Entrevista a D. Arturo Fontaine Aldunate

Abogado, periodista, académico, investigador, ensayista y político. Fue embajador de Chile en Argentina entre 1984 y 1987 y director del diario El Mercurio entre 1978 y 1982. Premio Nacional de Periodismo en 1975. Reconocido como un hombre con una cultura sólida de rasgos clásicos. Desde su niñez creyó estar llamado a ser abogado, porque lo habían sido su padre y su abuelo. Una persona que siempre estimó que su primer deber era ganarse la vida y atender a su familia.

Publicada en Revista Societas Nº8, 2004

Usted admite influencias determinantes en su vida. En primer lugar, la de su madre, y luego una estrechez económica que lo condicionó en muchos sentidos. ¿Qué nos puede decir o recordar de sus raíces?

La influencia fundamental que me benefició fue la de mi madre, Elvira Aldunate Novoa, ser prodigiosamente generoso y valiente, dotado de una inmensa ternura maternal a la vez que del don de la fortaleza. Quedó viuda a los 32 años del abogado Arturo Fontaine Neves, hijo de juez, fallecido el día que cumplió sus 33 años y luego de una larga enfermedad que agotó sus escasos ahorros. Vivíamos en Quilpué.

Nos habíamos instalado ahí buscando buen clima. Ella asumió el mando de la familia, trabajando día y noche para sus tres hijos. Cuando íbamos saliendo de la niñez, decidió que el ambiente de Valparaíso era restringido y que sus hijos –yo tenía 12 años-, debían desarrollarse en Santiago, de dónde provenían mis padres y sus respectivas familias. Nos trasladamos a Santiago, donde se evidenció más nuestra pobreza -era fácil la existencia en Quilpué- y comenzó una vida de mayor esfuerzo. El colegio de los Padres Franceses de Valparaíso nos acogió a mí y a mis hermanos Jorge y Raúl (hoy Pablo SS.CC.) en muy generosas condiciones. Era uno de los mejores de la ciudad y el más vinculado al sector dirigente de la ciudad. En el mismo colegio, de los Sagrados Corazones de Santiago, recibimos igual acogida.

¿Y qué otras influencias le parecen determinantes en su juventud?

La segunda influencia que anoto es la del padre Osvaldo Lira en el colegio de Santiago. Gran filósofo y teólogo tomista, un apasionado de la verdad, ejerció autoridad espiritual incontrarrestable sobre mi curso a partir del segundo año de humanidades (8° básico de hoy). Tuve el privilegio de su amistad y recibí de él, además de nociones fundamentales de filosofía, un vistazo sobre la música, la pintura y la poesía, clásicas y contemporáneas, pues la inquietud intelectual de Osvaldo Lira no tenía fronteras ni descanso.

¿Y de qué le hizo clases?

Nos hizo filosofía en quinto año de humanidades (tercero medio actual.) En la primera clase nos abrumó a preguntas de sencillez aparente pero que tuvieron todas respuestas erróneas. Así probó el profesor que sus alumnos no tenían la menor idea de nada y que eran incapaces de pesar y reflexionar. La confusión fue grande. A lo largo del año, el profesor fue aclarando las ideas y mostrando no sólo las líneas fundamentales de la filosofía escolar si no trazando un gran cuadro de la cultura clásica y cristiana.

El Padre Osvaldo estaba dotado de una cultura y una memoria prodigiosas. Al pasar, nos describía por ejemplo las grandes catedrales europeas que aún no había visitado. Explicaba en detalle la estructura, precisaba el largo, alto y ancho de cada edificación con sus dimensiones en metros. Recordaba minuciosamente las esculturas exteriores e interiores sin olvidar una exacta descripción de los pórticos, con todos sus símbolos. Todo este conjunto salía de sus labios en términos precisos y sin vacilación alguna. Algo similar ocurría en sus evocaciones de las pinturas y otros monumentos de la cultura europea.

La memoria de Osvaldo Lira era tan amplia, precisa y duradera, que, ya anciano, recordaba uno por uno el nombre de sus alumnos de todos sus largos años de maestro y no olvidaba el curso al cual pertenecía cada uno de ellos.

No he conocido en mi vida memoria como la suya ni otra que de lejos se le acercara.

Fue el formador de un gran número de filósofos tomistas desde sus clases en la Universidad Católica. Hoy algunos de ellos trabajan con brillo en la Universidad Santo Tomás. Fueron además incontables sus alumnos de colegio que actuaron en diversas profesiones y empleos conservando gratitud y admiración por sus dones y por su heroísmo intelectual. Recuerdo que un condiscípulo mío decía: “A mí Osvaldo me ponía puros unos en las interrogaciones, pero a él le debo la fe.”

¿Qué efectos produjeron las limitaciones de la pobreza en su niñez?

De un modo muy variable en nuestro caso, en que éramos tres hermanos. El menor, Raúl, fue siempre un tipo feliz y santo; siempre el primer alumno de su curso; paseador y lleno de amigos cuando correspondió; cursó con brillo primer año de ingeniería, pensando siempre reservadamente ingresar a la Congregación de los Sagrados Corazones y se fue al convento cuando calculó que nuestra madre podía resistir el golpe de su alejamiento. Mi hermano Jorge, dos años mayor que el anterior, ha sido siempre una torre inconmovible, que la pobreza hizo más fuerte y luchador aún, destacándose como primero o segundo de su curso y manteniendo el perfil ganador; en medio de los contratiempos. El caso mío fue más complicado. Tímido en la adolescencia, refugiado en los libros y melancólico. Alumno distinguido y premiado pero nunca el primero o el segundo. Ocupaba generalmente un modesto cuarto lugar en el curso, aunque destacaba por mis peroratas intelectuales.

¿Tal vez con problemas en los ramos científicos a juzgar por su innata condición humanística?

Con las matemáticas y la física me ocurrió algo característico de las inteligencias inferiores. No capté que los números y las cantidades son objetos abstractos, elementos para la medición de cosas materiales. Buscaba en ellos una cierta consistencia ontológica y una definición en palabras, un aterrizaje -digamos- en la realidad que tenía a la vista. No entendí que los números eran precisamente eso, números, y que los fenómenos registrados por la física eran y se expresan en fórmulas algebraicas constituidas por letras y números imposibles de reducir al idioma castellano claro.

Desconocía la condición abstracta o figurativa de esas relaciones. Ignoraba además el hecho de que la buena lectura y manejo de las matemáticas eran la clave de nuestra civilización actual.

¿Cómo describiría su vida personal en Santiago en esos años?

Desde nuestra llegada a Santiago, mi madre se preocupó de revivir sus antiguas relaciones capitalinas, borradas por largos años de ausencia. Visitamos, recuerdo, un número incontable de lejanos y ancianos tías y tíos, vinculados sobre todo a mi abuela y bisabuela maternas. Por ejemplo, mi mamá -con su único y duradero vestido de gala- se presentó con sus hijos lavados, lustrados, peinados y de punta en blanco, en el imponente salón de don Ismael Valdés Valdés, en su casa de calle Morandé, frente al Congreso Nacional, hoy demolida. Se trataba de una gran figura de la sociedad y de la vida pública chilenas, cuya última actuación pública fue presidir la convención que designó a don Gustavo Ross candidato a la Presidencia. Un viejito menudo, de rostro y porte distinguidos, y dotado de esa sencillez con reserva que distinguía a nuestros viejos aristócratas. Era pariente lejano de mi abuela y discreto protector de nuestra familia. Dedicaba sus esfuerzos y su gran fortuna al Patronato Nacional de la Infancia. Se ocupó no tan sólo de atender cariñosamente a mi madre sino que con paciencia nos comentó un enorme globo terráqueo que gobernaba el salón, tal vez como prueba de la adhesión al saber científico de su propietario. La visita fue una demostración de la naturalidad y bonhomía de la vieja sociedad alta chilena.

Tal vez esos contactos y la personalidad de mi madre hicieron el milagro de que, en medio de la pobreza, nos sintiéramos siempre como de paso en ella, aunque en esos tiempos debiéramos vestirnos con la ropa usada de la parentela y en su momento fuéramos a bailes de etiqueta usando frac sacado del ropero de anteriores generaciones. Nunca vi rebeldía ni resentimiento en nuestra casa sino más bien religiosidad, buen humor y esperanza. A pesar de las veleidades de la vida, fuimos siempre conservadores de sentimiento y de esa manera desafiamos sin querer el mito de que los rencores sociales surgen de la pobreza material.

¿Y seguramente la vida era algo más sobria que la actual? ¿Desde los Padres Franceses, uno de los primeros colegios de Santiago, observaba usted un nivel de vida más parejo, sin los violentos desniveles de hoy?

Chile y el mundo eran muy distintos de hoy. El Chile de 1934 a 1938 –por fijar arbitrariamente una fecha- no puede imaginarse hoy por quien no lo ha vivido. Había en nuestro país enormes distancias sociales y explosiones extremistas aisladas, pero el consenso general atribuía la pobreza a circunstancias casuales y la riqueza al trabajo propio o heredado. Las grandes diferencias sociales eran de jerarquía más que de niveles de disfrute de la vida material. Los abogados o médicos de éxito podían comer o vestir mucho mejor que nuestro popular “verdejo”, pero ambos grupos andaban a pie en provincia y en tranvía en la capital. Una economía reducida –el país no se recuperó de la trágica crisis de 1929 hasta mucho después-, la menor población, la ausencia de comodidades eléctricas y electrónicas, la concentración de la población acomodada en un solo barrio céntrico, -vecino a calles donde vivían los “maestros”: peritos en tablas, cañerías y otras necesidades caseras-, pero sobre todo la gran sobriedad de vida de los más ricos, acercaba no sólo a estos últimos entre sí sino a todos los chilenos que calzaban zapatos.

La miseria en las ciudades era mucha y cundían las enfermedades mortales en las barriadas populares, pero existía entonces poca información sobre ese drama. La pobreza campesina permanecía oculta en ranchos o en la dignidad del huaso a caballo. El marxismo actuaba violentamente en sectores salitreros del norte desde principios de siglo y la Encíclica “Rerum Novarum” del Papa León XIII había empezado a alertar a los cristianos desde los primeros decenios del siglo, pero sólo en la Universidad vine a percatarme de la llamada “cuestión social” que inquietaba ya a muchos católicos.

En el colegio yo no apreciaba diferencias económicas. El uniforme escolar es un primer nivelador generoso. Además, casi todos vivíamos en el mismo barrio. Los más pudientes en la Alameda, por el norte, entre las calles Amunátegui y Brasil, y por el sur, entre Dieciocho y República, o bien en las primeras cuadras de dichas calles. Nosotros arrendábamos casa en calle Echaurren casi al llegar a Blanco y más tarde en Sazié esquina Echaurren.

Por otra parte, las marcas comerciales y la jerarquía social entre las tiendas de ropa eran impalpables. El equipamiento de los hogares era básicamente el mismo. Sólo una ínfima proporción de familias poseía automóvil y en todo caso uno solo, el del padre de familia. Don José Ramón Gutiérrez, hombre público de gran fortuna, padre de mi gran amigo Sergio Gutiérrez, don Pancho Huneeus, padre de otro gran amigo Patricio Huneeus, y unos cuatro o cinco más en el curso, contaban con el lujo de un automóvil. Los hijos adultos hacían grandes gestiones para obtener el auto prestado el fin de semana con la intención de lucirlo en sus encuentros con las niñas. Yo por mi parte convidaba a veces a unas princesas a acompañarme en micro. No sé si otros tenían el valor de hacerlo.

Usted nombró a Sergio Gutiérrez, distinguirlo jurista y diplomático, miembro fallecido de nuestra Academia. ¿Hubo otras personas de la época de colegio que también significaron algo después?

Empecemos por Sergio Gutiérrez. Fue mi primer amigo escolar y mi amigo más íntimo de toda la vida. Me acogió como recién llegado al Colegio de Santiago con esa cordialidad tan suya. Recuerdo que nos dimos la mano a la salida de la clase. Era un muchacho adornado con las mejores cualidades: noble de corazón, siempre defensor de los débiles en los recreos, fuerte, futbolista, buen boxeador, y sin embargo sencillo, brillante alumno, envidiado por algunos y querido por los más. Poseía además un físico y una simpatía que doblegaron a las mujeres durante toda su vida, aunque fue siempre un seductor delicado, un novio respetuoso y un marido ejemplar.

