ibáñez había asesorado a éstos jóvenes para que se tomaran el edificio del Seguro Obrero?

Sí, Ibáñez estuvo absolutamente en el plan. No creyeron que tuviera estas consecuencias, pero sí que podían provocar un levantamiento militar, que podían cambiar el naipe: la candidatura de Ibáñez estaba perdida. En realidad fue un golpe bastante loco cuyo verdadero objetivo nunca se ha conocido bien. Por lo demás, la mayor cantidad de la gente que participó, murió. Por otra parte, vino el desprestigio del gobierno y el desprestigio de la derecha, porque hubo acusación contra el Ministro del Interior y la acusación fue rechazada. O sea, no se aplicaron sanciones y esta fue una represión muy bárbara, la del Seguro Obrero. La Falange (juventud conservadora) decretó la abstención electoral.

¿Cuán fuerte fue el impacto de la matanza del Seguro Obrero?

Bueno, los hechos del Seguro Obrero no costaron 2 mil votos, sino muchísimos. Mi mujer era chiquilla en ese entonces, había hecho los estudios de Cruz Roja. Se dedicaba a arsenalera, ni siquiera le pagaban, pero lo hacía por afición a la medicina Ella es nieta de un médico famoso, don Manuel Barros Borgoño, su abuelo materno, y tiene la vocación médica que no pudo realizar porque desde luego no era bachiller en Chile. Entonces trabajaba como arsenalera dos o tres veces a la semana con el Doctor Aguilar que era un gran cirujano. Y con él fue al día siguiente a la morgue y vio los cadáveres del Seguro Obrero, acribillados. ¿Qué pasó ahí? Estos muchachos, claro, trataron de tomarse el gobierno por la fuerza. Evidentemente tenían concomitancias militares que no les respondieron. Ibáñez les prometió cosas que no tenía, seguramente de apoyo en las tropas, y actuaron solos. Se tomaron la Universidad, se tomaron el Seguro Obrero. De la Universidad lograron sacarlos y se los llevaron al Seguro Obrero, y el hecho es que los mataron a todos. Se culpó de eso a Alessandri. Esto produjo una reacción a pesar de que los nazistas no eran en absoluto populares y habían tratado de tomarse el gobierno. Eran una fuerza insignificante en el país. Detrás estaba Ibáñez, por supuesto, que estuvo detrás de todas las conspiraciones.

¿Todos los falangistas acataron la abstención en la elección del 38?

No todos. Yo, desde luego, no me alcancé a inscribir (cumplí 21 años el 8 de agosto), pero trabajé como apoderado por Ross en Peñaflor. En la elección, don Pedro Aguirre Cerda lo aventajó por unos pocos miles de votos. Entonces todos dijeron que se debía a la abstención electoral de la Falange, porque por poco que hayan arrastrado… La Falange, en verdad, no tenía fuerza en el Directorio General Conservador, pero por allá por el año 37 le habían dado 2 miembros en la Junta Ejecutiva, Eduardo Frei, uno de ellos. Manuel Garretón, el líder, había sido elegido diputado el año 37 por el Tercer Distrito de Santiago, con una votación pobre. Bueno, entonces la Falange empezó a pololear con la izquierda, y llegó a ciertos pactos con los comunistas.

¿Cómo reaccionó el partido conservador?

El que le había dado más alas a la Falange había sido don Horacio Walker, quien había tenido una actitud bastante complaciente frente a este alzamiento. Pero producido el resultado, don Horacio reaccionó con la violencia más grande en contra de ellos y declaró en reorganización la Juventud Conservadora. Nombró una comisión de tres personas: Guillermo González Prats (abogado, profesor universitario de poco más de 30 años; poco más adelante fue diputado, siempre dirigente católico joven); a Jorge Prat (tenía un año menos que yo) y a mí ¿Por qué? ¿Quién me recomendó? No sé. Yo no tenía nada que ver con los patriarcas conservadores, porque desde luego era de extracción liberal. Pero yo no acepté entrar, porque dije: en este lío no me meto, quiero ver qué pasa, qué camino sigue el Partido Conservador. La reorganización la encontré una medida demasiado violenta. Sabía que iba a traer la escisión de la Juventud Conservadora. Efectivamente, la Juventud Conservadora consultó a sus presidentes provinciales y se marginó del partido. Tengo entendido que hubo dos presidentes provinciales que se pronunciaron en contra de la separación del partido, y uno de ellos fue Radomiro Tomic, presidente provincial de Tarapacá, que entonces se singularizaba por ser el campeón del ala derecha de la Falange. Egresado de la universidad se había ido de director del diario “El Tarapacá” de Iquique, del cual había sido director antes Eduardo Frei, diario que pertenecía a la Compañía Salitrera de Tarapacá y Antofagasta.

¿Qué pasó entonces con Tomic?

Opinó en contra, pero se fue con la Falange. Todavía creo acordarme quién era el otro que también opinó en contra: Teobaldo Kuschel, de Llanquihue. Ahí se produjo la división.

¿Cómo quedó la Falange?

Con siete diputados, que no habían sido elegidos en calidad de falangistas sino de conservadores (Manuel Garretón, Ricardo Boizard, Fernando Durán, Guillermo Echeñique, Alberto Bahamonde, Pablo Larraín Tejeda, que era un hombre de más edad, y algún otro). De éstos, eran jóvenes Garretón y Fernando Durán; los otros no eran tan jóvenes. Dada la composición del Congreso (en aquella época había mayoría de derecha en él), al restarse estos siete diputados comenzaron a tener el control de la Cámara de Diputados y empezaron a actuar con la izquierda…

¿Y usted qué hizo?

Me mantuve durante aproximadamente un año, tal vez más, al margen del Partido Conservador y de la Falange viendo qué iba a suceder, qué giro iba a tomar el movimiento, pero, como le decía, la Falange se encontró con que empezaba el gobierno del Frente Popular y sus siete diputados que decidían la mayoría de la Cámara, comenzaron a tomar actitudes abiertamente demagógicas y a negar sus posiciones. Quedó Jorge Prat a cargo de la Juventud Conservadora ya casi inexistente y empezó a buscar gente, entre ellos a mí. Pero la empresa le quedó grande a Prat –era muy joven– y tomó la presidencia de la Juventud Sergio Fernández Larraín, un diputado brillante, que nunca había sido falangista. Ahí entraron Juan Antonio Coloma y varios más, que después fueron próceres. Después yo me casé (1939) y en esa época, el año 40, más bien, un grupo de ex mandos medios de la Falange nos incorporamos públicamente al Partido Conservador. Entre ellos, Bernardo Larraín, Luis Valdés Larraín, Héctor Correa Letelier, José Luis Infante, que era el alcalde de Maipú; y Antonio Tagle Valdés que era alcalde de Peñaflor. Enviamos una carta pública pidiéndole al partido reconstituir el Movimiento Nacional de la Juventud Conservadora, fijándole ciertas condiciones de independencia, de autonomía para difundir ideas y una serie de cosas, pero no para lo electoral. El partido, cuyo presidente era Fernando Aldunate Errázuriz –Horacio Walker había renunciado– contestó públicamente, pero antes habíamos negociado mucho con él. Tuvimos varias comidas en el Club de la Unión con él, con Jorge Prat y otros. Con Sergio Fernández ya de presidente de la juventud, se decidió crear dos vicepresidencias. Ahí tuvimos una elección. Fui el primer vicepresidente yo y el segundo, Héctor Correa. Comenzamos a trabajar, y con mucho éxito. Nos encontramos con que había mucha gente que no había estado en la Falange y mucha que había entrado y que había estado de acuerdo con la posición de la Falange. Después algunos de nosotros fuimos diputados. Empezó a volver gente. Me acuerdo por ejemplo de Hugo Rosende, que estaba en la Falange.