Abogado sobresaliente, diplomático recordado en Argentina y en los Estados Unidos donde se desempeñó como embajador de Chile, durante la administración de don Jorge Alessandri, dejó un currículo académico envidiable: Premio Tocornal de la Universidad Católica; secretario de Ministro de la Corte Suprema al salir de la Universidad; profesor de Derecho Internacional Público; graduado y profesor invitado en universidades norteamericanas; miembro ilustre de nuestra Academia; director de la Escuela de Derecho de la Universidad Católica; autor de diversos libros, para citar alguna parte de su obra diplomática, profesional y académica.

Como estudiante, diplomático y abogado me superó siempre, pero fue extremadamente generoso en sus apreciaciones sobre mi persona y confundía su profunda amistad con los méritos del amigo.

El otro compañero de colegio que no dejó nunca de admirar fue Patricio (“Pato”) Huneeus Salas. Alumno excepcionalmente brillante en el colegio y en la Escuela de Ingeniería de la Universidad Católica, merecedor de los más altos honores, es hasta hoy un amigo incomparable. En el colegio le gustaban más los fierros que la conversación y los libros. Por eso yo no le parecía un sujeto de interés. Sin embargo, me convidó a su casa para jugar en unas complejas construcciones de Mekano que manejaba con asombrosa facilidad y que me parecían admirables pero no demasiado entretenidas. En los últimos años, trabó amistad con los libros y entonces leyó cuanto volumen llegaba a sus manos a la vez que se interesó por la cultura casi más que por los fierros. Al egresar del colegio nos hicimos muy amigos, me convidó con frecuencia a comer a su casa donde imperaba don Pancho Huneeus, de exterior distante y de mirada de acero, que aprendí a querer mucho y cuya mesa hospitalaria forma parte de lo mejor de mi primera juventud, junto con toda su encantadora y singular familia.

II

En los Padres Franceses, Ud. fue presidente de la Academia Literaria. Y hay escritos de juventud suya que ya tienen la armazón de estilo y redacción admirables de hoy, algo casi inconcebible de encontrar en nuestra educación media actual. ¿Qué cambió tan para mal en nuestra enseñanza… cómo se logra ese nivel?

Los Padres Franceses le daban la mayor importancia a los estudios humanísticos. El cultivo del buen castellano asistido por el francés suele llevar orden a la mente. En ese colegio se trabajaba con ambos idiomas. Luego se estimulaba la lectura muy amplia de libros clásicos y modernos.

En el viejo colegio de Valparaíso apareció la “Revista Escolar”, primera en su género de Chile. Después se inició la “Revista Escolar” en Santiago, que acogía informaciones y comentarios variados de los alumnos. En 1938, mi último año escolar, me tocó ser Director de la “Revista Escolar”. En el mismo año ejercí la presidencia de la Academia Literaria del colegio.

Me imaginé entonces que la afición literaria podía traer beneficios: gané un concurso literario patrocinado por la “Air France” para promover sus aviones para la travesía de los Andes. Debía presentar un trabajo en francés sobre algún autor de ese idioma. Elegí un análisis de la obra de Ernest Héllo, pensador católico del siglo XIX y crítico profundo de la Ilustración Francesa del siglo anterior. Tanto Osvaldo Lira, que me sugirió el personaje, como yo mismo, estábamos  convencidos de que se trataba de un genio llamado a perdurar en la memoria de la humanidad. Sin embargo, ni la crítica ni los lectores fueron de nuestra opinión y me parece que hasta hoy nuestro autor permanece injustamente en la sombra. El premio era generoso: un viaje en avión a Río Janeiro con escala en Buenos Aires.

El día de la partida, mi madre y sus dos hermanas que vivían con nosotros me fueron a dejar al modesto aeródromo de Colina, precaria base área inicial de Chile. El viajero y su comitiva se acercaron al pie de la escalerilla de embarque; el pasajero subió y en pocos minutos empezó a rodar la hélice con tal fuerza que pude ver desde la ventanilla que se levantaban las polleras de mis damas acompañantes como asociándose a los pañuelos y a las lágrimas abundantes que correspondían al dramatismo de este viaje supuestamente heroico de su niñito que cumplía apenas 17 años.

El vuelo con hélice y el pequeño tamaño del avión hacían mareadora la navegación. No tenía cabina altimática ni calefacción. Los tirones de la hélice se sentían en el estómago y éste acusaba aún con más fuerza los bruscos descensos que parecían llevar el avión hasta el suelo. Se abrió ante nosotros la esplendidez de la cordillera nevada que parecía al alcance de la mano. Las insuficiencias respiratorias se atendían con una manguera de oxígeno y el hielo de la altura se aliviaba con gruesas mantas acompañadas en caso de urgencia con algún trago de licor. El cinturón se mantenía apretado durante todo el viaje y los escasos pasajeros –algo de media docena- permanecían inmóviles en sus asientos, en medio de los fuertes vaivenes de la aeronave, salvo el caso de extrema urgencia en que el pasajero era ayudado a desplazarse hacia el toilette por un “stuart” de riguroso uniforme y rostro sonriente, remoto antepasado de las auxiliares que hoy atienden a los pasajeros.

Después de varias horas llegamos a Buenos Aires. Me recibió un caballero anciano uruguayo relacionado con mi familia, que tuvo la paciencia de irme a buscar al aeropuerto y pasearme por la encandilante ciudad. Dormí por primera vez en un hotel y a la mañana siguiente me embarqué para Río, con unos pocos pasajeros.

En Río me fue a buscar y me alojó Mercedes Novoa, hija de mi tío abuelo Nicolás Novoa Valdés, diplomático de carrera y Embajador de Chile en Brasil. Mercedes se casó en ese período con el abogado Sylvio Leitao da Cunha. Pareja joven con dos niños, que arrendaban un pequeño departamento y sin duda hicieron un gran sacrificio al cargar con el sobrinito venido de Santiago. Amisté con el brasileño, lo acompañé a sus diligencias judiciales y descubrí que era muy culto y lector empedernido. Mis protectores se dieron el tiempo para pasearme por Río y tomar el pulso a la capital más original de América Latina. Como vivía de la bolsa ajena, invertí los pocos dólares que llevaba en libros, en Georges Bernanos, en el ensayo de un ruso sobre Kierkegaard, en un volumen carísimo con las obras completas de Pascal, de la colección editada por la NRF, y algo más que no recuerdo.

Aquí termina mi primera aventura literaria, demostrativa de que las letras no siempre dan ganancias pero sí satisfacciones y experiencias incomparables.

Estamos hablando de una década complicada, la de los treinta. ¿Sentían ustedes en la calle la presión del nacismo o del comunismo?

Yo era el varón mayor en una casa de mujeres que trabajaban de la mañana a la noche y donde no llegaba el padre de familia de su trabajo, empuñando “El Imparcial”, vespertino de entonces, cuya lectura diaria convencía a nuestros caballeros que Chile y el mundo iban cada día peor. Salvo tal vez muy específicas y conversadas tragedias humanas, a mi casa no llegaba la inquietud política y menos la internacional. Sin duda la estremecedora guerra civil de España impresionó en mi casa y lo mismo pasó con la conciencia de la extensión y peligro del comunismo.

En el colegio debió de haber compañeros más informados que yo, pero los Padres no tocaban el tema ni recuerdo mayores discusiones políticas en los patios o en las clases.

Osvaldo era, como siempre, la excepción. En los recreos del patio de 2º y 3° de humanidades, que estaba a su cargo, mientras vigilaba con un ojo a los alumnos con el otro leía el periódico “Trabajo”, editado por el partido nacista de Jorge González von Marées. Dicho partido se inspiraba en grandes líneas en la protesta política y en la estructura organizada de los fascistas y nazis, pero no participaba en absoluto de la raíz materialista y atea de aquellos movimientos ni de sus métodos asesinos ni de sus concepciones totalitarias.

Era el “nacismo” chileno una reacción desesperada de la juventud ante la indiferencia que mostraban los partidos de derecha y de izquierda frente a la pobreza y el atraso. Lo que permitía el avance del totalitarismo marxista presentado en los lugares de trabajo, como la redención del pobre y el único remedio contra el atraso y la postración nacionales. En el periódico “Trabajo” imperaba el escritor Miguel Serrano y colaboraban otras plumas selectas. El partido reclutaba por otra parte a profesionales promisorios, entre ellos a René Silva Espejo y a su compañero un ingenioso periodista de apellido Ortúzar cuyo nombre de pila no recuerdo. La lista de militantes del partido era larga y variada. Comprendía muchachos muy jóvenes hasta gente adulta y desde personalidades del país hasta modestos obreros. Dos o tres asesinados en el Seguro Obrero el 4 de septiembre de 1938 eran egresados recientes de los Sagrados Corazones.

Creyendo que iba a reportear un combate, me instalé entre la mucha gente que, en los jardines de la Alameda frente a Morandé, escuchaba los disparos que surgían del sector de la Moneda (se trataba del edificio del Seguro Obrero, ubicado en la esquina de la calle Moneda encontrada con el palacio presidencial). Más tarde me impuse con horror que se trataba de una masacre.

Usted nos contaba que su colegio no decía una palabra sobre ese partido nacista, pero entendemos que mantenía un profesor laico que sobresalía en ese movimiento. ¿Qué puede comentarnos sobre esto?

Reitero que nunca oí a los Padres comentarios sobre política, pero es cierto que el P. Osvaldo leía “Trabajo” en público y que teníamos un profesor de química, el médico doctor Oscar Jiménez que nunca dijo una palabra sobre sus actividades políticas, pero también es cierto que en el levantamiento de septiembre de 1938 transmitía órdenes a los sublevados desde una radio secreta que se identificaba como “Pitón 10” y que en su laboratorio químico particular preparaba explosivos para las acciones más atrevidas del movimiento. Era muy despierto y bondadoso, con gran corazón para sus alumnos y, en el Colegio, sólo se concentraba en la química. Durante las Administraciones de Ibáñez y Allende desempeñó respectivamente la Subsecretaría y el Ministerio de Salud.

En su casa no se hablaba de política, pero tal vez algo comentaban los alumnos sobre la guerra civil de España y sobre la actividad del Frente Popular que en Chile conquistó la Presidencia cuando usted cursaba su último año escolar.

Efectivamente se comentaban las operaciones de la guerra así como se relataban las audacias callejeras de los nacistas chilenos, pero a lo menos yo no tuve claro el cambio de época que ya se vivía en los umbrales de la Segunda Guerra Mundial.

Recuerdo sí que Osvaldo Lira y sus amigos del grupo “Estudios” que solían visitarlo reprobaban el carácter de cruzada católica que los franquistas daban a la guerra civil. En toda esa generación católica influía el criterio de Maritain que afirmó la inexistencia de la llamada cristiandad y el nuevo destino de los cristianos contemporáneos de cooperar a la construcción “humanista” de la sociedad, inspirada en los valores sociales evangélicos pero laica en sustancia. La izquierda católica francesa se opuso con apasionamiento al “franquismo” desde diversos puntos de vista -incluido el de Maritain- bajo el cargo de que era una especie de diablo vendiendo cruces. Eso influyó en muchos jóvenes intelectuales sin dejar indiferentes a Osvaldo Lira y su grupo. Es de observar que, mientras el sector mencionado estaba en una línea anticonservadora y maritainiana, los futuros falangistas y “humanistas cristianos” militaban en el partido conservador y eran resueltos partidarios del franquismo. El tiempo y las experiencias de cada movimiento cambiaron absolutamente los papeles.

III

Uds. entraron a una Universidad Católica muy pequeña entonces, dos o tres mil alumnos… ¿Quiénes los influyeron allí?

Recuerdo con especial admiración a Don Roberto Peragallo, Ministro de la Corte Suprema, y mi profesor de Filosofía del Derecho y de Derecho Penal. Católico profundo, era muy sabio y de talento notablemente original. Quienes fueron sus alumnos recordaron toda su vida las frases epigramáticas llenas de sabiduría y humor. Don Roberto era una lección viviente que mantuvo su lucidez genial en plena ancianidad.

Otro gran maestro fue Don Pedro Lira Urquieta, abogado brillante, poseedor de una rica cultura jurídica y literaria, cuyo sentido clásico se reflejaba en su lenguaje, rico, preciso y elegante, como testimonio de sus vastas lecturas clásicas. Fue Director de la Escuela en los últimos años de mis estudios y tuve el singular honor de ser Secretario de la Facultad en el período del Director Lira Urquieta.

Y ¿Cómo era la vida de esa Universidad entonces?

La Universidad Católica de mi tiempo era su Rector, don Carlos Casanueva. Sacerdote Santo, abogado y hábil político. Fiel a su tiempo, veía la Universidad como un vivero de abogados, ingenieros, políticos, hombres influyentes en el Estado y la sociedad, que defendieran los principios y objetivos de la Iglesia en Chile. Su humildad y su pobreza tanto en el vestir como en el vivir eran proverbiales. Como Rector de una universidad menos extendida que la de hoy, era cercano a los alumnos, visible en los patios y cuya gran memoria le permitía conocer a los alumnos y designarlos por su nombre. Recuerdo que me escuchó una palabras de acogida a los alumnos de Primer Año, que debí pronunciar en una ceremonia de recepción. Hube de caer en sus brazos en señal de felicitación efusiva, y desde entonces no se olvidó más ni de mi persona, ni de mi nombre, ni de que mi abuelo fue hasta su muerte profesor de derecho procesal en la Universidad. Iba todos los sábados después de almuerzo en un bus hasta una población obrera presidiendo la visita de algunos alumnos a casas humildes, según la regla de las conferencias de San Vicente de Paul. A veces me ofrecía asiento a su lado. Preguntaba detalles sobre la vida universitaria y la Escuela de Derecho. En plena conversación se quedaba dormido para recuperar el sueño perdido en sus largas vigilias de trabajo y oración. Luego de algunos minutos retomaba la charla en el punto en que la dejó, sin dar señales de modorra, lo que no era inconveniente para que volviera a dormirse y despertar con el mismo ritmo. Su preocupación intensa por la abogacía y la política no le impidió crear una escuela de medicina y un hospital clínico modelos así como atender las demás necesidades de la sociedad.

Un día coincidí con él a la salida de la Universidad y lo acompañé a pie por la Alameda hasta las Agustinas. Yo estaba en mi quinto año. En un ambiente de confianza, me defendió el partido conservador y, sin recomendarme que ingresara a él, me aconsejó no olvidar que “la verdad es una sola” y que por eso “la ortodoxia católica es también una sola”, y según sus palabras esa misma unicidad debía aplicarse a la política. Uno debía sacar la conclusión: “ergo”, el católico tenía que ser conservador.

Un gran profesor de impresionante arrastre entre los alumnos fue el abogado e historiador Don Jaime Eyzaguirre. ¿Qué puede contarnos sobre él?

Por su importancia decisiva, había dejado esta personalidad para el final. Fui presentado a él por Osvaldo Lira a quien visitaba con cierta frecuencia y que era uno de sus admiradores más entusiastas.

Seguí sus clases de Historia del Derecho, tan amenas como formativas. Tuve el honor de ser su ayudante. Fue más que un amigo, un maestro, un protector y un benefactor. Y mucho más que un profesor de Derecho.

Tenía un trato sencillo con los estudiantes. Sus comentarios chispeantes y su locuacidad despertaban enorme interés a la vez que alzaban la barrera de la relación jerárquica profesor-alumno. Siempre al aire con un sombrero de fieltro, detalle que le daba distinción y protegía su creciente calvicie, vestía con sobriedad pero irreprochablemente. Desde lejos se advertía su procedencia aristocrática “de estirpe castellano vasca”, como diría don Francisco Encina. Me enseñó su ramo, pero además me incitó a una vida espiritual. Si Osvaldo Lira había empezado la “conversión” y la reverencia ante el mundo medieval y clásico, Jaime me mostró el sentido de la cultura hispánica. Y no sólo eso: me dio a conocer la renovación litúrgica de inspiración benedictina, surgida en la Abadía normanda de Solesme. El pensador alemán Romano Guardini escribió libros preciosos sobre el misterio de la liturgia. Dicho movimiento, puramente cultural como se diría ahora, tuvo enorme trascendencia: abrió los altares al pueblo católico. Éste había asistido a los actos de lejos, sin sospechar su significado y sin entender por qué iba a Misa si no fuera por un mandamiento que obligaba bajo pecado a asistir cada semana a una ceremonia en el templo. La renovación litúrgica inició una renovación espiritual de los fieles, que pudieron repetir con el sacerdote sus plegarias y entender cada uno de los actos que se desarrollaba en el altar. El movimiento litúrgico divulgó el uso del misal entre los laicos y me parece que ha sido la raíz de la apertura actual de la liturgia, en que el sacerdote da la cara al público y éste participa en la ceremonia. El movimiento litúrgico puso a los fieles en contacto con lo que sucede en el altar y dio a conocer al mismo tiempo el tesoro de arte y de teología que la liturgia contiene.

Jaime Eyzaguirre me invitaba al fundo San Jorge, que la familia izquierdo, de su mujer, poseí en Nos. Conocí a la familia, en especial a su notable suegra misiá Sara Izquierdo, dotada de un cierto don profético, a las hermanas solteras Philippi Izquierdo y a Julio, el hermano mayor, gran jurista.

Para mí, visitar a la familia Philippi en su mundo propio fue como entrar a un monasterio, pero con las comodidades y refinamientos que podía ofrecer una familia muy distinguida. Me hice adepto del misal de los fieles y me incorporé a una espiritualidad más alta y exclusiva que la espontánea que admitían mi natural inquieto y mis apetitos. Creo que le di a Jaime por eso muchos malos ratos.

Entre tanto, obtenía la licenciatura en derecho y preparaba la memoria de prueba, que logró nota máxima y que publicó la Universidad en una colección, con el ahorro consiguiente de editarla por mi cuenta.

¿Y cómo nació su vocación por la ley, por el derecho?

Desde mi niñez me creí llamado a ser abogado. Lo habían sido mi padre y mi abuelo.

No había por lo demás en ese tiempo otra carrera humanística de categoría para los católicos que la de Derecho. El admirable Instituto Pedagógico me parecía dominado por el laicismo y la Universidad Católica se concentraba en las carreras tradicionales.

Probé mi vocación con el enorme esfuerzo que me significó el seguirla. Durante mis primeros años, fui dactilógrafo en una sección del entonces Seguro Obrero, cuya jornada se extendía de 13 a 19 horas. Las clases universitarias se iniciaban a las 8.30 y terminaban a las 12.30 ó 13 horas, o algo después. Así, el horario total de trabajo se extendía en números redondos a 10 horas, con los minutos de tolerancia que me daban en el empleo y los que me concedían los profesores.

Este horario no daba mucho para el estudio individual, razón por la cual no tuve en algunos ramos los resultados que deseaba.

Recién en 4° año pude aliviarme. Fui secretario de Jaime Eyzaguirre en la editorial “Difusión” y secretario de la Escuela de Derecho.

En cuanto a la vocación, me influyó bastante la personalidad de Julio Philippi, que no me tocó como profesor regular. Él impartía un seminario de casos jurídicos, en el cual ejercí como ayudante. Philippi lucía ahí sus condiciones: profundo conocimiento jurídico, claridad de exposición, habilidad para elegir los casos prácticos y formularlos en forma precisa, talento didáctico y aptitud para despertar el interés de los alumnos. Su estilo de abogacía me pareció digno de admirarse y de seguirse, aunque fuera de lejos.

IV

¿Qué vivencias juveniles le vienen a la mente respecto de gobiernos corno los de Alessandri Palma, Aguirre Cerda o Ríos?

De don Arturo Alessandri Palma tengo recuerdos visuales. Con frecuencia, observaba su paseo cotidiano después de medio día. Bajo, ancho de espaldas y recio de aspecto, con su famosa nariz gruesa y colorida en contraste con una palidez notable en el rostro que heredaron sus hijos. Traje oscuro, sombrero de fieltro también oscuro, algo inclinado de espaldas. Reposaba en ellas su bastón sostenido con ambas manos.

Lo acompañaba Waldo Palma, Director de Investigaciones o algún otro personaje. Conversaba con calma y era escuchado con servicial atención. Su personal de seguridad consistía en un solo carabinero aburrido que caminaba cinco pasos detrás de él. La caminata empezaba en la Moneda y terminaba en la esquina de Alameda con Brasil.

De su Gobierno poco recuerdo directamente. La gran obra republicana de aquel Presidente se veía opacada a los ojos de la juventud por su final. La tragedia del Seguro Obrero fue demasiado estremecedora y sus detalles horribles. Un muchacho como yo había aprendido a temer a la izquierda y la guerra civil de España estaba muy presente, pero uno se sentía imposibilitado de adherir a un régimen que tan nerviosa e irresponsablemente quiso evitar un supuesto derrocamiento. Por otra parte, la situación social no era buena y la propaganda del Frente Popular muy activa para excitar el descontento.

El advenimiento del Frente Popular provocó en los sectores sociales superiores la consabida alarma total pero pasajera, que conocimos después con el triunfo de la Unidad Popular.

Pero nuestro criollo Frente Popular no tuvo ninguna semejanza con la revolucionaria unidad Popular, que hoy se suele recordar dulcificada.

Don Pedro Aguirre Cerda, elevado después de su muerte a símbolo de la izquierda, era un negrito, sonriente, que parecía más liviano que sus antecesores, aunque ostentaba obras y grados académicos. Su calidad de radical y masón no lo separaba de sus ancestros y familiares con tradición ni de su calidad de “terrateniente” y viñatero.

Como gobernante se mantuvo fiel a sí mismo, tolerante, bondadoso, manejó en medio de vicisitudes una combinación política heterogénea y unos apetitos electorales y de lucro explicables.

Le tocó en los primeros meses de su gobierno el terremoto mal llamado de Chillán y que provocó además el virtual derrumbe de Concepción.

El sismo ayudó a instaurar un moderado socialismo de Estado a través de las corporaciones de Reconstrucción y Fomento fundadas como una sola el mismo año 1939. Y los partidos de izquierda, especialmente el socialista, se expandieron en la reconstrucción y algunos de sus militantes lucraron con los auxilios. El Ministro de Salud, doctor Salvador Allende, se lució en el sur al dirigir el socorro de las víctimas. Como trofeo de su victoria médica, el doctor Allende conquistó a la buenamoza enfermera voluntaria socialista doña Hortensia Bussi y tras no mucho tiempo se casó con ella.

El período de don Pedro Aguirre Cerda fue más conservador y manso de lo que se temía. Ello contradijo mi primera impresión personal. En efecto, un conato de rebelión militar ocurrido casi al empezar esa Administración provocó la salida a la calle de las huestes uniformadas socialistas. Vi desfilar una parte de ellas frente a mi casa, entonces en calle Alonso Ovalle, y quedé espantado: vociferaban consignas extremistas, alzaban los puños y luego exhibían unos bastones aparentemente destinados a aplastar a los ricos y a sus servidores (entre estos últimos me incluí yo temerosamente).

El gobierno de don Juan Antonio Ríos dio nuevos pasos hacia la derecha.

Desde el primer momento designó ministros de la derecha liberal, como don Luis Matte, Ministro de Economía. El respeto de ese Gobierno por la propiedad privada establecida no fue obstáculo para que montara una gran burocracia a través de entidades fiscales y semifiscales que percibieron cuantiosos recursos del país. Las cajas de previsión y otros institutos semifiscales formaron parte de este aparato. El incremento constante del gasto fiscal iniciado entonces no enriqueció a nadie y mantuvo sueldos públicos modestos, pero la extensión del Estado constituyó uno de los factores de la inflación creciente que encogió por largos años a la economía chilena.