¿Fue difícil la competencia de la Juventud Conservadora con la Falange?

Sí. Para empezar, estábamos medio desvinculados del partido, porque habíamos tenido local propio durante mucho tiempo. No teníamos una conexión real, física con el partido. Yo no conocía a los dirigentes. Como le decía, había quedado mucha gente, pero del estado llano. Muy poco intelectual y profesional, muy pocos universitarios. Cuando salimos de la Universidad Católica, partimos con tres estudiantes más de la Universidad Católica, que eran Carlos José Errázuriz, Sergio García y Eugenio Varas, los tres estudiantes de primer año de leyes. Nos organizamos en el país, pero mientras tanto habíamos perdido elementos muy sustanciales, como todo el profesorado y todo el Pedagógico, que no los recuperamos nunca. Y habíamos perdido a los sacerdotes jóvenes. Entonces, a pesar de que alcanzamos a tener una fuerza importante y de que el partido conservador recuperó su fuerza electoral, estábamos minados por dentro. No teníamos a la larga porvenir, porque la gente venía siendo formada en las ideas falangistas. Por los profesores, los sacerdotes, etc. Yo fui presidente de la Juventud Conservadora desde el año 41, sucediendo a Sergio Fernández. Teníamos muy pocos universitarios. Busqué los poquitos que teníamos y creé un centro de estudiantes secundarios, con gran éxito. Ahí el secretario era Sergio Diez; el presidente era Juan de Dios Vial Larraín, que después se salió de la política. Vicepresidente era Hugo Montes, profesor, que después fue demócratacristiano. Entonces, ya formado este centro de estudiantes secundarios, el año siguiente tuvimos fuerza en los primeros años universitarios y fuimos recuperando terreno. A tal extremo que el año 48 ó 49 ganamos la presidencia del centro de Derecho de la Universidad de Chile con Sergio Miranda de candidato. Después se dividió el partido y ganó la elección siguiente un conservador tradicionalista: Angel Fernández Villamayor. La juventud comenzó a reconstituirse y tuvo mucho movimiento. La Falange, en cambio, estaba absolutamente estancada. Sacaba tres diputados apenas: haciendo pactos en una circunscripción con los conservadores, en otra con los comunistas, en otra con los liberales. A punta de pactos lograba sacar tres diputados, pero en realidad no tenía fuerza para un diputado en ninguna parte del país.

Pero, ¿cómo cambió entonces la suerte política y comenzó el éxito para la Falange?

Porque vino la fatal convención de derecha del año 46. La derecha se dividió. Vino la elección de Cruz Coke, Alessandri y González Videla. La derecha se desprestigió por una parte; y después vino la división del Partido Conservador, que se caracterizaba sobre todo por su seriedad. La gente consideraba que el dirigente conservador era gente no politiquera, que no buscaba nada personal en la política. Dentro del Partido Conservador no había juego de influencias, ni grupos, etc. Era gente mucha calidad que actuaba por espíritu público. Pero al producirse la lucha interna, que no fue nada de interna, porque no le digo cómo peleamos, se desprestigió el Partido Conservador. La juventud se dividió. El partido se dividió entre tradicionalistas y socialcristianos. La juventud se nos dividió por mitades, tanto que en el momento de la división, con mucho esfuerzo los del sector tradicionalista logramos ganar por un voto. Por otra parte, ocurrió que en 1949 Eduardo Frei fue elegido por chiripazo senador por Atacama y Coquimbo. Digo por chiripazo porque tuvo 1.200 votos en una lista de conservadores, liberales y radicales, y salió con los sobrantes. Frei llegó al Senado y adquirió una gran categoría. Más adelante, Ibáñez le dio un espaldarazo, ya que pensó entregarle el gobierno. Después pasó todo lo que pasó con el Partido Conservador. Los socialcristianos volvieron a dividirse. Por una parte los “azules” vinieron al Partido Conservador, pero los “rojos” formaron con la Falange el Partido Democrático Cristiano. Ahí se fue don Horacio Walker al P.D.C.

Volviendo atrás, ¿cómo vivieron ustedes la Guerra Civil Española?

El factor Guerra Civil española fue muy importante. Evidentemente que en el nacimiento de la Falange hay una influencia de la Falange Española. Para mí personalmente que era un muchacho, la guerra civil la viví, la sentí, me llegó al fondo del alma; poco me faltó para irme a combatir. Nosotros éramos muchachos muy católicos, y la guerra civil española tenía algo de cruzada. No olvide usted que lo que provocó el alzamiento fueron los asesinatos de curas, de monjas y demás, también el de Calvo Sotelo, pero hubo mucho factor religioso. Una de las cosas que a mí me disgustaron mucho fue que estos dirigentes falangistas chilenos comenzaron a tomar posiciones contrarias a los nacionalistas. Cuando tomaron su posición anti Ross, cuando se separaron del partido, se convirtieron en contrarios de los nacionalistas. Esa fue una de las cosas que a mí personalmente me distanciaron de ellos. Pero más que todo hubo algunos contubernios con los comunistas en la Cámara.

¿Y cuál fue la percepción de ustedes frente a la elección de Aguirre Cerda?

La vio entonces toda la gente de derecha –yo le diría que incluso los dirigentes de la Falange–, como una catástrofe. Todos pensamos que iba a ser una cosa horrible. No se olvide que estábamos todavía en la época de los Frentes Populares. Los comunistas habían cambiado su campaña política y el Komitern que dirigía el comunismo mundial había resuelto pactar con los partidos democráticos, jugar la política de caballo de Troya. Hasta entonces, el comunismo había mantenido la política de no pactar con nadie. El Frente Popular Español había traído la Guerra Civil, que todavía perduraba. En Francia habían ocurrido desórdenes y los descalabros económicos más grandes. Después ello trajo como consecuencia estar absolutamente inertes para la guerra mundial. Entonces, todos pensamos que se nos venía encima el comunismo. En seguida, existía también para nosotros un problema religioso. En ese tiempo el Partido Radical aparecía como tremendamente anticatólico, cosa que en el fondo no era, porque cada radical, como me dijo un día don Raúl Rettig, tenía su beatita en la casa… Todos creímos que el Frente Popular iba a ser cosa espantosa. Don Pedro Aguirre era un hombre que no daba ninguna garantía, no era enérgico, había tenido muchas posiciones distintas, había sido ministro de Alessandri, había estado con Ibáñez después. Genaro Prieto había escrito, en la época de Ibáñez, un artículo que se llamaba El Gato de Palacio (un gato con la cara de don Pedro Aguirre). Así, el Presidente elegido no daba ninguna confianza y se pensaba que el país podía caer en los mayores extremos. Por lo demás, los planteamientos del Frente Popular habían sido mucho más extremistas de lo que fue después su gobierno. De manera que todos lo vimos como una cosa horrible. Y de esto se responsabilizó a la Falange. Es muy posible que si la Falange no declare la abstención electoral esa diferencia tan pequeña de votos con que Aguirre ganó no se hubiera producido.

¿Cuál es su opinión sobre Arturo Alessandri?

Sobre Alessandri uno no puede tener opiniones categóricas. Alessandri era múltiple. Evidentemente tenía condiciones asombrosas de político. Yo creo que las condiciones de estadista no las demostró en su primer gobierno, que no fue bueno. Pero uno no sabe hasta qué punto la oposición fue excesiva, porque las luchas del año 20 fueron demasiado enconadas. Pero en su segundo gobierno ya era un estadista. Por lo menos supo elegir muy bien a la gente que colaboraba con él. Tenía una gran habilidad política, mucho talento, mucha visión. Tenía instinto político. Una elocuencia formidable, muy a tono con su tiempo. Ahora bien, defectos también tenía. Se dejaba arrastrar muchas veces… Era un italiano muy vehemente… es difícil juzgarlo.

¿Y cuál es, a su juicio, el balance del Gobierno del Frente Popular?

A mi, modo de ver, fue un muy mal gobierno. Tiene una cosa al haber que es la formación de la CORFO, pero la CORFO pudo ser un elemento mucho más útil de lo que fue, porque estaba destinada a fomentar las empresas y después ella se convirtió en empresaria. La CORFO estaba concebida por Roberto Wacholtz, el verdadero fundador, que más tarde fue senador en tiempos de Alessandri. Wacholtz, un independiente, fue el primer Ministro de Hacienda de Pedro Aguirre Cerda. El verdadero sentido de la CORFO sólo vino a dárselo Benjamín Videla en el Gobierno de Ibáñez. Él fue vicepresidente de la institución, y comenzó a privatizar para rescatar los capitales de la CORFO. Yo creo que en general el gobierno del Frente Popular fue un mal gobierno, aumentó enormemente la burocracia, procedió en esa materia con un sentido absolutamente partidista. No se seleccionaba a la gente por sus méritos ni cosa que se le pareciera. Por el contrario: cuánto funcionario había que tuviera ciertos apellidos, fue expulsado. Fue el caso de muchos compañeros míos que trabajaban en Cajas de Previsión. En materia internacional el gobierno de Aguirre Cerda mantuvo la neutralidad, pero después entró Estados Unidos a la guerra y Aguirre murió. Después, el gobierno de Ríos fue fuertemente partidario de la neutralidad y con cierta tendencia al eje. Yo creo que Ríos personalmente era germanófilo y tuvo de Ministro de Relaciones a don Ernesto Barros Jarpa, partidario acérrimo de la neutralidad. Sólo cuando ya los aliados habían ganado la guerra en Europa tuvimos el acto “heroico” de declararle la guerra al Japón. Y le cambiaron el nombre al parque que los japoneses habían regalado.

A propósito, ¿cómo recuerda el impacto en Chile de la Segunda Guerra Mundial? 

La Segunda Guerra Mundial no apasionó en Chile. Repercutió como tenía que repercutir naturalmente, pero que la gente se apasionara mucho en favor de un bando o del otro, no. Personalmente, yo era ardiente partidario de la neutralidad, como mucha gente, porque considerábamos que nosotros no teníamos nada que hacer en esa pelea de perros grandes, y que lo que le convenía al país era ser neutral. Por lo demás, la neutralidad bien administrada como en el gobierno de Sanfuentes en la Primera Guerra Mundial, le trajo a Chile grandes beneficios económicos. Lo que pasa es que esta vez no fare bien administrada porque Juan Bautista Rosseti hizo un contrato de locus con el cobra. Vendió todo el que necesitaran los Estados Unidos durante la Guerra a 8 centavos de dólar la libra. Argentina, por ejemplo, que mantuvo la neutralidad, quedó hinchada de reservas en dólares que después malgastó Perón. Recuerdo, por ejemplo, que tenía un primo que decía que en peleas de bandidos no se metía. Uno no sabía lo que ocurría en Alemania. No lo sabía Serrano Suñer (ministro de Franco), y mucho menos lo sabíamos nosotros. Ni los propios alemanes. Uno no miraba a Alemania con el horror con que se le mira ahora. Por otro lado, uno tendía hacia los países democráticos, pero también consideraba que las democracias estaban en decadencia. No se olvide usted del espectáculo que daba Francia.

Usted, entre tanto, ¿formó parte de la COPEC, empresa entonces recién formada?…

Efectivamente, siendo muy joven ingresé a allá. El presidente de COPEC era don Pedro Aguirre y el director delegado, que en el hecho ejercía el poder en la compañía, era don Roberto Wacholtz.

¿Por qué estaba don Pedro Aguirre en la COPEC?

La idea de la COPEC partió de un ingeniero que quiso hacer una refinería de petróleo. Y juntó un grupo de gente. Eran casi todos ingenieros jóvenes: Walter Muller, Eulogio Sánchez, don Carlos Vial Infante, eran entonces ingenieros jóvenes, de alrededor de 40 años o poca más. Entre ellos Wacholtz, del mismo grupo. Pero heredaron un presidente y un vicepresidente abogados, como era lo normal entonces. El presidente fue don Pedro Aguirre y el vicepresidente, mi padre. Entonces yo trabajaba en la oficina de mi padre y un día le pidieron que mandara a uno de sus hijos de procurador, y yo entré en ese carácter (para hacer pequeñas diligencias, etc.), pero me interesó mucho la COPEC y comencé a dedicarle mucho tiempo. Incluso me arreglé con los profesores para no ir a clases, porque era buen alumno. Y al año y medio era secretario general de la COPEC, y me tocó bastante acceso a don Pedro Aguirre, al que había que prepararlo para las juntas de accionistas como quién prepara a un niño para los exámenes. Si usted quiere formarse un criterio de don Pedro Aguirre lea unas especies de charlas que daba a veces los días domingo. Una en que habló del “pobre pollo”, por ejemplo. Aguirre Cerda era, a mi juicio, de poco relieve. Así como creo que era gran cosa Juan Antonio Ríos, y creo que el país se perdió un muy buen presidente con su enfermedad y su posterior muerte. De ahí viene el Ministro de Hacienda de Wacholtz, porque don Pedro le había tomado mucha admiración.