El acontecimiento clave para muchos jóvenes de la época de Ríos fue la forzada ruptura de Chile con el Eje (alianza de Alemania, Italia y Japón, básicamente) y por tanto el abandono de la histórica neutralidad. Paso que se dio contra el deseo del Presidente Ríos y contra la política de su Canciller don Ernesto Barros Jarpa, que renunció a su cargo para no firmar la ruptura. El hecho era trascendente porque asociaba a Chile a la política de los Estados Unidos, potencia cuyos intereses iban mucho más allá de este hemisferio. En la medida de nuestras fuerzas, la Revista “Estudios”, creada y dirigida por Jaime Eyzaguirre, dio una gran batalla a favor de la neutralidad. Políticos ilustres se pronunciaron en el mismo sentido. Hubo grandes manifestaciones juveniles en favor de la neutralidad, pero todo fue inútil. El gobierno debió ceder a las presiones del exterior y a la campaña violenta y amenazante desatada por los comunistas que capitaneaban ideológicamente a la izquierda.

Por años lamenté esta derrota chilena, pero la experiencia me ha indicado que el hecho era inevitable y correspondía a la dialéctica de la expansión imperial de nuestro Buen Vecino, expansión que afecta de un modo u otro a todo el mundo.

V

Pero ahora detengámonos en su primera actuación de vida pública: presidente del Centro de Derecho de la U.C. ¿Quién lo apoyó o contra quién fue electo?

El competidor fue un estudiante falangista (DC) cuyo modo de ser y apariencia física recuerdo perfectamente, pero cuyo nombre he olvidado como tantos otros. Siempre en la Universidad tuve una línea básicamente anti demócrata cristiana y de corte nacionalista. Formamos un grupo independiente que estaba inspirado en Jaime Eyzaguirre y se caracterizaba por su confesión hispanista.

¿Y los conservadores no tenían candidato?

No. Votaron por nosotros. Como vicepresidente, llevábamos en la lista a Juan de Dios Vial Larraín, alumno brillante de tercer año y conservador. Entonces la gente más modesta decía “yo no voto por un Vial, pero en fin, vas tú que eres Fontaine no más”, y votaba por nuestra lista. Con los conservadores teníamos buena amistad, pues contábamos con amigos y adversarios comunes. Un día Carlos José Errázuriz (después diputado conservador), huaso colchagüino, con gran talento e ingenio, describió afectuosamente a nuestro grupo como “unos huevones sueltos con ideas propias”.

¿Por qué en un momento en que era tan fuerte la presencia de los partidos, pudo ser elegido una persona como Ud. definido como Independiente?

Efectivamente, los partidos -la Falange, el conservador- eran importantes, pero no tanto dentro de la Universidad. El primer Presidente de la FEUC fue José Piñera Carvallo (padre de José, Sebastián y Pablo) que en ese momento no era miembro de la Falange. Más tarde presidieron también la Federación los independientes Sergio Gutiérrez y Gabriel Cuevas.

Si los partidos políticos no hacían la diferencia capital, ¿Qué los dividía o los enfrentaba a Ustedes en ese tiempo?

Creo que la Guerra de España, y luego la Segunda Guerra Mundial, que se declara el año 39, mi primer año de Derecho. Ahí estaban, entonces, los “fascistas” y los “no fascistas”. Todos teníamos honesta convicción de que estábamos defendiendo a Chile. Leía con verdadera devoción. “La Semana Internacional” (órgano partidario de Alemania.) En el fondo éramos germanófilos, pero no las teníamos todas con nosotros, por resistencia de cristianos al nazismo de Hitler. Separábamos pues la causa alemana e italiana de sus jefes transitorios, Hitler y Mussolini, del racismo y el totalitarismo.

¿O sea, lejos importaban más los hechos terribles que sucedían en el mundo?

Entreveíamos en esos hechos terribles un cambio de época. Temíamos el imperialismo mundial de Moscú y no estábamos contentos con la alternativa: el imperialismo mundial de EE.UU. Por otra parte, los falangistas e independientes teníamos en común el afán de resolver la cuestión social. Pero nosotros nos distanciábamos también de los partidos, porque veíamos a la universidad como un universo propio, cuyos miembros debían mirar el mundo y aún la política en una perspectiva académica que excluía los bandos partidistas cuya misión propia era competir por el poder político. En suma, la línea nuestra se asemejaba al gremialismo que lideró Jaime Guzmán.

VI

¿Fue Estudios el primer sitio donde Ud. escribió con regularidad?

Sí, pero era más bien un ayudante que un redactor. Estudios tenía gran peso. Los redactores notorios eran Armando Roa, Mario Góngora, Julio Philippi, Osvaldo Lira, Rafael Gandolfo, Roque Esteban Scarpa, el nicaragüense Ycaza Tijerino, Alfredo Bowen, Ricardo Cox Balmaceda…

El alma de Estudios era Jaime Eyzaguirre, ¿no es cierto?

En efecto, el fundador de la revista Estudios fue don Ricardo Salas, un distinguido, culto y piadoso caballero, que tuvo la buena idea de nombrar a Jaime Eyzaguirre director y editor, quien adquirió más tarde la propiedad de la revista, propiedad que era una carga y no una fuente productiva. Jaime encaraba la revista con heroísmo verdaderamente increíble. Hacía clases en el Liceo Alemán y en la Universidad, era profesor en varias partes para vivir estrechamente y editaba esta revista que se vendía poco, aunque era de gran categoría y elemento de profunda influencia espiritual e intelectual. No había número en que no se leyera, o una exposición profunda sobre algún asunto público desde el punto de vista católico, o diversos análisis originales de carácter filosófico, histórico, teológico o literario dignos de cualquier gran revista de alta cultura en el mundo, o colaboraciones extranjeras de maestros del pensamiento.

La revista tuvo una acción formadora enorme. En Estudios había mucha cercanía de pensamiento y además respeto por las notables cabezas allí reunidas.

¿Ud. Escribía en la sección de actualidad, que se llamaba “Signos del Tiempo”?

No, lo hacía Jaime. Lo que recuerdo es haber escrito varios editoriales sobre la neutralidad en la guerra, y un artículo muy malo -debo decir que Jaime tenía una barra conmigo verdaderamente injusta por así decirlo, pero en verdad conmovedora- que publiqué acerca del progresismo, apuntado en especial a la Falange.

¿Qué era exactamente Difusión?

Una editorial católica argentina de carácter comercial que producía libros populares sobre temas de fe o de entretención sana. Buscando instalarse en Chile trataron con Julio Philippi y éste les recomendó a Jaime Eyzaguirre. La colaboración humana y profesional no fue fácil entre un gerente argentino bondadoso, pero especialista en el libro barato y en las portadas llamativas, y el gusto selecto de Jaime. Como en todos los asuntos de gobierno, hubo transacción, y Eyzaguirre mostró más ductilidad de la que uno hubiera imaginado. Con todo, el grueso de lo publicado en Chile, a diferencia de lo importado desde Argentina, era del gusto de mi profesor y jefe. Como parte de mi trabajo, traduje del francés “La última en el cadalso”, una genial novela de Georges Bernanos. Después se dio la versión teatral con el título de El Diálogo de las Carmelitas.

VII

¿Qué nos dice sobre su inesperado viaje a España?

Mientras estoy en el período de práctica profesional para recibir el título de abogado, recibo de Jaime Eyzaguirre otro gran regalo. A principios de 1946 vino a Chile una delegación de la juventud católica que organizaba en España un congreso de “Pax Romana”, entidad internacional católica europea que se preparaba para afrontar la dura post guerra mundial, comenzada en 1945. Los visitantes españoles –presididos por Alfredo Sánchez, que muchos años después sería Embajador de España ante la Santa Sede- buscaban delegados en dos fuentes, el Arzobispado de Santiago y Jaime Eyzaguirre, ya conocido y apreciado en España. El Arzobispado propone jóvenes vinculados a la Acción Católica como Domingo Santa María Santa Cruz, todos incorporados o afines a la Falange Nacional (después Democracia Cristiana (DC). Por su parte, Jaime Eyzaguirre sugiere a un grupo afín a sus ideas hispanistas. Elige a Jorge Prat, al arquitecto Jaime Sanfuentes, a Gabriel Cuevas (joven filósofo), a Julio Icaza Tejerino, escritor nicaragüense, residente en Chile, y a mí. Todos viajamos juntos a España en compañía de académicos y universitarios argentinos, uruguayos y brasileños.

Nos embarcamos para España en julio de 1966, en el vapor “Cabo de Hornos”, que salió de Buenos Aires rumbo a Lisboa. Se trataba en mi caso de un privilegio otorgado por Jaime a un individuo sin posibilidad alguna de viajar a Europa, y que tienen poquísimos chilenos: viajar a Europa en la inmediata postguerra. (Debo recordar aquí a mi amigo el poeta José María Souvirón, que se desvivió hasta obtener para Gabriel Cuevas y para mí, los recursos mínimos para realizar el viaje). Fue tal la curiosidad que despertaban las noticias de España, París e Italia, que a la vuelta me solicitaron varias charlas públicas sobre este acontecimiento. Recorrí todas las regiones de España y visité sus principales ciudades. Como botón de muestra, el 11 de julio de 1946 me encontraba en Pamplona, para la fiesta de San Fermín, y el día 12 corrí los toros con el primitivismo de cualquier campesino navarro. La fiesta era entonces una singularidad regional y no una curiosidad turística. En España viajé como becado con privilegio mientras que recorrí Génova, Roma, Florencia, Venecia y París como viajero bastante desvalido.

Instalado en Madrid o viajando fuera de la ciudad, conversé mucho, oí incontables opiniones, vi monumentos, paisajes, gente dignos de admiración y tuve una impresión indirecta de la magnitud de la destrucción provocada por la guerra civil.

A través de Juan Carlos Goyeneche, escritor argentino que residía en España desde la guerra y que era el forjador de nuestra visita a España, tuve contacto con destacadas personalidades españolas, como el Ministro Carrero Blanco, el Embajador José María Areilza, el Ministro Castiella, Pilar Primo de Rivera, el novelista Camilo José Cela, el poeta Vicente Aleixandre, y varios otros más. Divisé a Franco varias veces y en el palacio del Pardo nos dio audiencia con varios delegados a nuestro Congreso. La del Caudillo no fue entrevista sino discurso, como era su costumbre tal vez para protegerse de preguntas indiscretas: su discurso, pronunciado con voz aguda y monótona, señaló y denostó a sus peores obsesiones: el comunismo y la masonería. En el palacio me contaron confidencialmente que por esos días el Pretendiente a la Corona, don Juan de Borbón, residente en Portugal, había sido citado a una entrevista con Franco a la cual concurrió despectivamente en tenida de cazador y no de frac como era la etiqueta del caso, motivo por el cual se le dio con la puerta en las narices.

¿Cómo se presentaba el catolicismo en España por esos años?

Se nota una impresionante afluencia de gente a las iglesias en Madrid, en cualquier día y a cualquier hora. Conocí personas de fe profunda, pero es posible que para muchos que perseguían o defendían posiciones públicas, la religión católica se viviera más como religión de Estado que como experiencia personal. En la Falange Española había gran variedad de posiciones, desde la literalmente fascista, hegeliana, incrédula y totalitaria, hasta la de católicos sinceros cuya conducta arraigaba en lo más profundo de la esencia y tradición de España. En el clero católico pude advertir superficialmente ciertas adhesiones ciegas a Franco que contrastaban con disidencias confidenciales, aún de sacerdotes que ejercían su ministerio en las filas de las juventudes falangistas. En todo caso, en un sistema carente de libertad de expresión como el de España entonces, siempre será difícil distinguir las actitudes sinceras de las simuladas y el viajero entra más en contacto con personalidades oficiales, o con empleados de tiendas u hoteles que dirán siempre lo que estiman grato a su cliente.4

¿Qué sintió usted de vuelta a Chile?

El viaje me produjo no sólo una impresión inolvidable sino que causó un cambio profundo en mi manera de ver y sentir.

Don Germán Vergara -otro amigo generoso de quien no debí olvidarme- decía que en España él había perdido “el pelo de la dehesa”. Es decir había dejado de ser un potrillo apocado y salvaje.

Algo semejante, guardando las proporciones, me ocurrió a mí. Volví más crítico de mi cerrado medio local y sentí que existía un mundo mucho más amplio, variado y controvertible que el que había tenido a la vista. En vez de vivir como un frustrado y pecador aprendiz de monje, me volví hacía la política y hacia el periodismo, abandoné la timidez y me hice un ser sociable hasta cansar al prójimo.