Tomás Moulian critica en la derecha su falta de proyecto. Dice que curiosamente la industrialización del país, debiéndole haber correspondido a la derecha, la asumió una coalición de centro-izquierda. ¿Comparte usted esa crítica, o la industrialización, fue algo que se dio, sin que esa coalición tuviera tampoco ese proyecto tan claro?

Se dio. Ya le decía que la CORFO la creó Roberto Wacholtz que no pertenecía a partido alguno. Él se hizo radical para suceder en la senaturía a Jorge Alessandri, elegido presidente el 58. En 1938 Wacholtz no era radical, tenía sí un hermano –Jorge– que era senador radical, uno de los pocos que se opuso a la formación del Frente Popular y ahí perdió la senaturía. Categóricamente, no se puede hablar de proyecto de la centro-izquierda. No había nada de eso. Aguirre Cerda había hablado, tenía algunos escritos y en la mente la idea de que el país había que industrializarlo, pero el proyecto es de Wacholtz.

¿Cómo vió la derecha la creación de la CORFO?

Tengo entendido que lo que mandó el gobierno fue un proyecto en que se le daban recursos al Estado para hacer estas cosas, y que la idea de la Corporación, o sea el organismo autónomo que iba a manejar los recursos, fue impuesta por la derecha que en esa época era mayoría en el Congreso. ¿Quién fue el que propuso esto? Puede haber sido Enrique Alcalde, diputado conservador, que era ingeniero y abogado, y entendía mucho de economía. Entonces, hay una evidente participación de la derecha. Al principio hubo resistencia a entregarle mayores recursos al Estado, pero después se llegó a esto de las corporaciones. Se necesita un trabajo de revisión de estas cosas.

¿Cómo fue la elección de Juan Antonio Ríos?

El Partido Conservador se entusiasmó con Ibáñez. En esto fueron factores fundamentales don Fernando Aldunate, presidente del partido, y Juan Antonio Coloma, que mandaba mucho y que siempre fue ibañista. A esto le hicieron resistencia unos pocos: don Horacio Walker, don Rafael Luis Gumucio, los dos hermanos Gutiérrez Alliende, y algunos jóvenes. Yo logré sacar en la Junta Nacional de la Juventud, por una pequeña mayoría, un voto en contra de la candidatura de Ibáñez. En el directorio general hablé en contra, y otro de los que estaban contra Ibáñez era Jorge Prat, que más adelante fue ibañista y su Ministro de Hacienda. Perdimos estrepitosamente en el directorio general y fue proclamado Ibáñez. En mi caso personal me hice subrogar en la presidencia de la juventud; la campaña era corta, no me iba a rebelar en contra del partido, pero no participé en la campaña. El Partido Liberal también por mayoría se fue con Ibáñez, pero entonces don Arturo Alessandri Palma rompió el Partido Liberal. Se formó un Partido Liberal Doctrinario y don Arturo pronunció un discurso elocuentísimo en la plaza Bulnes. Ibáñez perdió lejos. Ríos hizo una campaña muy de centro, desde luego una campaña anticomunista. Tenía el apoyo de los comunistas, pero entonces los comunistas tenían una política distinta, se dejaban azotar pero tenían la instrucción de apoyar a estos partidos progresistas. Era una manera de mantenerse, de ir adquiriendo poder. Ríos era firmemente anticomunista, y, por tanto, él era un candidato muy satisfactorio para el elemento de derecha. Por lo demás, Ríos formó después su gobierno con liberales también. Ahí fue Ministro de Hacienda Arturo Matte Larraín. Otro candidato fue Oscar Schnake, que era un socialista absolutamente socialdemócrata. Y en cuanto a talento, una de las mejores figuras que ha tenido el partido socialista, pero que fue superado por los acontecimientos. El Partido Socialista se fue hacia el marxismo y él era socialdemócrata puro.

¿Jugaba ya algún rol Salvador Allende?

Lo jugaba, pero todavía no fue candidato. El Partido Socialista lo formó Eugenio Matte Hurtado, a quién yo no conocí pero parece que era un hombre con muchas condiciones de líder que murió muy joven. Ahí aprovecharon a Marmaduke Grove. Después tuvieron una elección muy triunfante el año 37, en que sacaron un equipo de diputados de primerísima serie, entre los cuales estaban Ricardo Latcham, Julio Barrenechea, Schnake, Allende, Bernardo Ibáñez (líder sindical), César Godoy (que después fue comunista). Un equipo brillantísimo. Por lo que yo recuerdo, después se desprestigió mucho el socialismo porque cuando vino el terremoto del año 39 le entregaron a las milicias socialistas los víveres, la ropa y todo lo demás, y se robaron todo. Hubo discursos en la Cámara y ahí se desprestigió mucho el P.S.

¿Qué carácter tenía entonces el Partido Socialista?

Era un partido extraño. Tenía ciertos ribetes fascistoides. Raúl Ampuero tenía mucho de fascista, pero era gente muy brillante. Estuvieron con Ríos.

¿Qué pasó en el gobierno de Ríos?

Ríos desempeñó el gobierno pocos años. Los gobiernos radicales no hicieron grandes brutalidades pero fueron gobiernos un poco sin orientación. No había metas. Había burocracia e influencias políticas. Los parlamentarios eran fiscales en todas las Cajas. Entonces no existía incompatibilidad cuando no se trataba del fisco propiamente tal. Le confieso que yo tengo simpatía por los radicales, pero fueron gobiernos de poco vuelo. No fueron persecutorios después. No tuvieron la cosa sectaria que tuvo el gobierno de Aguirre Cerda. Pero yo creo que la falta de ideologización llegó al extremo. Es bueno ser pragmático pero no carecer de metas. Don Pedro Aguirre decía “Gobernar es educar”. Ríos tenía otra frase hueca: “Mi deber es dar gobierno y sostenerlo”. Eso refleja mucho la mentalidad de estos gobiernos. Unos slogan totalmente vacíos. Creo que pecaron de falta de metas.

¿Y el gobierno de González Videla, cómo lo ve?