Jaime Eyzaguirre percibió el cambio tal vez mejor que yo y cuando le dije que proyectaba escribir para la revista “Estanquero”, recién fundada por Jorge Prat, me manifestó que era incompatible la entrada en política contingente -como juzgaba mi ingreso al grupo estanquero- con las tareas de la revista “Estudios”, que suponían una total independencia política. Pero con el desahucio de “Estudios” vino el doloroso desahucio de la amistad de Jaime. Despojado de aquella corona y perdida la amistad profunda de Jaime -que siguió siendo amable pero con cierta distancia- no supe o no pude expresarle nunca como se merecía mi gratitud por su generosidad y grandeza de alma.

VIII

Entendemos que usted regresó de España a fines de diciembre, entonces ya había sido elegido Presidente don Gabriel González ¿cómo reaccionó ante ese acontecimiento?

Llegué al país cuando González Videla era Presidente. El Radicalismo, que encabezaba la combinación en el poder, había entregado la candidatura presidencial al abanderado de la izquierda extrema dentro del partido, don Gabriel González Videla. Éste derrotó en las elecciones de noviembre a la derecha dividida por la escisión interna del partido conservador, entre una corriente de derecha liberal, que representaba don Fernando Alessandri, y una conservadora socialcristiana – falangista que lideraba el doctor Eduardo Cruz Coke.

El nuevo Presidente designa a comunistas en ministerios y otros puestos claves del Gobierno, en cuyo primer gabinete figuran radicales y liberales.

La nueva posición clave de los comunistas en la política y la colaboración de liberales en este cuadro reforzó la evidencia de que se necesitaba una publicación derechista combativa, que luchara contra el peligroso adormecimiento moral e ideológico del momento.

¿Cómo se formó la revista “Estanquero?”

Al volver a Chile, encontré a “Estanquero” ya nacido. Su creador, editor e inspirador era naturalmente Jorge Prat. Estaba designado director Rafael Valdivieso, abogado y periodista, de participación destacada en el diario vespertino “El Imparcial”. Jorge Castillo era el gerente. Se desempeñaba como subdirector Clemente Díaz Vergara, hijo de don Clemente Díaz, ex Director de El Mercurio. Clemente era el más reportero de la plana mayor.

Esa Gerencia de Jorge Castillo en “Estanquero” ¿significaba que COPEC estaba detrás?

No tengo ni la menor idea sobre este punto. Sé que Jorge Prat, Rafael Valdivieso y Jorge Castillo eran muy amigos y siempre la amistad y coincidencia política los había reunido.

Ahora, que estuviera o no “detrás ” COPEC u otra compañía no influía en la línea de la revista cuyo objetivo anticomunista podía agradar a empresarios que pensaran en el interés a largo plazo, pero no dejaba de ser comprometedora para los intereses comerciales del momento.

¿Y qué significaba “Estanquero?”

Era un semanario ilustrado de actualidad, que trataba de adaptarse al formato de “Time”, y que se distinguía por su carácter combativo y denunciante. Colocado en abierta oposición al Gobierno del Presidente González, perseguía con encono cualquier falla o debilidad del oficialismo.

Especial ataque recibían los elementos comunistas o procomunistas, pero no escapaban de la artillería los sectores de la derecha que mostraban blandura o colaboraban con la política de los comunistas.

La revista cultivaba el género informativo en su variante interpretativa. Así pues con un estilo incisivo o con una toma fotográfica intencionada provocaba la rabia o el temor en sus víctimas.

Era inevitable tal vez que el reporteo no fuera siempre estrictamente profesional y que las fuentes (casi siempre reservadas) pudieran carecer de imparcialidad.

Además de Jorge Prat y Rafael Valdivieso, que encabezaban la revista, y de Clemente Díaz que aportaba su agilidad y su pasión, se contaba con los siguientes colaboradores: diseñaba las portadas Alberto Cruz Covarrubias, alma ya entonces de la Escuela de Arquitectura de la UC Valparaíso y eran colaboradores permanentes u ocasionales Salvador Valdés Morandé, Juan Luis Sanfuentes, Sergio Gutiérrez, Ricardo Astaburuaga, Tomás Eastman y otros.

La revista tenía aciertos y cometía errores graves. Una que otra pluma excedía los propósitos de Prat al hostigar a ciertos hombres públicos sobre la base de presunciones. Presumo que algún redactor dejaba salir un cierto resentimiento, con el pretexto de criticar a los blandos con los comunistas.

A poco andar, tomé a mi cargo una pequeña columna de opinión, sin firma como casi todos mis artículos, que fue la antepasada de mi trabajo en “Semana Política” del Mercurio.

¿”Estanquero” parece haber sido muy independiente frente a la Derecha?

La revista podía considerarse de extrema derecha. El magnetismo de Prat reunía a gente diversa. Desde moderados como Valdivieso hasta críticos extremados corno Díaz Vergara. En todo caso, los hostigados por la revista eran la izquierda y aquellos elementos conspicuos de los partidos de derecha que en ese momento se mostraban conciliadores con los comunistas.

Ahora, viendo las cosas con la distancia del tiempo, ¿podían esos políticos liberales hacer otra cosa mientras en el mismo momento la derecha estaba fagocitando en silencio al Frente Popular? ¿No facilitó aquella táctica el cambio brusco del Presidente González Videla que, entre otras peculiaridades, llevó a don Jorge Alessandri al Ministerio de Hacienda?

Precisamente aquel cambio nos llevó a exaltar al señor Alessandri, como futuro Oliveira Salazar dejando un tiempo en paz a los blancos preferidos de la revista.

¿Ud. permaneció en la revista hasta el fin de esa publicación?

No. Exigencias profesionales y proyectos matrimoniales me obligaron a abandonar la revista en 1950. En 1951 me casé con Valentina Talavera, ser incomparable y formadora de nuestros siete hijos.

¿Cómo fue ese famoso artículo “los cadáveres políticos” que maltrató a los dirigentes de la derecha que acababan de perder la elección frente a Ibáñez?

No me pareció bien. Yo estaba lejos de la revista y no había participado en la campaña de Ibáñez, aunque tenía simpatía por su causa y dentro de mi familia política y relaciones figuraba como ibañista. Por eso, mi concuñado Ladislao Errazuriz, decisivo participante en la “fagocitación” ya recordada, me miró con severidad al imponerse de la publicación y pareció decirme como César, “tú también Brutus”.

IX

¿Y por qué esa decisión de dedicarse integralmente a la abogacía y abandonar lo periodístico y lo público?

Su pregunta cae en uno de los puntos inexplicables de mi vida. En efecto, siempre estimé que mi primer deber era el de ganarme la vida y atender a la familia. Por eso sentía remordimiento en tareas cuyo mejor salario parecía ser la ambición, sobre todo cuando eran gratuitas, como “Estanquero” o de rentas insuficientes como las altas funciones públicas. Cuando he desempeñado dichas ocupaciones “desinteresadas”, ellas consumían gran parte de mi tiempo útil. Nunca aprendí a conciliar aquellas responsabilidades con un cuidado razonable de mis intereses económicos.

Ud. no encontró cabida en los partidos que entonces existían…

No. Las influencias de la revista “Estudios” y la experiencia de España me hicieron por mucho tiempo un crítico, las más de las veces injusto, del partidismo chileno.

Se ha reconocido siempre en usted una cultura sólida de rasgos clásicos. Ello le ha permitido, sin conocimientos especializados, manejarse en muchos campos con naturalidad. ¿Cómo se formó esa cultura?

Lo que usted llama bondadosamente mi cultura clásica resulta de la improvisación, acompañada de enorme curiosidad y de muchas lecturas.

Inicié el proceso a los 15 años leyendo El Quijote, obra que releído muchas veces y la última fue el año pasado.

En filosofía me he deslizado por Santo Tomás Aquino, San Agustín, Platón, Aristóteles, Descartes, Kant, Schopenauer, Nietzsche, Scheler y otros.

En historia y literatura tengo otro largo recorrido: Shakespeare (en traducción castellana), Homero, Esquilo, Sófocles, Virgilio, Dante, Baudelaire, Lope de Vega, Quevedo, Calderón, Neruda, Cernuda, Pérez Galdós, Balzac, Zola, Barros Arana, Eyzaguirre, Encina, Guardini, Chesterton, Mann, Bernanos, Gide, “Mil y Una Noches”…

En política, Aristóteles, Vives, Hobbes, Maquiavelo, Montesquieu, Rousseau, Maeztu, Weber, Schmidt, Alberdi… La Biblia ha sido mi mejor maestra…

Y la enumeración podría seguir por más largo tiempo.

Alguien dijo que la cultura es lo que queda en el espíritu después de olvidar todos los libros.

El dicho parece defender la cultura suelta, no libresca, la con estilo, buenos modales e imaginación.

Por ahí debe andar la respuesta a su pregunta.

X

Cuando usted asume la subsecretaría de Hacienda en el gobierno de Ibáñez ya se había desprendido de ese mundo de inquietudes en torno a lo público. ¿Por qué volvió a ello?

El asunto me tomó de sorpresa. Trabajaba en mi estudio sin pensar para nada en acercarme al Presidente Ibáñez. Apenas asume el gobierno, tengo un llamado telefónico del Subsecretario de Salud, doctor Oscar Jiménez, mi querido profesor de química a quien no trataba desde los tiempos de colegio. Me propone de sopetón y sin esperar respuesta el cargo de Fiscal del entonces Servicio Médico Nacional de Empleados. Yo balbuceo en el teléfono, alego que no sé nada ni de previsión ni de legislación médica y mi amigo estima que he aceptado y la noticia aparece horas después en los diarios de la tarde, junto con numerosas otras designaciones. Para mi sorpresa, ello causa la alegría de mi conservador suegro don Hernán Talavera que me insta a afrontar la cosa.

En el cargo me rebrotó “El Estanquero” y aparecí con una furia fiscalizadora que bien interpretaba el lema de “la escoba”, consigna triunfadora de Ibáñez.

El cargo era compatible con la atención de mi oficina de abogado.

¿Y de ahí salta Ud. a Subsecretario de Hacienda?

El Presidente Ibáñez designa Ministro de Hacienda a Jorge Prat Echaurren, activo participante en la campaña de Ibáñez. El ibañismo sabía que su jefe era aficionado a las decisiones súbitas e inesperadas, pero se alarmó con la invitación que formuló a Eduardo Frei Montalva para que encabezara el Gobierno de acuerdo a sus propias ideas. Pensó con razón que significaba de hecho anular al Presidente y provocar su caída. Por eso movilizó todas sus influencias amistosas, políticas y familiares para hacer desistir al Presidente y presentarle una alternativa apropiada: ella fue Prat.

Un sinfín de presiones parecen haberse ejercido sobre Jorge Prat para mantener al titular de la Subsecretaría o para llenar el cargo con otros nombres. Ignoro quién sugirió el mío al Ministro y el Presidente no me conocía ni de vista. Aunque nunca dejé de ser amigo de Prat, hacía entonces más de cuatro años que no alternaba con él.

El llamado del Ministro de Hacienda al fiscal del “Sermena” era una verdadera orden, y muy grata por lo demás.

Para empezar, el cargo de Subsecretario no correspondía entonces a los economistas. Ello fue una innovación del Gobierno de Pinochet.

Tradicionalmente, la función era de jefe administrativo del Ministerio, a cargo de su personal y de las relaciones con el resto de la Administración. Se encargaba también de atender a las numerosas direcciones y servicios dependientes del Ministerio, tales como Tesorería, Impuestos Internos, etc.

Para satisfacer mis escrúpulos por asumir una tarea poco rentable, la convertí en un “sacrificio” por el país: acepté el cargo como interino por seis meses, me desprendí de las rentas fiscales anexas como la de director de la Caja de Amortización y no acepté coche oficial sino que llegué diariamente al Ministerio en mi diminuto Renault que me obligaba a disputar con el Carabinero de punto, pues insistía en estacionar al lado del coche oficial del Ministro.

¿Qué impresiones conserva de ese semestre?