Distinto. Si usted quiere en el plano económico fue parecido, pero ese gobierno está marcado por la ofensiva comunista y el heroico enfrentamiento de González Videla con el comunismo. No se olvide usted que eran los años en que el Partido Comunista, mimetizado en los países de Europa Oriental, se había metido con los partidos democráticos y formado después de la guerra gobiernos de combinación. En esos países, el PC agarró los distintos centros de poder y dio el golpe, apoyado por los tanques rusos.

¿Cómo tuvo lugar el enfrentamiento de González Videla con los comunistas?

González Videla se encontró al cabo de muy poco tiempo con que los comunistas le estaban tomando los centros de poder para botarlo y dar el golpe. ¿Cómo se iba a dar el golpe en Chile? En ese tiempo, el país dependía absolutamente de los ferrocarriles porque el transporte se hacía por ferrocarril. Los ferrocarriles se movían con carbón y usted paraba las minas de carbón y paraba el país. Ese era el foco. González Videla los pilló con las manos en la masa. Piense usted que él había sido propiciado por el Frente Popular y el líder radical que había llevado al partido hacia allá, líder al cual Neruda le escribía “El pueblo te llama Gabriel”. González Videla reaccionó y lo hizo con mucha fuerza y coraje personal, porque en el carbón se fue a meter al pique de las minas. El gobierno de González Videla está marcado por eso y lo que le debe la historia es haber impedido un plan absolutamente elaborado de los comunistas, sincronizado con lo que estaban haciendo en Europa. Chile era el país elegido para tomárselo. Siempre se dice que Estados Unidos no habría intervenido.

¿Y en otros planos…?

Fuera de eso González Videla tuvo algunos aciertos, como tener de Ministro de Hacienda, durante un año o más, a Jorge Alessandri. Tuvo también a Carlos Vial Espantoso y a Germán Picó que lo hicieron bien. Tuvo buenos Ministros de Hacienda. A pesar de ellos, sin embargo, las políticas económicas eran de parches, por aquí y por allá. No habían objetivos. Poco a Poco se fue distorsionando el sistema de cambio. El dólar valía 200 ó 300 pesos y le pagaban 16 al exportador de cobre.

¿Cree usted que fue justo el desprestigio de los radicales?

Ellos se habían desprestigiado demasiado por su afición a las pegas, los atacaban mucho por ladrones, yo creo que injustamente. Lo que pasaba con los radicales es que eran “compadres”. Los creían coimeros, pero en realidad eran compadres. Posiblemente coimero era el intermediario. Eso me lo dijo mi hermano Manuel, que era vicepresidente del Partido Liberal y fue el primer Ministro de Defensa de González Videla. Manuel fue el que me abrió los ojos sobre esto. Me dijo: lo que pasa con los radicales es que hacen favores a diestra y siniestra, y no es que ellos saquen coima. Luis Alberto Cuevas, es un hombre absolutamente honrado (después se comprobó que era honrado, era pobre como rata), pero es intermediario el que saca la coima. Tanto es así que yo no le hacía un favor a nadie si no me lo pedía personalmente. Cuando hacía estos favores que los parlamentarios teníamos que hacer, fuera de la magnitud que fuera el favor, yo no lo hacía si no era pedido directamente por el interesado. Los radicales se desprestigiaron mucho, como que a finales del gobierno de González Videla vino la candidatura de Ibáñez, cuyo símbolo fue la escoba, desprestigio que fue muy exagerado. Había mucho radical honrado. Si de algo se les podía culpar era de ser demasiado sensibles a las influencias y no de lo otro. En la práctica, lo que uno ha visto de gente que fue muy prominente entre los radicales (presidentes de partido, etc) es que después murieron pobres.

En 1949 se divide el Partido Conservador y la gota que rebalsa el vaso es una elección en O´Higgins y Colchagua, ¿no?

Claro. Primero entran ministros sin pase del partido, en 1948, los que cuentan con el apoyo de todo el sector parlamentario mayoritario. Alguien los comienza a llamar los tradicionalistas. No fue un nombre que nosotros adoptamos, sino que lo recogimos de la prensa. El año 49 se produce una vacante de senador al morir don Miguel Cruchaga Tocornal (el Palomo), que era senador por O´Higgins y Colchagua elegido en 1945.

¿Por qué opta usted por el sector tradicionalista?

Estaba más cerca de mis ideas. Bueno, ahí tiene usted un fenómeno sobre el cual yo tendría que hacer mucha introspección. No crea que optar por el sector tradicionalista era tan fácil. Lo que separaba a estos dos sectores no eran en realidad las ideas económico-sociales. Gente que era decididamente de tendencia social cristiana, como yo mismo (estábamos muy corridos al centro en lo económico social), pertenecimos al sector tradicionalista. Y gente que había sido muy reaccionaria en lo económico-social, estaba en el sector social cristiano.

¿Influyó algo, también, la malograda convención de la Derecha el 46?

En 1946 se dividió la convención de derecha. Este es un hecho de una repercusión enorme en la derecha chilena y en la vida política del país. Después de dividida la convención, los liberales rechazaron la candidatura de Cruz Coke por ser conservador, y habrían rechazado a cualquier conservador. Esto provocó una reacción de dignidad herida, de resentimiento en un considerable sector del partido, y particularmente en el presidente don Horacio Walker. Ellos comenzaron entonces a propiciar una política de alejamiento de los liberales, de no cooperación. Los demás considerábamos que era necesario seguir. Ellos tenían algunos precandidatos, como mi padre, por ejemplo, que era muy cercano al Partido Conservador. Pero así como ellos habían rechazado a Cruz Coke, nosotros habíamos rechazado a todos los candidatos de ellos. Nosotros sólo planteábamos uno, que era Cruz Coke; ellos planteaban a mi padre (que creo era el que tenía más votos de los 3, me refiero, además, a José Maza y a don Arturo Alessandri Palma), y tenían de tapado, de reserva, a don Fernando Alessandri. El sector tradicionalista comenzó entonces a engrosarse: consideraba que no se podía seguir en pelea con los liberales, porque los hechos nos exigían seguir actuando juntos, tanto que después terminamos siendo un solo partido. Yo fui al sector tradicionalista y fui, en realidad, la primera persona, el primer dirigente del partido que comenzó a hablar seriamente de terminar con el Partido Conservador y el Liberal y formar uno solo, cuando asumí la presidencia del partido después el año 62. Esto venía influido en mí, posiblemente, porque era hijo de dirigentes liberales.

¿Cuál era la causa de fondo de la oposición de los social-cristianos a esa alianza con los liberales?