Muchas. Desde luego, el contacto con la notable personalidad del Presidente Ibánez, su cortesía, su enorme conocimiento del país, su astucia, su cordialidad con los subalternos, la ferocidad de sus enojos de los cuales fui sólo espantado testigo y, en definitiva, la gentileza con que me trató.

¿Y no hubo más en ese desempeño público?

Pinceladas: la reafirmación de “los estanqueros” como grupo de acción pública: además del Ministro y yo, lo formaban los secretarios del Ministro, Gonzalo Vial y Ricardo Rivadeneira; el Ministro de Trabajo, Ignacio Cousiño; el Subsecretario de Economía, Oscar Salas; el Superintendente de Sociedades Anónimas, Sergio Miranda, y el Embajador en el Brasil, Raúl Bazán. En el Congreso nos veían como un movimiento poderoso y en los primeros momentos creyeron que representábamos una amenaza para el régimen constitucional. Los días mostraron lo contrario: que Prat luchaba precisamente para defender la normalidad legal en contra de visibles tentaciones de alterarla por parte de políticos y funcionarios muy allegados al Presidente. Otras impresiones: la visita diaria a la Moneda y las ceremonias oficiales; el gran número de amigos que uno adquiere en estos puestos y que se hacen humo apenas el favorecido pasa a ciudadano común; la sorda campaña de Darío Saint Marie (Volpone) y sus amigos contra el Ministro Prat, precisamente por ser éste un defensor de la Constitución y de la ley.

¿Y no hubo más en este desempeño político?

Prat salió del Ministerio al tiempo que se cumplía mi semestre de interinato. El Presidente Ibáñez tuvo la amabilidad de insistir en que me quedara y no pareció muy agradado con mi despedida, lo que no me dejó muy tranquilo dada la personalidad de mi poderoso exjefe.

XI

Ud. resolvió dedicarse de lleno al periodismo en pleno y exitoso ejercicio de la abogacía. ¿Creyó hacerlo para la vida?

La verdad es que fui seducido de a poco por el Mercurio. Rechacé el primer ofrecimiento formulado por conducto de mi amigo Carlos Urenda. Poco después, en agosto de 1963, ingresé de redactor y luego vino la gran lucha interior y la sostenida en el exterior con René Silva Espejo que me instaba a que entrara a servir “full time” en el diario. Después de largas negociaciones, acepté entrar al diario y abandoné con profunda pena el estudio profesional y la entrañable sociedad que mantuve muchos años con Guillermo Pumpin.

La verdad es que desde que entré como visitante por primera vez a la reunión de redactores me dije interiormente: “esto es lo mío”. Componían ese consejo editorial: Fernando Durán, que presidía en ausencia de René Silva entonces delicado de salud, Hermógenes Pérez de Arce, José María Navasal, Enrique Gajardo, Raúl Silva Castro, y otros redactores.

¿Y cómo fue su primer contacto con Silva Espejo?

Fue en un almuerzo que le dio Agustín Edwards en el comedor del diario, con los redactores y jefes, para recibirlo restablecido tras un quebranto cardíaco. Todos decían que estaba muy repuesto. Algún rumor circulaba pronosticando que se caería muerto en cualquier momento. A mí me pareció débil, con voz casi inaudible y, a primera vista, me formulé el mismo pronóstico pesimista.

Se promovió una discusión sobre el crónico tema educacional en que varios redactores criticaron vivamente el criterio estatista de René Silva, autoridad máxima del Mercurio, pues el titular Rafael Maluenda apenas aparecía por el diario, viejo y enfermo como estaba. Me pareció que los presentes acosaban al convaleciente, mientras el dueño de casa observaba neutralidad. De pronto irrumpió la voz cansada pero firme de Silva Espejo, se hizo cargo de las opiniones de sus contrincantes con tranquilidad mientras elevaba al techo unos ojos en blanco, como si su dueño tuviera un principio de desmayo. Las respuestas del Subdirector eran verdaderas llamadas al orden en las filas y provocaban respetuoso silencio en los subordinados. Supe entonces que había en el Mercurio una sola persona que mandaba, y ésta era René Silva Espejo, siempre evitando fijar la vista en el interlocutor, a menudo con apariencia enfermiza pero mandando con el dedo chico. Era una personalidad en toda la extensión de la palabra.

Cuando usted ingresó, El Mercurio ya gozaba de gran influencia, una vez apagada la competencia de El Diario Ilustrado y La Nación. En esos días, cuando el país se jugaba en cada elección presidencial una carta política a cara o sello, ¿seguía siendo el diario un elemento moderador, su juicio?

A mi juicio, el gran papel de René Silva Espejo fue sacar al Mercurio de su mero rol de espectador para definirlo en las grandes cuestiones nacionales, aunque sin abandonar su rol moderador.

En la campaña presidencial, René Silva jugó el diario en favor de Frei y trató de desvirtuar las pretensiones de su contrario, Salvador Allende. Pero todo eso lo hacía con arte, sin perder la serenidad de las páginas mercuriales y sin distraerse en contiendas menores.

El Mercurio se lanzó con todo a apoyar a Frei en los primeros años de esa Administración, al punto de que fue necesaria la visita de la directiva del Partido Nacional para que el diario publicara la mera noticia de la fundación de dicho partido y de la ceremonia respectiva. El silencio sobre ese hecho político de indudable trascendencia era tanto más inexplicable desde que dicho partido resultó de la fusión de liberales y conservadores más los nacionales de Jorge Prat, partidos que habían encontrado plena acogida en las columnas del diario durante el Gobierno de don Jorge Alessandri. Este gobierno recibió excepcional apoyo de las columnas del diario y del propio René Silva, que había quebrado lanzas en defensa de la política cambiaría de Alessandri hasta el instante mismo en que el Gobierno desistió súbitamente de ella. Como el diario no fue advertido de ese viraje sorpresivo, nuestro Subdirector se sintió engañado y su indignación se volcó en una serie de artículos editoriales de su pluma, que resultaron el ataque más despiadado a la política de aquel gobierno.

El calor del entusiasmo por Frei se fue debilitando a medida que transcurría su gobierno. Se advertían las consecuencias del reformismo estructural propiciado por sus teóricos y se revelaban las tendencias divisionistas en la Democracia, que llevaron finalmente al MAPU y la Izquierda Cristianas, colectividades desgajadas de la Democracia Cristiana que durante la UP rivalizaban en extremismo con la ultraizquierda marxista. Los hechos demostraron que la DC en la práctica no era una verdadera alternativa de la revolución marxista.

XII

¿Qué impresión tenía en ese momento de Frei Montalva?

Lo conocía bien. Teníamos una relación de profesor a alumno. En la Universidad, los falangistas fueron nuestros adversarios naturales. Y Frei, siempre amable y sonriente, no dejaba de ser considerado a toda hora como líder e inspirador de la Falange. Era un hombre muy despierto, de conversación cautivadora y de sentido del humor. Periódicamente invitaba a tomar desayuno a su modesta casa de calle Hindeburg al Director de El Mercurio. Cuando René Silva estaba en el extranjero me tocaba a mí el encuentro.

Pero las buenas relaciones personales no eximían a Frei de las críticas a sus personeros y partidarios así como al Gobierno mismo.

El Presidente mostraba una porfiada insistencia en sus objetivos doctrinarios, revestida de buenas maneras y expresiones de comprensión hacia las críticas que El Mercurio iba haciendo cada vez con más frecuencia e intensidad.

En su gobierno, Frei tuvo firmeza y hasta pertinacia para aniquilar a sus adversarios, Basta recordar cómo destruyó a 1a Derecha en el Congreso de l965 y cómo persistió en la reforma agraria y demás reformas. No mostró igual firmeza para oponerse al crecimiento de sus enemigos internos en la DC y vino a intervenir cuando era demasiado tarde, y todo conducía al triunfo de la izquierda en 1970.

En esos finales de los años 60, tan convulsos, hay un episodio que afecta directamente al Mercurio, cuando la FEUC pone el famoso letrero “El Mercurio miente”, en el frontis de la Universidad Católica. Sería interesante conocer la visión que ustedes se formaron.

El origen de esa injuria fue un editorial que denunciaba la acción de la izquierda en la Universidad Católica realizada con la colaboración de la democracia cristiana. Hay que advertir que en ese tiempo en los medios democráticos la expresión “comunistas” se entendía en su sentido natural muy obvio, es decir seguidores de Marx y Lenin y por tanto impulsores de la revolución del proletariado para establecer la dictadura de éste. Sólo el avance del socialismo marxista y la variedad de formas del mismo hizo distinguir entre comunistas obedientes a Moscú y propiamente tales, y castristas, miristas, tupamaros, sandinistas, etc. Entre estas variedades del marxismo leninismo estuvieron el MAPU, el MIR y la Izquierda Cristiana. Estos grupos, antes de formalizarse como tales, actuaron en la insurrección provocada en la Universidad Católica, pero los buenos demócrata cristianos los llamaban “rebeldes”, y se sintieron heridos en su honor de cristianos y en el de sus hijos, cuando éstos eran calificados, con insolencia, comunistas. De ahí que esos católicos efectuaron desfiles en protesta por la ofensa, convencidos de que la imputación de “El Mercurio” era una mentira. Pasado el tiempo, muchos de ellos comprobaron con dolor que sus hijos se alejaban de las convicciones de hogar para seguir los estandartes de la revolución verdadera, la violenta.

El cartel contra el Mercurio produjo sensación en el país y por su naturaleza fue un disparo que apuntó al centro de la ética del periodista: un periodismo que miente no es tal.

No faltaron comedidos que llegaron hasta nosotros sugiriendo que moderáramos las críticas, lo que no ocurrió; pero hubo momentos de profundo dolor por la injuria, aunque el público no perdió su confianza en el diario.

En algunos días de los años 60 y 70 que parece que la información era más cautelosa. A veces, hasta más que la opinión editorial. Esto cambió a medida que las papas quemaban ¿Qué recuerda de las decisiones de publicar que deben haber sido muy difíciles, como los casos de los papeles de la ITT o la identidad de los pasaportes paraguayos en el caso Letelier, en los que se identificó por primera vez a Michael Townley?

No me parece que el Mercurio, durante el período a que usted se refiere, haya ocultado ninguna gran noticia. Así como destacó el caso de canibalismo entre los náufragos de un avión uruguayo caído en la Cordillera cerca de San Fernando, tampoco pudo evitar las informaciones a que usted se refiere. En mi opinión un gran diario se caracteriza por su serenidad y prudencia, pero da a las noticias que lo merecen el relieve correspondiente. Sin ello el periódico faltaría gravemente a su misión propia.

¿Y cuál es su experiencia de la relación que hubo entre el Mercurio y los distintos gobiernos, partiendo por el de Frei Montalva?

Por encima de sentimientos personales de sus directivos, siempre el diario les dio tiempo a los gobiernos para que desarrollaran sus respectivos programas y abogó en favor de su éxito. El caso de Allende es distinto, como ya veremos.

Ya hemos adelantado sobre el tratamiento a Frei Montalva. Hay que añadir que René Silva Espejo dedicó mucho de su pluma y de los servicios informativos con este objeto. Personalmente se ocupó de realzar la llamada “chilenización” del cobre, como alternativa a la nacionalización. Aparte de que lo primero que hizo Allende fue efectuar de un plumazo la nacionalización, debe decirse que los negociadores oficiales de la chilenización con las compañías norteamericanas no lograron asegurar al país las ventajas que se esperaban, al punto que el Ministro Alejandro Hales debió renegociar mucho después los acuerdos con dichas compañías para enmendar aquellos acuerdos.

En cuanto a la reforma agraria, el Director Silva Espejo me citó especialmente para encomendarme el análisis del proyecto del Gobierno, trabajo que se reflejó en una sucesión de artículos publicados en dos columnas al lado derecho de la página editorial. Mi mayor satisfacción fue saber por mi Director que el Presidente le había confiado que no podía haberse escrito algo más demoledor sobre aquella reforma. Con todo, el proceso siguió adelante y el semblante risueño de Frei para el Mercurio y para el “demoledor” siguió inmutable.

XII

¿Con anterioridad a la campaña electoral de Salvador Allende hubo incidentes entre éste y El Mercurio?

Nunca hubo buena amistad entre Allende y René Silva. Voy a recordar dos incidentes principales.