Fue un fenómeno raro. Lo que no medió fueron las posiciones económico-sociales. Sí el grado de resentimiento que se tuviera porque los liberales no habían apoyado al candidato conservador y la personalidad de don Horacio Walker, todo un líder, que desataba muchos anticuerpos, pero que atraía a mucha gente. Fundamentos más sólidos no hay. Eso es lo penoso de la división entre tradicionalistas y socialcristianos (“los azules”). El presidente del partido unido, del año 57 (Jorge Prieto), era azul, había sido socialcristiano. Pero volvieron después de haber escandalizado a nuestra masa.

¿Cómo se provocó esta absorción de tantos socialcristianos por los tradicionalistas?

Porque en realidad representábamos la voluntad del partido. Estábamos en la política cuerda, en la posición que correspondía a un partido de derecha en Chile. Cuando los socialcristianos entraron al gabinete “social” de González Videla, se empezaron a enredar con la Falange, empezaron a salirse de las posiciones conservadoras y el hecho es que se produjo dentro de ellos un movimiento por la unidad, que fue resistido por don Horacio Walker. Ello se consumó en 1949 al morir el senador don Miguel Cruchaga. Los parlamentarios de la zona pertenecíamos al sector tradicionalista. Teníamos una elección relativamente difícil y levantamos la candidatura de Sergio Fernández Larraín. Y el partido, la Junta Ejecutiva, pasando por encima de todo, proclamaron a Francisco Javier Labbé, diputado por O´Higgins, nacido en Colchagua. Entonces hubo una pelea siciliana, entre hermanos, y ganaron los tradicionalistas. Elegimos a Sergio Fernández.

Y en el gobierno de Ibáñez, ¿qué ve?

…Más orientación… El gobierno de Ibáñez recogió ya una mala herencia en materia económica porque la inflación venía de atrás, no la provocó Ibáñez. Pero en su gobierno vienen Las primeras leyes para acoger el capital extranjero, viene la CODELCO, cosas más sustanciosas.

¿En qué circunstancias pensó Ibáñez en Frei como Ministro?

Un paso muy raro de Ibáñez, cuando ya tenía dificultades políticas y se había más o menos disgregado el ibañismo. Estuvo a punto, entonces, y se anunció, de nombrar a Frei, Ministro del Interior, pero con el carácter de Primer Ministro y cediéndole muchas atribuciones gubernativas, en un año, si no me equivoco, que hubo una inflación endemoniada. El gobierno de Ibáñez tocó fondo. Frei iba a escoger el Ministerio, o sea, Ibáñez pensaba hacer una especie de régimen parlamentario. Él era un senador muy considerado, pero no era un gran nombre nacional tampoco. Esta circunstancia, sin embargo, le dio un gran impulso y fue un hecho fundamental en su carrera política.

Pero al final Ibáñez adoptó otra fórmula. Vino la misión Klein-Sacks…

Así fue. En lugar de eso Ibáñez formó un ministerio de independientes de buena categoría. Ministro del Interior era Benjamín Videla, el padre de Ernesto Videla. Entre ellos era Ministro de Hacienda Oscar Herrera, un hombre de una vida bien meritoria. Había sido militar y profesor de gimnasia. Se recibió de abogado. Trabajaba como abogado y profesor de educación cívica. Ibáñez formó éste ministerio con gente sin ninguna representación política, más bien de tendencia de derecha. La misión Klein-Sacks la apoyamos los conservadores y liberales.

¿Qué puede haber inclinado a Ibáñez para no nombrar a Frei como pensaba hacerlo?

Debe haber influido Juan Antonio Coloma, que era su amigo y tenía acceso a Ibáñez, y muy contrario a Frei. Coloma después apoyó mucho al gobierno que se formó en lugar del de Frei.

¿Qué recuerdo personal tiene de Ibáñez?

Fuimos donde él con Jorge Prieto (entonces Presidente del Partido Conservador) y con Ismael Pereira (Vicepresidente) a pedirle la no derogación de la Ley de Defensa de la Democracia. Ibáñez en su campaña presidencial prometió la derogación de la LDD, y tuvo el apoyo del Partido Socialista Popular que encabezaba Raúl Ampuero, considerado el ala más extrema en esa época del PS (donde estaban Altamirano y otros). Es muy posible que Ibáñez haya tenido los votos comunistas. En su elección (1952) fue candidato Salvador Allende, pero aparecía en aquella época en una posición más moderada. Ibáñez prometió la derogación de la LDD, mandó el proyecto y jamás le puso urgencia. El proyecto no podía tratarse en realidad porque sin urgencia un proyecto de esa naturaleza en el Senado no andaba. No se olvide usted que ya no quedaban comunistas en el Senado, en el 53, cuando yo llegué allá. Nombrado Presidente de la Comisión de Constitución, Legislación y Justicia, y como no tenía urgencia, no coloqué nunca en tabla la derogación de la LDD. Al final, en el mismo año de la nueva elección presidencial (1958), Ibáñez decidió ponerle urgencia al proyecto. Entonces fuimos a verlo; me pidieron muy especialmente a mí que asistiera, conocía bien la materia, para hacerle una exposición. Yo le dije que en realidad los comunistas estaban participando en las elecciones, que algunos también se disfrazaban y llegaban a la Cámara de Diputados, pero que en general la LDD producía sus efectos en cuanto no había una masa de parlamentarios comunistas con fuero, con inmunidad parlamentaria, lo que impedía tener un gran número de agitadores de primera clase con inmunidad. Y que algo semejante se producía entre los dirigentes sindicales. Derogar la ley iba a facilitar mucho la acción comunista. Le puedo haber dado otras razones también, pero yo terminé mi exposición, e Ibáñez me dijo: “Mire senador, yo estoy de acuerdo con todo lo que usted ha dicho; por eso no he derogado la LDD durante mi gobierno, y no le he puesto urgencia. Pero ahora mi Gobierno va a terminar. Fíjese usted que puede venir un Gobierno radical, por ejemplo, y piense usted todos los problemas que me dejaron los radicales a mí. Me giraron hasta el 2 por ciento del Presupuesto (porque ese 2% que se podía girar en caso de emergencia lo había girado Gabriel González para La Serena). Que los que vengan tengan problemas también”. Esa fue la respuesta de Ibáñez. Fíjese que era una promesa que había hecho, que no había cumplido y que nadie le estaba pidiendo mucho su cumplimiento. Me dijo con toda desfachatez que era para dejarle problemas a los sucesores. Ibáñez le puso urgencia y la Ley se derogó.

¿Y qué suerte electoral corrieron los conservadores durante el segundo gobierno de Ibáñez?