Durante la administración Frei, el Mercurio publica la carta de un coronel de la FACH que hace presente la necesidad de mejorar las remuneraciones del personal militar cuyos elementos especializados se están retirando de las filas. A juicio del oficial superior, este fenómeno puede tener consecuencia para el empleo de la fuerza militar en caso necesario. La carta llevaba como firma las expresiones “Coronel N.N. de las Fuerzas Armadas”.

El planteamiento no habría tenido resonancia si no fuera por el clima de beligerancia que el FRAP instigaba continuamente. La carta era anónima pero de indudable origen militar y faltaba al conducto regular pues su contenido habría debido expresarse oficialmente con el alto mando militar. Era evidente que su autor tenía un problema como jefe de unidad, cuya solución escapaba a las posibilidades del comandante en jefe respectivo.

Recuerdo que como abogado tuve dudas de publicar la carta, pero, consultado René Silva, me ordenó inmediatamente que diera visto bueno a su publicación.

Salvador Allende, entonces Presidente del Senado, promovió la iniciación de un proceso ante la justicia militar contra nuestro Director. René quedó detenido en las oficinas de la fiscalía militar por unas horas, mientras la Corte de Apelaciones conocía de un recurso de amparo alegado y ganado por el abogado Miguel Schweitzer.

El otro incidente. En Cuba Allende fue elegido Presidente de la organización guerrillera latinoamericana OLAS. Este cargo subversivo y la cabeza del Poder Legislativo chileno, que ejercía Allende, como Presidente del Senado, era una contradicción manifiesta.

El diario comentó el hecho con dureza en una columna que escribí con el seudónimo de “Kleck”. comentario cuyo mayor interés estaba en la caricatura de “Coke” (Jorge Délano) que la ilustraba. En ella aparece Allende como rey de bastos de un naipe español, cuya figura superior es la de él exhibiendo unos atuendos de senador romano y esgrimiendo una especie de cetro que resalta su calidad de Presidente del Senado. La figura inferior es el  mismo Allende, también sentado pero con gorra de combatiente, uniforme verde olivo y metralleta en mano.

El error de Allende fue replicar a la publicación, lo que motivó una dúplica ilustrada con la misma caricatura. Luego vino un tercer intercambio y con la misma ilustración. De esta manera la caricatura logró una enorme resonancia e igual efecto logró la denuncia de la duplicación presidencial de funciones.

¿Frente a la elección presidencial no hubo vacilación en el apoyo a Alessandri o también se exploró la candidatura demócrata cristiana?

En esos difíciles momentos debía El Mercurio tomar el pulso a las candidaturas posibles de desafiar a la izquierda unida. Para conservar tranquila y directamente con el candidato Radomiro Tomic, su generalísimo Enrique Krauss convidó a comer con él en su casa a Agustín Edwards, a René Silva Espejo y a mí.

Tomic derrochó elocuencia y brillo, para exponer su proyecto presidencial.

Para nosotros lo más llamativo de sus ideas fue su criterio sobre libre expresión.

Después de elogiar al Mercurio, dijo que ningún proyecto de gobierno podía resistir a tres editoriales adversos del diario. Tras esta metáfora nos llamó a reflexionar sobre la necesidad de regular el ejercicio de la opinión por parte de la prensa.

Ello era como nombrar la soga en la casa del ahorcado.

Al término del encuentro, Agustín Edwards dictó su sentencia inapelable: “con este gallo no hay nada que hacer”, dijo. René Silva fue de la misma opinión. Y, efectivamente, el candidato no ocultaba ni frente a nosotros su animosidad con la prensa. Si tal era su actitud como candidato en una entrevista privada con un diario, no podía esperar larga vida la libertad de expresión durante su eventual Gobierno.

El diario pretendió en vano llamar la atención sobre la personalidad del dirigente demócrata cristiano Edmundo Pérez Zujovic, con el ánimo de que el partido 1o llevara como candidato. Por desgracia, la DC estaba ya inficionada de socialismo y todo parecía abrirle paso al FRAP, agrupación de partidos marxistas que no disimulaba su posición revolucionaria.

¿Cómo ve usted ahora el enfoque del Mercurio a la candidatura de Allende?

Hay que distinguir a mi juicio la actitud editorial del diario y la llamada “campaña del terror” frente a la candidatura presidencial de Allende.

El diario vio con claridad la amenaza que envolvía la postulación de Salvador Allende, no tanto por el candidato como por la combinación política que lo respaldaba, penetrada profundamente por una aspiración revolucionaria de índole marxista-leninista e inspirada a las claras por Fidel Castro.

El peligro evidente para las instituciones de la República, como pudo apreciarse apenas asumió Allende el poder, obligó al diario a expresar reservas, a criticar episodios de su campaña y de sus personeros, a explotar contradicciones, etc. En otras palabras, no disimuló su posición claramente contraria a Allende y al FRAP.

Como consecuencia de tal posición editorial, el diario no ahorró argumentos e informaciones favorables a la candidatura de Jorge Alessandri.

Cosa distinta fue la campaña publicitaria a gran costo, apodada “campaña del terror”, que confundió los peligros de una candidatura de inspiración comunista con los horrores de la instalación automática en el país de una despiadada dictadura estalinista.

Tal campaña no dejó a su candidato en la altura que se merecía, importó consignas y métodos publicitarios correspondientes a situaciones extranjeras y, lo peor, no aterrorizó al electorado común sino precisamente a los elementos de derecha más politizados. Los efectos de esta campaña se reflejaron en una apresurada emigración de chilenos, que sentían que la KGB les iba siguiendo los talones.

¿Y qué nos puede decir del clima de El Mercurio en la misma noche de la elección de Allende?

Para muchos de nosotros el resultado de la elección fue una sorpresa. Teníamos en la mano encuestas de la firma “Gallup” que daban como ganador a Alessandri. El comedor principal del diario estaba preparado para la celebración del triunfo.

A eso de las 10 de la noche, las caras comenzaron a alargarse. El diario debía prepararse para el período más duro de su larga existencia.

Antes de que el Director René Silva se retirara del diario, después de una cansadora jornada que concluía mal para nosotros, se le acercó Fernando Díaz Palma, a cargo de los servicios informativos, y le preguntó qué titular principal debía llevar el diario que se estaba preparando. Sin vacilación y mientras se ponía el abrigo con su habitual dificultad para esa faena, dijo simplemente: “Allende, primera mayoría relativa”. Sabia sentencia que abrió paso al verdadero problema político del día siguiente: el allendismo pretendía haber ganado la Presidencia y el alessandrismo sostenía con razón que el veredicto electoral definitivo debía darlo el Congreso, como efectivamente ocurrió en el plazo señalado en la Constitución.

Benjamín Saavedra, gerente del diario, tuvo la amabilidad de llevarme a casa. Al salir del centro evitando la Alameda, llegamos a Estación Mapocho para tomar J.M. Caro y la Costanera. Al llegar a la estación, nos cruzamos con la enorme multitud de manifestantes que había sido convocada al centro y que celebraba como si la primera mayoría relativa de Allende entregara automáticamente el poder a la izquierda.

Era visible que el FRAP y después el candidato en su primer discurso lograron contener todo desborde popular.

En el diario, ya se había ido de Chile Agustín Edwards. ¿Ustedes tuvieron participación en eso?

No fui informado del viaje hasta que nuestro Presidente estaba en los Estados Unidos. Debo reconocer que me alarmé muchísimo y creí que era el comienzo de la emigración subrepticia del “clan Edwards”. Hernán Cubillos, secretario de redacción convertido en cabeza del grupo apareció entonces con toda su fuerza, me tranquilizó y me convidó al atrayente combate que esperaba al diario. Desde entonces no tuve vacilación alguna y hoy me enorgullezco de los días difíciles vividos en ese período.}

Ignoro la relación exacta que mantuvo Edwards con el Mercurio. Jamás recibí carta o recado alguno de su parte. De cuando en cuando, Hernán Cubillos viajaba a entrevistarse con él para rendirle cuentas. A insinuación suya, yo le escribía cartas humorísticas a Edwards, pero me quedé sin saber si él las leía pues no recibí respuesta de ellas, aunque Hernán generosamente me animaba a seguir la correspondencia y me decía que el silencioso jefe recibía esas cartas con agrado.

¿En qué momento se piensa en el interior del diario en la posibilidad que el gobierno de Allende no termine con normalidad?

Un gobierno de propósitos revolucionarios expresos, como el de Allende, carece de estabilidad hasta que un golpe sangriento consolide la revolución. Allende reunió desde candidato un pelotón de seguridad. El atentado y homicidio del comandante en jefe del Ejército, general Schneider fue un conato de alzamiento condenable pero daba idea de la nerviosidad inicial de ciertos grupos extremos. La inquietud militar se fue desarrollando a medida que avanzaba el proceso revolucionario, pero no se percibió en el diario durante dicho proceso.

Por lo demás, los propios comunistas no descartaban una discontinuidad del régimen democrático. En una entrevista oficial concedida por Luis Corvalán, secretario general del partido comunista, a un periodista militante éste pregunta si había alternancia después de Allende, Corvalán contesta: “esta pregunta está fuera de texto y fuera de tiesto, habrá que ver cómo se vive el proceso revolucionario, el único que va a generar la respuesta”, es decir los comunistas no descartaban un golpe de mano durante Allende o al término de su mandato.

Con el grado de agitación existente y con las intimidaciones de Allende que amenazaba con tomarse el Mercurio o entregarlo a la CUT, ¿por qué ustedes parecían no temer un sabotaje del diario desde dentro, en sus instalaciones, en su prensa rotativa, por ejemplo?

Contábamos desde luego con la impresionante lealtad del personal del diario, especialmente de los linotipistas y prensistas, demostrada en muchas oportunidades.

En el caso peculiar de la revolución chilena, era contraproducente que aparecieran guardias de apariencia inconfundible y casi siempre situados lejos del atentado grave. Habríamos tenido gritería en la prensa oficial, en la Cámara y en los partidos del FRAP, sin estar ciertos que nos defendíamos del peligro.

Una sola vez estalló una bomba cerca de las oficinas de la Presidencia. Era de escaso poder destructivo e hizo más ruido que daño.

Creo finalmente que al gobierno le perjudicaba más en el exterior el atentado a un diario prestigioso que la ventaja que le hubiera aportado silenciarlo.

En un momento dado El Mercurio fue ocupado por una turba encabezada por el “Mickey” ¿no es cierto?

El “Mickey” era un conocido agitador, militante del MIR, que actuaba en las poblaciones callampa. En el anochecer de un viernes en que se había el personal del diario, con excepción de alguien en los talleres o prensas, un portero me avisa que se están tomando el edificio. Se trataba de una protesta contra informaciones de “Las Últimas Noticias”, diario que esa hora había terminado su faena. Yo redactaba apurado, tal vez una “Semana Política”. Salgo de mi oficina hacia el corredor que se abría al hall central y veo una multitud de mujeres, niños, muchachos y adultos que pululan en dicho hall y algunos osados que ocupan la gran escalera central y el corredor del frente que corresponde a “Las Últimas Noticias”. Me coloco tras la baranda con vista al hall central del primer piso, a prudente distancia de los manifestantes. Guardo silencio y con mi mejor aire de autoridad contemplo el espectáculo. “Mikey” concentra a su gente en el hall, saca del bolsillo un papel y lee con voz casi inaudible una diatriba que repite todo el rosario habitual de calificativos injuriosos contra “El Mercurio”, de la cual alcanzó a oír sólo que somos instrumentos del imperialismo norteamericano. Para mi tranquilidad, guarda su papel en el bolsillo y ordena la retirada de sus tropas. Se trataba sólo de una maniobra publicitaria, una tentativa de ocupar párrafos en el diario, meta que no alcanzaron los manifestantes.

¿El Mercurio fue clausurado?

Una vez, por resolución en que el tribunal coincidió con el Gobierno al estimar que una inserción del partido nacional era un delito contra la Seguridad Interior del Estado. La Corte de Apelaciones acogió la queja y el diario quedo interrumpido un solo día.

La segunda vez fue el 29 de junio de 1973, día del “Tancazo”, en que el Director de Investigaciones, actuando sin orden judicial, decidió impedir la salida del diario ese día. Recibimos una veintena de agentes de Investigaciones armados ostentosamente de metralletas que ordenaron desalojar el diario.