En la elección parlamentaria de 1953, nosotros no obtuvimos un gran número (algo más de veinte diputados) y los socialcristianos, sólo dos: Hugo Rosende en Santiago y Francisco Palma Sanguinetti en Valparaíso, el que tenía fuerza Quillota. Por lo demás, Hugo Rosende es mucho menos socialcristiano que yo; eso le demuestra lo barajado que estaba el naipe. Entonces los propios diputados socialcristianos fueron partidarios de unirse, lo que fue resistido por un sector y empezó la guerra interna entre ellos, entre “azules” y “rojos”. Los primeros se fusionaron con nosotros y formamos el Partido Conservador Unido. Ellos pasaron a ser un partido sin diputados y ya sin senadores, porque don Horacio Walker terminó su período el año 53 y Cruz Coke no siguió en el bando socialcristiano. No se mezcló en la pelea entre azules y rojos y por último manifestó su simpatía hacia nosotros. Cuando yo llegué al Senado (1953) a Cruz Coke lo tenían sentado al centro, al lado de Frei; y entonces un día que yo estaba conversando con él le dije que por qué no tomaba té con nosotros. Cruz Coke me dijo: “Que alivio, me hacen tomar té con Frei; qué tengo que ver con Frei” y ya no se separó más de nosotros y de hecho pasó a ser conservador tradicionalista y después conservador Unido, de hecho.

¿Y los conservadores socialcristianos que quedaron como tales?

Se fusionaron con la Falange y se formó el Partido Demócrata Cristiano. ¿Qué le aportaron ellos al P.D.C.? Yo no podría decírselo. El P.D.C. se formó fundamentalmente sobre la base de Frei, en torno a su persona, y del clero joven, que se había ido alejando de nosotros.

A su juicio, en 1952, la masa electoral conservadora apoyó básicamente a Ibáñez. ¿Cómo estaba conformado ese electorado conservador?

El Partido Conservador tenía clase alto y clase media-alto y tenía pueblo. Tuvo en otros tiempos mucho artesano. El partido era muy de Recoleta, de los artesanos. Pueblo tenía en todas partes. Lo que más le faltaba era clase media…

¿Dónde estaban los radicales?

Los radicales y en menor proporción los liberales. El Partido Conservador que fue muy fuerte, había ido perdiendo lo que se llamó la verticalidad, pero conservaba mucho pueblo. Por ejemplo en Colchagua había mucho campesino, sobre todo mucho empleado de fundo, que en realidad formaban una pequeña clase media. Las campañas se hacían entre pueblo y la gente con la que yo comía era pueblo, una clase media muy modesta, no una clase media intelectual. Los artesanos son un poco anteriores a mi participación en política, pero todavía quedan, por ejemplo, en la 5ª y 6ª Comunas (Independencia y Recoleta). Nos faltaba, en tanto, clase media-media, clase media intelectual: el Profesor, el Tesorero Comunal, el Jefe de Estación, los oficiales civiles. Los liberales tenían mucho menos pueblo. Encontrar un “rotito” liberal era muy difícil, mientras que habían muchos conservadores. Pero los liberales tenían más abogados, y médicos en provincias, gente de más influencia, los industriales que comenzaban… La masa se fue perdiendo para los conservadores y puede haber sido en parte porque no supimos interpretarla, a pesar de que el partido tenía mucha preocupación por lo social, mucho más que los liberales desde luego. Pero yo creo que se perdió principalmente por acción del clero y por el espectáculo que dimos, la división, que hizo perder la fe en la seriedad de la derecha.

Pero, a propósito de la falta de “proyecto”, que usted nos ha dicho que eso afectaba a los radicales, pero ¿no ocurría lo mismo en la derecha?

Efectivamente, no había nada muy claro. Si usted toma por ejemplo la campaña del 46, Cruz Coke hacía las frases más lindas y despertaba esperanzas en los jóvenes, pero no tenía un proyecto. Y don Fernando Alessandri proponía la creación de los Tribunales Administrativos. Recuerdo que Julio Pereira vivía en la Alameda frente al Ministerio de Educación y a su casa fui a ver la concentración de la campaña presidencial de Fernando Alessandri ¡que habló de los Tribunales Administrativos! Sin duda que éstos hicieron mucha falta en Chile, pero no eran un “proyecto” para nadie. Por lo demás, era un poco el signo de la época. Mire usted la República Francesa. Mitterrand formaba partiditos y entraba a todos los ministerios, pero ninguno tenía proyecto, son inclasificables. Donde hubo proyecto fue en Alemania, en el plano económico. Adenauer era un político genial, y tuvo un hombre también excepcional, Erhard, que prácticamente es el creador de la economía social de mercado. Pero en general la época es infecunda, de vacilaciones. En Chile, el Partido Agrario Laborista, partido nuevo, tampoco encontró ningún camino. La Democracia Cristiana tuvo mística, pero no porque tuviera un proyecto muy claro. Después Frei hizo cosas bastante distintas de las que prometió en la campaña. La D.C. siempre tuvo algo de secta, es muy parecida a la U.D.I.: gente que sólo alternaba entre ellos, que comían entre ellos, que bailaban entre ellos, que se casaban entre ellos. La D.C. tenía amor desenfrenado al partido, pero no un proyecto claro. Estaba “por encima de derecha e izquierda”, pero no se definía en nada. Era, en definitiva, un estado de ánimo la D.C.

Esta misma falta de grandes proyectos ha sido vista como algo positivo posteriormente. Mario Góngora ha hablado de “planificaciones globales”, grandes proyectos que se trataron de imponer a la sociedad y que luego terminaron en tragedia. ¿Dónde está el equilibrio a su juicio?

Las creaciones de la CORFO o de la CAP son más bien episódicas. Si revisamos bien, el gobierno de Ibáñez es más creativo. Suyos con la Corporación del Cobre, el Banco del Estado, el Estatuto del Inversionista. Más creativo, al igual que su primer gobierno, porque ahí están Impuestos Internos, la Contraloría, la organización administrativa del país. Ibáñez era un hombre con un conocimiento increíble de la administración pública. Es muy difícil encontrar el equilibrio. Ahí hay que ser pragmático y casuístico. No se pueden dar normas generales, uno tiene que ir acomodándose a las realidades políticas y sociales. Ahora, yo no soy tampoco crítico ardoroso de los gobiernos radicales. Es muy difícil juzgarlos. Por ejemplo los gobiernos radicales aumentaron mucho la burocracia, pero si usted mira eso con perspectiva histórica, ello significó aumentar enormemente a la clase media, desproletarizar a mucha gente. Tampoco se puede decir entonces que el aumento de la burocracia fue absolutamente improductivo.

Al respecto, hay una cifra impresionante: en 1925 habían 18.000 empleados públicos, que pasan a ser 120.000 en 1950, en sólo 25 años… Aquí se ve como crece la clase media.

Exactamente. Socialmente se opera un fenómeno muy favorable en Chile, aunque todo eso trae inflación y muchas cosas. Yo soy del criterio de que este país, desde que yo nací, desde que tengo memoria, ha ido mejorando asombrosamente. El país en que yo vivo no tiene nada que ver con el país en que nací.

¿Usted tiene entonces una visión positiva de la evolución de Chile en este siglo?

Muy positiva. Mire, a mí una de las cosas que más me ha distanciado de Pinochet, psicológicamente, es su eterna crítica al pasado del país. El ha tratado de producir la sensación, en la gente joven, de que aquí las cosas o se hicieron en tiempos de Portales o en tiempos de él. Yo considero que el país ha mejorado, ha progresado extraordinariamente en todos los campos. Cuando yo era niño este era un país con una clase alta tontamente europeízada, afrancesada, que empieza a sentirse como una especie zoológica distinta. Con una clase media bastante asustada, casi hecha “sandwich”, y con buena parte de la clase media imitadora de la clase alta, que eso era lo que se llamaba el “siútico”, el que imitaba mal. Y con una masa proletaria muy atrasada. En el campo, mucha gente vivía para tomar no más, no tenía otro norte, y no sólo los hombres, las mujeres también. Los días de pago quedaban los caminos negros de gente que no alcanzaba a llegar, que se quedaba durmiendo donde caían. Y también existía una proporción enorme de analfabetos. Piense usted que la Ley de Instrucción Primaria Obligatoria estaba naciendo, es decir nació junta conmigo.

¿Se justificaría, entonces, la actitud crítica que hubo con motivo del Centenario de la Independencia?

No lo sé. El país no había tenido medios para más, porque hay que remontarse más atrás. Esta fue la colonia más pobre, la más atrasada, la más abandonada, la más disparatada de las colonias españolas. Estaba demasiado lejos, tenía indios bravos, tuvo guerra de Arauco. Era un país chiquito que empezaba en Copiapó y terminaba en el Bio-Bío y tenía a los araucanos más abajo. Los minerales eran entonces absolutamente inaccesibles. Chile tiene una minería fabulosa, pero está a 4.000 metros de altura y supone inversiones de cientos de millones de dólares. Tenía una agricultura pequeña. En el fondo, era un país condenadamente pobre… ¿Testimonios de la Colonia? El Palacio de la Moneda, que es lo mejor que podemos mostrar, modestísimo al lado de los de Perú, México, Quito… y Guadalajara. Entonces, lo que los chilenos hicieron es mucho más de lo que podía esperarse. Creo que el siglo pasado fue de un gran progreso, pero es que se partió de la nada. En la época de la Independencia había, creo, 4.000 mujeres que sabían leer y escribir. Las señoras de la alta sociedad no sabían leer ni escribir. Partiendo de esa Colonia tan atrasada, hubo un progreso enorme. Cuando uno ve retratos del Santiago de 1840 y el de 1890, es algo totalmente distinto. ¿Faltó preocupación por la cuestión social?. No lo sé tampoco. Creo que lo fundamental que había que hacer en ese momento era educar, más que todo, lo que ya era bastante empresa. Tal vez se atrasaron, yo no lo puedo juzgar, pero el país tuvo un progreso enorme. Tome en cuenta que cuando Bulnes asumió el gobierno había menos de 50 escuelas en el país; cuando salió, más de 500. Yo he sido muy hispanista toda mi vida, pero considero que los españoles por Chile hicieron muy poco. El inmigrante que vino aquí era gente muy brava, de mucho esfuerzo y que se sobrepuso, pero la Corona española no hizo nada, porque no hay fundaciones importantes como en otros países. Era un país que no les interesaba, que les dejaba pérdidas, al que había que mandarle ayuda económica todos los años, que tenía guerra de Arauco… Cuando yo era niño, las condiciones de vida del obrero de las ciudades eran atroces, el conventillo, atroz, mucho peor que la población callampa. Las piezas sin luz ni aire, con las acequias al medio del patio, sin servicios de ninguna clase, conventillos que conocía porque me llevaba mi mamá, que era de la Conferencia de San Vicente de Paul. Santiago era una aldea y Buenos Aires, que conocí el año 28, no lo era. Era como traer una persona de Achao a Santiago. El país progresó bajo todos los regímenes. La época más desordenada, la de menos progreso, es la de Allende.

Para concluir, ¿cuál era la relación entre Ibáñez y la derecha?

No había muchos contactos. La gente que rodeaba a Ibáñez no era gente militante de los partidos de derecha, de manera que muchos contactos personales no había. La relación fue curiosa. El Partido Conservador tenía su fondo ibañista, como que lo llevó a él de candidato el año 42, y no lo llevó el 52. Pero al no llevarlo, como ya le decía, la masa conservadora se fue en parte importante con Ibáñez. De manera que había algo en Ibáñez que atraía al Partido Conservador. El no tenía mayores simpatías por la derecha, pero tampoco era su enemigo. Tampoco puede usted clasificar a Ibáñez como un hombre de izquierda. Ibáñez era absolutamente personalista, creía en él, y nunca se embarcó con ninguna corriente. También dejó hacer alrededor de él al Partido Agrario Laborista, pero no se hizo agrario laborista.

¿Qué analogía podría hacer en Ibáñez y Pinochet?

Dicen que los modales pueden parecerse, pero Pinochet en la vida particular es muy distinto al Pinochet de la televisión. Es un hombre bien educado, fino, atento, con unos ojos diablones, con sentido del humor. En ese sentido pueden parecerse, pero su actuación es muy distinta. Ibáñez se caracterizaba por hablar sólo cuando había extrema necesidad, y Pinochet se ha caracterizado por hablar “para el mundo”, con gran perjuicio de él. Habla con los periodistas en los pasillos, cosa que no hace ningún Presidente de la República en el mundo, sino que dan conferencias de prensa organizadas. Los dos tienen formación militar… pero en materia de ideas, Ibáñez era un hombre mucho más estatista. No es que fuera un socialista, eran los tiempos. Pinochet es un hombre que anda buscándose los enemigos, un hombre de pelea, que siempre está atacando.

Finalmente, ¿por qué cree usted que la derecha pierde todas las elecciones presidenciales entre 1938 y 1958?

Primero que todo, por divisiones. En 1938 por una cosa un poco circunstancial: Ibáñez da su putch, fracasa, ve que no tiene ninguna posibilidad de triunfo y se pliega al Frente Popular. Por otra parte la represión del putch trajo mucho desprestigio sobre el Gobierno de Alessandri, porque fue una matanza. Así y todo se produjo una diferencia de 2 mil y tantos votos. Después, en 1942, la derecha estaba dividida. Después viene la división del 46 (Cruz Coke y Fernando Alessandri). El año 52, evidentemente los tiempos estaban para Ibáñez, el país estaba pidiendo un gobierno autoritario. Ibáñez no lo hizo, pero era lo que pedía el país.