Esa fue una de las oportunidades en que se probó la lealtad del personal. Todos los hombres de la prensa y de taller se agolparon en la famosa escalera central, en espera de lo que resolvieran las autoridades. Con buen criterio, éstas decidieron el desalojo y gestionaron afuera la recuperación del diario, lo que se obtuvo por orden del Jefe de Plaza en pocas horas. El personal regresó a sus labores después de mediodía y el diario circuló al día siguiente con normalidad.

XIV

¿Cómo se vivió en El Mercurio el “11 de septiembre?”

Los rumores de golpe militar eran muchos, pero yo vine a enterarme de la fecha sólo en la tarde del día 10. El 11 fue un día de gran conmoción. Desde las 8 de la mañana hasta después de mediodía, nos concentramos en la editorial Lord Cochrane, ubicada en Providencia casi esquina de Eleodoro Yáñez, Hernán Cubillos, René Silva Espejo, Cristián Zegers, por El Mercurio, y Gonzalo Vial y Joaquín Villarino. de la revista “Qué Pasa”. El objetivo era imprimir en Lord Cochrane un Mercurio improvisado, en el caso de que fracasara el movimiento militar y no pudiera salir a la calle el diario desde sus talleres propios.

Menciono algunos hechos del día: El vuelo de los aviones “hawker hunter” y el impacto de sus bombas sobre el Palacio de la Moneda. El incendio de éste. El combate cuerpo a cuerpo en la puerta del palacio por plaza Constitución; el anuncio de la muerte de Allende y el llamado militar a nuestro editor fotográfico Juan Enrique Lira para que capte el estado del cadáver del Presidente, no para publicar sino para constancia fidedigna; el trayecto en automóvil del gerente del diario Benjamín Saavedra y del que habla desde el diario, hasta un recinto militar de calle Castro para recibir la notificación de censura de toda la prensa desde ese instante, son algunas de las emociones de ese día. El espectáculo de los edificios con los vidrios rotos, el olor a pólvora, soldados con tenidas de guerra y numerosos controles, la atmósfera de tensión en calle Teatinos y la Alameda, la humareda de la Moneda incendiada, todo era sobrecogedor.

La atmósfera de guerra se respiraba en ese sector de Santiago y continuó en los días siguientes sobre todo con tiroteos nocturnos aislados.

¿Usted se quedó en El Mercurio durante el toque?

Sí. Había que seguir produciendo el diario aunque fuera casi simbólico. Quedamos hasta el sábado 15 a mediodía personal de prensa, de taller, el gerente técnico Roberto Fuenzalida, un breve personal de cronistas a cargo de Héctor Espinoza, el personal de servicio y de teléfonos. Quedé como representante de la Dirección y de los redactores editoriales. Apenas se nos permitió, salimos con un Mercurio extremadamente delgado y casi tembloroso. En las noches, desde el modesto sofá de mi oficina -donde trataba de dormir- oía el movimiento de carros militares y un tiroteo irregular surgido desde diversos puntos en que aún se combatía.

El mediodía del sábado era despejado y con sol brillante. Aunque los daños y dolores que presumíamos eran muchos, volvimos a la casa con un respiro de alegría.

Usted ocupó responsabilidades directivas en el diario durante casi todo el período militar. ¿Cómo eran las relaciones entre el Gobierno y El Mercurio? ¿Era compatible el desarrollo de una prensa libre con un Gobierno fuertemente autoritario?

Las relaciones Gobierno militar-Mercurio eran en general buenas.

Dejando de lado la prensa partidista y la amarilla, los diarios de aquella época apreciaban la moderación, no se ocupaban de la vida privada de las celebridades, carecían del aparato investigativo que tuvieron después y se editaban para un público dividido en dos grandes sectores más interesados en el debate político que en los aspectos éticos, humanos, femeninos y sociales de los acontecimientos. La prensa partidista y hasta la revolucionaria ocupaban su nicho de crítica y lanzaban calificaciones duras a sus adversarios, nicho más bien reducido. Dentro de la prensa, El Mercurio era el extremo de la moderación, extremo que hasta irritaba al público apasionado.

Durante el régimen militar, el diario no abandonó su línea, siguió apoyando las buenas iniciativas del Gobierno, formulando reparos prudentes a otras y dedicando una parte de su página editorial a pronunciamientos más explícitos que el conjunto de su crónica.

Por su parte, los militares no eran distintos a los demás chilenos y compartían las vicisitudes de la comunidad nacional. Los excesos fueron cometidos por algunos y permanecieron desconocidos varios años. Por sobre todo, los militares atendían a su deber de obediencia y disciplina, empeñándose en hacer un buen gobierno.

Por último, los lectores de “El Mercurio” habían quedado traumatizados por las barbaridades de la revolución “con empanadas y vino tinto”, pero sobre todo por las amenazas de altos personeros de seguir un proceso irreversible que forzosamente debía terminar en una dictadura castrista.

En este cuadro de realidades, puede afirmarse que si bien no existió en Chile plena libertad de prensa en el período militar, de hecho hubo una efectiva prensa libre, difícil de manejar, insuficiente y siempre conflictiva con las autoridades pese a las buenas maneras oficiales. En todo caso, la dirección de “El Mercurio” no ahorraba oportunidad de expresar en privado sus opiniones con franqueza, a veces personalmente al señor Presidente de la República.

Sobre todo en la orientación informativa y en la creación de grandes cuerpos especiales para los fines de semana, fue determinante el aporte de mi amigo Cristián Zegers, el periodista chileno contemporáneo más brillante que conozco. Su alejamiento del diario, para asumir la dirección del diario “La Segunda”, fue una pérdida notable para mí y para “El Mercurio”.

¿Por qué razón usted cesó inesperadamente corno Director de El Mercurio?

El Presidente de la Empresa tenía todo el derecho a pedirme la renuncia en cualquier momento. Hoy pienso el señor Agustín Edwards me nombró y me mantuvo sin agrado suyo en la Dirección. Desde su vuelta a Chile parece haber deseado tener un papel relevante en el país, más allá de su rol de gran empresario y dueño de la principal empresa periodística del país. No tuve perspicacia para comprender la situación y admitir que la gravitación de mi desempeño como Director estorbaba el camino que él se había propuesto en su larga permanencia en el extranjero. El hecho de que un comentario político cargado de tintas hubiese irritado al Gobierno fue el pretexto.

XV

Usted fue embajador en Argentina. ¿Qué puede decirnos sobre eso?

El Presidente Pinochet, a los pocos días de mi dolorosa salida del Mercurio, me ofreció la alternativa de desempeñar las Embajadas de Francia o de España. Le agradecí conmovido este gesto que no merecía el periodista que -sincero partidario y amigo suyo- le había causado muchas y serias molestias desde el diario. Rechacé la generosa proposición por carecer de vocación y preparación para esos cargos.

No mucho tiempo después, quedó vacante la Embajada en Argentina y el Presidente me hizo el nuevo ofrecimiento. Había llegado al poder el Presidente Alfonsín, un radical de izquierda. Él y su partido eran adversarios decididos del régimen militar chileno, después de la desastrosa experiencia económica, política y militar de los militares en Argentina.

Sin pensarlo ni consultarlo, acepté la Embajada en Buenos Aires con la ilusión de que podía servir en un momento peligroso.

Ya en Buenos Aires me convencí de que había sido razonable rechazar las embajadas anteriores. Viví con mucho agrado en la capital argentina, hice lo que pude por desempeñarme bien. Pero, para ser franco, la suerte fue contar con un Ministro Carlos Ducci, excelente y brillante diplomático que dirigió y acompañó todos mis pasos. Acompañó a Ducci un elenco de funcionarios de primera calidad que prestaron la mejor ayuda. Mis celebrados informes a la Cancillería eran concebidos y redactados por el talentoso Pedro Suckel.

La misión, entre otras habituales, era colaborar al avance del Tratado de Límites que estaba ya en trámite de aprobación en el Senado argentino. Inicié una serie de almuerzos con 4 a 6 invitados, incluyendo en ellos a altos funcionarios de la Embajada, con el objeto de obtener información política. Frecuenté a políticos peronistas, más cercanos a Pinochet pero resistentes al Tratado por ser logro de Alfonsín. Puse dura cara frente a la violenta campaña comunista contra nosotros en la época de las protestas contra el Gobierno, animadas por la consigna “Y caerá”. Los “compañeros” pasaban gran parte de algunas noches o de la madrugada cantando y bailando, frente a la Embajada y sus gritos llegaban justo a mi almohada, pues el dormitorio principal da a la calle. Mis innumerables visitas al Ministro de Relaciones Exteriores señor Caputo, reclamando el alejamiento de los manifestantes, sólo consiguieron que durante el día se instalara frente a nosotros un enorme y llamativo carro blindado policial, que sólo hacía más notoria nuestra grotesca situación.

En términos generales, la relación con el Gobierno de Alfonsín fue lo más cortés y atenta posible para un momento clave de la relación internacional, cruzado por la natural antipatía de la izquierda argentina hacia nuestro gobierno militar.

Mi misión coincidió con la última etapa de la Mediación, el laborioso momento de la firma del Tratado en el Vaticano y la aprobación y ratificación del mismo por Argentina.

Debo hacer especial mención del sacrificio que esta Embajada representó para Valentina mi mujer, que dejó dos hijos menores en Santiago y que asumió con talento y fortaleza nuestras nuevas funciones. Fue ella la embajadora elegante y distinguida, que dio calidez y dignidad a nuestra residencia, que recibía con hospitalidad y refinamiento, que me acompañaba a los compromisos sociales vestida inmejorablemente, que cultivaba relaciones de alta calidad y que al despedirnos recibió sucesivos almuerzos en su honor de parte de las esposas del Presidente Alfonsín, de los Ministros de Interior y de Relaciones Exteriores.

XVI

¿Al volver al país, qué clima político encontró?

Regresé a Chile en 1977. El panorama había cambiado. Pinochet parecía competir a la defensiva. La combinacón de la DC con los partidos de izquierda hacía una oposición inteligente. El tema de los derechos humanos era gravitante aunque se manejaba con sordina. La prensa se había diversificado y vuelto más agresiva, distintos periódicos combatían al régimen de manera cada vez menos velada. Se preparaba el plebiscito electoral que debía decidir el futuro del régimen.

Varios medios de prensa me entrevistaron imaginando que mi regreso tendría algún significado político. Repetí una y otra vez que estaba por el “Sí”, y no desempeñé ninguna actividad pública en lo sucesivo.

Para cerrar esta entrevista, sería útil que nos dijera algunas palabras sobre la Academia de Ciencias Sociales, Políticas y Morales en que usted es el Miembro de Número más antiguo.

Tengo por la Academia el afecto y la admiración más profundos. Me invitó a ingresar y patrocinó mi designación don Juvenal Hernández, a quien tuve el privilegio de conocer en El Mercurio. Allí me visitó varias veces con distintos propósitos y ahí también me deleitó con el brillo de su conversación y con la amplitud de su talento.

Don Juvenal falleció por desgracia antes de mi ingreso a la Academia.

Le pedí al académico y profesor distinguido don Alberto Baltra Cortés que presentara el discurso de recepción reglamentario. Lo hizo con generosidad y nobleza. Yo no participaba de sus ideas políticas y filosóficas ni había sido su alumno.

El profesor Baltra comentó con brillo mi trabajo e hizo gala de tolerancia y talento en su intervención.

La cordial acogida personal que recibí de los académicos confirmó el juicio de don Juvenal Hernández acerca de la libertad de espíritu, el respeto mutuo y la solidaridad imperantes en nuestra Academia, que reúne a quienes se ocupan de reflexionar bajo distintos ángulos acerca de los problemas de la sociedad, del Estado y de la política.

Hoy la Academia está en las mejores manos, en las de su Presidente don Carlos Martínez Sotomayor y su Vicepresidente don Cristián Zegers. La institución se ha enriquecido con designaciones de gran categoría intelectual y sus debates apuntan a grandes problemas permanentes de la “civitas” chilena. Constituye uno de los honores más grandes ser miembro de número de nuestra Academia.